miércoles, 13 de abril de 2016

Sobre las 5 y pico lecciones de Obama ante la sociedad civil cubana




La historia del futuro

La intervención del presidente Obama ante una representación de la sociedad civil cubana, especialmente seleccionada e invitada, que vimos por televisión, es una joya de orfebrería política, que debería estudiarse en las facultades de comunicación y las escuelas del Partido. Sus frases no parecen haber sido bordadas por expertos y hábilmente leídas en unteleprompter, sino estar saliendo de su corazón. Esta pieza de oratoria, su puesta en escena y su perfecta interpretación la hacen parecer realmente una conversación, no un documento cargado de tesis de principio a fin.
Comento algunas de estas tesis y su brillante manejo discursivo, a partir de la lógica con que el Presidente ha construido la visión de nuestra realidad y la de los Estados Unidos, así como de su tono directo. Mis modestos comentarios no pretenden ser el espejo de la sociedad civil cubana, sino apenas una reflexión crítica sobre el sentido común, el de Obama y el de esa sociedad, reconociéndola en su heterogeneidad, vibrante y politizada, no satisfecha con monólogos, por muy bien armados y carismáticos, sino con el diálogo real entre una diversidad de ciudadanos, ya que son mucho más que dos. Lo hago en un espíritu de debate, no solo por la invitación del presidente Obama a una discusión que “es buena y saludable”, sino porque ese debate se ha legitimado entre nosotros desde hace tiempo, como parte de una libertad de expresión que la sociedad civil se ha ganado por sí misma, más allá de estridencias y chancleteo, sin esperar dones de lo alto o de benefactores poderosos de afuera.

1. “Debemos dejarlo todo atrás”
Desde su primer discurso, en la Cumbre de Puerto España (2009), el presidente Obama ha insistido en no ser responsable de la guerra que los Estados Unidos han mantenido contra Cuba, porque todo eso pasó “antes de nacer” él. Con ese giro personal, soslaya lidiar con el legado en el uso de la fuerza de los Estados Unidos hacia Cuba en los últimos 150 años. Hoy nos dice que su mensaje es “un saludo de paz”, y que mejor sellamos ese pasado. Siempre que se trate de mirar adelante, hagámoslo. Sin embargo, a renglón seguido de este introito con rosa blanca, le pasa la cuenta a la revolución por el dolor y el sufrimiento del pueblo cubano, y despacha ese período como “una aberración” en la historia de las relaciones bilaterales.
Si en lugar de dejar atrás el pasado, queremos reexaminarlo de manera ecuánime, y verlo en toda su complejidad, sin espejuelos ideológicos ni frases diplomáticas, no ayuda evocarlo como si fuera The Pérez Family, aquella película con Alfred Molina y Marisa Tomei. La normalización se inicia del lado de los Estados Unidos, no por su infinita benevolencia, sino porque es en sus manos donde ha estado la decisión de cambiar las cosas. Mirándola de cerca, la recapacitación de Obama y su desacuerdo con la política de los EE.UU. durante todo ese mismo período “aberrante” consiste en que “no estaba funcionando”, porque no logró su objetivo: derrocar el socialismo cubano por la fuerza y el aislamiento. Su mérito consiste en haberlo declarado desde Puerto España, y proclamar ahora “el coraje de reconocerlo”, aunque se trate de una política que el resto del mundo comparte hace más de veinte años.
En ese discurso caracterizado por la franqueza, sin embargo, no dice ni una sola vez que además de errónea, esa política fue contraproducente, porque no solo atropelló el bienestar del pueblo y la soberanía cubanas, sino impuso la necesidad de armarse hasta los dientes, y condujo a la maldita situación de una fortaleza sitiada, y de un estado de seguridad nacional cuyas consecuencias económicas y políticas aún estamos pagando. No es posible desconocer que ese ciudadano norteamericano elocuente y sin pelos en la lengua que reclama decirnos lo que piensa, es también el Presidente de los Estados Unidos. Con esa misma franqueza, podría haberle entrado al tema con la manga al codo, reconociendo el papel del Estado norteamericano no solo en los costos del pueblo, sino en nuestros problemas actuales, y dándonos un ejemplo de voluntad para decirlo todo, sin cortapisas, si queremos llegar realmente al fondo de las cosas, ahora mismo y en el futuro.

2. “Gracias a las virtudes de un sistema democrático y respetuoso de la libertad de los individuos, EE.UU. es el país de las oportunidades, donde el hijo de un inmigrante africano y una blanca madre soltera pudo llegar a ser presidente”
Este notable discurso nos conduce a menudo por caminos clásicos como el del sueño americano, con una maestría narrativa propia de Steven Spielberg, que habría envidiado entre nosotros el gran Félix B. Caignet. Aunque se niega, con razón, a quedar atrapado por la historia, Obama termina dándonos su propio relato de las cosas que han pasado no solo aquí, sino allá. En una de sus tesis centrales, afirma que la justicia social alcanzada por ellos se debe precisamente al sistema democrático adoptado por los padres fundadores.
El año pasado se cumplieron 150 años del fin de la Guerra civil, que dividió el Norte y el Sur de esa gran nación, en el enfrentamiento más terrible, en términos materiales y humanos, que hayan sufrido los Estados Unidos, sumando todas las guerras en que ha participado. Si la democracia hubiera bastado para resolver el problema de la esclavitud, no hubiera sido necesaria aquella guerra atroz, provocada por el alzamiento de la tercera parte del país en contra del poder legítimo, democráticamente electo, y que costó 750 mil muertos, medio millón de heridos, 40% del Sur destruido, propiedades perdidas para siempre por los sureños derrotados, un presidente Lincoln vilipendiado y finalmente asesinado, solo para abolirla.
Un siglo después de esa terrible Guerra civil, al lado de la cual nuestra revolución, con todos sus costos humanos y familiares, es un paseo por el campo, todavía la mamá de Obama tuvo que irse con su familia a criarlo en un estado tan próximo como Hawai, donde su hijo mulato pudo crecer rodeado de menos discriminación rampante que en los Estados Unidos continentales —como él mismo nos recuerda en su discurso. Todavía hoy, como demuestran historiadores y sociólogos norteamericanos, las heridas de aquella conflagración no han cerrado del todo, y las causas estructurales de la desigualdad racial y la violencia asociada no logran rebasarse. Si Martin Luther King Jr. y muchos norteamericanos, de todos los colores, así como nosotros en Cuba, celebramos el triunfo de un candidato negro en las elecciones de 2008, también sabemos que con eso no basta para que un sistema político se haga más democrático —ni allá ni en ninguna parte.
En cuanto al pluralismo del sistema, suena como un wishful thinking, o una buena idea, que un candidato socialdemócrata hiciera campaña y llegara hasta el final con alguna visibilidad, como una tercera vía en el marco de hierro bipartidista de los Estados Unidos, en lugar de verse forzado a un Partido Demócrata que abomina, para tener algún chance de participar, en ese bicentenario sistema político estadounidense, al cual José Martí le dedicó cientos de páginas, que leemos poco y conocemos menos de lo que deberíamos.

3. “El socialismo tiene sus cosas buenas, como la salud y la educación (aunque le falta los derechos ciudadanos y las libertades que tienen los EE.UU.)”
Gracias. Pero es que eso de la salud y la educación lo dice todo el mundo. En rigor, la cuestión de contrastar los atributos de nuestros dos sistemas requiere ponerlos en un contexto mayor. Antes de compararlo con Cuba, habría que poner al sistema norteamericano al lado de otras economías de mercado y democracias liberales del mundo. ¿Alguien más tiene uno igual? Lo que hay que explicar es por qué esa democracia basada en valores universales, donde todo se alcanza, no ha podido conseguir un sistema nacional de salud, ni siquiera uno tan incompleto como el proyecto original del Obamacare. ¿Cómo se explica que la educación pública, que no es un invento comunista, ha funcionado en muchos países europeos, mientras en los Estados Unidos tiene índices tan pobres?
A propósito de la medida del socialismo cubano, me pregunto si esta se contiene en dos servicios públicos gratuitos, como salud y educación, igual que tienen los canadienses y los finlandeses. Ya sé que muchos cubanos piensan así. Desde mi punto de vista, sin embargo, el mayor logro del socialismo cubano (incluyendo no solo al gobierno, sino a todos los cubanos que lo hacen posible) ha sido la reivindicación del sentido de la dignidad de las personas y la práctica de la justicia social, al margen de su origen de clase, su color o su género. Eso explica, por cierto, que los cubanos estemos alarmados hoy ante el crecimiento de la desigualdad y la pobreza, y no la aceptemos como un hecho natural, sino como la erosión de una condición ciudadana fundamental. ¿O es que el costo del retroceso de los perdedores se equilibra con la prosperidad de los ganadores, y la mayor polarización social es el costo fijo de una mayor libertad? ¿Se resuelve con impuestos y un supuesto efecto de derrame hacia abajo? ¿Dónde es que pasa eso? Cuando digo igualdad —no uniformidad ni igualitarismo— me refiero a a la práctica real de ese derecho, no a la letra de una constitución.
Los cubanos debemos recordar que nuestro huésped, el Dr. Barack Obama, es graduado de la Escuela de Derecho de Harvard, y enseñó en la Universidad de Chicago esa materia, Derecho constitucional, antes de ser organizador comunitario en esa ciudad, y luego político local, así que tiene plena conciencia de lo que estamos tratando. Una cosa es la ley y las instituciones del sistema, y otra la justicia social. Decir que la práctica de esa justicia en Cuba consiste en “el papel y los derechos del Estado”, en oposición a los del individuo, revela, en el mejor caso, ignorancia, y en el peor, mala fe. Tratándose de él, seguramente se trata solo de lo primero.
Claro que tenemos mucho que avanzar en materia de derechos ciudadanos efectivos, refuerzo de la ley, empoderamiento y representación de todos los grupos sociales, y no solo de nuestros emprendedores privados, en el camino hacia una democracia ciudadana plena. Hacerlo sobre la base de nuestra propia cultura política, y tomando en cuenta otras experiencias de descentralización y participación local en América Latina, más que las de nuestros amigos asiáticos, es una tarea que no se debe dejar para más adelante. Con sincera admiración hacia los luchadores por los derechos civiles en los Estados Unidos, decenas de ellos asesinados por la ultraderecha y acosados por el FBI, nuestro horizonte de derechos ciudadanos queda mucho más allá.

4. “El cambio en Cuba es cosa de los cubanos”
Naturalmente, todos aplaudimos. Pero en ese mismo párrafo, el Presidente toma cartas en el asunto, para defender los derechos de “sus cubanos”, es decir, los exiliados de Miami y los disidentes en Cuba, precisamente aquellos que se reconocen como aliados de los Estados Unidos. Aunque sabemos que la mayoría de los emigrados de los años 80, 90 y actuales, no se han ido por las mismas razones políticas que los emigrados en los 60 y los 70, sino económicas y familiares; aunque los que se han ido desde 1949-1995 no son considerados refugiados políticos por la ley norteamericana, sino simplemente inmigrantes; que 300 mil de ellos visitan Cuba pacíficamente cada año; que esos inmigrantes más recientes representan la mitad de todos los cubanos residentes en los EE.UU., y son los que mandan 1,7 mil millones de dólares a sus parientes en la Isla, con los que mantienen estrechos vínculos, pues no se fueron peleados; que la mitad del resto nacieron en los EE.UU., y por tanto tampoco son refugiados políticos, e incluso visitan la Isla con pasaporte norteamericano, el presidente Obama habla de dos millones de “exiliados” cubanos, con los cuales él promueve algo llamado la “reconciliación”. ¿Será posible que tampoco sepa del creciente número de los repatriados, desde la ley migratoria de enero de 2013? ¿De los cubanoamericanos que no hacen negocios con Cuba porque la ley del bloqueo se los impide? Y si no es así, entonces, ¿entre quiénes es la “reconciliación” por la que aboga? ¿Serán los políticos del lobby archiconservador cubanoamericano, opuesto a la normalización? ¿Sus aliados en Cuba? ¿Los batistianos sobrevivientes?
Cuando él habla, por cierto, de nuestras relaciones, las de todos los cubanos de Cuba con los norteamericanos, dice que somos exactamente “dos hermanos de la misma sangre” que nos hemos visto “separados por muchos años” debido a la fatalidad de esta “aberración” que tenemos aquí. Dicho sea en honor a la verdad, desde hace más de un siglo, los cubanos hemos sido vistos (y para muchos seguimos siéndolo), como una raza inferior, porque somos un pueblo de color, nada de consaguinidad. En cuanto a nuestro código genético compartido con afronorteamericanos y latinos, sería conveniente que sus asesores le contaran al presidente que a esos cubanos exiliados de Miami , donde no abundan los negros, pero sí el racismo rampante de la clase alta cubana, no les gusta que los llamen latinos, porque se sienten superiores —como bien saben los demás latinos y negros norteamericanos. Esos exiliados de pura cepa le hicieron un acto de repudio al mismísimo Nelson Mandela, cuando visitó los Estados Unidos, y quiso ir a Miami; y suelen llamarle al presidente Obama, desde que fue elegido, “el negrito de la Caridad” (lo que no es exactamente un trato cariñoso, aunque lo parezca). Ahora que ha hecho todo esto con Cuba, lo llaman simplemente “el traidor”. Seguramente él entiende por qué no nos es fácil reconciliarnos con ellos.

5. “La normalización con los EE.UU. está abriendo las puertas de los cambios en Cuba”
Según este diagnóstico, aquí no ha estado pasando nada en estos últimos años. O sea, el gobierno cubano “se ha abierto al mundo” gracias al 17 de diciembre de 2014; y le falta todavía descubrir que la mayor riqueza de este país es su capital humano. Con todo respeto por el sector privado que tenemos, imaginar que nuestro potencial de desarrollo e inventiva se cifra en rentar habitaciones, fundar paladares, y mantener rodando los almendrones es ignorar a nuestro mayor capital humano, formado por lo que hacen nuestros médicos, profesores universitarios, artistas, agricultores, científicos, profesionales. Olvidar que los periodistas, oficiales de las instituciones armadas, diplomáticos, maestros primarios y secundarios, dirigentes, muchos de ellos jóvenes y bien preparados, son parte principal de la riqueza de la nación, aunque no sean ni vayan a convertirse en “sector privado”. No hay que confundir a la sociedad civil con los negocios. ¿O alguien piensa que estos barberos y dueñas de pequeños negocios tan justamente celebrados estos días han brotado en las calles por generación espontánea, en vez de haber sido creados por la ley cubana, y mantenerse ligados a las instituciones locales, con las que colaboran?
Esta visión excluyente privado-estatal parece acompañar la imagen de un país que se representa como paralizado, donde nada cambia, y no lo hará hasta que los cubanos no conozcan otros puntos de vista diferentes a los prevalecientes, gracias a una comunicación con el mundo exterior, de la que carecen. Cuando tengan una conexión ADSL en sus casas, y descubran internet, despertarán, como cuando la princesa fue besada por el príncipe. Mientras, seguirán en otro mundo, sin ninguna modalidad de acceso a internet, ni correo electrónico ni celulares. No es ni siquiera el vaso medio vacío, sino la idea de que no hay vaso alguno.
Finalmente, en el espejo del discurso del Presidente no se refleja nada parecido a un programa de reformas en curso, ni una sociedad cubana capaz de debatir sus problemas públicamente. Claro que la normalización puede ser un factor favorable a ese cambio; aunque también un factor negativo. De lado de allá, depende de la capacidad de la política norteamericana en tratar a Cuba como a otros países con los que colabora, a pesar de diferencias y problemas internos. Los casos de China y Viet Nam, evocados en el discurso del día de San Lázaro, podrían ser una pauta constructiva a seguir. Del lado de acá, depende de la capacidad de nuestra política para evitar adherencias ideológicas, como las que ocurren cada vez que los Estados Unidos deciden favorecer a un sector, trátese de internet, los trabajadores del sector no estatal o los jóvenes. Para decirlo como Nitza Villapol, ahora que la política con los EE.UU. es la tarea de muchos, habría que aprender a cocinarla en una olla de teflón, donde las cosas no se le peguen, o se amarguen sin necesidad.
La milimetrada puesta en escena de Obama durante toda la visita, cuyo punto culminante, en términos dramatúrgicos, fue el discurso ante la sociedad civil, el 22 de marzo, se anticipaba en el blog del Departamento de Estado, titulado Engaging the Cuban People, cuatro días antes, por su encargado, el Vice Asesor de Seguridad Nacional para Comunicaciones y Discursos Estratégicos, Ben Rodhes.
En su discurso, el presidente Obama reconoció afinidades culturales cubanas con los Estados Unidos en el béisbol, el cha-cha-cha, los “valores familiares”. También llamó la atención sobre las capacidades de los cubanos, especialmente los jóvenes, para funcionar en el contexto de la cultura de mercado de los Estados Unidos. A lo largo de este documento hizo exhibición de familiaridad con lo cubano, y su cultura popular.
No estoy seguro de que los asesores de Obama entiendan que la familiaridad cubana con lo norteamericano no es solo una razón para apreciar sus productos y sentido del espectáculo, sino una capacidad para entender sus usos y manejos. En efecto, sin haber puesto nunca antes los pies en la Isla ni haberse criado con cubanos, en su discurso del día de San Lázaro de 2014, dijo “No es fácil” en español; cuando aterrizó en La Habana y en su conversación telefónica con Pánfilo, sin venir mucho al caso, suelta “Qué bolá”, igual que cuando el Air Force One toca suelo cubano; fue capaz de citar a José Martí una y otra vez (ninguna de ellas hablando de los EE.UU.). El empaquetamiento cultural del mensaje no parece haberse ahorrado nada, ni a la Ermita de la Caridad de Miami.
Según este guion, la reunión procuraba demostrar su apoyo a “los valores y derechos humanos universales, incluyendo el respeto por el derecho a la libertad de expresión y reunión.” Y su “profundo desacuerdo con el Gobierno cubano” en torno a estos temas, y su creencia en que el encuentro pone a los Estados Unidos en posición mejor para suscitar estas diferencias directamente con el gobierno cubano, y seguir escuchando a la sociedad civil”. Finalmente, “este guion anuncia que sus planteamientos subrayarán el continuo espíritu de Amistad, y proyectarán su visión sobre el futuro de la relación entre los dos países”. En resumen, una de cal y otra de arena, como era de esperar.
Me gustó ver a Raúl, desde su balcón, sonriendo después de escuchar la tirada de Obama, saludando y haciéndoles señas a los asistentes, en lugar de asumir una expresión adusta o contrariada. Unas horas después, con un elegante saco azul de sport, acompañó a un presidente Obama en mangas de camisa, en los primeros innings de un juego de pelota, que perdimos sin remedio. Sportmanship es una vieja palabra, que puede resumir de manera muy simple el nuevo estilo que demandan las relaciones políticas entre Cuba y los Estados Unidos.
A mi juicio, los cubanos tenemos mucho camino por delante en materia de fortalecimiento de prácticas de participación y de democracia ciudadanas, no meramente multipartidistas. Y más vale que tomemos ese toro por los cuernos, en lugar de asumir la postura vergonzante de que a nuestro socialismo lo único que le falta es eficiencia económica y recuperación de bienestar social, de manera que no hay que tocar el funcionamiento del sistema político, los medios de comunicación, el papel de los sindicatos y las organizaciones sociales, el propio Partido Comunista y el poder omnímodo de la burocracia –eso que Rául llama “la vieja mentalidad”. No basta con citarlo a él, hay que llevar ese guion, que no es precisamente el de un espectáculo, a una nueva puesta en escena, a la altura que piden los tiempos y la gente.
En cuanto al significado de la visita para los cubanos, esta cumplió su cometido, más allá de la escena, pues permitió que ambos presidentes conversaran directamente sobre los próximos diez meses acerca de nuestros intereses comunes, la etapa decisiva en la construcción de ese puente que la próxima administración debe encontrar tan avanzado como para que sea demasiado costoso dinamitarlo.
Irónicamente, cuando Barack Hussein Obama salga del cargo como presidente # 44 de los Estados Unidos, adonde llegó ocho años antes envuelto en las mayores esperanzas de las últimas décadas, entre su puñado de realizaciones estará la normalización con Cuba. Quizás dentro de unos años no se recuerden las frases bordadas por su talentoso equipo de especialistas en comunicación, ni lo que dicen sobre nosotros y ellos. Pero muchos cubanos y norteamericanos no olvidaremos su mensaje de paz, y muy especialmente, su determinación como primer presidente, después de tantos años de guerra, en atravesar este camino distante y cercano, para hacernos la visita en La Habana.

Rafael Hernández
Revista Temas

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