martes, 22 de febrero de 2011

Amor y Revolución



Anolan Lopez

"Déjenme decirles, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad". Ernesto Che Guevara

Hace poco, el 14 de febrero, se celebró el día del amor, así que para celebrarlo quiero contar una historia de amor que no es muy conocida, una llama encendida entre la prisión y las luces de la Revolución cubana que acababa de nacer, con el entusiasmo de dos jóvenes, él de 20 años y ella de 15, con una fe ilimitada en común por "el hombre de Cuba", Fidel Castro Ruz.
"Desde que decidimos casarnos, Alfonso Guillén Zelaya y yo, Anolan López, hemos tenido que desafiar la fuerza enemiga; parecía hecho a propósito, un incidente tras otro, hasta el gran día, el 29 de julio de 1961".
"¿Tú quieres saber el secreto de haber vivido felices hasta el 1994 (año de la muerte de Alfonso)? Él siempre me trató como si yo fuera su novia , no hubo nunca aburrimiento entre nosotros y yo siempre era el centro de su vida. Tuve la suerte de casarme con un extranjero, casi un desconocido, y descubrir que tenía a mi lado a un gran revolucionario, poseedor de sentimientos solidarios sin fin".
Esta mujer tan fuerte y dulce al mismo tiempo, que me está contando los detalles de una historia de amor hermosa y llena de ternura; pero que fue también colmada de dificultades, es la cubana que se enamoró de un joven mexicano (nacido en México por casualidad, proveniente de una familia hondureña muy revolucionaria, cuyo tío, de quien asumió el nombre, fue un gran poeta, conocido como el fundador, en Honduras, del post-modernismo) que desembarcó en Cuba por seguir el pensamiento de José Martí ... "todo hombre de honor y justicia pelea por la libertad dondequiera que la vea ofendida".
Además, el compromiso revolucionario de su familia también tuvo una víctima, un hermano de Alfonso murió en los años sesenta, mientras combatía en el Frente Sandinista, con sólo 18 años, Héctor Alejandro Zelaya, un lindo joven internacionalista que se inmoló en una tierra extranjera.
Alfonso Guillén Zelaya es el mexicano del Granma, uno de los cuatro extranjeros (Ernesto Che Guevara, argentino; Gino Done, italiano y Ramón Mejías, dominicano) que acompañaron a Fidel Castro y a los expedicionarios del yate que llegó en diciembre de 1956 a Cuba para realizar las acciones que condujeron al triunfo de la Revolución Cubana.
Por desgracias, después de la batalla de Alegría de Pío, Alfonso fue hecho prisionero y durante el proceso judicial declaró su lealtad a la doctrina de José Martí y fue condenado a seis años; de la pena cumpliría sólo un año entre las prisiones de Boniato, en Santiago de Cuba (con Frank País); el Presidio Modelo en la Isla de la Juventud y el Castillo del Príncipe en La Habana, donde fue declarado indeseable y fue expulsado de la isla en diciembre de 1957, por orden del gobierno de Batista, después de que Alfonso rechazara un indulto.
Precisamente en la prisión de La Habana conoce a Anolan, en ese momento la cubana militaba en el Frente Cívico de Mujeres Martiana, un grupo de revolucionarias que se dedicaban al apoyo social de los presos políticos: los visitaban en la cárcel, les llevaban comida y ropa, también eran utilizadas como contactos con las familias de los detenidos.
Al principio Anolan no le prestó mucha atención a este joven mexicano, considerado muy atractivo entre las otras compañeras; pero se dio cuenta de que Alfonso "le había echado el ojo" cuando la abrazó, dejándola sin aliento, antes de abandonar la isla caribeña.
Anolan admiraba a Alfonso por el hecho de que había venido de otro país para combatir en Cuba; porque había sido muy generoso con los compañeros de lucha; porque no había venido como aventurero, sino por su profundo amor hacia la humanidad.
"Me complace decir y creo que ahora es el momento adecuado, que aquella generación nació con una ola de energía que va a ser muy difícil repetirla, una conjunción de valores muy nobles y profundos en toda la nación ... .. y yo tuve la suerte de vivirla", me confiesa Anolan, conmovida.
Hasta el 2 de enero del 1959 no se verían más: Anolan, conspirando con sus amigas martianas y Alfonso, creando espectáculos de magia para recaudar fondos en América Central, principalmente en el liceo de Tegucigalpa. Allí había un grupo de refugiados cubanos, con quien regresó a la isla, el 2 de enero del 1959, en un avión que les prestó el Gobierno de Honduras, encabezado por Ramón Villena Morales, que simpatizaba con la Revolución Cubana.
Anolan y Alfonso se reunieron de nuevo en la Novena Estación de policía de La Habana, tomada por los revolucionarios y que se había transformado en el centro que emitía salvoconductos para moverse por el país: el lindo mexicano, inmediatamente, se dio cuenta del nuevo peinado de la joven cubana, en la que había fijado su atención.
Desde entonces, Alfonso no perdió la oportunidad de reunirse con Anolan, visitó su casa, prometió, muy convencido, casarse con ella, aun en contra de la voluntad de la joven. Este juego amoroso parece molestar a la orgullosa y hermosa cubana, que no quería mostrar, abiertamente, su cariño por el audaz mexicano.
Alfonso, por su parte, fue nombrado segundo jefe del departamento de investigación del Ejército Rebelde, el primer organismo de investigación creado después del triunfo de la Revolución: el jefe de investigación fue Abelardo Colomé Ibarra, actual ministro del interior.
Con el nuevo trabajo, las visitas de Alfonso a casa de Anolan fueron menos frecuentes; pero fue la misma Anolan quien le comunicó a él, la triste noticia de que Camilo Cienfuegos estába desaparecido.
Todos los momentos importantes en la vida de los dos amantes, coinciden con las fechas de hechos claves de la Revolución Cubana, como si una estrella hubiera marcado para siempre en el tiempo a estas dos jóvenes vidas.
Durante la conmemoración del fusilamiento de los estudiantes de medicina, el 27 de noviembre de 1959, el patio de la Alma Mater de la Universidad, conocido como el "Patio de los Laureles", fue el lugar cómplice y mágico del primer beso, un beso robado: Anolan quedó sorprendida y feliz; sin embargo, le aclaró al joven mexicano que no había ningún compromiso entre ellos; que no podía seguir diciéndoles a todos que ellos estaban comprometidos. Incluso él le había hecho una escena de celos a un compañero de trabajo de Anolan.
Alfonso se echó a reír y estaba muy seguro de su éxito: Anolan se dio cuenta de que no podía seguir viviendo sin él, el día de un desfile de las milicias universitarias en la Plaza de la Revolución, cuando de momento, creyó haberlo visto entre la gente. La conmovieron latidos rápido del corazón, emoción, alegría... con una sonrisa se acercó al compañero que estaba de espalda y quedó totalmente desilusionada al darse cuenta de que no era Alfonso.
Por eso, cuando se reunieron de nuevo, Anolan aceptó la invitación a sentarse en el muro del Malecón, bajó su "escudo de defensa" y permitió que el hermoso "barbudo" la enamorara: se intercambiaron notas de amor, como cualesquiera jóvenes tímidos, ansiosos de conocerse y amarse.
Desde ese día comenzaron las invitaciones al restaurante italiano "La Piccola Italia" y otras "amenazas" de amor..... y un hermoso día de abril, Alfonso le declaró, formalmente, su amor a Anolan, conminándola a que si no se ponían de acuerdo para casarse, la iba a secuestrar en un caballo blanco, como en los días de los caballeros de la Edad Media.
Y a partir de ese momento, el enemigo extranjero conspiró contra la pareja: la primera vez que Alfonso invitó a Anolan al cine, fue el día cuando quemaron la tienda "El Encanto", el inicio del ataque de los Estados Unidos a la isla caribeña en el 1961.
Cuando se desencadenó el ataque a Playa Girón, se alteraron los planes de casamiento de la pareja: Alfonso y Anolan fueron movilizado para defender la patria.
Así que la ceremonia se pospuso para el mes de julio: una primera cita debía ser el 26 de julio, pero la llegada de Yuri Gagarin a La Habana, ocupó a todos sus amigos y amigas, e incluso los futuros novios se sumaron a la caravana de coches que acompañó al cosmonauta y Fidel Castro hacia Plaza de la Revolución.
Nuestra pareja de jóvenes no renunció a su sueño, que se coronó el 29 de julio.
Aunque Alfonso tenía un coche nuevo, el día de la boda y durante la luna de miel utilizó un jeep militar, que para él tenía un gran valor sentimental, y Anolan se vio obligada a empujar esta reliquia revolucionaria, más de una vez.
"Alfonso era muy honesto y muy estricto, no hacía alarde de lo que tenía", me dice Anolan.
"Las complicaciones nos siguen, incluso en la luna de miel: tuvimos que pasar un día entero en una cola para cambiar dinero, porque en Cuba en esos días hubo un cambio de moneda", y mientras Anolan me cuenta esta historia, se sonríe y los ojos se le llenan de lágrimas. ... sigue recordando los primeros tiempos difíciles ... .. la joven pareja no tenía una mesa para comer, no tenía un juego de cama, el primer refrigerador lo compraron después de siete años de matrimonio .... pero eran muy felices y estaban llenos de fuerza para construir un nuevo país.
Anolan me muestra una foto de su juventud, tal vez la primera de la pareja ya comprometida, cuando se movilizaron durante el ataque a Playa Girón. ... Permanece en silencio, parece perdida en los recuerdos y en mi cabeza oigo las palabras de la canción de Silvio Rodríguez, "Canción del Elegido" (que sé que es dedicada a Abel Santamaría, el ángel de la Revolución Cubana, como lo llamaba su sobrina, lamentablemente desaparecida, Celia Hart Santamaría), que podría hablar perfectamente de Alfonso ..."Supo la historia de un golpe, sintió en su cabeza cristales molidos y comprendió que la guerra era la paz del futuro: lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida".

Ida Garberi

lunes, 21 de febrero de 2011

domingo, 13 de febrero de 2011

Política y cultura en Cuba: revisar la historia



El estudio de las numerosas intersecciones del vínculo entre cultura y
política se ha abordado, sobre todo desde la perspectiva del llamado compromiso del intelectual, al margen de un análisis de las circunstancias de una sociedad concreta. Así se establece una confrontación reduccionista entre buenos y malos, entre triunfadores y perdedores, entre militantes y quienes se preocuparon por los problemas de la polis, afincados en su quehacer específico.
Instalados en un tribunal, contemporáneos e historiadores asumen el papel de fiscales y abogados defensores en detrimento de la búsqueda de la verdad. El desenfoque del punto de vista conduce a centrar el debate en el ámbito de la creación, mientras se desconoce el papel esencial del estado, de las instituciones y de la prensa en la construcción de los canales de difusión de los valores de la cultura.
Los pensadores cubanos del siglo XIX, en intento por formular un proyecto de nación, intuyeron con lucidez en fecha temprana la naturaleza del vínculo entre cultura y sociedad. Encontraron soluciones prácticas para influir en la opinión pública, de limitado alcance en el contexto colonial y esclavista, libraron batallas en el seno de las instituciones, impulsaron conceptos avanzados de educación. Sin acceso a la participación política directa, vieron en la cultura un medio para diseminar ideas, forjar conciencia, unir voluntades y contribuir al diseño de un proyecto.
Los acontecimientos de la historia desplazaron a los reformistas cuando en La Demajagua, Carlos Manuel de Céspedes cortó de un solo tajo el nudo gordiano que ataba la posibilidad de la lucha por la independencia de Cuba.
La emancipación de los esclavos redefinía el proyecto de la nación. Para la sociedad y la cultura, el problema se tornaría aún más complejo al implantarse, con la intervención norteamericana en 1898, el experimento neocolonial. A la dependencia económica se sumaban las estructuras deformantes de un capitalismo periférico y un modelo político similar al estadounidense.
En el inicio del siglo XX, la sociedad cubana era otra, condicionada por factores muy distintos a los prevalecientes en la centuria anterior. La guerra, la tea incendiaria, la reconcentración removieron el panorama económico y social. Tras la independencia formal, el poder del imperio emergente se ejercía con más fuerza que el de la metrópoli periclitada, sostenido en fórmulas gastadas por el devenir de la historia. El proceso fragmentaba la plataforma común de la nación cubana prevista por José Martí.
La imagen simbólica del ejército libertador se desgajaba en un brutal conflicto de intereses entre una élite usufructuaria de los beneficios de la recién estrenada república y la acelerada exclusión de las masas constitutivas de su base popular. La práctica redefinía, asimismo, la composición de las capas intelectuales, integrada ahora por maestros, médicos, periodistas, junto a aquellos procedentes de la tradición decimonónica. Eran los generales y doctores situados en un plano prominente del escenario político y social. Todavía invisible, iba tomando cuerpo un sector menos favorecido. Asalariados modestos, los maestros se constituyeron en custodios de los valores de la patria soñada. De supervivencia anacrónica paralizada por el legado de la esclavitud, la sociedad cubana se colocaba, de un solo salto, en medio de los conflictos de la contemporaneidad más avanzada. El vínculo entre cultura y política, entendida esta última palabra en su sentido etimológico, tenía que redefinirse. El proceso de metabolización de los cambios resultaba complejo, entre otros motivos, por carencia de referentes. La independencia latinoamericana soslayó el omponente emancipador. Antagónico y corrosivo, el modelo norteamericano llegaba, al decir del slogan publicitario de un conocido dentífrico, "hasta donde el cepillo no toca". Permeaba la cotidianeidad, las conciencias y los proyectos de vida de los ciudadanos, mientras los vicios heredados de la metrópoli española en el manejo de los bienes públicos se acrecentaban a ritmo galopante. El aparato gubernamental se abría al festín de los tiburones. Quedaría por indagar acerca de la resonancia de la revolución mexicana, con su diseño de política cultural institucional forjada según las circunstancias de un país con amplios sectores excluidos en el contexto de una acción que, en su origen, tuvo una visión emancipadora. En el ámbito de la creación artística, el amparo gubernamental favoreció el desarrollo de la narrativa muralista, rescate de una historia popular y de la presencia indígena. Situados en los espacios públicos, esos relatos de inspiración nacionalista se dirigían a un destinatario que colocaba el arte en las calles. Pero la obra promovida por Vasconcelos abarcó la difusión literaria, la creación de bibliotecas, el fomento de talleres y la regulación del sistema de educación.
Al estudiar la república neocolonial, los historiadores cubanos coinciden en establecer dos etapas, separadas por los acontecimientos que siguieron a la caída de Gerardo Machado. La llamada década crítica, entre 1923 y 1933, anuncia el cambio que comenzaba a madurar en el seno de la sociedad. El manifiesto del grupo minorista modificaba las relaciones entre sociedad y cultura, desplazando implícitamente el concepto reduccionista de este último término. Sometidas al estremecimiento vanguardista, las artes y las letras es despojaban del oropel y la retórica decimonónicos. Pero no se trataba tan sólo de una disquisición de orden estético. Los intelectuales se replanteaban el rescate de un proyecto nacional, lastrado por la intervención imperialista. Superaban el callejón sin salida planteado por Jorge Mañach en La crisis de la alta cultura en Cuba. Alentados por los estudios de Fernando Ortiz, descubrían el alcance de las raíces afrocubanas.
Para el contexto caribeño, resultaba el equivalente de la reivindicación indigenista de los mexicanos. A lo largo de la república neocolonial, sin embargo, los escasos proyectos estables y coherentes de difusión cultural fueron asumidos por instituciones no gubernamentales. Pro-Arte Musical dio a conocer a importantes intérpretes de música culta y amparó la escuela de ballet donde se formaron Alicia, Fernando y Alberto Alonso, artífices del espléndido desarrollo de esa manifestación danzaría en Cuba. El Patronato de la Sinfónica se hizo cargo, con alguna subvención estatal, de ese importante conjunto. El Patronato del Teatro garantizó la continuidad de estrenos dramáticos y respaldó el trabajo de actores y directores siguiendo una línea estética que no transgredía las convenciones establecidas. Original organización femenina, el Lyceum y Lawn Tenis Club consolidó un programa más integral. Difundió mediante charlas de reconocidos intelectuales cubanos y de otros países las tendencias contemporáneas del pensamiento y la literatura. Su galería fue el ámbito destinado al reconocimiento de los artistas de vanguardia. Ofreció su sala a la zona experimental de la música.
Mantuvo una biblioteca pública circulante. La Hispano-cubana de cultura se debió, básicamente, a la voluntad aglutinadora de Fernando Ortiz. El Partido Socialista Popular tomó algunas iniciativas importantes que, en la mayor parte de los casos, no lograron subsistir, víctimas de la represión política y de la falta de recursos. Privilegió los medios de mayor alcance popular.
La emisora radial 1010 constituyó un modelo de radiodifusión con su programación equilibrada y por la alta calidad de los artistas que configuraron sus elencos dramáticos y musicales. Lanzó a la popularidad talentos jóvenes, entonces todavía desconocidos. Paco Alfonso animó su Teatro Popular con representaciones en sindicatos y en espacios públicos.
Quedan por investigar las labores de la Cuba Sono-Films, intento heroico por sentar las bases de una cinematografía nacional. Al final de la etapa, aún cuando permaneciera sumergido en la clandestinidad, el frente cultural del PSP orientó los lineamientos de la acción de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, institución que agrupo a una generación intelectual de izquierda carente, en la mayor parte de los casos, de compromisos partidistas. En un espacio público muy modesto, a través de sus revistas y de las secciones que la integraron, implementó en la práctica un conjunto de proyectos que habrían de desarrollarse plenamente después del triunfo de la Revolución cubana. Allí se congregó el núcleo fundador del ICAIC. Los teatristas se plantearon los vínculos entre teatro y sociedad. En el campo de la música, junto a los maestros de "renovación musical" se incorporaron el experimentalismo de Juan Blanco y el entonces juvenil Brouwer. Una minúscula galería acogió lo más avanzado de las artes plásticas. Eludiendo sensaciones de realismo socialista, se tendieron puentes entre vanguardia artística y
vanguardia política. A pesar de sus modestos recursos, la bicentenaria Universidad habanera, como lo harían luego las de Oriente y Las Villas, adoptó el modelo extensionista latinoamericano. Las funciones de cine de arte se complementaron con cursos de apreciación cinematográfica. El Seminario de Artes Dramáticas constituyó una fragua del movimiento teatral cubano. Por sus clases pasaron actores y directores que modelarían la escena nacional en las décadas sucesivas. Sus funciones al aire libre, en el pórtico clásico de la Facultad de Ciencias marcaron una época. En los días sombríos de la dictadura de Batista, su repertorio greco-latino cedió paso al estreno de textos latinoamericanos. A su Revista de frecuencia irregular, se añadió la publicación de obras fundadoras del pensamiento cubano. La Federación Estudiantil Universitaria desarrolló su propio programa cultural que adquirió mayor significación después del 10 de marzo, cuando se constituyó en fuerza irradiante, en vía para ensanchar la convocatoria hacia el pueblo y los intelectuales. A la definición de esa política contribuyó,
sin dudas, la vocación del estudiante de arquitectura José Antonio
Echeverría, asociado antes de que llegara la hora de tomar las armas, a muy avanzadas ideas de integración de las artes.
Los historiadores cubanos han prestado escasa atención a la dimensión cultural. El análisis del proceso político de la Cuba neocolonial exige tener en cuenta este factor inseparable de cualquier consideración acerca del papel del estado. Algunos intentos se atienen a la revisión de los documentos oficiales, muy distantes de la práctica social concreta, concebidos casi siempre para ofrecer un maquillaje de modernidad a una realidad inamovible en lo sustancial. Después de la caída de Machado se aceleró la crisis entre una sociedad en evolución y las estructuras establecidas. El mundo también estaba cambiando. Se imponía la necesidad de diseñar imágenes atemperadas a la nueva situación. Hombre fuerte, poder real tras los sucesivos presidentes de la década del treinta, Batista preparó el camino para su futura investidura constitucional. En esas circunstancias, se creó la dirección de cultura del Ministerio de Educación.
El ajuste cosmético no implicaba la formulación de un programa. El director designado, José María Chacón y Calvo era una personalidad respetada en todos lo ámbitos. Católico y conservador, eludió siempre el compromiso con los partidos políticos. Recién llegado de España, donde había desempeñado cargos en la embajada cubana en Madrid, observó con espanto el rastro sangriento de la guerra civil. Antes de regresar a la isla, pocos meses después del pronunciamiento se consagró al esfuerzo por salvar vidas y por tender la mano a los exiliados. Erudito investigador de las letras y hombre probo, implementó la publicación de los excelentes Cuadernos de Cultura, con lo que puso en circulación autores clásicos de nuestra literatura exhumados de los archivos. También convocó a salones de bellas artes.
Habrían de transcurrir algunos años antes de que, por iniciativa de otro intelectual prestigioso, Raúl Roa, se diseñara un verdadero programa cultural coherente. Ocurrió bajo la presidencia de Carlos Prío Socarrás, en complicidad con Aureliano Sánchez Arango, ministro de Educación. Para él cultura y política eran una sola cosa, inseparables en su sensibilidad de hombre y en su proyección como revolucionario consecuente. Distanciado de la efebocracia de los gobiernos auténticos, supeditó su aceptación del cargo a la posibilidad de llevar a cabo su programa con entera libertad. Dos conceptos fundamentales articularon la ejecutoria de Roa. Por una parte fortaleció el diálogo entre tradición y modernidad. Incorporó en sus publicaciones el rescate de textos significativos del siglo XX, tales como las obras de Pablo de la Torriente Brau y, en lo referente a las artes plásticas, legitimó la vanguardia y la abrió a lecturas renovadoras que superaban el anquilosado debate con la academia. Mientras José Lezama Lima, todavía no consagrado por el establishment cultural, acercaba su poética a la de Arístides Fernández. Fernando Ortiz recorría, con visión ropológica, la obra de Wifredo Lam. El estímulo a la creación derribaba los límites de una filantropía paternalista mediante el fortalecimiento de los canales de comunicación con la sociedad. Una promoción emergente encontraba vías de participación a través de la revista Nueva Generación y alcanzaba espacio protagónico con las Misiones Culturales. Profesor universitario y amigo de los artistas, lúcido combatiente revolucionario en permanente ruptura con los esquemas dogmáticos, Roa hizo mucho con escasos recursos. No permaneció largo tiempo en el cargo, pero definió pautas para el establecimiento de una auténtica política cultural.
El golpe de estado de Batista fracturó de manera violenta un proceso
institucional con señales palpables de deterioro. Lejos de responder a una concepción de desarrollo incompatible con la naturaleza del régimen, la instauración del Instituto Nacional de Cultura constituyó una nueva operación de maquillaje destinada a legitimar la dictadura en el plano internacional y a producir una impresión de normalidad respecto al transcurso de la vida nacional. Tales propósitos se revelaron con total claridad al producirse la convocatoria a la bienal hispanoamericana de artes plásticas en acuerdo conjunto con el gobierno franquista. Tan evidente resultó el mensaje que los artistas, más allá de tendencias estéticas y de grupos generacionales, se negaron a participar como instrumentos de una farsa complaciente. A modo de contrapartida, organizaron una de las más extraordinarias muestras de arte cubano realizadas en la isla hasta la fecha. Titulada Homenaje a Martí ofrecía una síntesis del panorama visual a mediados de los cincuenta del pasado siglo. Ocupó la totalidad de la instalación de la Sociedad Lyceum. Coincidieron en ella los fundadores de la vanguardia, sus continuadores inmediatos y el núcleo juvenil abstracto conocido como "los 11". A la diversidad de posiciones estéticas se añadían las distintas posturas políticas. Algunos colaboraban con formas clandestinas de lucha contra la dictadura. Unos pocos habían tenido un compromiso político explícito. Ninguno, sin embargo, quiso ser cómplice de la dictadura. Por lo demás, la institución gubernamental, concebida para ofrecer una imagen de paz en un país en guerra, desde la Sierra Maestra, hasta las luchas libradas por el llano, necesitaba ofrecer cierta vitalidad a sus instalaciones. Había que quebrar la resistencia de los escritores y artistas, quienes privados de los beneficios de un mercado y carentes de editoriales, estaban absolutamente desprotegidos. La fórmula era sencilla.
Se trataba tan sólo de aplicar, a escala local, la práctica del garrote y la zanahoria. Los artistas empleados en la dirección de cultura desde los tiempos de Raúl Roa perdieron sus empleos como represalia por la participación en la antibienal organizada en el Lyceum. La eliminación del minúsculo subsidio concedido al ballet fue un modo de castigar a su directora, Alicia Alonso. Presionados por las circunstancias, algunos aceptaron modestos contratos para funciones teatrales y a través de la acción de las instituciones privadas surgidas a lo largo de la república.
La confección de una política cultural implica la formulación de una concepción del desarrollo mediante la construcción de puentes entre los creadores y sus destinatarios. Exige rescatar los valores patrimoniales, establecer las vías de irradiación del arte y la literatura con editoriales, galerías, museos, teatros, estructuras para la producción cinematográfica.
Se inscribe en el cuerpo de la nación mediante el nexo esencial entre educación y cultura.
Los historiadores están llamados a integrar los procesos culturales al
torrente general de la nación. La dimensión cultural incluye y, a la vez, sobrepasa el recuento de la contribución imprescindible de las artes y las letras. Se reconoce en el entramado de las mentalidades, en el imaginario popular, en los valores implícitos, en las celebraciones, las costumbres, en todo aquello que la memoria borra y preserva. Las fuentes no pueden reducirse a los informes oficiales. Están en la prensa, en la literatura, en el testimonio de los participantes. Indagar este universo, sutil, heterogéneo y contradictorio propicia la inmersión en el insondable territorio del alma, fuerza motriz subyacente de la hazaña cotidiana del ser humano.

Graziella Pogolotti

jueves, 10 de febrero de 2011

La clave para entender a Cuba



Hace falta un programa matriz de todos los programas, y es el de la alfabetización ética que supone la preservación del patrimonio espiritual más importante de la civilización, es decir, el hombre. Se exige una síntesis de la historia cultural del universo para salvar del egoísmo a los hombres, a las naciones y a la civilización.
El discurso de la tolerancia se contradice con las imposiciones dogmáticas de recetas de viejo cuño a naciones y comunidades enteras. La consolidación de los procesos democráticos tiene que ser una aspiración que no desconozca las peculiaridades históricas y culturales de cada sociedad, respete la autodeterminación de los pueblos, acate la decisión soberana de los Estados y haga suyo el principio de no intervención en territorios ajenos. Hablar de democracia en este siglo XXI implica también referirnos a la necesaria democratización de las relaciones internacionales.
No tenemos vocación apocalíptica. La tradición espiritual cubana, en especial la de los últimos decenios, me ha confirmado que los valores morales, la voluntad transformadora y el cultivo de la inteligencia, cuando están unidos a sentimientos solidarios, tienen fuerza como para salvar a una nación.
La clave para entender a Cuba está en su cultura nacional. Ella expresa lo mejor y más depurado de la modernidad en tanto plantea de forma integral las coordenadas esenciales que quedaron fracturadas en el curso histórico: educación, cultura y sociedad y, a su vez, una profunda vocación de universalidad y una aspiración irrenunciable a un desarrollo económico basado en la justicia y en la igualdad. Ahí está la esencia del valor universal de la cultura cubana que desde sus gérmenes activos ya a principios del siglo XIX tomó un camino decidido en favor de la liberación humana y un patriotismo de proyección universal, el que alcanzó su más alta escala en José Martí. En él, ética, filosofía y arte como una joya de nuestra historia cultural, muestran el sello de la identidad nacional. Esta síntesis apunta en dirección a los mejores modos de pensar y sentir si se traducen en formas prácticas del quehacer político.
Por esos valores es hoy un país latinoamericano y caribeño independiente y se mantiene viva la Revolución cubana, resistiendo el más inhumano bloqueo económico ejercido por una superpotencia contra un territorio pequeño y subdesarrollado. La patria de José Martí postula su confianza en la utilidad de la virtud, en la vida futura, en el mejoramiento humano y en que con esfuerzos solidarios pueda reinar la fórmula del amor triunfante que proclamó el héroe de nuestra América.
Rotos los esquemas ideologizantes, se abren para los hombres y mujeres de pensamiento y nobles sentimientos, las posibilidades de investigar y crear sin que paradigmas ajenos impongan patrones obligatorios de conducta.
Los que han tomado otros senderos e intentado dictar a la conciencia humana, en nombre de tal o cual principio, una determinada forma de proceder, sólo han conseguido la censura de la historia y el desprestigio de las ideas más justas a partir de las cuales intentaron y lograron establecer su propia voluntad y hasta sus caprichos.
Para descifrar el camino del futuro hace falta una síntesis universal como la que ningún país aislado, ni siquiera un continente por sí solo puede lograr.
Si es cierto que el hombre primero necesita comer, vestirse, tener un techo, y luego hacer filosofía, religión, arte, también lo es que la humanidad no tendría existencia real y objetiva sin producir arte, filosofía y, en fin, vida espiritual. Porque hay una antigua verdad que se precisa destacar con todo rigor en el pensamiento científico y filosófico de finales de siglo: no sólo de pan vive el hombre.
En el orden filosófico y en el político, exaltemos estas dos verdades que nos muestra el sentido común.
Si no se promueven la solidaridad y la ternura como líneas sustantivas del crecimiento económico-social, no habrá esperanza de que dejemos una huella duradera sobre la tierra. Sería muy triste que seres más cercanos a lo que muchos llaman Dios, es decir, con más inteligencia y amor que nosotros, arriben aquí en los siglos o milenios venideros y encuentren en un inmenso cementerio los vestigios de un pasado lejano, de cuando en el planeta Tierra existían hombres, flores y poesía...

Armando Hart Dávalos
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