miércoles, 27 de septiembre de 2017

Julio Antonio Mella, hereje y ángel rebelde cubano




Hace casi diez años se publicó una edición cubana de mi biografía sobre Julio Antonio Mella, basada en la primera publicada en Alemania en el 2004, y que fuera mi tesis doctoral, defendida un año antes. Con la edición cubana en el 2008 se realizó un anhelado sueño, pues desde el principio de la investigación estuve convencida de que esta figura, tan importante para la historia cubana del siglo XX, pertenece a los cubanos y mi primer deseo fue entregarles esta biografía a ustedes. Con mucho esfuerzo de amigos y colegas logramos la edición de amplia tirada, por la prestigiosa Editorial Oriente en Santiago de Cuba. Con gran alegría he podido ver que el libro tuvo bastante éxito en toda la Isla y conmovió al público lector, así como a mis colegas académicos, historiadores y filósofos. Este pequeño ensayo es una reflexión sobre el pensamiento político de Mella y lo que trasciende a la actualidad.

Encuentros con Mella

A finales del siglo XX, hace casi 20 años, yo era una posgraduada en Historia de América Latina, de la Universidad de Colonia en Alemania, que –por un sinnúmero de coincidencias personales, políticas y científicas– se había decidido a escribir una biografía de Mella. Llegué a esta decisión tras un profundo estudio de todos los textos accesibles de Mella después de comprender que todas las escritas con anterioridad, las ediciones de sus textos y los artículos publicados sobre él en Cuba no reflejaban la complejidad de su vida ni la de su pensamiento. Lo publicado se encontraba mayoritariamente desvinculado de su contexto histórico, y carecía de una investigación histórica rigurosa y apegada a las fuentes originales. Uno de los puntos neurálgicos en esta biografía fue para mí, entonces, la expulsión de Mella del Partido Comunista de Cuba (PCC)[1].
De ella, en aquel momento, solo conocía lo comentado en algunas notas al pie, sueltas en varios libros, y en un número especial de la renombrada revista cubana Pensamiento Crítico[2] del año 1970, dedicada al primer Partido Comunista de Cuba. Ahí un testigo de la época, Blas Castillo, antiguo militante del PCC, admitía muy tímidamente en una entrevista que el Partido fundado en 1925 por Mella, Baliño y otros, había visto con desagrado la huelga de hambre de Mella y le había ordenado interrumpirla. Nada más y nada menos. En publicaciones aparecidas fuera de Cuba hasta aquel entonces, solo había leído especulaciones sobre una expulsión del Partido motivada por la decisión de Mella de no interrumpir su huelga, pues la consideraban una insubordinación. Las mismas –surgidas mayoritariamente de resentimientos anticomunistas– no pudieron aportar ni una sola prueba para esclarecer el asunto. Simultáneamente con las especulaciones sobre su vida, siempre había otras sobre su muerte violenta: el atentado del 10 de enero de 1929 que le costó la vida, y que hasta se le atribuyó a la política estalinista de acabar con toda la oposición dentro de sus filas. También esto quedaba al nivel de rumor y nunca había sido comprobado. Sin embargo, fueron un estímulo para reflexionar acerca de aquellos acontecimientos.

El desafío de escribir una nueva biografía sobre Mella

Me ayudó a aproximarme a este desafío la fascinación y la curiosidad del historiador que quiere desconstruir y reconstruir desinteresadamente y con rigor científico, a partir de las disímiles fuentes que pudieran encontrarse. Desde el inicio apliqué la ética máxima de mi profesión, apoyándome en un leitmotiv expresado por mi protagonista en 1923 en su “Declaración sobre los deberes y derechos del estudiante”: buscar y decir la verdad. También proporcioné una perspectiva múltiple y amplia sobre los distintos motivos y especulaciones para el atentado contra su vida, pues una personalidad tan polémica como Mella tuvo también muchos enemigos y adversarios. Sin embargo, al final queda comprobado que el gobierno del presidente Gerardo Machado Morales había movido medio mundo para construir un clima propicio a fin de cometer el atentado contra su antagonista más poderoso en el exilio. La investigación en sí fue casi una aventura –que merecería otro libro, una tarea para el futuro– y me llevó a muchos lugares: a Cuba por supuesto, donde pude finalmente consultar una parte del Archivo del Instituto de Historia de Cuba, la biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística, y el archivo de la Universidad de La Habana, entre otros.
Mucho aportaron los archivos en México y fueron claves los de la Internacional Comunista en Moscú, accesibles a los investigadores a partir de la década de los noventa. Ahí se me abrió por primera vez la posibilidad de refutar el mito creado en torno de Mella como alguien con una trayectoria política comunista rectilínea. Con ayuda de aquellos documentos encontrados pude demostrar la suposición que se me había presentado ya: Mella fue expulsado del PCC por insubordinación, justamente cinco meses después de haberlo fundado. La documentación completa de aquellos acontecimientos –el tribunal interno organizado para esta sanción, así como las polémicas alrededor de la expulsión, que se prolongaron hasta su readmisión oficial en el 1927– la publiqué por primera vez completamente en la edición alemana de la biografía en el 2004 y las mismas se hallan en la edición cubana del 2008.
Esta posibilidad de poder viajar y consultar, comparar, analizar y presentar distintas fuentes y documentos, tuvo un resultado también inesperado para mí: una biografía muy diferente a las escritas anteriormente. La figura de Mella con la que me encontré en todos estos lugares y la cual me habló a través de muchos documentos desconocidos que emanaron en esta biografía es, al igual que su pensamiento político, multidimensional y rica en facetas, pero además provocadora y bastante incómoda a veces. En fin, pienso que he podido presentar un Mella que no brinda respuestas acabadas, sino que estimula a pensar.

Las múltiples facetas de Mella: “ángel rebelde” y “hereje”.

Pero, ¿cuáles son esas facetas novedosas en la vida de Mella? Me limito aquí a enumerar solo las más importantes. He intentado ofrecer una nueva interpretación de su vida, procurando liberarlo de los mitos de héroe y mártir que lo rodearon y lo encadenaron sin crear otro mito, y entonces colocar la figura política y su vida personal en su contexto histórico. Mi objetivo fue presentar a Mella como un ser humano de carne y hueso, y como un actor político-social con todas sus rupturas y discontinuidades. Mella, por ejemplo, tenía constantes conflictos con su familia y con instituciones sociales como la escuela y la Universidad. El mismo se presentó como “ángel rebelde” en la cubierta de la revista estudiantil “Juventud” que editaba: la imágen de un ángel desnudo y musculoso, que emergía con el puño en alto entre las llamas.[3] El rebelde que combatía contra todo aquello que lo constriñera o lo obligara a conducir su actividad según principios contrarios a los suyos.
Poco tiempo después, a la edad de 22 años, luego de su expulsión de la Universidad de La Habana, cuya reforma había naufragado, se definió a sí mismo como un “hereje”. Son precisamente esas transgresiones e imperfecciones las que hacen su vida tan fascinante, tan irresistible. Para subrayar esto he aplicado el método de contextualizar al hombre, sus pensamientos y sus acciones en su ámbito social, político, cultural e histórico. Aunque Mella es el protagonista y el centro de esta biografía, él –como persona y como líder político– nunca estuvo solo, sino rodeado de compañeros, amigos, familiares, amantes y adversarios; una red a la vez personal e institucional. Por eso he revelado al actor político inserto en el tejido de las relaciones sociales de poder, los grupos sociales, las organizaciones políticas y las instituciones estatales. Aquella perspectiva que se nutre del análisis no solo del contexto histórico, sino también de la red personal y organizativa, me ayudó a realizar una nueva valoración de su significación política, sin silenciar las rupturas.
He podido demostrar que una de las grandes fascinaciones de Mella es exactamente su pensamiento multifacético: es profundamente cubano, profundamente latinoamericano, pero también profundamente internacional. La interrelación entre la multifacética herencia de un pensamiento latinoamericano (el de José Martí y el de José Enrique Rodó, para nombrar solo algunos) y la tradición de las luchas independentistas (su abuelo, Ramón Matías Mella, fue uno de los padres de la patria en la República Dominicana) con las teorías de Marx y Lenin que Mella compartía, produjo una mezcla explosiva: hizo de él una persona imprevisible para contrincantes y enemigos políticos, y también para quienes militaban en sus mismas filas. Mella no solo era un nacionalista latinoamericano, sino además un comunista no ortodoxo. Sin embargo, durante su vida corta, no nos dejó una teoría revolucionaria perfecta, sino más bien fragmentos de ideas que no llegaron a ser un edificio teórico sólido.
Con todo, muchos de sus escritos y artículos pueden hoy parecer raros, esquemáticos o sobrepasados por la época. Especialmente, aquellos pasajes en los que difunde la creencia en un determinismo histórico y en los cuales afirma la inevitabilidad de la revolución; y donde se entusiasma demasiado con el papel del proletariado como vanguardia de estas revoluciones futuras dirigidas por los Partidos Comunistas y la Internacional Comunista. Pero esto no es nada excepcional, pues en la época de los años 20, para la mayoría de los intelectuales marxistas y militantes políticos en los partidos comunistas, la revolución social con esas características era vista como un hecho inevitable.
Mella se inscribía entonces en aquella élite intelectual de vanguardia, que mediante su acceso a los entonces más modernos medios de comunicación, podía dirigir discusiones a nivel global y reclamaba para sí la tarea de sintetizar lo más progresista del pensamiento de su época. Lo más importante, me parece, es reconocer que sus concepciones teóricas se derivan de las necesidades y los desafíos políticos de su coyuntura y de su propia militancia. En este sentido, Mella incorporó una unidad entre teoría y práctica. Sus pensamientos y sus ensayos teórico-políticos se derivan, además, de sus observaciones del terreno político, económico, social y cultural de un contexto que no se refería solo a la realidad cubana, mexicana, latinoamericana o norteamericana, sino también a escala mundial.
Siempre hay que observar y valuar sus posiciones políticas en las circunstancias de su tiempo, pues siempre las estructuras, las modas y el zeitgeist influyen en el individuo. No obstante, Mella era un individuo excepcional, y por la época en la cual le tocó vivir y actuar tenía que ser un líder político con una visión universal. Exactamente, por esta interrelación entre sujeto y ambiente apegada a la dialéctica materialista, como biógrafa me impuse el reto de estudiar y dibujar el panorama nacional e internacional, a fin de descifrar sus textos y contextualizar sus planteamientos. Los mejores instrumentos para realizar esta visión global de una revolución social mundial se le presentaron en aquella época en la organización del comunismo a nivel internacional.
Por esta misma disposición de tener una visión política amplia y global, Mella siempre fue una figura muy heterodoxa. Las disparidades que se encuentran en su trayectoria política se debieron, sobre todo, a sus permanentes conflictos con las organizaciones comunistas, tal como ya he mencionado. Todo comenzó con su huelga de hambre de diciembre de 1925 en protesta contra la represión a la oposición del gobierno del presidente Gerardo Machado. Sus conflictos no terminaron con su expulsión, sino, como un hilo rector en su biografía, continuaron en México y hasta su muerte. Sin embargo, su relación con el comunismo no estuvo, en modo alguno, marcada solamente por la disidencia, sino también por una fascinación y una esperanza grande en la profunda transformación social del futuro: hasta su último aliento defendió públicamente los principios del comunismo y de la Internacional Comunista. Sin embargo, Mella fue el antípoda del burócrata, del acatador de órdenes, del apparatschik. Se empeñó en la búsqueda de una concepción revolucionaria que proporcionara una orientación en correspondencia con las realidades sociales, culturales, políticas y económicas de la América Latina. Por eso, las dificultades de Mella con las organizaciones comunistas se agudizaron con el ascenso de Josef Stalin a la dirección política de la Unión Soviética, el cual, después de la muerte de Lenin, extinguió a sus adversarios, ante todo a León Trotsky, y se apoderó del Partido y del Estado.
El objetivo de Stalin no era ya la promoción de una revolución mundial, sino fortalecer y construir su propio poder personal, la protección de lo logrado, la edificación del socialismo en la Unión Soviética –o sea, el “socialismo en un solo país”. En consecuencia, los partidos comunistas en el mundo entero y su organización rectora, la Internacional Comunista, fueron reducidos al papel de defensores secundarios de la Unión Soviética. El punto culminante de aquel giro político definitivo a nivel internacional fue el VI Congreso de la Internacional Comunista, efectuado en Moscú, en el verano de 1928. Líderes políticos y pensadores marxistas que, como Mella, se negaron a aplicar estas directivas, habían sido marginados del movimiento comunista. Años más tarde, en la década de los treinta, aquella política estalinista llevó a una catástrofe, pues concluyó con la eliminación física de los adversarios al régimen.
No solo estas heterodoxias dentro del movimiento comunista hacen de Mella una figura tan fascinante, sino también su capacidad de transgredir, de superar fronteras nacionales, de idiomas y de mentalidades. Al parecer, tenía esta facilidad de pensar y actuar más allá de sus fronteras nacionales. Esa cualidad no es casual, mucho de ello se debió al hecho de que creció en el seno de distintos ámbitos culturales: el cubano, el norteamericano y el caribeño, dominicano. Su padre, don Nicanor Mella, dominicano de origen, fue un sastre que poseía un negocio floreciente frecuentado por la clase alta en la calle Obispo y una sucursal en Nueva York. Allí conoció a la madre de Mella, Cecilia McPartland, quien se convirtió en su amante. Por esta razón, la lengua materna de Mella no fue el español, sino el inglés, pues su madre no dominaba aquel idioma. Además, vivió buena parte de su infancia y su juventud en Estados Unidos, hecho que al parecer marcó profundamente su juventud. Su identidad oscilaba entre esos dos rumbos.
Fue así que llegó –como Martí– a conocer Estados Unidos “desde dentro”, y ese conocimiento le ayudó a analizar el fenómeno del imperialismo. Su dominio del inglés le sirvió después para leer textos de Marx y Lenin, que en su mayoría no habían sido traducidos al español. Es muy probable que él mismo hiciera algunas traducciones. El inglés y su conocimiento de otras culturas y contextos le permitieron, además, moverse en las filas de la Internacional Comunista. Le sirvió durante su viaje a Europa en 1927, donde asistió al Primer Congreso mundial contra el imperialismo y la opresión colonial, celebrado en Bruselas.
Existe una carta de Mella a Willi Münzenberg, organizador alemán de la Liga contra la opresión colonial, del año 1927, en la cual le pide a este, en un inglés casi perfecto, que apoyara con dinero a las Ligas Antimperialistas en las cuales Mella militó en primera fila. Esta misiva también se reprodujo en el anexo documental de la biografía. Su dominio del inglés le sirvió, durante su estancia en Moscú, para participar en los medios de la Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja. Además de esto, su dominio del inglés le permitió organizar la Asociación Nacional de Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC), porque la mayoría de los exiliados políticos –como en los tiempos de José Martí, que había establecido una organización semejante– se encontraban en Estados Unidos. Solamente una minoría, los más radicales entre los exiliados cubanos, sindicalistas, anarquistas, y comunistas como Mella y Leonardo Fernández Sánchez, o líderes sindicales, entre ellos Sandalio Junco, cubano de descendencia africana, y Alejandro Barreiro, radicaban en México. El ambicioso proyecto político de la ANERC, que siguió a partir de septiembre de 1928 y cuyo propósito era lograr el derrocamiento del régimen de Machado por la vía de las armas, es –en mi opinión– su proyecto políticamente más maduro y conserva su trascendencia en la historia contemporánea y en la actualidad. Ahí Mella muestra su capacidad de superar los esquemas políticos que se les imponían a las organizaciones comunistas e intenta crear algo nuevo, basado en la realidad latinoamericana y las necesidades políticas del momento.

Mella ayer, hoy y mañana.

Con la organización de la ANERC, cuyo eslogan era “¡Cuba Libre!”, Mella nos dejó un ejemplo concreto de un proyecto de liberación que unía los propósitos de una revolución social con los propósitos nacionalistas y antimperialistas, a tiempo que se mantenía dentro de las tradiciones de lucha insurreccional, característica de los movimientos independistas latinoamericanos. Como historiadora y biógrafa de Mella, mi tarea era proporcionar una reconstrucción del pasado por medio de las fuentes y me abstengo de derivar desde ahí planteamientos para un futuro. Sin embargo, quisiera como un último punto caracterizar brevemente la organización y los planteamientos de la ANERC, pues desde ahí se podría tender un puente entre el pasado, el presente y el futuro.
Inspirado por la lucha armada del “pequeño ejército loco” de Augusto César Sandino en Nicaragua contra la ocupación militar de Estados Unidos, Mella quería abrir en Cuba otro frente de combate contra el imperialismo. Su plan era que un grupo de hombres armados cruzara el Golfo de México y llegara a Cuba para combatir. Para esto fundó la ANERC como una alianza transclasista (en el sentido propio martiano) para llevar a cabo una revolución con objetivos nacionales, democráticos y socialistas. Apoyándose en las concepciones de las ligas anti-imperialistas, Mella llamaba a todas las fuerzas nacionalistas, revolucionarias, democráticas y antimachadistas a unirse a la ANERC, organización que estaba contra “la venta de la riqueza nacional al capitalismo extranjero”, la discriminación racial y la discriminación social y política de las mujeres. Formulaba así, por primera vez, una nueva definición inclusiva de la nación cubana: a ella debían pertenecer, expresamente, también los cubanos con antepasados africanos y las mujeres. Según el programa de la ANERC la nación cubana dejó de ser un proyecto oligárquico, burgués y blanco exclusivo.
Además, por otras características el programa de la ANERC –que hasta hoy lastimosamente solo se conoce por fragmentos publicados por Lionel Soto en su obra acerca de la revolución de 1933– era extraordinario para su época y muestra la capacidad de sus fundadores de acatarlo con creatividad y pragmatismo. El programa político que habían elaborado Mella y los organizadores de la ANERC –profundamente inspirado por la Revolución Mexicana y por su Constitución revolucionaria del año 1917– se enfocó en cinco puntos: relaciones internacionales, demandas económicas y políticas, reforma educacional y derechos laborales y sociales. Para demostrar el carácter trascendental de aquel programa, basta enumerar algunos de sus planteamientos. En el plano de las demandas económicas se exigió una reforma agraria y la entrega de tierras a campesinos pobres, el desarrollo de cooperativas agrarias de producción y distribución, además de la creación de un banco agrario de crédito controlado por las cooperativas campesinas. Se exigió la creación de una producción industrial nacional y la reconstrucción del comercio nacional. Al mismo tiempo se exigió una nacionalización de los centrales azucareros de propiedad extranjera, así como del monopolio industrial de los capitalistas foráneos. En cuanto a los derechos laborales y sociales se exigió una jornada laboral de ocho horas, salario mínimo, derecho a la huelga, libertad de organización para los trabajadores en la ciudad y el campo.
Las demandas políticas se centraron en la organización de un Estado sobre la base de principios democráticos: la libertad de organización y de reunión, de palabra y de prensa, así como la eliminación de la pena de muerte. Aquel planteamiento político, ¿podría ser una indicación de que, al parecer, Mella, al final de su vida, estuvo a punto no solo de alejarse de las organizaciones comunistas, sino tal vez también de despedirse del tipo de comunismo proclamado entonces? No lo sabemos con exactitud. Pienso que se debe poner fin a esos debates “filosóficos” sobre qué tipo de marxista era o no Mella. Indiscutiblemente lo fue. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de que ya estaba tomando otro rumbo (o quizás transitando hacia otro rumbo) sin prejuicio alguno para su ideología política, al contrario, sus convicciones le impedían seguir el rumbo político de la Internacional Comunista, impuesto como resultado de su Congreso de 1928.
En mi opinión, para entender y asumir la capacidad, aptitudes y legado de Mella como fuente inspiradora en estos tiempos, no hay que centrarse en el examen de su marxismo, que por demás no escaparía a la especulación y la subjetividad. Si como han adelantado algunos estudiosos de su pensamiento, Mella estuvo a punto de abandonar también el marxismo, pienso que fue más por su pragmatismo que por no estar convencido del mismo. Muy propio de Mella, líder revolucionario e inteligente, habría sido el razonamiento nada descabellado de que en aquella coyuntura, si no se podía llegar a la derrota de Machado al amparo de la Internacional Comunista, debido al rumbo que impuso en 1928, cuando proclamó la táctica de “clase contra clase”, habría que continuarla sin descanso hasta el aplastamiento del dictador, con la aprobación comunista o sin ella, asentada en la lucha armada y la unidad popular. La creación de la ANERC es un ejemplo real de ese pensamiento. Si se pretende tomar a Mella como fuente inspiradora en la actualidad no bastará con examinar su marxismo. Distante de suposiciones, derivaciones o especulaciones, lo más importante, válido y útil para los tiempos que corren, es subrayar la fuerza política creadora de Julio Antonio Mella, inspirada en el marxismo sin copiarlo. Esa es la trascendencia de esta figura.

Christine Hatzky

(Este texto es una versión modificada y actualizada de un artículo que se había publicado en 2014 en la revista online El Sudamericano, Historia Política, Latinoamérica).

Notas:

[1] Entre mis colegas cubanos siempre hemos discutido si Mella fue “expulsado” o “separado” del Partido Comunista. Por mi perspectiva de historiadora sigo con la convicción de que este acto constituyó una expulsión. Primero, porque en alemán no hay otra posibilidad o expresión: o uno está fuera o dentro de un partido. Segundo, por las discusiones larguísimas que, por último, después de casi dos años, llevaron a su readmisión al Partido. Esto se constata claramente mediante los documentos que se encuentran en el anexo de la biografía.
[2] Uno de los editores de Pensamiénto Crítico era el recién fallecido filósofo cubano Fernando Martínez Heredia. Fernando acompañó mi proyecto de investigación sobre Mella desde un principio y con muchas simpatías. Recuerdo numerosas y ardientes discusiones con Fernando acerca de la biografía de Mella.
[3] Juventud, Revista de los estudiantes renovadoes de Cuba, La Habana 1924, fundado por el mismo Mella y dirigido por Leonardo Fernández Sánchez.

Christine Hatzky Profesora Titular de Historia de América Latina y del Caribe del departamento de Historia de la Universidad de Leibniz, Hannover, Alemania. Directora del Centro para Estudios Atlánticos y Globales y directora regional del Centro para Estudios Avanzados sobre América Latina; ambos de la propia universidad.

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