martes, 5 de mayo de 2020

1.600 millones de personas en peligro de perder su empleo




Entre el coronavirus y la depresión mundial

Más de 1.600 millones de personas, número que equivale a casi la mitad de la población económicamente activa a nivel mundial, están en peligro de perder su empleo por la pandemia del coronavirus, informó la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Estas cifras contrastan llamativamente con la nueva euforia que se ha apoderado de los mercados bursátiles mundiales, especialmente en Estados Unidos. Después de caer alrededor del 30% cuando se abrió paso la interrupción de actividades y cierres de fronteras para frenar la propagación del coronavirus, el mercado de valores yanqui creció un 30% en abril. Todavía no recuperó las pérdidas totales, que ya venían registrándose previo al coronavirus, pero no deja de llamar la atención en momentos en que se advierten una enorme retracción de la economía y el empleo.
Una de las razones de este fenómeno es el gigantesco rescate dispuesto por la Fed (Reserva Federal de EE.UU.) que viene inyectando fondos que destina a la adquisición de bonos e instrumentos financieros de todo tipo. La Fed dejó claro que su régimen de tasas de interés ultrabajas y su programa de compras de activos financieros, apoyando todos los mercados financieros (acciones, bonos, deuda municipal y bonos corporativos) continuarían prácticamente en forma indefinida.
El Banco Central Europeo y otros bancos centrales están interviniendo de manera similar, aunque nada comparable con el caso estadounidense. Esta inyección de dinero ha creado una nueva valorización ficticia de las acciones, cuestión que salta a la vista si lo comparamos con el colapso de la actividad económica, la caída de las ventas, la producción y el empleo. Esta nueva burbuja que probablemente tenga una corta duración y prepara un estallido incluso más pronunciado, contradictoriamente, está indicando no la vitalidad sino el pozo en que está sumergida la economía mundial pues esa gigantesca masa de dinero no se dirige a la inversión productiva sino a la especulación. Esto vuelve a poner de relieve que la crisis de sobreproducción y sobreacumulación sigue estando en la base y como telón de fondo de la actual hecatombe económica que enfrentamos.
El carácter precario de este ascenso se ve en que las bolsas, al igual que el petróleo, han vuelto a tener una fluctuación hacia abajo (todavía reducida por referencia al alza experimentada), que se deriva del reflotamiento de las tensiones entre Estados Unidos y China. Trump viene haciendo una campaña muy virulenta y que ha subido en sus decibeles, contra el “virus chino” (como cataloga el presidente yanqui al coronavirus), responsabilizándolo por la pandemia. Acaba de desempolvar nuevamente la amenaza de subir los aranceles, que estaban en la congeladora.

¿Crisis temporal?

Hay quienes señalan que en este nuevo boom bursátil incide la creencia de que se trata de una crisis asociada al brote de coronavirus y que las economías volverán a reactivarse en seis meses, a lo sumo.
Por ejemplo, el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steven Mnuchin, reiteró su opinión expresada al comienzo del estallido de la pandemia de que "la economía se recuperará de verdad en julio, agosto”. Larry Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton, sostiene que la crisis por los cierres de empresas era similar a la de las empresas en lugares turísticos de verano que cierran durante el invierno. Tan pronto como llega el verano, todos abren y están preparados para operar con normalidad. La pandemia es, por lo tanto, solo algo estacional.
El reconocido economista de cuño keynesiano Paul Krugman argumenta que esto es "un desastre natural, como una guerra, una situación temporal". El Estado, como lo está haciendo ahora, debe incurrir -según Krugman- en un déficit hasta que pase la pandemia. Otros hombres de consulta del establishment estiman, en la misma línea, que la crisis no es económica sino una crisis sanitaria y que no bien se contenga el coronavirus la economía "rebotará".
Los economistas keynesianos piensan que tan pronto como la gente vuelva al trabajo y comience a gastar, la “demanda efectiva” se disparará y la economía capitalista volverá a la normalidad. Pero si se aborda la crisis desde el ángulo de la oferta o la producción, y en particular la rentabilidad, que es el enfoque marxista, la crisis está llamada a profundizarse.
Lo que se omite es que la crisis era preexistente al coronavirus. Antes de que estallara la pandemia, la economía marchaba a una recesión. Estábamos frente a una huelga de inversiones y esto tenía como base una caída pronunciada de la tasa de beneficios que iba de la mano de un auge de tendencias deflacionarias, el exceso de productos invendibles y capital sobrante que no encontraba lugar en el ámbito productivo. Desde la crisis financiera de 2008, el crecimiento anual del PBI per cápita de EE.UU. ha promediado solo 1.6%. No recuperó los niveles previos a dicha crisis y esta caída es más severa si tomamos como referencia décadas anteriores como la del 90 para no hablar de la posguerra. Inclusive el impulso inicial de Trump por remontar esta tendencia, a través un gran incentivo impositivo como el que implementó al comienzo de su mandato, se fue desinflando con el correr del tiempo.
Pero el otro elemento que no se puede perder de vista es el enorme endeudamiento tanto público y privado, que en ambos casos han llegado a niveles récord. Muy superiores al grado que tenían doce años atrás. La deuda corporativa, alentada por las tasas de interés baratas, no fue destinada mayoritariamente a la producción sino a la recompra de acciones y el pago de dividendos y de un modo general, a la compra de activos financieros, como lo que viene ocurriendo, ahora, con este nuevo veranito bursátil. Lo cierto es que esta montaña de deuda, por un lado, plantea una situación en extremo delicada -y pone hasta el borde la quiebra- a millones de empresas (no se trata solo de un problema de liquidez sino que está cuestionada su solvencia económica) y, por el otro, condiciona la capacidad de los Estados para hacer frente a esta situación. Con los grados de endeudamiento, los Estados se ven obligados a recurrir a una emisión gigantesca y esto significa echar combustible al incendio pues acelera la depreciación de las principales monedas -léase el dólar y el euro- que vienen actuando como medios de pago internacionales y como reserva de valor y abre el riesgo de una huida de ambas divisas hacia el oro, que oficia de último refugio que es lo que ocurre cuando se desatan las grandes conmociones internacionales. Esto provocaría un salto en la fractura y disolución de las ya castigadas relaciones económicas internacionales.

La dimensión social de la crisis

Los rescates en curso están muy lejos de poder contrarrestar la envergadura de la crisis. El dato dominante ahora es que de la recesión marchamos a una depresión.
La OIT ha ido actualizando para arriba sus pronósticos. En marzo alertaba de la pérdida de 25 millones de empleos en el mundo. A principios de abril señaló que 195 millones de empleos de tiempo completo podrían ser afectados. En esta última entrega, a finales de abril, prevé la caída de 305 millones de trabajos en el segundo trimestre del año.
Quienes trabajan en la informalidad están en peores condiciones de afrontar esta crisis. A nivel mundial hay más de 2.000 millones de personas que trabajan en la informalidad; es decir, sin contrato ni prestaciones y mucho menos, seguridad social. La fuerza de trabajo en total, entre formales e informales es de 3.300 millones de personas. La OIT calcula que el primer mes de la crisis “dio lugar a una disminución del 60% de los ingresos de los trabajadores informales a nivel mundial”. Por región, la disminución prevista “es mayor en África y América Latina, del 81 por ciento”.
El organismo dio a conocer que “la situación ha empeorado” para todos los países. Pero, en las distintas regiones de América se perderán más horas de trabajo que en cualquier otra parte. ¿Qué ocurre con las empresas e independientes? Según la OIT, el 81% de los empleadores en el mundo y el 66% de los trabajadores por cuenta propia trabajan en países afectados por el cierre de las empresas, “con graves repercusiones sobre los ingresos y los empleos”. El actual salvataje, más que en cualquier experiencia del pasado, no está en condiciones de evitar una masiva quiebra del capital. El propio informe de la OIT lo advierte al señalar que las empresas “están expuestas a un riesgo elevado de insolvencia”.
La depuración del capital sobrante, como siempre ha ocurrido en la historia del capitalismo, se hará en forma traumática y violenta y, por lo tanto, va a estar atravesada de disputas, choques y crisis nacionales e internacionales, en el plano comercial, político y militar. La perspectiva que se abre es una intensificación de la guerra comercial y de los conflictos bélicos y, también de rebeliones y levantamientos revolucionarios. No nos olvidemos que las anteriores depresiones, desembocaron en la primera y segunda guerra mundial y en mareas revolucionarias que estremecieron el planeta.
Poco ha durado la tregua entre EE.UU. y China y nuevamente estamos ante un recrudecimiento de las tensiones. Lo mismo vale cuando se recrean las relaciones cada vez más tirantes entre la Casa Blanca y la Unión Europea, y agreguemos al interior de esta, en la que nuevamente ha vuelto a fracasar la tentativa de emisión de eurobonos -o sea que la deuda sea respaldada por la totalidad de la UE- ante la negativa, en primer lugar de Alemania, de asumir los costos de sus socios más débiles. Cada nación debe financiares por su cuenta con la emisión de su propia deuda y por lo tanto pagar intereses más elevados que, probablemente, en las actuales circunstancias, pasen a ser aún más onerosos. Este conflicto agrega un grano más a las tendencias a la desintegración de la UE.

Perspectivas

Las tendencias a la depresión van a acentuar más la lucha despiadada de las corporaciones por su sobrevivencia, a expensas de sus rivales. Y esto, agreguemos, se traslada al campo de la salud y tiene consecuencias funestas en la lucha contra el coronavirus. “El control monopólico de la tecnología utilizada en la detección del virus obstruyó la rápida introducción de más kits de testeo, al igual que las 441 patentes de 3M respecto a las mascarillas N° 95 dificultó a nuevos productores la fabricación de dichos productos. Agreguemos que las patentes múltiples están vigentes en la mayor parte del mundo para tres de los tratamientos más prometedores para Covid-19: remdesivir, favipiravir y lapinavir/ritonavir”, (Clarín, 3/5). La guerra por las patentes se extiende ahora a la vacuna, donde los grandes pulpos farmacéuticos se están sacando los ojos, y se recuestan en esta disputa en sus propios Estados.
La guerra comercial es un golpe letal a la batalla contra la pandemia cuando la cooperación mundial es más necesaria que nunca pero, además, conspira contra cualquier atisbo de reactivación económica que pueda presentarse.
Las tendencias nacionalistas no solo son un escollo ante la necesidad de una respuesta coordinada para preservar la salud de la humanidad sino que, además, son impracticables. El repliegue a las economías nacionales es un callejón sin salida en un mundo que ahora está mucho más integrado que en 2008. La cadena de valor global, como se la llama, es ya dominante y general. Incluso si algunos países pudieran comenzar la recuperación económica, la interrupción del comercio mundial puede obstaculizar seriamente la velocidad y la fuerza de esa recuperación. China, donde la recuperación económica tras su cierre está en marcha, tropieza con el hecho de que los fabricantes y exportadores chinos no tienen a quién vender. Esto ya se constataba con anterioridad a la actual crisis sanitaria y aparición del virus. El crecimiento del comercio mundial apenas ha sido similar al crecimiento del PBI mundial desde 2009, muy por debajo de su tasa anterior a ese año. De un modo general, las tendencias nacionalistas son inviables como salida a la a la bancarrota capitalista, expresan la tendencia a la desintegración de los bloques comunes (UE, Mercosur) pero eso no excluye las tentativas políticas de la burguesía por avanzar en esa dirección, intentando por esta vía pilotear la crisis, aunque esto termine por desatar contradicciones y desequilibrios ya latentes de alcance explosivo.
A esto habría que agregar que una segunda ola de la pandemia podría forzar nuevas medidas de cierre. En estos tiempos de coronavirus y crisis mundial, aparece muy claro el antagonismo existente entre la socialización de las fuerzas productivas y su apropiación privada, entre las tendencias a la globalización de la economía mundial y la división y competencia feroz y ruinosa entre los estados nacionales y, de un modo general, entre el interés general, la salud y la vida misma de la población y el lucro capitalista. La integración y cooperación de los pueblos es una tarea reservada a los trabajadores que están llamados a concretarlas como un aspecto de una transformación integral de la humanidad sobre nuevas bases sociales.

Pablo Heller

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