miércoles, 30 de marzo de 2022

China: la guerra, el aumento de contagios y la política “covid zero”


El país Chino viene registrando un aumento en el número de contagios, sin embargo, siguen siendo menores al resto de Occidente. La cantidad de confirmados en el día de hoy es de 10.000 casos.
 Recientemente se confinó a la ciudad de Shenyang -se deben respetar los horarios de entrada y salida y se mantienen los protocolos de distanciamiento social y el uso de barbijo-, tras detectar 47 casos positivos de la nueva variante de Ómicron, BA.2. Las transmisiones se reportaron en una planta de BMW. El sábado de reportaron dos muertes, las primeras en un año.
 "El resurgimiento más reciente en China no significa que la política y las medidas de respuesta del país a la COVID-19 sean ineficaces” advirtió Liang Wannian, jefe de la Comisión Nacional de Salud de China.
 Beijing también confinó a su población luego de una suba de contagios. Jerome Kim, el director general del Instituto Internacional de Vacunas, en el Sur de Korea, dijo que “la política de Beijing de confinamientos y testeos masivos será mucho más difícil de mantener”. Sugirió además que Beijing podía aprender de Korea del Sur y Singapore, en su política de “liberación controlada”, donde se mantiene el distanciamiento social, pero priorizando la vacunación y los tratamientos. El porcentaje de vacunados con ambas dosis es del 87% de la vacuna Sinopharm. 
 Bajo el mandato de Xi Jinping, el país se ha volcado más a sí mismo, promoviendo autosuficiencia y defendiendo el desarrollo en áreas como los semiconductores y otras tecnologías. El retraso al reconocimiento de las vacunas ARNm parece ser un ejercicio político: “no sabemos cómo se toman las decisiones hoy en China pero una mejor vacuna sin duda ayudaría a mantener la política cero covid”, dijo Jin Dongyan, virólogo de la Universidad de Hong Kong. 
 Por otro lado, los confinamientos han creado problemas en los planes económicos de Beijing, que están tratando de orquestar la deuda generada por la guerra entre Rusia y Ucrania, mientras el país trata de conseguir un crecimiento del 5.5%. La exigencia de las empresas -en conjunto con Occidente- de presionar a China, para que adopte una política de convivencia con el virus, responde a la necesidad del país en torno al crecimiento de su economía. 

 La guerra y las sanciones económicas 

El comercio entre China y Rusia ha crecido aceleradamente. Alcanzó un nuevo máximo de casi USD 147.000 millones el año pasado. Durante la última visita de Putin a China el mes pasado, los dos países habían anunciado el aumento de su comercio a USD 250.000 millones para el 2022, además de firmar acuerdos comerciales a largo plazo, especialmente en el sector energético. China es actualmente el mercado más grande para las exportaciones rusas, como petróleo, gas carbón y productos agrícolas. Es inevitable que el comercio entre la Unión Europea y China disminuya a la luz de las sanciones. 
China es afectada negativamente por los aumentos de alimentos y energía. “China es un gran importador de commodities y hay un efecto en términos de intercambio que tomará recursos de los negocios y de la gente, que tendrá menos para gastar en bienes domésticos” dijo Bert Hofman, un exdirector de China en el Banco Mundial, para el Financial Times. 
 Además, China solía restringir importaciones provenientes de ciertas áreas de Rusia debido a las preocupaciones sanitarias. Sin embargo, el mismo día que comenzó la guerra, las autoridades aduaneras de China anunciaron el levantamiento de todas las restricciones sobre el trigo y cebada rusos. El propio FMI dijo que el panorama económico mundial es ahora de una extraordinaria incertidumbre, que los precios de los commodities y la energía aumentarán las presiones inflacionarias y que, si el conflicto militar escala, los efectos serán devastadores.
 Las medidas sanitarias no pueden leerse por fuera del contexto político. La presión de Occidente y las empresas para que el país adopte una posición más aperturista, en conjunto con la disputa del dominio de las farmacéuticas sobre las vacunas, se conjugan con el desarrollo de la guerra que modifica las relaciones internacionales. La protección de la salud y las condiciones materiales de la población son relegadas a un segundo plano.

 Florencia Suárez 
 28/03/2022

martes, 29 de marzo de 2022

La guerra y la pandemia en aumento


La pandemia ha sido relegada a un segundo plano debido al contexto de guerra con Ucrania. “Los repuntes de los casos COVID-19 pueden ser la punta del iceberg”, alerta la OMS. “Sabemos que cuando aumentan los casos, también lo hacen las muertes. Es de esperar que haya brotes y subidas de casos locales, sobre todo en áreas donde se haya retirado las medidas de prevención”, agregan. La tasa de vacunación de ambos países está muy lejos de cifras óptimas aconsejadas por la OMS. Rusia, el país de la vacuna Sputnik V, presenta una tasa de población vacunada del 49 % con dos dosis. Con respecto a Ucrania solo llega al 34%. Se han levantado todos los protocolos de aislamiento por Covid. 
 La prolongación de la guerra y las sanciones económicas por parte del resto de Europa y Estados Unidos crea incertidumbre sobre la capacidad de producción y logística de Rusia para su vacuna –Sputnik- y su principio activo, lo que hace que sus campañas de vacunación sean inciertas en los 71 países que la aplican. Por otro lado, la OMS ha aplazado la aprobación de la vacuna Sputnik hasta después del final de la guerra. Rusia se encuentra en el puesto número 7 de cantidad de muertos por la pandemia en el mundo. 
 La guerra en Ucrania ha provocado que el 50% de las empresas cierren por completo, mientras el resto está siendo forzado a trabajar por debajo de sus capacidades. El PNUD pide, además, ayuda humanitaria inmediata, para mantener en funcionamiento las estructuras de gobernanza y servicios básicos. Los fondos son destinados a financiar los gastos que implica una guerra mundial, desfinanciando los gastos en salud. 
 Rusia es el tercer país con mayor gasto militar en el mundo, 61.710 millones USD. En lo que va del conflicto la moneda rusa (el rublo) se ha desplomado, la bolsa de valores está cerrada, las tasas de interés se duplicaron. El Banco Central de Rusia decidió mantener las tasas al 20%, el mayor nivel en casi dos décadas, y advirtió que “la economía del país se está deteriorando y está entrando en una fase de transformación estructural a gran escala que estará acompañada por un periodo de alta inflación”. Agencias de calificación de riesgo y organismos internacionales han advertido que el país está al borde de caer en el default. A este panorama se suma la salida de unas 400 empresas occidentales del país. Toyota, Volkswagen y Mercedes suspendieron la fabricación de autos. “Las sanciones impuestas a Rusia no significan su aislamiento, el mundo es demasiado grande para que EE. UU. y Europa puedan aislar a un país como Rusia” declaró el portavoz del gobierno ruso, Dmitri Peskov. Además agregó que habrá “aumento de todos los pagos sociales en el futuro cercano”.
 En este contexto, ¿cuánto dinero es destinado a los gastos Covid en pandemia y al mantenimiento de los servicios de salud? Los últimos informes sobre la inversión del PBI del país en el gasto público marcaron una caída del 5% en 2019, al 3% en 2020 cuando, además, comenzó la pandemia. En 2021, según un informe del Ministerio de Finanzas de la Federación Rusa, los gastos para los “cuidados de salud” fueron de 1,4 billones de rublos, mientras los destinados a defensa fueron de 3,5 billones. En el día de la fecha suman unos 70 ataques a hospitales, ambulancias y médicos en Ucrania. Neve Gordon, profesor de derecho internacional en la Universidad de Queen Mary en Londres, señala que “los hospitales y unidades sanitarias se han convertido en un blanco estratégico de ataque”. 
 Por su parte, Alemania dio un giro de 100.000 millones de euros para mejorar su ejército y una inversión anual en Defensa de más del 2% del producto interior bruto. Cumple así con la exigencia de la OTAN de intervenir en el conflicto. 
 Ambas posiciones en conflicto -Rusia de un lado, la OTAN del otro- llevan a la inversión militar para desarrollar una guerra de característica mundial. La disputa por liderar el nuevo reparto del mundo deja a la población arrojada a la muerte. 

 Florencia Suárez 
 28/03/2022

Biden: extendamos la guerra hasta Moscú


Biden, el presidente de Estados Unidos, se tomó un mes entero para hacerse presente en el territorio de la guerra. Se autoinvitó a una reunión del Consejo Europeo, con el propósito de meter presión contra los miembros díscolos de la Alianza (Alemania, Italia, Francia, Hungría), para aterrizar luego en Polonia. En Varsovia, definió que el objetivo estratégico del imperialismo norteamericano en esta guerra es el “cambio de régimen” en Rusia. Para evitar cualquier confusión acerca de sus dichos caratuló a Putin como “criminal de guerra”. La declaración suscitó rechazos en los principales Estados de la UE, aunque no en todos, por ejemplo los Estados del Báltico, la misma Polonia, por supuesto, e incluso Rumania. Entretanto, Clarín (25/3) titulaba que “La Otan despliega 40 mil soldados adicionales frente a Rusia” y, al día siguiente, que “La Otan extiende de cuatro a ocho países sus bases militares en Europa del Este”. Antes de ese discurso, Biden había pronunciado otro, considerablemente más significativo, que la prensa internacional ha ocultado. Ante el personal militar norteamericano en Polonia, en especial la unidad de tropas aerotransportadas (82nd Airbone unit), las llamó “a marchar sobre Ucrania”: “Heading over to Ukraine” (Asia Times, 27/3). Coincidentemente, el Pentágono ha decidido revisar su negativa a entregar cazas F-5 a los Estados que limitan con Rusia, para que puedan proveer a las fuerzas armadas de Ucrania del stock de aviones que tienen en su poder en la actualidad. En Política Obrera nos hemos adelantado en señalar esta estrategia de guerra de parte Estados Unidos -“cambio de régimen”-, repetidamente, desde la invasión de Rusia. Biden lo había dejado claro en el discurso de inauguración del año legislativo de EEUU, ante el aplauso enfervorizado del Congreso. Para Estados Unidos, la llamada guerra de Ucrania es una guerra mundial. En contraste con la posición norteamericana, otros países de la Otan alientan y hospedan “conversaciones de paz” entre Zelensky y Putin. El presidente de Ucrania ha formulado una detallada propuesta para un cese del fuego y una retirada de Rusia. Admite que Ucrania no se incorpore a la Otan, aunque nada dice de la Unión Europea, que no es solamente un bloque económico (hay que recordarlo) sino esencialmente político –que une a la eurozona con otros Estados, fuertemente dependientes de Estados Unidos. No resigna ningún territorio en beneficio de Rusia y advierte que cualquier acuerdo será sometido a un referendo popular. Como garantía del cumplimiento del acuerdo plantea la protección del artículo 5 de la Otan, que la obligaría a intervenir en forma directa en caso de una agresión. Se trata, para Putin, de un planteo inaceptable, que apunta a un compromiso en función de los cambios que se produzcan en el territorio. En este sentido refuerza la confrontación militar, bajo el disfraz de un intento de detener la masacre humanitaria. 
 Rusia, por su lado, ha anunciado una alteración de los objetivos militares, que ya no serían la ocupación de Kiev, la capital de Ucrania, y el reemplazo de Zelensky por un gobierno designado por Putin, sino completar la ocupación efectiva del este del país, en una línea que va desde el norte, Bielorrusia, al sur, los puertos del Mar Negro. En este caso también se trata de un reforzamiento de la guerra, dado que en esa zona se encuentra combatiendo la tercera parte del ejército de Ucrania. La modificación anunciada tampoco aleja la guerra en torno a Kiev y al oeste de Ucrania, porque liberaría tropas ucranianas para pelear en el oriente del país. 
 El impasse de la guerra, en lo que tiene que ver con el terreno, agudiza el enfrentamiento militar y acentúa también la crisis política en ambos bloques en guerra. El destino de Ucrania no se decide en sus fronteras, como pretenden algunos enfoques infantiles en la izquierda, sino en una guerra de alcance mundial. Tanto la Otan como Putin han admitido la posibilidad de recurrir, de acuerdo a las circunstancias, al uso de bombas nucleares ´tácticas´, con el curioso argumento de que su potencia destructiva sería inferior a la descargada sobre Japón en 1945. Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado norteamericana, acaba de admitir en el Senado del país, que EE. UU. tiene biolaboratorios secretos en Ucrania, que no estaba dispuesta a revelar. Esta amenaza suma poderosos factores para impulsar una movilización internacional contra las potencias que protagonizan un conflicto militar mundial -por “un cambio de régimen”, sí, a nivel mundial: el gobierno de los trabajadores y el establecimiento de repúblicas socialistas. 
 Aunque los gobiernos de la Otan han reafirmado que el ataque contra sus Estados sería respondido por toda la alianza, no han expresado una posición común para el caso de ataques ´aislados´, por ejemplo, contra convoyes que transporten armas para Ucrania o campos de entrenamiento y arsenales cerca de la frontera contra este país. Para quienes suponen que una guerra mundial no puede ser certificada hasta que no supere el territorio ucraniano, el requisito quedaría satisfecho. No advierten que la guerra es mundial en el campo de los ataques cibernéticos, que afectan la movilización de los aparatos militares que chocan en el terreno, y en el campo económico-político, porque golpean la capacidad de financiamiento de la guerra y del sustento económico de la industria y de la población. Las sanciones económicas han provocado una desorganización fabulosa del mercado mundial; crisis financieras de los Estados; hambre y hambrunas y, por supuesto, realineamientos políticos y militares internacionales. En España, el establecimiento de un ´cepo´ al precio de los derivados del trigo y el maíz ha desatado un levantamiento de los sectores agrarios. Un informe parlamentario prevé, en Gran Bretaña, un tarifazo de gas y luz del 50%, en abril, y otro 50%, en octubre; Alemania piensa cerrar sencillamente los grifos y racionar el consumo. El aumento del precio de los fertilizantes amenaza crear una inflación enorme de costos del agro, con el agravante de que su distribución se encuentra acaparada por tres pulpos internacionales. Si la guerra se prolonga, Rusia perdería, como consecuencia de las sanciones, el 15% del PBI. El informe que advierte acerca de esta perspectiva no señala lo que ocurriría si Biden impone “un cambio de régimen” y el Estado ruso entra en caos.
 La guerra ha dado ya sus primeros largos pasos en Asia, donde India y China actúan en común para prevenir la instalación de la Otan en el área Indo-Pacífico (algo por demás notable, cuando India integra una alianza con Japón, Australia y Estados Unidos). La califican como “tan peligrosa como la expansión a Europa del este”. India ha rechazado las sanciones contra Rusia y ha vuelto a descartar el dólar en su comercio recíproco; el rechazo es compartido por Brasil y Sudáfrica. China ha desarrollado un sistema de pagos independiente. Tampoco Israel boicotea a Rusia, para impedir que se desmorone el acuerdo de hecho que han alcanzado sobre Siria. Más allá de esto, Biden busca revitalizar la industria petrolera de Venezuela e Irán, para contrarrestar las consecuencias de las sanciones contra Rusia, pero necesita para ello el acuerdo de China y de Rusia, que son parte de los países garantes de un acuerdo energético con Irán. La economía mundial en su conjunto ha sido ´reseteada´ al ´modo´ guerra. El Citibank acaba de bloquear un pago de deuda de la siderúrgica rusa Severstal, para ponerla en situación de default, sin importar el perjuicio que significa para los acreedores internacionales. 
 Para el gobierno norteamericano (ver NYT, en Clarín, 26/3), “se agota la diplomacia” –una observación singular en medio de una guerra. Estados Unidos se ha venido preparando largamente para ella: “a lo que venimos haciendo para ayudarlos desde 2014, armas y entrenamiento” (The Washington Post, La Nación, 27/3). Antes de que se reúnan las condiciones para arribar a un compromiso diplomático, por fuerza inestable, la guerra se agravará en todos los terrenos en disputa con la intención, por cada parte, de mejorar sus cartas de negociación. Es un curso intolerable para el conjunto de la humanidad. Un sector de la prensa ve en la agudización de la guerra y del derrumbe económico un campo orégano para el fascismo en Europa y en Estados Unidos. 
 Para la izquierda internacionalista, en la que se inscribe Política Obrera, la prolongación de la guerra en el tiempo y la extensión de ella en la geografía, plantea una lucha de conjunto contra el imperialismo mundial y sus Estados. La Otan y EE. UU. representan, en esta guerra, al imperialismo mundial; es la fuerza animadora principal de esta guerra, en confrontación con un Estado potente militarmente, en apariencia, pero con el rango de cuarta o quinta potencia en el escenario histórico. La oligarquía rusa apila su capital en Londres –está más cerca de la Otan que de Moscú-. Putin ha fracasado en el propósito de reinsertar a Rusia en el mercado mundial y en Europa –el episodio final fue el bloqueo al funcionamiento del gasoducto NordStream2 -2.800 km de caño-, un intento por construir un eje económico con Alemania. Es una guerra por los espolios de Rusia, que solamente puede ser combatida por la unión internacional de los trabajadores, y no por el intento reaccionario y chovinista, como es el de Putin, de alcanzar el status de un imperialismo de comarca. 
 La guerra ha repuesto en el escenario histórico a la Revolución de Octubre de 1917, de un modo ´sui generis´. Al poner en discusión de nuevo el destino de un Estado tan peculiar como el ruso, resurgió la agenda de una unión de repúblicas independientes, atacada por Putin y repudiada por la Otan, que históricamente sólo pudo asegurar una revolución obrera y socialista. En la actualidad, la independencia de Ucrania está condicionada por la guerra entre la Otan del imperialismo mundial, por un lado, y la Rusia oligárquica, capitalista y autocrática, del otro. Solamente puede re-emerger como resultado de una victoria internacional de los trabajadores contra Washington, Bruselas y Moscú. En resumen, propugnamos la derrota de todos los Estados y gobiernos que impulsan, protagonizan y se alinean con esta guerra. 
 En las vísperas del aniversario de la guerra de Malvinas, ella también una guerra de la Otan, es muy oportuno señalar que Argentina y todo el Atlántico sur se encuentran envueltos y afectados por la guerra actual. Malvinas es hoy una plaza militar de la Otan contra China, que ha incorporado a varios países de Sudamérica a su red de inversiones y comercio conocida como Ruta de la Seda. Pretende un lugar en los puertos, como ya reclamó a Montevideo, y en el mar –pesca y petróleo-. Tiene a la segunda mayor cerealera de Argentina e intereses en Vaca Muerta. Esta configuración explica la aparición de la IV Flota norteamericana, destinada al Atlántico sur. El dislocamiento que ha provocado la guerra actual en Argentina es enorme; la coloca ante una declaración de default en tiempo inmediato, y la amenaza de una hiperinflación. Propugnamos, con mayor énfasis, en esta guerra: fuera el imperialismo yanqui, por una Unión Socialista de América Latina. 

 Jorge Altamira
 28/03/2022

sábado, 26 de marzo de 2022

Biden en Europa y la guerra que se extiende


Biden participó en cumbre de la Otan

 La presencia del presidente norteamericano en Europa tiene un significado muy especial que es necesario seguir con atención. La decisión de Joe Biden de desembarcar en el viejo continente en las puertas de la guerra forma parte de los planes de la Casa Blanca por redoblar la apuesta y avanzar en una escalada de mayor alcance contra Rusia y, de un modo más general, en los objetivos estratégicos del imperialismo. Esta decisión de Washington se alimentaría en la evidencia que el despliegue bélico de las fuerzas rusas está revelando un déficit de potencial militar que deja expuesta la debilidad del ejército putiniano. 
 Aunque los aterradores bombardeos contra las ciudades ucranianas aparezcan ante una primera mirada como la muestra del poderío de Rusia, millones de refugiados y desplazados, y edificios reducidos a escombros, están indicando, transcurrido un mes del inicio de la guerra, las sensibles falencias de la capacidad bélica rusa. El operativo relámpago que permitiera adueñarse rápidamente del país, que era el plan inicial ideado por Putin, fracasó y el conflicto se prolonga en el tiempo, y las fuerzas rusas se encuentran empantanadas en territorio ucraniano sin que se avizore un desenlace inmediato. Rusia no cuenta con la logística necesaria ni se preparó para un conflicto de larga duración. Las municiones y armamentos de precisión parecen escasear. El arsenal supermoderno del que se jacta Putin es acotado y lo que abunda es material bélico pero de tecnología más anticuada. Las bombas inteligentes, ya sean teleguiadas por láser o por GPS, que son moneda corriente hasta en los ejércitos occidentales más pequeños, escasean en las tropas rusas. Lo que predominan son las llamadas bombas tontas que son las que Putin viene lanzando contra Ucrania. Ante la escasez de armas guiadas de precisión, para sus ataques contra las ciudades ucranianas Rusia depende de cazabombarderos de vuelo relativamente bajo y piezas de artillería terrestre, que son blancos mucho más fáciles para la resistencia ucraniana, con las consecuentes bajas rusas. 
 Moscú, como lo han destacado diferentes analistas militares, está tropezando incluso con límites insalvables para usufructuar su superioridad aérea. El entrenamiento de los pilotos rusos deja mucho que desear, los cuales apenas “cumplen unas 100 horas de vuelo por año. Es lo que puede permitirse una economía de segunda, como la rusa. Cien horas de vuelo al año equivalen a un promedio de menos de 20 minutos por día (…) A pesar del inmenso gasto en aviones modernos, los generales rusos preferirían dejarlos como amenaza en tierra que mandarlos a la batalla piloteados por incompetentes” (La Nación, 22/3). 
 Pero, además, el entusiasmo de la Casa Blanca se apoya en que la gira de Biden ocurre justo cuando las tropas ucranianas, fuertemente asistidas por Occidente, han logrado no solo impedir que las tropas de Putin tomen las principales ciudades del país sino recuperar territorios en algunos lugares puntuales. En el análisis no se puede soslayar la resistencia que viene abriéndose paso en el campo ucraniano que no estaba en los cálculos del Kremlin y que ha logrado involucrar a la población civil y cuya moral ha ido creciendo con el correr de las semanas.
 En definitiva, la invasión de Rusia se ha visto obstaculizada desde el principio por problemas logísticos, fallas de estrategia, baja moral de las tropas y una incapacidad para articular de manera efectiva las campañas terrestres, marítimas y aéreas. A la par de ello, asistimos a una reacción ascendente del lado ucraniano. Los límites en el campo militar no pueden sustraerse al hecho del retroceso económico de Rusia que ha pasado a ser una potencia de segunda orden, con un PBI menor que el de Brasil. El presupuesto militar ruso, a pesar del empeño puesto por el mandatario ruso en los últimos años, es apenas la duodécima parte del que invierte Estados Unidos. La vulnerabilidad militar ha puesto más al descubierto la vulnerabilidad económica. 

 Los planes del imperialismo 

En este contexto hay que ubicar la opción que se está barajando en Washington de acentuar aún más la contienda bélica. De modo tal que la hipótesis de una prolongación de las hostilidades no proviene solo del lado ruso sino del lado occidental y en particular del norteamericano. “A partir de los intereses geopolíticos occidentales” que apuntan a “encapsular a Rusia y de modo esencial complicar o aún detener el desarrollo e influencia competitiva de China. Desde el fin de la Guerra Fría esta es la mayor oportunidad que le ha surgido a Estados Unidos para regresar a la cabecera de la mesa e imponer su liderazgo económico y comercial y por lo tanto político al resto del mundo” (Clarín, 22/3). 
 Obviamente, el gran pato de la boda serían las masas ucranianas, que están llamadas a soportar un baño de sangre y sufrimientos aún mayores. Están a la vista las atrocidades que viene llevando adelante el ejército ruso. A Putin no le tiemblan las manos en estos ataques despiadados, como lo ha probado la carnicería contra el pueblo checheno o, más recientemente, su intervención contra la rebelión en Kazajistán. Pero, al mismo tiempo, el agravamiento y prolongación de la guerra ucraniana que se vislumbra terminará de sacarle la careta al imperialismo y echar luz frente a la opinión pública ucraniana y mundial de la hipocresía y el cinismo de las principales metrópolis capitalistas que les interesa un bledo la suerte y el destino del pueblo ucraniano que viene siendo utilizado como carne de cañón -al igual que el resto de los pueblos de Europa del Este- para un avance económico, diplomático y militar imperialista en la región, que ha ido de la mano de la expansión de la Otan. Zelenski viene utilizando el sentimiento de defensa nacional que despierta la agresión militar rusa en el pueblo ucraniano para reforzar este alineamiento con las potencias occidentales, o sea, una manipulación política de la población de carácter proimperialista.
 La agresión rusa, que responde a los apetitos e intereses de una oligarquía y camarilla restauracionista y debe ser condenada sin vacilaciones, no nos debe hacer olvidar la responsabilidad primordial del imperialismo mundial, empezando por EE.UU. y la Unión Europea en este conflicto y que se expresa en una colonización del exespacio soviético en todo los planos y que apunta sus cañones contra Rusia. En las grandes catástrofes humanitarias -como la sufrida en Irak, Siria, Libia o la del pueblo palestino, solo para enumerar algunas de la últimas-, está la mano del imperialismo. En el concierto mundial, Rusia hoy ha quedado reducida a un papel de segundo violín que, por supuesto, no se priva de oprimir brutalmente a las naciones que han quedado bajo su tutela y ejercer una represión despiadada dentro de sus propias fronteras.
 Biden viaja a Europa para alinear a sus aliados en la perspectiva de un golpe de mayor envergadura contra Rusia. Entre las medidas que contempla figuraría interrumpir las importaciones del gas ruso a Europa, un reforzamiento de la asistencia militar y mayores represalias económicas. No hay antecedentes de sanciones económicas de estas dimensiones en el mundo como las que ha adoptado la coalición de la Otan, salvo sobre países más marginales. Las sanciones económicas con motivo de la ocupación de Crimea dispuestas desde 2014 tuvieron su impacto que se arrastra hasta el día de hoy, provocando un retroceso económico de Rusia. El erario público ruso tuvo que soportar una sangría de varios miles de millones de dólares cuya contrapartida fue un recorte en el gasto público y en primer lugar en las jubilaciones. Las sanciones actuales ya se calcula que podrían provocar una retracción del PBI del 10 y hasta el 15%. La decisión de excluir a Rusia del sistema de pagos internacionales (Swift) trae aparejado un bloqueo al sistema bancario y de un modo general de todas las transacciones económicas y comerciales. El rublo se devaluó más de un 30% y se ha dispuesto un virtual corralito que se desarrolla en medio de una fuga de capitales, corrida cambiaria y un derrumbe accionario. La población rusa, cuyos ingresos mayoritarios son en moneda local, está sufriendo un serio golpe a su bolsillo, al que se une la amenaza de cierre de las filiales de compañías extranjeras que han decidido cesar sus operaciones en territorio ruso. 
 ¿Hasta qué punto puede Putin resistir este asedio? Hay quienes señalan que el Kremlin tiene una margen de maniobra -entre ellos un caudal de reservas, aunque parte de ellas han quedado bloqueadas- para hacer frente a las represalias. Pero todo esto se complica a medida que pasan las semanas. Sostener económica y militarmente la guerra e incluso una ocupación representan cifras siderales que no tienen comparación con lo de Crimea, que ya provocó un agujero. 
 Si el Kremlin logra dividir el país y colocar un gobierno títere en lo que quede de Ucrania, en la parte occidental, eso no podría funcionar sin una fuerte presencia militar permanente. Moscú carece de esas posibilidades, incluso económicas. Menos ahora que su PBI se ha derrumbado. 
 En un reciente informe, citado por The Economist, la Otan concluyó que los ocupantes necesitarían de 20 a 25 soldados cada mil ucranianos. Pero Rusia apenas superaría los cuatro. Este panorama está llamado a tener una traducción en el plano social y político. La recesión unida a la inflación se va a empezar a sentir con virulencia, pasado el primer mes y proporcionalmente a ello, a que crezca el descontento en la población. 
 La oposición en Rusia, que hoy se circunscribe más a un círculo intelectual y de clase media, puede extenderse a las capas más pobres, en las filas de los trabajadores. Por más que pretenda ser silenciado por las autoridades, los ataúdes de millares de soldados rusos que han perdido sus vidas que ya se constatan y que está creciendo van a hacer sentir y conmover la opinión pública. Por otra parte, las sanciones ya han metido su cuña entre los oligarcas rusos, que quieren que la guerra termine por poner en peligro sus negocios y sus patrimonios. Esta oligarquía nativa que se ha ido conformando desde la disolución de la URSS es la principal base de sustentación del gobierno ruso. La reciente diatriba de Putin contra los “traidores” es una señal que esa base se está erosionando. 

 Perspectivas 

Washington está cada vez más tentado a no desperdiciar esta chance en la actual coyuntura. Infligirle un golpe e incluso forzar una alteración política en Rusia sería un antecedente muy importante para luego ir por China. Por lo pronto, EE.UU. ha redoblado sus presiones sobre el gigante asiático para que no otorgue ayuda militar al Kremlin. Pekín hasta ahora se ha abstenido en ese sentido. Ni que hablar que eso permitiría restablecer un liderazgo en Occidente que ha perdido y, a caballo de ello, darle un nuevo aliento al gobierno de Biden que viene a los tumbos y está muy devaluado. 
 Pero la movida que estaría pergeñando no significa que el imperialismo yanqui tenga la vaca atada ni mucho menos. Hay que ver cuál es la disposición de los países europeos, en primer lugar de Alemania, para embarcarse en una profundización de la escalada. Hasta ahora, las importaciones del gas ruso en el viejo continente se mantienen normalmente. Los bancos asociados al pago de estas operaciones han quedado excluidos de las sanciones. Esto le otorga a Moscú divisas que permiten atenuar la asfixia económica y su disponibilidad de moneda fuerte. Pero, por sobre todas las cosas, colocar un pie en el acelerador de la guerra choca con los peligros y condicionamientos que impone la crisis mundial capitalista. La guerra de Ucrania ya ha acelerado las tendencias inflacionarias y ha puesto en jaque el repunte económico de 2021 posterior a la pandemia; con más razón, un escenario de conflicto bélico extendido y agravado en el tiempo puede provocar una situación ingobernable y la perspectiva de una crisis financiera, derrumbe bursátil y hundimiento y dislocación de la economía mundial. Esta amenaza está presente en el debate en las esferas del poder económico y político, empezando por los gobiernos y las autoridades de los bancos centrales. 
 Con independencia de la variante más inmediata que prevalezca, lo cierto es que el escenario bélico mundial se ha agravado. No estamos simplemente ante una réplica de lo ocurrido con los conflictos anteriores, que si bien tenían una proyección internacional todavía asumían un carácter regional. La guerra ahora tiene como teatro de operaciones a la propia Europa. El choque es directo entre Rusia y la Otan. En este caso, Zelenski opera como un brazo de esta última. Estamos ante un salto en la situación internacional que nos acerca a un escenario de guerra mundial. Ucrania es simplemente un botín de guerra y prenda de negociación entre los actores principales del conflicto. La autodeterminación nacional de Ucrania es sacrificada en el altar de los intereses geopolíticos de la Otan y Moscú. La guerra y la catástrofe humanitaria que traerá aparejada plantea en forma más perentoria que antes la necesidad de una acción común de los trabajadores de Ucrania, Rusia y de todo el mundo. Es necesaria la unidad de los trabajadores ucranianos del este y el oeste junto a los trabajadores rusos para poner fin a este baño de sangre. Llamamos a oponerle a la lucha fratricida la solidaridad y confraternización de los pueblos de ambos bandos y extender esta prédica en todos los terrenos y también en los campos de batalla. El enemigo no es el pueblo vecino sino los regímenes y gobiernos y sus agentes locales artífices y responsables de esta guerra. Fuera la Otan. Abajo Putin. Cese de los bombardeos y de la invasión militar rusa. Por gobiernos de trabajadores. Por una Ucrania independiente, unida y socialista, en el marco de los Estados unidos socialistas de Europa, incluyendo Rusia. 

 Pablo Heller

10 claves para entender el conflicto entre Rusia y Ucrania


Tras la pandemia, el mundo cambia ante nuestros ojos a velocidades aceleradas. La guerra entre Rusia por un lado, y Estados Unidos y la OTAN por otro, con Ucrania como teatro de operaciones, y expresada de manera distorsionada en los medios tradicionales, pero sobre todo, en las redes sociales, anuncia la consolidación de un nuevo orden geopolítico global. 

 Hoy, la comunidad internacional (es decir, la triada conformada por Estados Unidos, la Unión Europea y Japón) condena los bombardeos rusos como nunca antes condenó las “intervenciones humanitarias” en Kosovo, Afganistán, Libia, Yemen, Sahara o Palestina. Al mismo tiempo que seguimos en tiempo real las muertes en Ucrania, se producen las mismas muertes o más en Irak, Yemen, Siria, Mali, Nigeria, República Democrática del Congo, Somalia o Burkina Faso, asesinatos que al parecer, por no compartir el mismo color de piel o religión, al “mundo libre” parecen no importarle.
 Quizás también tenga algo que ver el hecho de que entre Rusia y Ucrania suman el 80% del comercio mundial de aceite de girasol, y son el primer y tercer exportador mundial de trigo, especialmente una Rusia que es la primera exportadora de gas y paladio, metal clave para la industria automovilística, además de la segunda en petróleo, carbón o potosa, un fertilizante clave para la (agro)industria global. 
 Y sin embargo, lo que está sucediendo era algo previsible desde que tras la desintegración de la Unión Soviética, Boris Yeltsin, quien no era precisamente un enemigo de Estados Unidos, predijo una “paz fría” para Europa si continuaba la expansión hacia el este de la OTAN.
 Lo paradójico, o no, es que la comentocracia que hoy ataca a Rusia es la misma que en su momento defendió el accionar de Estados Unidos ante la “crisis de los misiles” en Cuba, o justificaba la invasión de Irak por la existencia de armadas de destrucción masiva que nunca pudieron ser encontradas. Más recientemente, tampoco recuerdo columnas de preocupación por los Derechos Humanos cuando Estados Unidos, que nunca firmó el Estado de Roma (precursor de la Corte Penal Internacional) quiso sancionar la CPI por atreverse a investigar los crímenes de guerra cometidos en Afganistán. 
 Esta columna no pretende justificar ninguna invasión, pero sí explicar por qué suceden las cosas que suceden en un mundo distorsionado por los intereses mediáticos de las élites políticas y económicas. Van por tanto 10 claves para entender el conflicto actual: 
 1. La historia. Cuatro de las principales ciudades soviéticas que combatieron, y derrotaron al ejército nazi, están en Ucrania: Kiev, Sebastopol, Odesa y Kerch. Hoy, Ucrania es el segundo país de la ex Unión Soviética, tras Rusia, en población, y ocupa una posición geopolítica clave en el Mar Negro. La población de origen ruso es la minoría étnica más grande de Ucrania y la diáspora más grande fuera de Rusia, siendo mayoría en la península de Crimea y el Dombás (Donetsk y Lugansk), que representa alrededor del 10% de la población y el 20% del PIB de Ucrania. 
 2. Recursos naturales y energía nuclear. Ucrania es la séptima potencia mundial nuclear con 15 reactores y 13GW de potencia y atraviesan por su territorio 3 grandes gasoductos (Brotherhod, Soyuz y Yamal) que alimentan de gas a todo el este de Europa. Es importante señalar que el 40% del gas que importa la Unión Europea es ruso, y que el Ministro de Economía alemán ha señalado que podrían terminar con la dependencia alemana del carbón ruso a finales de 2022, y la del petróleo en 2023, pero que es imposible dejar de depender del gas ruso. 
 3. De la Revolución Naranja (2004) al Euromaidan (2013). Marx decía que la historia siempre se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. En dos momentos de la reciente historia política ucraniana se ha puesto en marcha la estrategia de golpe blando teorizada por Gene Sharp, con el apoyo de los servicios de inteligencia occidentales, para derrocar gobiernos pro rusos e instalar gobiernos proclives al ingreso de Ucrania en la OTAN, lo que ampliaría las bases militares hasta uno de los corazones de la frontera rusa. No hubo protestas “espontaneas”, como no fueron espontáneos los conflictos que desangraron Libia o Siria en fechas recientes. Más aún, a partir del Euromaidan, se consolidó la presencia de grupos neonazis paramilitares. 
4.  Zelensky. El cómico devenido en político ha venido construyendo una narrativa donde se convierte en el héroe que enfrenta al malvado Putin. Pero no debemos olvidar que en un país donde ya el Partido Comunista de Ucrania estaba ilegalizado, y donde el propio Zelensky había ordenado en 2021 arrestar a Medvedchuk, líder de la principal oposición parlamentaria, pro rusa, se acaban de proscribir once (11) partidos políticos Partido Sharia, Nuestro, Oposición de Izquierda, Unión de Fuerzas de Izquierda, Estado, Partido Socialista Progresista de Ucrania, Partido Socialista de Ucrania, Socialistas, Bloque de Vladimir Saldo, o Plataforma de Oposición – Por la Vida, un partido socialdemócrata que con 44 parlamentarios, era el más grande de la oposición.
 5. Putin. El Presidente de Rusia es caricaturizado en los medios occidentales como un ex espía malvado que se ha equivocado en su estrategia con Ucrania, imagen de manual en cualquier conflicto armado. Pero antes de criticar su estrategia de Si vis pacen parabellum (en latín, si quieres la paz, prepárate para la guerra), deberíamos repasar la historia reciente y sus victorias militares en Chechenia, Georgia, Crimea y Siria. Todo parece indicar que esta guerra también la va a ganar, y su victoria no sería solo la derrota de Zelensky, sino de Estados Unidos, la OTAN, y la Unión Europea. 
 6. Crimea y Dombás. Ya decían en la antigua Grecia que la primera víctima de la guerra, es la verdad. Es por eso que nunca vimos en los medios de comunicación masivos el genocidio cometido por el ejército ucraniano y diferentes grupos paramilitares neonazis contra la población civil pro rusa en Donetsk y Lugansk. Según diversas fuentes, al menos 14.000 civiles habrían sido asesinados en el Dombás durante la última década.
 7. Unión Europea. Y si la verdad ha sido la primera víctima de esta guerra, la Unión Europea ha sido la primera derrotada en el conflicto de Ucrania. Su hipocresía ha quedado al desnudo. Abren las puertas con promesa de regularización a los migrantes ucranianos, blancos y de ojos azules, mientras se las cierran a los migrantes africanos o de Medio Oriente. En la Europa de las libertades no está permitido protestar por el encarcelamiento de Julian Assange, mientras censuran y sacan del aire a las agencias de noticias rusas como Russia Today o Sputnik; en pleno 2022 nos dictan a la ciudadanía cómo y a través de quien debemos informarnos. Por no hablar de la hipocresía que supone “sancionar” a Rusia pero excluyendo de las sanciones la energía rusa o los productos de lujo europeos. Eso sí, Alemania aprovecha el conflicto para invertir 100.000 millones de euros en potenciar su propio complejo industrial-militar.
 8. China. Agazapado, el gigante asiático no olvida que en 1999 su Embajada en Belgrado, la antigua Yugoslavia, fue atacada “por error” con misiles de la OTAN, con un saldo de 3 periodistas chinos asesinados. No olvida tampoco que Occidente pudiera aprovechar este conflicto para avanzar en el reconocimiento de la soberanía de Taiwán, ni que por Rusia pasan las nuevas rutas de la seda. Si ya Kissinger y Brzezinski, el principal geopolítologo de quienes gobiernan en Estados Unidos, es decir, Wall Street y el complejo industrial-militar, avisaron de que el principal peligro para la hegemonía estadounidense era una unión entre Rusia, China e Irán, no cabe duda de que ahora serán los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) quienes rescatarán a Rusia de las sanciones impuestas por la autodenominada comunidad internacional. 
 9. Negociaciones de paz. Parece, por lo que se filtra de las negociaciones en Turquía, que estamos cerca de un alto el fuego bilateral, que podría llevar en el futuro a un acuerdo sobre el estatus de neutralidad para Ucrania y el compromiso de no adhesión a la OTAN. En realidad, la ofensiva militar de Rusia y la ocupación del territorio nunca han tenido la voluntad de ser permanentes, sino de garantizar que la retirada será a cambio de cerrar el debate sobre la OTAN en Ucrania. Encima de la mesa también, el reconocimiento de Crimea y Dombás, pero se podría encontrar un punto de acuerdo intermedio en la desmilitarización de Ucrania para impedir que se repita lo sucedido entre 2014 y 2022, 8 años en los que Estados Unidos ha financiado el bombardeo de civiles en Donetsk y Lugansk, mediante la inversión de 5.000 millones de dólares en armamento, equipo e instrucción militar. 
 10. Es la geopolítica, estúpido. En un momento en que parecía que nos iba a matar el cambio climático y no una guerra mundial nuclear, es necesario recordar la resolución de la CELAC (La Habana, 2014) declarando a América Latina zona de paz. Pero tampoco se nos puede olvidar que en un momento de inflación global de la economía, un conflicto armado que va a elevar los precios de todos los productos, desde el níquel al pan, pasando por el petróleo, solo le beneficia al complejo militar estadounidense, que ahora ya no considera que Venezuela sea un “peligro para la seguridad nacional de los Estados Unidos” como declaran las ordenes ejecutivas de Obama primero, y Trump después, por puro interés de un petróleo que tiene a 3 días de sus costas atravesando el Caribe en lugar de a mes y medio de negación desde el Golfo Pérsico. 
 Volviendo a Brezinski: “El despertar político global es históricamente anti imperial, políticamente antioccidental y emocionalmente antinorteamericano en dosis crecientes. Este proceso está originando un gran desplazamiento del centro de gravedad mundial, lo que, a su vez, está alterando la distribución global de poder con implicaciones muy importantes de cara al papel de EEUU en el mundo”. A pesar del bombardeo mediático anti ruso de los medios pro occidentales, en este conflicto puede terminar de sepultarse la hegemonía militar y geopolítica de Estados Unidos y la OTAN. 

 Katu Arkonada | 24/03/2022

jueves, 24 de marzo de 2022

Guevara: instantáneas, flashes, momentos | con Paco Ignacio Taibo II


24M: Acto del Encuentro Memoria Verdad y Justicia // Plaza de Mayo


Zelenski, un amigo de la Otan y la extrema derecha


El presidente ucraniano Volodímir Zelenski prohibió este fin de semana once formaciones políticas durante todo lo que reste de la ley marcial, acusándolas de vínculos con Rusia. Entre los proscriptos figura la Plataforma de Oposición por la Vida, uno de los principales partidos del país, que cuenta con 43 diputados. También fueron ilegalizados la Oposición de Izquierda, la Unión de Fuerzas de Izquierda y el Partido Socialista de Ucrania, entre otros. 
 Repasando la trayectoria de Zelenski y los últimos años de la historia ucraniana, veremos que no estamos ante una decisión excepcional forzada por la invasión de Vladimir Putin. Solo digamos, a modo de anticipo, que en 2015 ya había sido prohibido el Partido Comunista de Ucrania. 

 La llegada al poder 

Zelenski, un productor televisivo, accedió al poder en 2019 con la formación Servidor del Pueblo, cuyo nombre reproduce el de una serie televisiva en la que el actual mandatario interpreta a un profesor de historia que se convierte en presidente, tras denunciar la corrupción reinante en el país.
 Al igual que su personaje, Zelenski hizo campaña con las banderas de la transparencia, pero también denunciando las bajas jubilaciones, el empobrecimiento acelerado del país en las últimas décadas y una serie de fracasos del entonces presidente Petro Porochenko (un oligarca conocido como el “magnate del chocolate”) en la guerra contra los rebeldes del Donbas, que habían proclamado su independencia en las regiones de Donetsk y Lugansk. 
 Otro de sus ejes programáticos fue el de acelerar la carrera para la incorporación del país a la Otan y a la Unión Europea, con la que ya se había puesto en marcha un tratado de asociación económica a partir de 2016. Ese tratado estuvo en el centro de la crisis abierta dos años antes, cuando el entonces presidente Viktor Yanukóvich, afín a Moscú, se negó a suscribirlo y en su lugar se dispuso a firmar un acuerdo alternativo con Rusia, lo que desató masivas manifestaciones que coparon la Plaza Maidan de Kiev. 
 Esas manifestaciones, reivindicadas por Zelenski, fueron bien heterogéneas. Había desde sectores populares justamente indignados con los oligarcas en el poder y con el crecimiento de la pobreza, hasta grupos de choque de la extrema derecha. Zelenski ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2019 y venció a Porochenko en el ballotage con más del 70% de los votos. Pero recién consolidó su poder en las elecciones parlamentarias de ese mismo año, cuando una amplia victoria le permitió quedarse con una mayoría absoluta de 254 escaños -sobre un total de 424- en la llamada Rada Suprema. 
 Inicialmente, se especuló con que Zelenski pudiera llegar a un acuerdo con los rebeldes del Donbas (para entonces la guerra ya había dejado miles de muertos), por medio de negociaciones directas con Rusia, de ascendente sobre los líderes del Donetsk y Lugansk. Pero conforme avanzó su gestión, esta perspectiva se fue diluyendo. 

 Con el Fondo y la Unión Europea

 Zelenski continuó las políticas de sometimiento al FMI de su predecesor en el cargo y de apertura al gran capital extranjero. En junio de 2020, firmó un acuerdo stand-by con el organismo financiero por 5 mil millones de dólares, a otorgar en sucesivos tramos, condicionado al cumplimiento de ciertas metas. Para destrabar el envío de noviembre pasado, Kiev debió presentar un memorándum con metas de déficit fiscal (no más de 3,5% del PBI en 2022) y el compromiso de privatización de dos bancos. Un poco antes, el parlamento aprobó una ley para facilitar la venta de tierras en una mayor escala, un codiciado botín para el gran capital debido a la amplia extensión geográfica de Ucrania.
 Como parte de las reformas reclamadas por la UE y el Fondo, Zelenski asumió también el compromiso de una política de “desoligarquización” del país, tendiente a barrer -en favor del capital imperialista- con los empresarios que se enriquecieron con el remate del patrimonio público de la época soviética. Sin embargo, hay quienes apuntan a que la campaña presidencial de Zelenski fue financiada por Igor Kolomoisky, una de las diez mayores fortunas del país -en Ucrania es inconcebible la política patronal sin el financiamiento de esos popes.

 La extrema derecha 

A medida que fue creciendo su confrontación con Moscú, Zelenski fue tejiendo lazos con las formaciones de extrema derecha, de impronta rusófoba. Estos grupos, acusados de crímenes de guerra en el Donbas, se referencian en Stepan Bandera, un líder nacionalista que colaboró con los nazis en los tiempos de la segunda guerra mundial, y cuyo grupo está acusado de crímenes masivos contra polacos y judíos. 
 Tienen en su haber hechos tremendos como el ataque a la Casa de los Sindicatos en Odesa, en el que 42 civiles murieron quemados vivos en 2014. El presidente ucraniano, devenido héroe occidental, fue blanqueando a algunos de los líderes fascistas en el último tiempo. En diciembre de 2021, le entregó la orden de Héroe de Ucrania a Dmytro Kotsyubaylo, comandante de Sector Derecho (Telesur, 10/3). Ya con la invasión en marcha, designó como gobernador de Odesa a Maksym Marchenko, un excomandante del Batallón Aidar (The Grayzone, 6/3). En el caso del Batallón Azov y el Batallón Donbas, están directamente integrados a las fuerzas regulares (Télam, ídem).
 En favor de Zelenski, se puede decir que no es un iniciador. El Batallón Azov, que pelea actualmente contra Rusia, fue impulsado en forma directa por el Ministerio del Interior en mayo de 2014 como un servicio de patrulla policial. Su edificio de reclutamiento fue cedido por el Ministerio de Defensa (ídem). El ascenso de estas agrupaciones fue a la par de una campaña estatal contra la cultura rusa, cuyo idioma es hablado por el 30% de la población. 
 Los lazos de los grupos fascistas con el aparato estatal explican que en diciembre de 2021, Ucrania fuera (junto a Estados Unidos) el único país del mundo que votó en contra de una moción rusa en una asamblea general de Naciones Unidas que condenaba la “glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que promuevan el racismo, la xenofobia y la intolerancia” (ídem).
 El régimen ucraniano, financiado militarmente por la Otan, tiene estas características reaccionarias. La invasión de Ucrania por parte de Putin, en tanto, acentúa los sufrimientos del pueblo ucraniano y la división de los explotados.
 Abajo la guerra. Fuera la Otan del este europeo, fuera Putin de Ucrania. Por una Ucrania unida, independiente y socialista.

Gustavo Montenegro
   

Zelenski, un amigo de la Otan y la extrema derecha


El presidente ucraniano Volodímir Zelenski prohibió este fin de semana once formaciones políticas durante todo lo que reste de la ley marcial, acusándolas de vínculos con Rusia. Entre los proscriptos figura la Plataforma de Oposición por la Vida, uno de los principales partidos del país, que cuenta con 43 diputados. También fueron ilegalizados la Oposición de Izquierda, la Unión de Fuerzas de Izquierda y el Partido Socialista de Ucrania, entre otros. 
 Repasando la trayectoria de Zelenski y los últimos años de la historia ucraniana, veremos que no estamos ante una decisión excepcional forzada por la invasión de Vladimir Putin. Solo digamos, a modo de anticipo, que en 2015 ya había sido prohibido el Partido Comunista de Ucrania. 

 La llegada al poder 

Zelenski, un productor televisivo, accedió al poder en 2019 con la formación Servidor del Pueblo, cuyo nombre reproduce el de una serie televisiva en la que el actual mandatario interpreta a un profesor de historia que se convierte en presidente, tras denunciar la corrupción reinante en el país.
 Al igual que su personaje, Zelenski hizo campaña con las banderas de la transparencia, pero también denunciando las bajas jubilaciones, el empobrecimiento acelerado del país en las últimas décadas y una serie de fracasos del entonces presidente Petro Porochenko (un oligarca conocido como el “magnate del chocolate”) en la guerra contra los rebeldes del Donbas, que habían proclamado su independencia en las regiones de Donetsk y Lugansk. 
 Otro de sus ejes programáticos fue el de acelerar la carrera para la incorporación del país a la Otan y a la Unión Europea, con la que ya se había puesto en marcha un tratado de asociación económica a partir de 2016. Ese tratado estuvo en el centro de la crisis abierta dos años antes, cuando el entonces presidente Viktor Yanukóvich, afín a Moscú, se negó a suscribirlo y en su lugar se dispuso a firmar un acuerdo alternativo con Rusia, lo que desató masivas manifestaciones que coparon la Plaza Maidan de Kiev. 
 Esas manifestaciones, reivindicadas por Zelenski, fueron bien heterogéneas. Había desde sectores populares justamente indignados con los oligarcas en el poder y con el crecimiento de la pobreza, hasta grupos de choque de la extrema derecha. Zelenski ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2019 y venció a Porochenko en el ballotage con más del 70% de los votos. Pero recién consolidó su poder en las elecciones parlamentarias de ese mismo año, cuando una amplia victoria le permitió quedarse con una mayoría absoluta de 254 escaños -sobre un total de 424- en la llamada Rada Suprema. 
 Inicialmente, se especuló con que Zelenski pudiera llegar a un acuerdo con los rebeldes del Donbas (para entonces la guerra ya había dejado miles de muertos), por medio de negociaciones directas con Rusia, de ascendente sobre los líderes del Donetsk y Lugansk. Pero conforme avanzó su gestión, esta perspectiva se fue diluyendo. 

 Con el Fondo y la Unión Europea

 Zelenski continuó las políticas de sometimiento al FMI de su predecesor en el cargo y de apertura al gran capital extranjero. En junio de 2020, firmó un acuerdo stand-by con el organismo financiero por 5 mil millones de dólares, a otorgar en sucesivos tramos, condicionado al cumplimiento de ciertas metas. Para destrabar el envío de noviembre pasado, Kiev debió presentar un memorándum con metas de déficit fiscal (no más de 3,5% del PBI en 2022) y el compromiso de privatización de dos bancos. Un poco antes, el parlamento aprobó una ley para facilitar la venta de tierras en una mayor escala, un codiciado botín para el gran capital debido a la amplia extensión geográfica de Ucrania.
 Como parte de las reformas reclamadas por la UE y el Fondo, Zelenski asumió también el compromiso de una política de “desoligarquización” del país, tendiente a barrer -en favor del capital imperialista- con los empresarios que se enriquecieron con el remate del patrimonio público de la época soviética. Sin embargo, hay quienes apuntan a que la campaña presidencial de Zelenski fue financiada por Igor Kolomoisky, una de las diez mayores fortunas del país -en Ucrania es inconcebible la política patronal sin el financiamiento de esos popes.

 La extrema derecha 

A medida que fue creciendo su confrontación con Moscú, Zelenski fue tejiendo lazos con las formaciones de extrema derecha, de impronta rusófoba. Estos grupos, acusados de crímenes de guerra en el Donbas, se referencian en Stepan Bandera, un líder nacionalista que colaboró con los nazis en los tiempos de la segunda guerra mundial, y cuyo grupo está acusado de crímenes masivos contra polacos y judíos. 
 Tienen en su haber hechos tremendos como el ataque a la Casa de los Sindicatos en Odesa, en el que 42 civiles murieron quemados vivos en 2014. El presidente ucraniano, devenido héroe occidental, fue blanqueando a algunos de los líderes fascistas en el último tiempo. En diciembre de 2021, le entregó la orden de Héroe de Ucrania a Dmytro Kotsyubaylo, comandante de Sector Derecho (Telesur, 10/3). Ya con la invasión en marcha, designó como gobernador de Odesa a Maksym Marchenko, un excomandante del Batallón Aidar (The Grayzone, 6/3). En el caso del Batallón Azov y el Batallón Donbas, están directamente integrados a las fuerzas regulares (Télam, ídem).
 En favor de Zelenski, se puede decir que no es un iniciador. El Batallón Azov, que pelea actualmente contra Rusia, fue impulsado en forma directa por el Ministerio del Interior en mayo de 2014 como un servicio de patrulla policial. Su edificio de reclutamiento fue cedido por el Ministerio de Defensa (ídem). El ascenso de estas agrupaciones fue a la par de una campaña estatal contra la cultura rusa, cuyo idioma es hablado por el 30% de la población. 
 Los lazos de los grupos fascistas con el aparato estatal explican que en diciembre de 2021, Ucrania fuera (junto a Estados Unidos) el único país del mundo que votó en contra de una moción rusa en una asamblea general de Naciones Unidas que condenaba la “glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que promuevan el racismo, la xenofobia y la intolerancia” (ídem).
 El régimen ucraniano, financiado militarmente por la Otan, tiene estas características reaccionarias. La invasión de Ucrania por parte de Putin, en tanto, acentúa los sufrimientos del pueblo ucraniano y la división de los explotados.
 Abajo la guerra. Fuera la Otan del este europeo, fuera Putin de Ucrania. Por una Ucrania unida, independiente y socialista.

Gustavo Montenegro
   

miércoles, 23 de marzo de 2022

Las protestas en el mundo ante el aumento en los combustibles y los alimentos


Protesta en Albania. 

 La guerra en Ucrania es un factor de agravamiento de la crisis económica mundial. Lo ha reconocido en un reciente informe el Fondo Monetario Internacional (FMI), al alertar que “toda la economía mundial sufrirá los efectos de un crecimiento más lento y una inflación más rápida”. Rusia y Ucrania son grandes productores de trigo (representan el 25% de las exportaciones internacionales) y de fertilizantes, por lo que el conflicto armado empuja al alza los precios internacionales de los mismos. Rusia es, además, un importante productor de gas y de petróleo, y por Ucrania pasan algunos de los gasoductos que lo transportan al resto de Europa. 
 Las consecuencias sociales del salto inflacionario global ya empiezan a saltar a la vista. La semana pasada, hubo manifestaciones en Sudán, cuna de la segunda primavera árabe, en rechazo al aumento de los precios del pan, el transporte y la electricidad. En Jartum, la capital, las fuerzas de seguridad reprimieron las protestas. En la ciudad de Atbara, los ferroviarios iniciaron una huelga por tiempo indefinido por el cobro de sueldos adeudados. Está bloqueada una ruta que une el país con Egipto. Desde la llegada al poder de al Burhan, en octubre pasado, se duplicó el precio de la gasolina, en el marco de un recorte creciente de los subsidios (SwissInfo, 20/3). La carestía se transforma en un nuevo elemento movilizador contra la junta militar.
 A su vez, en Nasiriyah, en el sur de Irak, cientos de personas marcharon contra el aumento del pan y el aceite para cocinar. Es una de las ciudades que más se movilizó durante la rebelión de 2019.
 Varios países de Medio Oriente y el norte de Africa dependen directamente del trigo de los países en conflicto, como el Lïbano -sumido ya en una profunda crisis económica- y Egipto. En el informe que ya señalamos del FMI, se advierte sobre un crecimiento de la “inseguridad alimentaria” en la región y la posibilidad de nuevos “disturbios” sociales, a poco más de una década de la primera primavera que sacudió a Túnez, Egipto y otros países. 
 El 16 de marzo, hubo una movilización en Colombo, la capital de Sri Lanka, reclamando la salida del primer ministro Gotabaya Rajapaksa. Fue convocada por uno de los principales partidos de oposición. El conflicto armado en Ucrania profundiza la crisis económica local. Con sus reservas internacionales exánimes, la isla del Indico afronta dificultades para el pago de la deuda y la importación de combustibles. Se ha cerrado el ingreso de algunos productos desde el extranjero (autos, ciertas frutas) y escasean la leche en polvo, el gas para cocinar y algunos medicamentos. El gobierno devaluó la moneda a mediados de mes y subió la tasa de interés, mientras intenta llegar a un acuerdo con el FMI. También explora la asistencia económica de China e India. 
 En Albania, este fin de semana se cumplieron ocho días de protestas contra el gobierno del primer ministro Edi Rama, en medio de un aumento imparable de la nafta, la harina y el aceite de cocina. Los manifestantes reclaman la suspensión temporal del IVA y otros impuestos, una actualización mensual de los salarios y una mayor asistencia social para los sectores más perjudicados por la crisis. El gobierno, alineado con la Otan, acusó a los manifestantes de ser funcionales al líder ruso Vladimir Putin. En Albania, la alianza atlántica está construyendo su primera base aérea en los Balcanes occidentales.
 Las movilizaciones en curso son heterogéneas y se cuelan reclamos de todas las clases sociales. En España, bajo la consigna “Juntos por el campo”, más de 150 mil personas de los sectores rurales protestaron este fin de semana en Madrid, debido al impacto del aumento de los fertilizantes y los combustibles. Entre los convocantes estaba Asaja (Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores), afiliada a la CEOE, la cámara de la burguesía española. Hubo presencia de dirigentes del PP y de Vox, incluyendo su líder, el fascista Santiago Abascal. Además de reclamar algún tipo de bonificación o auxilio ante el aumento de los insumos (como se anunciara recientemente en Francia), hubo planteos abiertamente reaccionarios, como una reforma laboral flexibilizadora que reconozca la temporalidad “intrínseca del sector agrario” (El Periódico, 20/3). La Real Federación de Caza rechazó el “animalismo y el ecologismo”, insistiendo en la derogación de las leyes que protegen a los animales. 
 En tanto, los transportistas españoles iniciaron un paro que lleva ocho días, ante el aumento de los combustibles. Quieren que se prohíban los contratos de transporte de mercancías “por debajo de los costes de explotación”, al igual que la carga y descarga por parte de conductores y autónomos (El País, 21/3). En otros países del continente también hubo cortes y protestas de choferes y sectores rurales (Portugal, Italia, Alemania, Grecia). 
 En Estados Unidos, donde la inflación está en el nivel más alto de los últimos 40 años, las maestras de Minneapolis llevan diez días de huelga por aumento salarial y por un límite de alumnos por clase. Los conflictos salariales en la principal potencia capitalista del mundo se han vuelto recurrentes en los últimos meses. En Hungría, los docentes se concentraron el sábado frente al parlamento, en el marco de una huelga por tiempo indefinido por mejoras salariales.
 Los gobiernos, por el momento, se limitan a anunciar parches que no resuelven la crisis. La capacidad de intervención de éstos se ve condicionada por el elevado endeudamiento de los Estados, que vienen de hacer grandes desembolsos para rescatar al capital durante la pandemia y la crisis financiera anterior. La guerra, de hecho, es una de las consecuencias de la crisis capitalista y los métodos bárbaros de la clase dominante para enfrentarla.
 La clase trabajadora debe salir a luchar por sus reclamos. 

 Gustavo Montenegro

martes, 22 de marzo de 2022

Calvo Ospina y la campaña imperialista contra Rusia


La Unión Europea, cómplice y sumisa


La guerra de Ucrania ha permitido a Estados Unidos agrupar más disciplinadamente a todos los miembros de la OTAN, reafirmando que la Alianza es clave para la seguridad de Europa. 

 Esa es la vulgata atlantista, pero no es así: por el contrario, la OTAN amarra a la Unión Europea y la subordina a las ambiciones imperiales de Washington. La Unión Europea carece de visión estratégica, no se atreve a diseñar una opción independiente para su defensa, y se resigna al papel de socio menor: aunque en posición subordinada, forma parte del mismo bloque imperialista y depredador que dirige Estados Unidos, y pese a sus proclamas pacifistas y solidarias (la mentira de los «valores europeos») ha prescindido de cualquier criterio de solidaridad con los países pobres del resto del mundo, acompañando siempre las rapiñas del imperialismo norteamericano. 
 Ni siquiera las principales potencias de la Unión Europea (Alemania, Francia) tienen asegurada su soberanía, y su independencia en los principales asuntos internacionales queda siempre hipotecada a las decisiones del gobierno estadounidense. Es una Europa que depende militarmente y admite su subordinación política ante Estados Unidos y que, tras la paralización del gasoducto báltico Nord Stream 2, ha aceptado ahora también depender de Washington para sus suministros energéticos. Hasta la inaudita exigencia de Washington de que sus leyes se apliquen en todo el planeta tiene la complicidad de la Unión Europea. Tampoco la Unión ha querido escuchar las preocupaciones rusas sobre su seguridad. 
 La guerra de Ucrania amarra ahora con más fuerza al eje atlantista la Unión Europea, que ha cerrado los ojos ante el drama que se desarrolla desde 2014 en el Donbás, con miles de muertos. Rusia pugnaba por la aplicación de los acuerdos de Minsk; prueba: pudiendo hacerlo, Moscú pasó ocho años sin reconocer las repúblicas del Donbás, aceptando que fueran parte de Ucrania. Pero la expansión de la OTAN, el incumplimiento de los acuerdos de Minsk por los gobiernos de Kiev, espoleados por Estados Unidos, el despliegue de armamento en las fronteras rusas, la conversión de Ucrania en una plataforma para acosar a Rusia y, tras el abandono por Estados Unidos del Tratado INF, el riesgo de que se instalen misiles nucleares de corto y medio alcance, dibujaban el perfil de una afilada daga que amenaza la garganta rusa. Moscú no podía resignarse, y Washington y Bruselas lo sabían. 
 Porque la guerra podía haberse evitado si Estados Unidos hubiera aceptado las garantías de seguridad que pide Rusia. No ha sido así, y la Unión Europea ha optado por apoyar la negativa estadounidense a negociar, y extiende la guerra enviando armamento a Ucrania, colaborando en el acoso estadounidense a Rusia, blanqueando un régimen ucraniano surgido de un golpe de Estado que persigue e ilegaliza a la izquierda, y que ha convertido a Ucrania en el país que más niños «fabrica» por encargo en vergonzosas clínicas-granja para venderlos al resto de Europa. La Unión acepta incluso que sus armas lleguen a batallones de extrema derecha, cerrando los ojos ante la exhibición de grupos nazis en Ucrania. Porque a la Unión Europea no le inquieta el sufrimiento causado por la guerra, y mucho menos le preocupa a Estados Unidos. Ahí están, para recordarlo, las guerras e invasiones en Afganistán, Iraq, Siria, Libia, Yemen y otros países, donde ni Bruselas ni Washington se lamentan por la terrible mortandad causada: más de un millón de personas en los últimos años. La estrategia estadounidense se basa en acosar y desestabilizar a Rusia para romper su alianza con China, en ocupar territorios con regímenes-cliente y en intentar detener su propio declive, y la presión y el espectáculo con que los medios de comunicación han convertido la guerra ucraniana está destinado a desactivar la oposición ciudadana a la OTAN y a facilitar su expansión, ante la ceguera europea. 
 Como la guerra de Ucrania ha vuelto a poner de manifiesto, la Unión acaba aceptando siempre las decisiones estadounidenses. La «defensa europea» es un eufemismo para ligar la Unión al dispositivo militar estadounidense, aunque algunas voces hayan postulado la creación de una «capacidad militar propia» y una «autonomía estratégica»… siempre dentro de la OTAN. Aunque no dispusiese de la Alianza, Estados Unidos es la potencia militar dominante en el planeta. Y el llamado «paraguas nuclear» norteamericano no es sino una dura hipoteca para todo el continente: no defiende Europa, sino la hegemonía de Washington, y la existencia de armamento nuclear estadounidense en Alemania, Italia, Bélgica y Holanda, añade serios riesgos para el futuro. 
 Pese a la crueldad de la guerra, Ucrania es un expediente secundario, porque los objetivos estadounidenses son Rusia y China. Pero para la estabilidad mundial es urgente la apertura de negociaciones entre Washington y Moscú. ¿Es posible en este escenario de tensión favorecer un mundo sin la OTAN? La opción de una Unión Europea que opte decididamente por el desarme, que postule la disolución de la Alianza para crear medidas de confianza en el mundo es muy razonable, pero un acuerdo europeo fuera de la órbita de la OTAN y de Estados Unidos es ahora inviable: ni Berlín, ni París, se atreven a lanzar ese desafío, y la guerra de Ucrania ha mostrado su subordinación. 
 Hoy no existen alternativas viables de seguridad para Europa, y el único y difícil camino es el desmantelamiento de la OTAN, que solo puede llegar cuando sus miembros europeos ejerzan su soberanía abandonando la Alianza e impulsando acuerdos de desarme y confianza con Rusia, China y Estados Unidos: solo así podría asegurarse de manera sensata la paz. Pero con la ambición hegemónica de Washington y una Unión Europea cómplice, dependiente y sumisa, un mundo en paz y con una seguridad compartida es, todavía, un sueño lejano.

 Higinio Polo | 21/03/2022 |

lunes, 21 de marzo de 2022

Un conflicto global


Aunque por ahora la guerra se desarrolla en un teatro de operaciones limitado al territorio de Ucrania, sus repercusiones son planetarias: ningún país está a salvo de sus efectos. La posición de China, el rearme alemán y el acercamiento entre Estados Unidos y Venezuela así lo demuestran. 

 La guerra en Ucrania marca el inicio de una nueva edad geopolítica. Sus consecuencias ya se sienten en todo el mundo: ningún país, por lejano que se encuentre, está a salvo de los efectos del conflicto. 
 En primer lugar, se trata de una confrontación entre dos países –uno grande, el otro mediano– que se desarrolla en un teatro local, preciso (el territorio de Ucrania, sobre todo en el Este), y que se está extendiendo por más tiempo de lo originalmente previsto. En un principio, se podía imaginar, con cierta razonabilidad, que las fuerzas armadas rusas podían conseguir sus objetivos mediante una operación relámpago de pocos días. Pero esto no se produjo, y el estado mayor ruso se enfrenta hoy a un dilema entre dos necesidades contradictorias: 1) ir rápido, y 2) preservar vidas humanas. Recordemos que la «operación militar especial» de Putin tiene también por objetivo conquistar los corazones de los ucranianos rusoparlantes, pero no se conquistan corazones machacando a la gente con bombardeos, incendios y destrucciones… O sea, las fuerzas rusas no pueden desplegar una guerra relámpago y al mismo tiempo preservar la vida de la población civil, que está sufriendo grandes pérdidas. 
 La ofensiva se ha vuelto por lo tanto más lenta y más peligrosa, y no debe descartarse una escalada. El presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski, le exigió a la OTAN y a EE.UU. que establezcan una prohibición de sobrevuelo –una zona de exclusión– sobre el territorio ucraniano, cosa que las potencias occidentales no aceptaron, porque en los hechos significaría derribar aviones rusos… Rusia, por su parte, anunció que no la respetaría. Llegar a esta situación implicaría un choque directo entre Rusia y las fuerzas de la OTAN, o sea, una guerra nuclear, que hasta ahora se procura evitar. 
 En el actual escenario, el objetivo principal de Estados Unidos podría ser inmovilizar por largo tiempo, enlodar, a las fuerzas rusas en los campos de Ucrania. Literalmente. Es decir, lograr que queden empantanadas. Hay que tener en cuenta un elemento estratégico que no siempre se considera: la invasión rusa se inició el 24 de febrero, cuando los campos ucranianos todavía estaban cubiertos de nieve; la tierra congelada, dura, permitía que los tanques y los camiones avanzaran sin problemas campo a través. Porque muchas carreteras y puentes están minados, saboteados o destruidos… Pero en poco más de un mes, cuando lleguemos a fines de abril, comenzará allí la primavera, la temperatura subirá y la nieve y el hielo transformarán las inmensas estepas ucranianas en barro… Los tanques, los camiones y los vehículos de las largas líneas de aprovisionamiento de Rusia comenzarán a enterrarse, a inmovilizarse, y esto marcará el comienzo de una guerra totalmente diferente… Fue, sin ir más lejos, lo que le ocurrió al ejército alemán cuando Hitler se topó con la resistencia soviética en Ucrania. Por eso Rusia no dispone de mucho tiempo: si quiere ganar la guerra tiene que hacerlo en menos de un mes. Si no, se expone a un conflicto largo en cierta manera al estilo Afganistán. ¿Y qué ocurriría si, entre tanto, sucede algo en otro teatro de operaciones de los rusos, por ejemplo en Siria? Rusia no cuenta con la capacidad para llevar a cabo dos guerras de gran envergadura al mismo tiempo. Ni siquiera la tiene Estados Unidos, que es una potencia económicamente muy superior. . 
 Más allá de lo que ocurra en el terreno concreto de la batalla, por lo demás se trata de un conflicto mundial: comercial, financiero y mediático, con derivaciones incluso deportivas y culturales. Es un conflicto que no deja a ningún país al margen. Nadie puede decir, se encuentre donde se encuentre, que se trata de un conflicto ajeno. Esto le da a esta guerra un carácter único desde la caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría. 
 La batería de sanciones o medidas coercitivas impuestas por Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea junto a sus aliados, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, repercuten de manera global. Esto se refleja ya en los precios de la energía y los carburantes, que han pegado un salto: Rusia, como se sabe, es un gran productor de petróleo y gas, Ucrania de carbón. Las dificultades para sostener la producción y las sanciones están limitando al aprovisionamiento, sobre todo en Europa. Por Ucrania, además, pasan los oleoductos y gasoductos que llevan petróleo y el gas ruso a Europa, que depende aproximadamente en un 40 % de esos hidrocarburos. Todo esto altera de manera muy acelerada la geopolítica de la energía. Y produce nuevos efectos sobre las sociedades. El gas y el petróleo son clave para la producción de electricidad, porque muchas centrales generadoras funcionan con petróleo. Esto ha hecho que la electricidad, por ejemplo en España, alcance precios altísimos, o que otros países, como Alemania, vuelvan a plantearse la necesidad de mantener las centrales nucleares.
 Del mismo modo, metales como el aluminio, el cobre y el níquel registraron un aumento de precios exorbitante. El níquel superó los 100 mil dólares la tonelada. Las fábricas de automóviles, en particular las de modelos más modernos y caros, están sufriendo los nuevos precios. BMW está estudiando si detiene su producción. Rusia es además una gran productora de titanio, clave para la fabricación de microprocesadores (chips), que ya venían en crisis por la pandemia. 
 En otras palabras, sobre una situación de grave recesión económica mundial provocada por el Covid, el estallido de la guerra de Ucrania y las sanciones impulsan un aumento del costo de vida tan elevado que probablemente despierte movimientos de protesta y eleve el descontento con los gobiernos en muchos países, entre ellos los de América Latina. La traducción política de la guerra probablemente sea una ola de manifestaciones y reclamos sociales a través del planeta. 
 Pero las ramificaciones de la pandemia también se sienten en los posicionamientos de las grandes potencias mundiales. China, la segunda potencia global, mantiene una posición cercana a Rusia, en un momento delicado y difícil, sin romper necesariamente con el mundo occidental. Por Rusia y Ucrania pasan parte de las nuevas rutas de la seda, el gran proyecto de infraestructura china, que ahora están parcialmente interrumpidas por la guerra y las sanciones. Para China, la guerra supone un golpe económico fuerte, en la medida en que afecta un proyecto fundamental, definido por Xi Jinping como uno de los ejes del desarrollo chino y de su despliegue por el mundo. 
 Por otra parte, como consecuencia de las sanciones, Rusia pasa a depender cada vez más de China. En cierta medida, las medidas coercitivas impuestas por Estados Unidos y Europa empujan a Rusia a una creciente dependencia de China, que podría adquirir una capacidad hegemónica sobre Rusia. Al mismo tiempo estamos viendo una eventual amenaza de sanciones a China en caso de que le ofrezca a Rusia soluciones que le permitan evitar las sanciones o morigerar su efecto. Por eso China ha mantenido una línea de cooperación con Moscú sin alinearse de maneta unívoca con la posición rusa. Por ejemplo, no votó en contra de la resolución de Naciones Unidas de condena a Rusia; se abstuvo. 
 Otra consideración, en un contexto de río revuelto como el actual, China teme que Estados Unidos aproveche la ocasión para lanzar alguna iniciativa en favor de Taiwán, por ejemplo si Taiwán inicia una maniobra militar preventiva con la excusa de una inminente invasión china al estilo de la de Rusia sobre Ucrania; o si Estados Unidos y sus aliados avanzan en mayores niveles de reconocimiento político y diplomático a Taiwán. Asimismo, el gobierno estadounidense anunció recientemente que revisará el esquema de subsidios de China a aquellas industrias cuyos productos se colocan en el mercado norteamericano con vistas a un posible aumento de aranceles, retomando la guerra comercial que en su momento había intensificado Donald Trump. En suma, se ve una voluntad de Washington de hostigar a China, reafirmando que el objetivo estratégico principal de Estados Unidos en el siglo XXI es contener a China, debilitarla de modo tal que no logre superar a Estados Unidos y disputarle su hegemonía. 
 El otro actor importante, junto a Estados Unidos y China, es Europa. Y en este sentido la consecuencia más significativa de la guerra es el rearme alemán. Desde la finalización de la Segunda Guerra, Alemania no contaba con fuerzas armadas importantes ni con un presupuesto militar relevante. Era la OTAN, y en última instancia los EEUU, de acuerdo a los pactos firmados tras el fin del conflicto armado, quienes aseguraban esencialmente la defensa alemana. Hace pocos días, sin embargo, el canciller Olaf Scholz anunció un programa de rearme colosal, de más de 100 mil millones de euros, que incluye el relanzamiento de la industria militar alemana, la reconstrucción de los astilleros, la fuerza armada, la aviación… Los recursos totales equivalen a casi el 3 % del presupuesto anual, es decir casi tanto como Estados Unidos. Es una verdadera revolución militar, que tendrá impactos geopolíticos (aunque siga sin disponer de armas nucleares, Alemania se convertirá pronto en la principal potencia militar europea) y económicos (Alemania es el único país realmente industrializado de Europa y el mayor exportador industrial del mundo per cápita; puesto a fabricar armas, barcos, submarinos o drones, podemos apostar que producirá una conmoción en la industria armamentista global).
 Por último, la importancia de la guerra de Ucrania se refleja en movimientos geopolíticos que hasta hace poco tiempo parecían impensables en América Latina. Uno de ellos es la entrevista entre el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y una delegación de Estados Unidos, para iniciar, al parecer, negociaciones que permitan retomar las exportaciones de petróleo venezolano a ese país. En los hechos, esto implica un reconocimiento «de facto» a Maduro que termina de desplazar definitivamente a Juan Guaidó del escenario político y que también afecta al principal aliado militar de Washington en América Latina, Colombia, cuyo presidente, Iván Duque, quedó descolocado… Este tipo de cambios súbitos de posición confirman que estamos ante un conflicto de consecuencias globales. La historia, en efecto, se ha puesto nuevamente en marcha. 

 Ignacio Ramonet. 
Periodista, semiólogo, ex director de Le Monde diplomatique, edición española.

La guerra en Ucrania y la crisis mundial


La guerra, un factor de agravamiento de la crisis económica. 

 Los choques militares, el rol de China y el impacto de las sanciones 

 La guerra en Ucrania ha superado ya los quince días de duración. Como parte de los últimos movimientos, Rusia bombardeó zonas próximas a Polonia para cortar el abastecimiento militar que el gobierno de Volodímir Zelenski recibe desde el extranjero, a la vez que continúa su avance en distintos puntos del país, incluyendo las cercanías de Kiev, la capital. Esto acentúa el tendal de desplazados y de víctimas. Con menos repercusión en los medios, cerca de veinte civiles murieron por el impacto de un misil en la ciudad de Donetsk, en el este, que está en manos de fuerzas rebeldes, hostiles a Kiev.
 Frente a los ataques en las fronteras con Polonia, un Estado que integra la Otan, el presidente estadounidense Joe Biden advirtió sobre los riesgos de una tercera guerra mundial. Lo cierto es que el primero que calienta esta posibilidad es el imperialismo, ingresando asesores militares y armas en el terreno. Y, en un plano más general, con su despliegue en el este europeo (no ha llegado al extremo, por ahora, de imponer la zona de exclusión aérea que le demanda Kiev, y que despertó todas las alarmas de Putin).
 Estados Unidos echó a correr también la versión de que China estaría dispuesta a prestar auxilio militar a Rusia y la amenazó con represalias si esto se consuma. No se trata solo de armamento; Washington quiere evitar que Moscú afiance sus vínculos económicos con Beijing, frente al ahogo occidental. “Estamos comunicando en privado y directamente a Pekín que habrá consecuencias en respuesta a intentos de evasión a gran escala de las sanciones, o un apoyo a Rusia para paliarlas”, señaló Jake Sullivan, consejero de Seguridad de la Casa Blanca (El País, 14/3). 
 El cruce entre Estados Unidos y China, que negó la versión estadounidense, tensiona aún más el escenario. Washington presiona porque sabe que si lograra separar a Moscú y Beijing, le propinaría un golpe tremendo a Putin. 
 China no ha condenado la invasión rusa, pero tampoco parece haber brindado un apoyo activo a Moscú. Si bien a Beijing le conviene tener a Rusia de su lado, frente a su puja global con Estados Unidos, la guerra en Ucrania le crea una serie de dolores de cabeza, ya que tiene importantes acuerdos comerciales y de infraestructura tanto con Kiev como con varios de los países europeos enfrentados al Kremlin. Además, no quiere ser arrastrada a un choque frontal con la Otan y el imperialismo. 
 Por estos lazos con los dos bandos, Beijing sonaba en los días previos a la denuncia estadounidense como posible mediadora en el conflicto. Otro Estado con vínculos (pero también rivalidades) a ambos lados es Turquía, que logró reunir a altos funcionarios de las partes en pugna en su territorio. Israel aparece como otro de los equilibristas; el primer ministro Naftali Bennett mantiene contactos con Moscú.
 ¿Es posible un acuerdo? En los últimos días, Zelenski dijo que está dispuesto a renunciar al intento de ingresar a la Otan, que es una de las principales demandas de Moscú. Este gesto fue correspondido por funcionarios rusos, que dijeron que nunca tuvieron en mente derrocar al presidente ucraniano. 
 Por el momento, sin embargo, todas las gestiones han fracasado.

 El impacto internacional 

La guerra se ha transformado en un factor de agravamiento de la crisis económica mundial, disparando los precios de los alimentos y los combustibles, y atizando de este modo una inflación global que ya estaba en ascenso. Las represalias cruzadas, a su vez, que se suman a las que están vigentes como fruto de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, resienten las cadenas de producción globales. 
 Las durísimas sanciones occidentales tendrán un impacto asegurado sobre Moscú, donde el rublo se ha derrumbado, pero también actúan como un búmeran. Tomemos el caso de la prohibición de las importaciones petroleras rusas por parte de Estados Unidos, que recalienta los aumentos en la principal potencia capitalista del mundo, donde aún antes de la guerra, la inflación ya estaba en los niveles más altos de los últimos 40 años. 
 Para tratar de compensar la pérdida de los barriles rusos, Washington se ve obligado a recurrir a otros Estados rivales, como Venezuela e Irán, dándoles aire político. Tampoco le resulta fácil aumentar la producción local, porque aún con la suba de los precios, las petroleras son renuentes a hacer nuevas inversiones. No vislumbran un período de crecimiento económico mundial sostenido y temen el perjuicio que sufrirían por el capital inmovilizado. Y, en cualquier caso, el impacto de esos desembolsos se sentiría recién en un par de años.
 La variante de una suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal norteamericana y los bancos europeos, como arma anti-inflacionaria, desataría tendencias recesivas a nivel internacional, golpeando la precaria recuperación posterior al pico del Covid-19. Además, abriría una crisis en el caso de la ya abultada deuda privada, que se encarecería, planteando un escenario de quiebras corporativas. 
 El agravamiento de las condiciones de vida de las masas, como consecuencia de la guerra, va a desatar luchas en todo el mundo. En Estados Unidos, donde la inflación ha impulsado la lucha salarial en los últimos meses, las maestras de Minneapolis llevan más de una semana de huelga. En Irak y Albania estallaron manifestaciones ante el alza en los precios de los combustibles y los alimentos. En Rusia, migrantes turcos, trabajadores de una fábrica en Kazán, pararon ante el impacto de la devaluación monetaria y lograron una compensación. Se trata solo de las primeras manifestaciones de un proceso. 
 Atentos a las consecuencias sociales, gobiernos de distintos países intentan poner un coto a la situación. A modo de ejemplo, la República Dominicana introducirá subsidios mientras el barril de petróleo oscile dentro de una franja de entre 80 y 120 dólares. Pero las espaldas de los Estados para intervenir son limitadas, dado un endeudamiento que se arrastra desde la crisis de 2008.

 Un planteo 

Con su intento de integrar a Ucrania a la Otan y su expansión en el este europeo, el imperialismo yanqui y la Unión Europea son los principales responsables de la guerra actual, en la que además pertrechan militarmente a uno de los bandos. Lo cual no convalida la invasión del Kremlin, que Putin lleva a cabo como gendarme de los intereses de la oligarquía moscovita, y que ha conducido a grandes sufrimientos al pueblo ucraniano.
 ¡Abajo la guerra, fuera la Otan y el FMI del este europeo! ¡Fuera Putin de Ucrania! 

 Gustavo Montenegro

domingo, 20 de marzo de 2022

El sincericidio de un exjefe de la Otan


Javier Solana, ex sec. gral. de la Otan 

 El español Javier Solana, quien fue secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan) entre 1995 y 1999, reconoció en una entrevista con El Periódico, reproducida por Clarín (15/3), el rol desencadenante que ha jugado en la guerra actual la potencial incorporación de Ucrania a ese organismo. 
 Según Solana, “se cometió un error en la Cumbre de la Otan de abril de 2008 al caer en la tentación de hablar de manera que parecía que Ucrania y Georgia iban a entrar en la Alianza Atlántica”, lo que habría sido tomado a pecho por Rusia, conduciendo a la invasión y guerra actuales. “Rusia se quedó con la copla [la idea] de que Ucrania podía estar en la Otan y ahora estamos viviendo en cierto modo las consecuencias”, afirma. 
 Efectivamente, el cerco que la alianza atlántica fue tejiendo contra Rusia, sumando en sucesivas oleadas a varios de sus países lindantes (los Estados bálticos, Rumania, Polonia, Hungría, Bulgaria, etc.), y que tenía en su hoja de ruta a Ucrania y Georgia, es uno de los principales factores del conflicto actual. 
 Esa avanzada, sin embargo, es previa a la cumbre de 2008. Se remonta al período inmediatamente posterior a la caída de la Unión Soviética -es decir, abarca la gestión de Solana en el organismo. 
 Al igual que el exjefe de la Otan, otras voces han hecho un balance crítico del expansionismo de la alianza, como el columnista estrella del New York Times, Thomas Friedman. 
 El imperialismo es el principal responsable de la guerra actual.

 Prensa obrera