martes, 7 de marzo de 2017

Llover sobre mojado

La semana pasada llegó a mi página de Facebook una noticia extraña: la película cubana Santa y Andrés, de Carlos Lechuga, había ganado un premio en el Festival Internacional de Cine de Punta del Este, Uruguay. Lo raro de la información era su fuente: la agencia cubana Prensa Latina (PL). Cuando entré en su página web me pareció casi natural que el despacho noticioso no estuviera. Supuse que lo habían suprimido o que nunca existió y lo que vi en Facebook fue una broma. Mi atención se desplazó de inmediato a otros asuntos porque lo que encontré allí, por azar, sobrepasaba mi capacidad de asombro: estábamos a pocos días de la entrega de los premios Oscar y una buena parte de los titulares de PL estaban consagrados a reseñar las expectativas que cada año provoca esa ceremonia.
Ayer me tomé el trabajo de entrar otra vez en el apartado de Prensa Latina dedicado a la cultura. Reproduzco los títulos de algunas de las noticias con fecha 2 de marzo: “Jon Bon Jovi celebra cumpleaños de gira por Estados Unidos”, “Cantante neozelandesa Lorde estrena sencillo Green Light”, “Angelina Jolie elige un spot de Terrence Malick para volver a actuar”, “EE.UU. celebra día dedicado a la lectura con libros del Dr. Seuss”, “Nuevo video de Bruno Mars estremece en plataformas digitales”, “Coldplay lanza adelanto de su nueva producción Kaleidoscope”.
Todas son informaciones que corren por el mundo, protagonizadas por figuras mediáticas, algunas de las cuales son artistas valiosos (aunque también tropecé con esta joya, del 20 de febrero: “Cristiano Ronaldo debutará como actor en una serie turca”). Lo desconcertante es que una agencia fundada en La Habana, en junio de 1959, con el deliberado fin de revelar aquello que los medios hegemónicos ocultaban, termine reproduciendo, entre otros materiales, justamente aquello que esos medios hegemónicos difunden hasta la saciedad.
En crónicas más o menos recientes he comentado otros episodios donde salta a la vista el proceso de recolonización cultural en que estamos inmersos, y del cual no pocos medios oficiales participan. Los problemas, a mi juicio, comienzan a partir de ciertas elecciones. Ha sido sistemático en nuestra historia reciente que, sobre todo cuando las circunstancias son especialmente complicadas, los medios de prensa (o quienes definen la política editorial del país en su conjunto) o algunas acciones culturales prefieran la banalidad a la complejización, y en lugar de abrir espacios a artículos, obras de arte, opiniones heterogéneas que estén intentando comprender la realidad, descifrar los signos de los cambios en que estamos inmersos, hacer evidentes las contradicciones a que están sometidas las vidas de los cubanos (y también de todos los habitantes del planeta), prefieren reproducir aquello que aletarga las conciencias. Ante el viejo dilema de evadir la realidad o enfrentarla, para transformarla, se opta por la política del avestruz.
En ocasiones, esa política se aplica de forma parcial, y privilegia algunas parcelas: ciertos ámbitos intelectuales donde solo tienen cabida los debates, con la condición de que jamás se crucen las fronteras hacia los medios masivos. Encerrados en esa jaula, los científicos sociales, los escritores, los cineastas, los artistas plásticos, los músicos, pueden ejercer su heterodoxia, expresar sus dudas, sus desconciertos, siempre que no se contamine al resto de la ciudadanía. Por eso hay una relación directamente proporcional entre el ámbito al que puede llegar una rama del arte y el celo que los censores ejercen sobre ella. El cine, que suele convocar miles de espectadores, lleva siempre las de perder.
El precio de hundir la cabeza en la arena para no ver las dificultades que nos rodean suele ser la enajenación: seguir la corriente con docilidad, que otros piensen por mí, que sean ellos los que se compliquen la vida. Admitir, soportar, lo que nos entregan ya definido, siempre desde arriba. Y ya puestos en ese camino, es más fácil vender libros de cocina o de autoayuda (útiles, sin dudas, sobre todo los primeros) que poner delante de los ojos del receptor ese espejo que le devuelve una imagen transfigurada, difícil, para nada complaciente, del mundo en que vive.
También el precio que se paga por esas opciones es hundirse en la pereza, en la desidia. Resulta mucho más fácil tomar de Internet, y recolocarlas como propias, noticias que nunca faltan sobre los famosos, que esforzarse por encontrar aquello que merecería ser divulgado pero, por su carácter alternativo, es desconocido por la mayoría. En el ámbito de la cultura, el deber de la mayoría de los medios cubanos sería divulgar lo más notable del arte y la literatura cubanos y latinoamericanos, respetando sus especificidades. Porque también es muy frecuente que el arte y la literatura solo importan en los medios cubanos cuando están directamente relacionados con la política o los políticos. Pero para cumplir esos deberes se requiere investigar, estudiar, para saber deslindar la paja del grano. En fin, trabajar.
En el fondo, la alternativa que vengo describiendo tiene como base opciones distintas de socialismo: el autoritario o la posibilidad de un modelo más humano, cuyo objetivo principal sea la emancipación de los seres humanos (de todos y de cada uno, y no solo del conjunto de una sociedad o nación).
Hace muchos años, a fines de la década del 70, escuché por primera vez una canción de Silvio Rodríguez que parece escrita ayer mismo: “Me entrego preocupado a la lectura / del diario acontecer de nuestra trama. / Y sé por la sección de la cultura / que el pasado conquista nueva fama”.
Cuando el trovador compuso “Llover sobre mojado” el conflicto era evitar que aquel pasado persistiera y había espacios donde algunas personas se empeñaban en conservarlo. No son esos los únicos versos de la canción que podemos repetir hoy: “Leo que hubo masacre y recompensa, / que retocan la muerte, el egoísmo. / Reviso, pues, la fecha de la prensa. / Me pareció que ayer decía lo mismo”. Entre nuevas masacres que suelen ocurrir en el tercer mundo y banalidades que casi siempre provienen del primero, nuestro dilema ha cambiado: ahora se trata de que aquel pasado se instala en el presente cubano y amenaza con ser lo que nos defina el futuro.

Arturo Arango
OnCuba

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