sábado, 18 de febrero de 2017

Fondo nacional para la investigación: Asignatura pendiente

La Cuba heredada de la etapa neocolonial no fue precisamente el mejor punto de partida para el posterior desarrollo científico de la isla caribeña. En aquel entonces no se disponía de un sistema educativo articulado y por ende, del potencial humano necesario para hacer ciencia. Aun cuando existen precedentes históricos de resultados notables en esa atapa; estos fueron alcanzados fundamentalmente debido a la acción individual de algunas figuras relevantes.
Solo con la llegada del proceso revolucionario, la Campaña Nacional de Alfabetización y La Reforma de la Enseñanza Superior de 1962, la palabra ciencia comenzó a escribirse con mayúsculas en la Historia de Cuba. Durante la década del 60 y del 70 se inauguraron los primeros centros de investigación, abarcando sectores tan diversos como: la prospección y desarrollo de los recursos minerales, el tratamiento de derivados de la caña de azúcar, la electrónica y la computación, la biotecnología, la medicina y muchas otras ramas de la economía y la sociedad. Sin embargo, el proceso no ha estado exento de errores que han aletargado y en múltiples casos impedido la obtención y generalización de productos científicos.
El panorama actual de la ciencia en Cuba se caracteriza por una débil vinculación Industria-Universidad y una cada vez más incompleta Pirámide de Investigación. Los excesivos controles a los que son sometidas las entidades científicas y universidades, la falta de libertad en la toma de decisiones y la ausencia de esquemas que estimulen la actividad investigativa, son solo la punta de un iceberg bajo el cual subyace muy aclimatada la burocratización de la ciencia. A pesar de que el Estado destina anualmente recursos para “garantizar el funcionamiento” de los centros científicos y tecnológicos; es común que estos sean predestinados a inversiones en acápites específicos, que en muchos casos no constituyen el problema fundamental de los equipos científicos. El salario aparece como una figura inamovible e invariable y aun en aquellos casos en que la entidad posea fondos disponibles, estos no pueden ser traducidos en mayores ingresos para sus investigadores. La institucionalización a ultranza ha suplantado el papel de los líderes de proyectos, que deberían tener la potestad y responsabilidad de manejar las finanzas de acuerdo a las necesidades específicas.
La creación de un Fondo Nacional para la Investigación con carácter público y acceso mediante competencia es una estrategia que han adoptado varios países para estimular el desarrollo científico (Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Alemania, México). Esta política, más que viable, pareciera indispensable para reimpulsar la actividad científica de investigadores y profesores universitarios. Existen antecedentes en Cuba de la creación de un Fondo Financiero de Ciencia e Innovación (FONCI) en el año 1998 y una posterior actualización en el 2014. Sin embargo, estos intentos no han pasado de ser una tímida y nominal aproximación a lo que debería constituir una herramienta catalizadora del desarrollo científico del país. La falta de divulgación, trabas burocráticas y dificultad de acceso, impiden el empleo efectivo de estos fondos y su conversión en resultados publicables o nuevos productos con alto valor de conocimiento agregado. A todas luces, el fracaso de estos modelos anteriores no ha residido en la disponibilidad financiera del país, sino en la incapacidad de garantizar un empleo eficiente de los recursos ya disponibles.
Un mecanismo efectivo debería garantizar que, con independencia del sector económico, a título personal o institucional, los diversos proyectos científicos pudieran ser presentados a competencia y aquellos más promisorios obtuvieran la liquidez necesaria para desarrollar su actividad. De esta manera se eliminarían numerosas figuras burocráticas intermedias que en muchos casos, lejos de dar soporte a la ciencia, la complejizan y desvirtúan. A dicho fondo pudieran contribuir las empresas del sector industrial o de servicios mediante la asignación de presupuestos para proyectos investigativos de interés empresarial. Toda la información se haría pública empleando la red nacional de datos y de esa manera los investigadores interesados accederían de forma directa. Permítase ilustrar lo antes mencionado con algún ejemplo concreto:
Imaginemos por un momento a un profesor universitario, líder de un proyecto investigativo sobre telefonía celular, aplicando mediante la web del Fondo Nacional para la Investigación al presupuesto habilitado por ETECSA para solucionar el problema de la congestión de datos en días señalados. Imaginemos también que los fondos le son otorgados. Ahora este profesor tendrá la potestad de decidir si contratará a tiempo parcial a 5 estudiantes de pregrado para completar su equipo o si dispondrá renovar los medios e insumos informáticos. Luego de dos años de trabajo en equipo (contrató a los 5 estudiantes), la solución generada amerita ser expuesta en eventos internacionales. El profesor dispone de los fondos para costear el boleto aéreo y la estancia y participa (junto a su más destacado estudiante) en una importante convención. Durante su presentación numerosas empresas hallaron útil la solución y un año más tarde Cuba exportaba un sistema de Control y Análisis de Datos para Telefonía Celular a Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Alemania y México. Finalmente, imaginemos que ese reconocido profesor-investigador, producto de sus resultados, logrará ingresar a fin de mes cuatro, o cinco, o quizás cien veces su salario actual.
Las relaciones de cooperación Industria-Universidad no se crean por mandato, nacen a partir de necesidades concretas y se vitalizan mediante la aplicación de políticas estimulantes y vinculantes. Eliminar las barreras burocráticas y romper los esquemas que limitan la producción científica en el país es una necesidad imperativa. Quizás la creación de un Fondo Nacional para la Investigación con carácter público y acceso mediante competencia no sea la solución a todos los problemas, pero sin duda alguna, sí una asignatura pendiente de estudio.

Abdel Martínez Alonso
La Joven Cuba

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