domingo, 5 de febrero de 2017

Un revulsivo contra la ingenuidad.




Hans Modrow fue el último dirigente del extinto campo socialista europeo en visitar la URSS y el Comité Central del PCUS en esa función. Poco antes había sido testigo excepcional del golpe de estado burocrático que dio el tiro de gracia al estado soviético. Solo esos testimonios harían muy interesante el libro de , cuya edición en castellano se presentara en la Feria del Libro de La Habana en febrero de 2016.
Pero el último Presidente del Consejo de Ministros de la República Democrática Alemana (RDA) no se limita a ello. Modrow recoge en su libro lo que vivió desde primera fila en la conducción económica y política de los países miembros del Tratado de Varsovia desde que se desempeñara como Secretario del Partido Socialista Unificado Alemán (PSUA) en la provincia alemana de Dresde y su visión de la URSS a través de su vínculo primero con el Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en la entonces región de Leningrado, Gregori Romanov, y luego con varios funcionarios soviéticos y especialmente con Gorbachov en el proceso que condujo a la absorción de la RDA por Alemania Occidental.
Según plantea Modrow en su libro, Romanov era una de las figuras alternativas a Gorbachov para asumir la dirección soviética tras la muerte de Konstantin Chernenko, a quien después de su ascenso el artífice laPerestroika sacó del escenario político. Precisamente el tema de la sucesión en el socialismo de signo soviético y su conexión con la sacralización del máximo dirigente partidista es abordado desde temprano en el libro, quien plantea Modrow en su prólogo, “o moría en el cargo o era destronado”.
También en el prólogo se esboza otro problema esencial: la contradicción acumulación-consumo en la RDA que Erich Honecker habría resuelto a favor de lo segundo a costa de un endeudamiento creciente con Occidente, frente a la estrategia de su predecesor Walter Ulbricht, destituido por decisión de Moscú a través de una subordinación que nunca concibió la relación entre iguales para los Partidos supuestamente hermanos del Este europeo. Sobre esto último, Modrow aporta la nécdota de cómo Konstantin Chernenko “regañó a Honecker en el Kremlim, a puertas cerradas, como si fuera un escolar, y le prohibió una invitación para visitar Bonn”; junto a Chernenko estaba Gorbachov, “quien también hurgó en la misma herida”.
Aunque comenzando el libro el autor se pregunta “¿estaba el socialismo de corte soviético condenado a terminar como terminó o existió realmente alguna oportunidad de una auténtica renovación?”, y arriesga sus simpatías por el corto periodo de dirección de Yuri Andropov -ya muy enfermo cuando llegó a estar al frente de la URSS-, argumentando con datos el crecimiento agrícola e industrial producido durante su mandato, Modrow no revela en el libro las capacidades con que una dirección realmente colectiva y una real democracia dentro de las filas del Partido hubieran impedido el colapso de ese sistema. Su tesis es que Gorbachov “acostumbraba a dar pasos sirviéndose de rodeos y compromisos intermedios que sabía utilizar gracias a su astucia táctica” comparte con los norteamericanos Condoleeza Rice y Philip Zelnikov la idea sobre este de que “los cambios en la política exterior fueron concebidos como apoyo a la renovación interna”, agregando que el último Secretario General del PCUS más allá de sus declaraciones en sentido contrario después del colapso, “nunca supo cuál era el final del viaje”.
A pesar de que cuestiona el inmovilismo y el voluntarismo de Erich Honecker al frente del PSUA, negado a acometer transformaciones en la RDA para enfrentar los recortes en los envíos de petróleo desde la URSS a partir de 1981, y de ser tildado -Hans Modrow- por la prensa occidental como el “Gorbachov de la RDA”, el autor da la razón a Honecker al llamar “aventurero político” y “apostador” al padre de la perestroika.
A la altura de 1987, Modrow caracteriza ya la situación en la URSS de modo muy crítico:
“El partido ya no dirigía, los funcionarios dejaban todo correr y a eso le llamaban “libre autodeterminación””
Su apreciación es que para mediados de 1988, cuando Gorbachov llamó a la aceleración de la perestroika, “Moscú renunció a la idea de una alternativa socialista”, y para Modrow “el cambio a una economía de mercado no resolvió ninguno de los problemas existentes”.
Sin embargo, es en su análisis de las negociaciones con Estados Unidos alrededor de Europa y particularmente sobre el futuro de las dos Alemanias donde el libro aporta los testimonios más interesantes y sale a la luz la ingenuidad e irresponsabilidad de los líderes soviéticos y en particular de Gorbachov.
Partiendo de la Cumbre con Reagan en Moscú en el verano de 1988, donde Washington se negó a aceptar la propuesta soviética de no intervención en los asuntos internos de los estados, la trayectoria de concesiones sucesivas a cambio de promesas que serían siempre incumplidas es una aleccionadora constante. “¿Pero cómo se podría convertir a Saúl en Pablo sin que mediara un trámite legal?” se pregunta Modrow. Para el último Primer Ministro de la RDA se pasó del “cambio a través de la fuerza” de Konrad Adenauer a un concepto mucho más exitoso -“cambio a través del acercamiento”- que incluía a la vez la fuerza militar y la oferta de negociación y que contaba con la propensión de Gorbachov a no hacer nada que aprovechando las contradicciones interimperialistas contrarrestara la estrategia estadounidense, como cuando se negó a aceptar la invitación del Presidente francés Francois Miterrand para visitar juntos Berlín y enviar un mensaje común a Washington contra la unificación alemana en la OTAN.
Hay un momento cumbre de la ¿ingenuidad? del máximo dirigente soviético. En marzo de 1990, ya aceptada por la URSS la reunificación alemana con permanencia en la OTAN, cosa que ni el propio gobierno de Bonn defendiera hasta poco antes, Gorbachov llama telefónicamente a Modrow para comunicarle “aspectos concretos” de sus conversaciones con el Secretario de Estado norteamericano James Baker y el canciller alemán Helmut Kohl, y le comenta su “sorpresa por la coincidente actitud de alemanes y norteamericanos” (!!!!), como si acabara de ingresar en el Primer año de vida del Círculo Infantil de la política internacional.
Pero aun después, el 30 de mayo Gorbachov rompió su propio récord en el ingenuómetro al anfirmar en una Cumbre en Washington con George Bush padre que una Alemania unida debería pertenecer tanto a la OTAN como al Pacto de Varsovia.
Hacia el final del libro hay un párrafo en que Modrow resume sus impresiones sobre la evolución del estilo de trabajo de Gorbachov:
“Al principio sobresalió por su capacidad de escuchar y por sus ideas originales. Pero estas virtudes desaparecieron pronto. El “demócrata” respetaba cada vez menos los modelos democráticos.”
La pregunta que surge en el lector es si cuando eso comenzó a suceder y “su ingenua conducta se repetía una y otra vez a expensas de la URRS y sus aliados” la democracia interna del Partido estaba en condiciones de percatarse y actuar a tiempo contra quien terminó disolviéndolo.
La Perestroika: Impresiones y confesiones es un libro interesante y útil para todo el que se interese en los procesos que determinaron el fin de los experimentos socialistas en Europa. Su autor sigue siendo un convencido de la necesidad del socialismo como solución para los graves problemas que acosan a la humanidad y mira con esperanza los cambios de orientación socialista que a inicios del Siglo XXI se desataron en América Latina que hoy enfrentan graves desafíos. Precisamente, una edición en castellano de este título es sobre todo útil de este lado del mundo, donde Estados Unidos ha renovado su estrategia y pretende con su soft power seducir ingenuos para renovar su hegemonía y restablecer una dominación que la Revolución cubana comenzó a quebrar en nombre del socialismo hace más de cinco décadas.

Iroel Sánchez
Publicado en el Nro 3 de la Revista Cuba Socialista.

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