A fines de noviembre, el gobierno georgiano anunció la suspensión hasta 2028 de los procedimientos de adhesión a la Unión Europea (UE), club del que Georgia había obtenido status de candidato en diciembre de 2023. La medida, comunicada por el nuevo primer ministro, Irakli Kobakhidze, desató el rechazo de la oposición proimperialista, que impulsó una serie de manifestaciones que han sido duramente reprimidas.
En rigor de verdad, es la UE la que había impuesto ya un congelamiento de hecho del proceso de adhesión desde mayo de este año, cuando el parlamento georgiano aprobó una ley de agentes extranjeros que redobla los controles sobre organizaciones que reciben financiamiento desde el exterior. Bruselas, que acusa al gobierno de Sueño Georgiano de haber pegado un viraje prorruso, puso a Tbilisi contra la espada y la pared. En palabras de Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea, “sencillamente, no puedes mantener los lazos con Rusia o intentar seguir como siempre y esperar que tu país vaya a formar parte de la UE. Es lo uno o lo otro” (El País, 30/10). Como parte del proceso de adhesión a la UE, las capitales europeas exigen un proceso de “desoligarquización” que barra con los privilegios de conglomerados locales y abra plenamente la economía al capital extranjero.
Las tensiones en Georgia ya venían en desarrollo desde fines de octubre. El 26 de ese mes, el oficialista Sueño Georgiano se atribuyó la victoria en las elecciones parlamentarias, con un 54%, pero las tres principales coaliciones opositoras denunciaron fraude y emprendieron manifestaciones. Sus diputados electos se negaron a sentarse en el nuevo parlamento, en el que solo están participando ahora los 89 legisladores del oficialismo (sobre 150 bancas totales).
Con Dios y con el Diablo
Sueño Georgiano es una formación política liderada por el magnate Bidzina Ivanishvili, quien hizo su fortuna en Rusia durante los ’90. Se trata de uno de los oligarcas que amasaron su fortuna a partir del remate de la propiedad estatal en los ex Estados obreros. Desde 2012, ese partido se mantiene en el poder.
Aunque se lo acusa de prorruso, el gobierno de Sueño Georgiano simplemente intentó conciliar el proceso de incorporación a la UE iniciado por su predecesor en el poder (el Movimiento Nacional Unido, MNU, adscripto al Partido Popular Europeo) con una normalización de relaciones con el Kremlin, que es un importante abastecedor energético de Tbilisi y un proveedor de turistas.
En 2008, Georgia, gobernada entonces por el MNU, invadió las regiones de Abjasia del Norte (ubicada en las costas del Mar Negro) y de Osetia del Sur. Esto desató una guerra con Moscú, que ayudó a dichas repúblicas a repeler el ataque, las reconoció como independientes y desplegó 13 mil soldados en la zona.
Mientras la situación internacional lo permitió, Sueño Georgiano pudo jugar a dos aguas, cultivando vínculos con el Kremlin y con Bruselas. Pero la guerra en Ucrania cambió el tablero, complicando esta ambivalencia. Tbilisi condenó la invasión, pero no secundó la campaña de sanciones contra Moscú, lo que desató resquemores en la UE y en la oposición. La imposición de la ley de agentes extranjeros, semejante a una decisión tomada por Rusia en 2012, hizo subir la temperatura. El último proceso electoral terminó de abrir la presente crisis.
La oposición, un apéndice de la UE
En la oposición georgiana, como decíamos, figuran tres grandes coaliciones. Una de ellas está liderada por el MNU y obtuvo alrededor del 10% de los votos a fines de octubre, en los comicios cuestionados. Otra alianza es la Coalición por el Cambio, que está liderada por el partido Ajali, que consiguió un 11% y nuclea a algunos ex MNU. Un tercer grupo es Georgia Fuerte, un frente que llegó al 9% y en el que funge Lelo, grupo aliado a los liberales europeos de ALDE. Hay un cuarto grupo opositor, Para Georgia, fundado por Giorgi Gajaria, un ex primer ministro que rompió con Sueño Georgiano en 2021 y ahora sacó el 8%.
La crisis política, sin embargo, hizo también su trabajo en las alturas del poder, ya que la presidenta Salomé Zurabishvili, electa en 2018 como independiente, pero con apoyo de Sueño Georgiano, hoy apoya las protestas y es una especie de paraguas protector de la oposición. Su mandato termina en diciembre y el gobierno la quiere reemplazar por alguien afín.
Georgia en el tablero internacional
Como vemos, el mapa político se concentra entre un bloque que está haciendo una aproximación creciente al Kremlin, dirigido por un oligarca, y otro abiertamente europeísta y proimperialista.
La situación de Georgia, un país que, al igual que Ucrania, sonó como candidato para integrarse a la Otan, tiene una importancia internacional. Los países bálticos, que están entre los más rabiosos adversarios de Putin, impusieron sanciones contra el gobierno de Tbilisi, incluyendo al oligarca Ivanishvili. El presidente francés, Emmanuel Macron, tuvo, a su vez, una conversación telefónica esta semana con aquél para abordar la crisis.
El escenario político se ha complicado también al interior de Abjasia del Norte, donde grandes manifestaciones que coparon el parlamento obligaron a dimitir a Aslan Bzhania, quien patrocinaba un acuerdo de inversiones con Rusia que iba a permitir a empresarios de dicho país la compra de propiedades en el territorio abjasio. El 3 de diciembre, el parlamento rebotó este proyecto.
Georgia se independizó en 1991, en medio del colapso de la ex Unión Soviética. Su primer presidente fue Zviad Gamsakhurdia, uno de los promotores de la separación, pero fue rápidamente derrocado en 1992 y reemplazado por Eduard Shevardnadze, uno de los políticos más fuertes de la historia de Georgia, que fue también el último canciller de Mijail Gorbachov, cuando la nación caucásica aún se encontraba dentro de la URSS. Shevardnadze cayó en 2003, en medio de grandes manifestaciones opositoras, lo que abrió el camino a los gobiernos del MNU, que iniciaron las reformas privatizadoras y pro-europeístas.
La disputa actual se concentra en torno al alineamiento de Georgia, que es una pieza apetecible en el tablero regional tanto para Washington y Bruselas como para Moscú, además de Turquía, que viene ganando posiciones en el plano global (Siria, guerra de Nagorno-Karabaj, donde apoyó a Azerbaiyán contra la vencida Armenia, y Africa). El presidente turco, Recep Tayiip Erdogan, es uno de los pocos mandatarios europeos que ha reconocido –junto al húngaro Viktor Orban- la victoria de Sueño Georgiano en octubre. China, por su parte, celebró lo que consideró una elección “sin contratiempos”.
Lo que no emergen, en medio de esta dura puja internacional, son las reivindicaciones de los trabajadores, que están tironeados entre dos bloques capitalistas. Está ausente una agenda propia de la clase trabajadora y una salida política, en la perspectiva de una federación socialista del Cáucaso.
Es lo que podría imprimirle un nuevo giro inesperado a la situación.
Gustavo Montenegro
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