Celia era hija de dos “próceres” de la Revolución Cubana, pero se hizo conocer por un mérito propio y único: la reivindicación pública en Cuba de León Trotsky y del movimiento trotskista, aún cuando todavía era militante del Partido Comunista.
Teníamos con ella importantes diferencias, pero la recordamos como esa luchadora incansable que defendió en forma apasionada la revolución permanente, criticando al estalinismo y su engendro, el “socialismo en un solo país”.
Celia tenía 45 años y dos hijos. Murió junto a su hermano, Abel. Su madre fue Haydee Santamaría, quien había participado, junto a Fidel y otros jóvenes que luchaban contra la dictadura de Batista, en la toma del Cuartel El Moncada, el 26 de julio de 1953. Luego del triunfo, fue la presidente de la prestigiosa Casa de las Américas, quitándose la vida en 1980. Su padre, Armando Hart, dirige actualmente el Programa Martiano. Siendo un joven abogado se transformó en agitador político y líder universitario. Fue uno de los principales dirigentes del Movimiento 26 de Julio que encabezaba Fidel Castro. En 1959, Hart se convirtió en ministro de Educación, impulsando la alfabetización masiva.
Celia decidió estudiar física. Luego de cursar dos años en la Facultad de La Habana , en 1982 viajó a la República Democrática Alemana. Allí se graduó, mientras al mismo tiempo era secretaria general del comité de base de los cubanos residentes. Así conoció de cerca el “socialismo real”. Como nos lo contó ella misma cuando la conocimos y entrevistamos en su primera visita a la Argentina en 2004, la “RDA, a pesar de su economía planificada, que la gente vivía bien, era un país mustio, sin juventud, paralizado ideológicamente, […] era un sistema triste.”* Pensó que ese sería el futuro de su revolución, y entró en crisis.
Cuando volvió a Cuba de vacaciones en 1985, su padre -contaba ella- abrió un armario y sacó cuatro libros: tres de Isaac Deutscher (la biografía de Trotsky en tres tomos), y La Revolución Traicionada , una de las obras cumbres de Trotsky. “Fue un renacimiento, una felicidad, los entendí inmediatamente y me di cuenta que había habido una gran traición y que yo fui víctima también de esa traición. […] los libros de Trotsky, no los leí todos, no tuve oportunidad de conseguirlos, pero lo leí con gran facilidad, porque me parecía una cosa que yo sabía, que intuía… entré al trotskismo no leyendo a Trotsky, sino a partir del pensamiento de Martí y el Che.”
Cuando en noviembre de 2003 Celia escribió su primer artículo sobre Trotsky, comenzó a recibir cartas de todo el mundo, aunque “de Cuba, ninguna”. Sin embargo, desde entonces, su voz fue creciendo y colaboró sin miedo y con gran perseverancia para que la obra de Trotsky se comience a conocer en Cuba.
El Partido Comunista la fue obligando a dejar la Universidad , con el argumento de que debía optar entre “la física y la política”. Ella siguió escribiendo y militando cotidianamente, tanto en el Comité de Solidaridad con Palestina como en la campaña por la libertad de los cinco cubanos presos en EE.UU. Fue expulsada del PC en 2005.
Los diálogos con Celia eran apasionados, vibrantes, “caribeños”, diría ella. Odiaba a la burocracia, tanto la soviética como la cubana, y estaba muy preocupada por el avance restauracionista en Cuba. Las cosas subían de tono cuando discutíamos las diferencias, las apreciaciones muy distintas que teníamos sobre Fidel Castro y su política, su expectativa de “darle tiempo” a Tabaré Vázquez cuando asumió la presidencia de Uruguay, o su apoyo al presidente Chávez. Pero no perdía nunca su preocupación por la unidad o su respeto por las diferencias entre los revolucionarios. Y su entusiasmo porque creciera el trotskismo.
Su internacionalismo la llevó a viajar por los distintos países de América Latina, participando en reuniones y seminarios. Estuvo, por ejemplo, en la reunión de Conlutas en Brasil en 2005. Cuando Orlando Chirino, el dirigente venezolano trotskista que encabeza la UNT-CCura y el partido USI fue despedido de PDVSA, Celia no dudó en sumar su nombre a la campaña por su reincorporación. Al mismo tiempo, mantenía un acalorado debate con el propio Chirino, polemizando duramente contra sus posiciones independientes y de crítica a Chávez.
La realidad ha sido cruel. En una calle cualquiera de su querida La Habana se cortó definitivamente su voz, a veces de poetisa, siempre de trotskista y luchadora. Nos había dejado un mensaje: “La revolución socialista es la única alternativa. Esto no quiere decir que no luchemos contra las injusticias concretas por las que tenemos que ser los primeros en dar la vida. Pero les digo a los jóvenes que la revolución no es solamente el fin más hermoso. Hacer la revolución es la manera más económica de ser feliz.”
* Correspondencia Internacional Nº 22, dic. 2004-marzo 2005. Publicación de la UIT-CI.
Mercedes Petit | Unidad Internacional de los Trabajadores | 10-9-2008
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