sábado, 27 de mayo de 2017

Por una Cuba negra




Palabras leídas durante la presentación de mi libro Por una Cuba Negra. Literatura, raza y modernidad en el XIX, en la Universidad de Claremont, California y en el Centro Malcon X de University of Massachusetts at Amherst

Buenas Tardes:

Quiero dar las gracias a Claremont Graduate University y en especial a David Luis-Brown por su invitación y el entusiasmo con que desde el primer momento acogieron mi visita.
Como intelectual afrocubano y activista contra la discriminación racial y la homofobia en Cuba, me siento muy honrado con esta invitación.
Les confieso que este encuentro tiene para mí significaciones muy especiales. Primero, porque al acogerme no sólo reciben a un escritor cubano -autor de varios libros sobre aquellos capítulos de la historia intelectual y cultural cubana silenciados o censurados por la historia oficial-, sino porque también simbólicamente, al recibirme, reciben a una parte del Movimiento Afrocubano y de los activistas que dentro de la naciente sociedad civil cubana luchamos contra todo tipo de discriminación. En segundo lugar, este encuentro me ofrece la posibilidad de conversar, discutir e intercambiar con ustedes algunas ideas que he venido exponiendo en varios artículos y fórum sobre la realidad de los negros y negras en Cuba, sobre sus luchas a través de siglos para que sean reconocidas sus decisivas contribuciones a la formación de la nación y la nacionalidad cubana. Hablo de hombres y mujeres que, como todos sabemos, fueron arrancados violentamente de África y traídos a este lado del continente en condiciones verdaderamente inhumanas para trabajar como esclavos, que protagonizaron innumerables rebeliones para conseguir su libertad y finalmente se fueron a la manigua, junto con el criollo blanco, a combatir contra el colonialismo español por la independencia de mi país. Una historia de cimarronaje y resistencia, silenciada y tergiversada por la historia oficial -escrita por letrados blancos- y en una nación que desde sus orígenes padeció del miedo al negro.
En tercer lugar, porque es la primera vez que voy a presentar en público, mi libro: Por una Cuba Negra. Literatura, raza y modernidad en el XIX y lo hago fuera del país donde se escribió y de las circunstancias históricas, culturales, sociales y políticas que motivaron su escritura. Por razones, que más tarde entenderán este libro acaba de ser publicado en España por la Editorial Hypermedia.
Todavía hoy en Cuba, hablar de discriminación racial y asumir con plena conciencia tu identidad como negro o negra sigue considerándose como una especie de disidencia política. Un acto que pone en peligro la unidad política de la nación y de la Revolución Cubana.
Desde su llegada al poder en enero de 1959, la Revolución dictó leyes que establecían la igualdad de derechos entre blancos y negros. Enarboló el paradigma de una nación mestiza y de un sujeto nacional homogéneo. La voluntad política de construir “el hombre nuevo del socialismo” trajo consigo que se reprimiera cualquier intento por parte de negros y mulatos de reivindicar su identidad racial o de manifestar su orgullo negro. El nuevo sujeto revolucionario, legitimado por el canon literario, cultural y estético de la Revolución terminó siendo un sujeto viril, blanco, ateo y marxista.
No sólo el arte, la literatura, sino también la crítica, el discurso académico e historiográfico estimularon y legitimaron a la construcción de este sujeto. Al tiempo, que desde una politización extrema del arte y la literatura se ponían en práctica los paradigmas teóricos y estético del realismo socialista, y el marxismo más dogmático. Así se tildaron de enemigas de la Revolución muchas autores y obras que no se ajustaban a esos cánones estrechos como pasó, en la década del sesenta, con los jóvenes escritores en su mayoría afrocubanos nucleados en torno a las Ediciones El Puente, o con el movimiento que conocido como el Black Power Cubano. Integrado por intelectuales, poetas, cineastas y dramaturgos quienes a partir de sus conversaciones con los líderes del Black Power y de los Panteras Negras -exiliados o de visita en Cuba- comenzaron expresar en sus vestimentas y obras su “orgullo negro”.
Esto explica por qué en casi totalidad de las obras producidas por la literatura cubana entre la década del sesenta y hasta el ochenta del pasado siglo no existen personajes negros o negras. Siempre sus autores describen la piel, los ojos, el pelo de personajes blancos.
La década del noventa se inicia con la caída el campo socialista. Cuba perdía no sólo sus principales aliados políticos y económicos en el mundo. Comienza así, la crisis económica más fuerte que ha vivido mi país conocida como Período Especial, y de la cual todavía hoy no se ha recuperado.
La necesidad de buscar nueva salidas económicas y políticas a ésta crisis llevó al Estado cubano a realizar ciertas aperturas como: el reconocimiento del derecho que tienen sus ciudadanos a practicar la religión que deseen, la despenalización del dólar. Cuba se abrió al mercado internacional fundamentalmente, el turístico. Por otra parte, se incrementaron las visitas de los cubanoamericanos al país y remesas que ellos enviaban a sus familiares en Cuba. Se les dio permiso a los cubanos para que pudieran viajar al extranjero y regresar nuevamente a su país natal. Fue el comienzo de lo que con el tiempo ha devenido en la formación de una clase social económicamente privilegiada conocidas “como los nuevos ricos”.
Toda esta situación provocó que resurgieran en el imaginario popular, social y político prácticas discriminatorias y racistas contra la población afrocubana. La presencia de actores y actrices negras en la televisión cubana es escasa. Cuando aparecen solamente lo hacen para representar personajes negativos, que reproducen estereotipos denigrantes como: el negro como buen músico y deportista, pero no está apto para la producción de un saber. Se nos representa como delincuentes, carente de buenos modales para conducirnos en público, mal vestido, viviendo en solares y otros sitios marginales, con un ardor sexual superior al de los blancos, sexualmente bien dotado sexualmente, como jineteros (así se le denomina en Cuba a los que se dedican a la prostitución para el turismo extranjero, tanto masculina como femenina).
En los poster destinados a la promoción de muchos productos turísticos cubanos, la mulata aparece como un objeto sexual y la cultura del negro como un elemento exótico, salvaje a los ojos del europeo. A ello hay que sumarles la escasa presencia de negros y negras como trabajadores en el sector turístico donde una camarera o maletero está salarialmente mejor remunerado que un médico, un ingeniero u otro profesional. Muchos empresarios extranjeros y de otras corporaciones mixtas que trabajan en mi país a la hora de contratar trabajadores privilegiaban casi siempre al hombre y la mujer blanca.
En los libros dedicados a la enseñanza de la historia de Cuba apenas se hablar el rol protagónico que desempeñaron nuestros antepasados en los procesos formativos de nuestra nacionalidad. En este sentido, la enseñanza de la historia de mi país reproduce estos paradigmas colonialistas.
También, por cuestiones históricas, somos los negros los que menos remesas recibimos del extranjero, el grupo social con peores vivienda. Somos mayoría en las prisiones y minoría en las universidades de un país donde la educación es gratuita. Todo esto cristaliza en la expresión que con frecuencia emplean muchas personas cuando nos dicen: “Ustedes no se pueden quejar de la Revolución, porque la Revolución los ha hecho persona”.
Desde comienzo del siglo XXI es evidente la existencia en Cuba de un Movimiento Afrocubano que lucha contra el racismo antinegro e integrado por más de 25 grupos, además de artistas provenientes de la cultura hip hop, el teatro, así como escritores, académicos, religiosos, líderes y lideresas que trabajan en las comunidades y barrios de población negra con altos niveles de pobreza, sin embargo, el activismo contra la discriminación racial en Cuba, es sinónimo de disidencia política. El debate la problemática racial está reducido a los espacios de internet, donde la mayoría de la población cubana no tiene acceso, o al ámbito académico que es un espacio totalmente condicionado por el campo político que establece una frontera entre lo permisible y no permisible, entre cuáles enfoques y temas que son políticamente correcto abordar y cuáles no.
De ahí, la reticencia del campo académico cubano a los nuevos enfoques provenientes del campo de los estudios culturales latinoamericanos, a los paradigmas teóricos de los estudios decoloniales y subalternos o a conceptos que estratégicamente empleamos los activistas como: afrodescendientes, afrocubano, empoderamiento, acciones afirmativas, etc. bajo el pretexto que son conceptos copiados de la academia norteamericana y de que no responden a la realidad cubana. Es decir, en Cuba existe un divorcio entre academia y activismo.
No hay que sorprenderse entonces, ante el hecho que durante todos estos años, el activismo antirracista cubano haya producido un saber otro, diferente al de la academia, que opera como un contradiscurso de la misma. Un saber que nace de una realidad concreta: el contacto directo del activista con estos sujetos y su dura realidad. Por esto, considero que la deconstrucción del racismo antinegro cubano exige de espacios en la academia, en la docencia, además del debate público y de un proyecto y programa gubernamental.
Hago este recuento para que conozcan el contexto en que se genera la escritura de mi libro, las preocupaciones e interrogantes que de una u otra forma lo recorren. Por una Cuba Negra. Literatura raza y modernidad en el siglo XIX, nació de estas circunstancias, pero sobre todo de mi desconfianza hacia los textos, documentos y toda la genealogía de patricios ilustres sacralizados por la historiografía oficial cubana y tenidos como padres fundadores de la nación y de la identidad nacional cubana.
Escribir Por una Cuba negra… constituyó una aventura que duró aproximadamente siete años. Fueron años de intensas lecturas y largas discusiones con colegas, de búsquedas de materiales no siempre disponibles en las bibliotecas y archivos cubanos. Pero de un verdadero aprendizaje.
Recuerdo que algunos colegas, desconfiados, me preguntaban: ¿por qué re-visitar el siglo XIX cubano?, ¿por qué te afanas en desempolvar documentos, episodios y prácticas intelectuales sobre los que ya se ha dicho todo?
Los motivos eran varios. El primero tiene que ver con la vocación de estos documentos para el diálogo con el presente. En este punto, concuerdo con Hugo Achugar cuando estima que volver sobre aquellos textos que en el siglo XIX expresaron la búsqueda de la identidad nacional americana; no es hurgar en el basural de la historia, sino que se asemeja a la labor del augur que, a la luz del presente, intenta esclarecer los signos de un proyecto aún no consolidado. La segunda razón responde a un sentimiento de incredulidad frente a los archivos de historiografía oficial:las grietas, tachaduras, silencios que revelan el texto y el sujeto colonial cuando son confrontados por los paradigmas interpretativos que proponen los estudios culturales, subalternos y decoloniales en sus deconstruciones de los ejes tradición-modernidad, lo culto-lo popular; hegemonía-subalternidad, escritura-oralidad, etc. El último motivo, es más bien personal, tiene que ver con mi fascinación como investigador hacia ese objeto de estudio que Bourdieu llama: “una simple cantidad despreciable”, refiriéndose no sólo al sujeto subalterno, sino también a aquellos imaginarios, escrituras y prácticas simbólicas que el canon y las normas vigentes dentro del campo literario cubano asumen como un excedente o desecho.
Como toda colonia, el criollo blanco cubano padeció de un complejo de inferioridad que lo hacía mirar a Europa como lo más avanzado, a querer entrar en su Historia mientras la esclavitud, el negro significaban lo bárbaro, lo iletrado, el recuerdo maldito que había que suprimir por el bien de la futura nación. La nacionalidad cubana se forjó de espaldas a ellos, no fue una nación racialmemente inclusiva.
Lo que explica el espacio marginal y deshistoriado que tiene la identidad negra y mulata dentro de esos relatos maestros que dan cuenta de los procesos formativos de nuestras literaturas nacionales y regionales. Por otra parte, poco o nada se ha dicho sobre cómo los esclavos, los mulatos y negros libres expresaron estas nociones primarias de patria las cuales, por razones obvias, eran diferentes a la del blanco, pero estaban dotadas de un sentido de pertenencia al territorio donde habían nacido y vivían. Y se manifestaban a través de la defensa del suelo patrio frente a las agresiones extranjeras, la voluntad por adquirir un lugar social y económico respetable a partir de sus talentos en los oficios, la búsqueda de un status de ciudadanía evidente en el gran cúmulo de reclamaciones legales presentando ante las autoridades, y la decisión por llevar un modelo de vida comunitaria relativamente independiente de las ordenanzas y prescripciones de la sociedad blanca.
En los barrios marginales donde socialmente habían sido confinados, no sólo podían compartir aspiraciones de realización social y derroteros comunes, sino también tomar conciencia de la exclusión social y étnica que enfrentaban.[1]
La literatura producida por los negros y mulatos criollos (esclavos o libres) durante el siglo XIX cubano ilustra este fenómeno. Por esta razón, considero que los ejercicios de olvido y tachadura que ha hecho el canon fundacional hispanoamericano de estas voces es lamentable, pues resulta difícil aislar el nacimiento de la literatura en América Latina de los múltiples eventos políticos, sociales y económicos que rodean la consolidación de estos proyectos nacionales, entre los cuales ocupa un lugar significativo los tópicos de la raza y del racismo.
Los autores que examino en algunos capítulos de este libro, por su identidad racial, son sujetos literarios subalternos. Lo que explica el espacio problemático que, todavía hoy, en los albores del nuevo milenio, siguen teniendo dentro del pensamiento crítico-literario y el discurso historiográfico cubano.
De sus escrituras me interesan esos momentos donde la herida colonial se torna más visible, y donde las narrativas de la ilustración, con sus imaginarios sobre el progreso, se vuelven disfuncionales, pierden su capacidad explicativa universal.
Estos autores constituyen para los significados aceptados por el pensamiento historiográfico occidental, un lugar epistemológico ininteligible: la negación, el enigma. Sus subjetividades se muestran ubicuas, elusivas y completamente irrecuperables frente a las políticas interpretativas occidentales, porque carecen de los privilegios necesarios para acceder a esas instancias de poder donde la historia se construye y legitima como verdad. Por estas razones, las perspectivas de análisis que asumo en este libro marchan a contrapelo, a la manera de una lectura en reversa del aparato cultural ilustrado. Mis análisis de estas obras y autores enfatizan lo perturbador y lo inviolable; los momentos donde en que sus escrituras se levantan como objetos sediciosos, irreductibles frente al saber letrado y el discurso académico.
No perdamos de vista que estos sujetos literarios incorporan costumbres, memorias, comportamientos lingüísticos derivados de otra racionalidad, y de los sistemas de comunicación predominantemente orales; sobre tales instancias descansan sus peculiares modos de comprenderse a sí mismos, de explicar a los otros y al mundo que los rodea.
Hasta aquí, mi exposición. He tratado de ser breve para poder responder a las preguntas de ustedes y cederle el camino al diálogo.
En fin los invito a leer mi libro y les doy nuevamente las gracias por esta invitación.

Alberto Abreu
Afromodernidades

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