sábado, 24 de septiembre de 2016

El mago Obama.




Un hombre corre abrazado al monitor de una computadora por una línea fronteriza, un policía lo persigue hasta que lo atrapa y lo hace caer al piso. Pudiera ser la escena de una película, de un noticiario o de una serie policial pero para los cubanos y cualquiera que haya seguido las relaciones entre Estados Unidos y Cuba es el símbolo de algo muy concreto: La represión de las autoridades estadounidenses contra los Pastores por la Paz por su ayuda humanitaria a la Isla.
Hace años que escenas como esa no se producen pero los Pastores por la Paz han vuelto a ser golpeados, tal vez de un modo mucho más duro pero esta vez no habrá imágenes simbólicas de policías fronterizos persiguiendo activistas desarmados. Ha bastado retirar el estatus de organización no lucrativa que no paga impuestos para asestar un golpe mucho más demoledor que el de todos los policías fronterizos juntos persiguiendo las caravanas solidarias con Cuba que han recorrido durante décadas Estados Unidos y Canadá.
Si la administración de W. Bush regaló a la historia universal un grupo de secuencias simbólicas de la actuación imperial, desde los torturados en Abu Ghraib y la torpe persecución a los Pastores por la Paz a la cacería de una familia iraquí -incluyendo niños- por un helicóptero artillado o la célebre amenaza de atacar preventiva y sorpresivamente “sesenta o más oscuros rincones del mundo”, Barack Obama ha aportado el aséptico y casi siempre invisible fuego de los drones, el récord mundial de las irretratables multas a los bancos por transacciones financieras con Cuba o el cadáver inencontrable de Osama Bin Laden, acompañados de la culta retórica y la sonrisa inteligente de un profesor universitario. En las primeras planas negocia con Rusia el combate al terrorismo en Siria pero “por error” masacra 83 soldados sirios que combaten a Al Nusra y la noticia desaparece rápidamente.
Gracias a Obama hubo guerras en Libia, Siria y Ucrania pero él no será recordado por decir pomposamete en un portaviones “misión cumplida” sino por citar el Corán en la Universidad de El Cairo. Nadie dedicó tanto dinero de los contribuyentes norteamericanos a subvertir el sistema político cubano pero de eso no hay fotos ni videos como sí de sus paseos por La Habana en compañía de su familia y de los músicos del Buena Vista Social Club en la Casa Blanca.
Si con W. Bush hubo un solo golpe de estado exitoso en América Latina (Haití 2004), con Obama fueron tres (Honduras 2009, Paraguay 2012 y Brasil 2016) pero a diferencia de los uniformados que vimos actuar en Haití y Honduras, en Paraguay y Brasil han sido los parlamentos los encargados de poner en su lugar a quienes habían encabezado políticas molestas a Washington y sus aliados locales.
Reconozcámoslo: Obama ha sido un mago para desaparecer los símbolos de la injerencia y la violencia imperialista en todo el planeta, a la vez que ha aumentado la efectividad en el cumplimiento de sus metas. Cuando dijo que con Cuba cambiaba de métodos para lograr los mismos objetivos no hacía una excepción, como orgullosamente pudo pensar algún entusiasta, sino adaptaba a América Latina lo que ha sido su norma de comportamiento en todo el mundo desde que llegó al poder: el smart power.
En nada ha cedido de lo esencial reclamado por Cuba. Aunque ahora sean menos visibles gracias a la cortina de humo de una retorica menos agresiva y algunas medidas que, como el derecho de Cuba a utilizar el dólar, no se concretan, ahí están el cerco financiero, el cierre a las exportaciones cubanas, la base militar en Guantánamo, la política de pies secos-pies mojados, Radio y TV Martí, el apoyo y entrenamiento a los grupos “disidentes” y un sistema de medios privados afines a sus intereses que su embajada en La Habana respalda con becas e invitaciones.
Obama se ha limitado a aplicar solo lo que desde la Ley Torricelli de 1994 Washington consideró necesario para hacer más efectiva su política en Cuba: viajes y telecomunicaciones, aumentando las presiones sobre la economía estatal cubana que es la que garantiza los servicios básicos a la población, a la vez que busca convertir en instrumento de su nueva política el emergente sector privado de la Isla.
Ya no veremos más policías tratando de arrancar computadoras destinadas a las escuelas y hospitales cubanos de las manos de personas solidarias. Pero una vez más lo esencial es invisible a los ojos: los Pastores por la Paz tendrán menos recursos para hacer su labor, como le sucede al gobierno cubano por la desestabilización que fomenta Estados Unidos en Venezuela o las multas multimillonarias que impuso la actual administración a los bancos que se atrevieron a tramitar transacciones cubanas.

Iroel Sánchez

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