sábado, 12 de septiembre de 2015

¿Por qué cayó el socialismo en Europa? ¿Por qué no cayó Cuba?




Cuando divulgamos la convocatoria del espacio Dialogar dialogar que conduce nuestro colaborador Elier Ramírez Cañedo para debatir alrededor de la interrogante “¿Por qué cayó el socialismo en Europa?” varios foristas nos solicitaron publicar lo que allí se dijera. Elier nos ha hecho llegar las intervenciones de Pedro Prada, uno de los tres panelistas participantes, quien fuera corresponsal del diario Granma en la URSS en los días finales de ese país. En la medida en que nos envíe las demás tambien las publicaremos.
Cuando escribí este libro que ven aquí, sobre el derrumbe soviético, y que la editora Abril se propone reeditar para Cuba en los próximos meses, me propuse no agotar el relato en la autopsia del cadáver, sino en comparar los hechos con mi propia realidad, evadiendo todo lo que pudiera sonar a queja. Nunca olviden aquello que enseñaba Martí: “la queja es una prostitución del carácter”. Por ello no voy a caer en el mismo error. Más bien pretendo responder a la pregunta que nos convoca: “¿Por qué se cayó el socialismo en Europa?” –y por extensión, en la URSS-, con otra pregunta: “¿Por qué no se ha caído en Cuba?”
Desde mi punto de vista este enfoque es especialmente importante en estos momentos, después de los anuncios del 17 de diciembre de 2014, que condujeron al restablecimiento de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, relaciones que hasta ahora han sido disfuncionales.
He contado a no pocos interlocutores y de alguna manera se subraya en el texto que, más de una vez, cuando al regreso de Moscú se me preguntaba –en tanto testigo de los años finales del socialismo soviético- cuáles habían sido las causas del derrumbe y yo me negaba a una respuesta única, apelando a factores multicausales que convergieron a lo interno de la sociedad soviética.
También contaba que, enfrentado a la contundencia de los hechos de los que era testigo en aquellos años finales de la URSS, más de una vez me golpee en el pecho, como hacen los que quieren pagar culpas, pero para asegurarme de que aquellas culpas no eran las mías.
Hoy puedo afirmar responsablemente que, con todos sus errores, imitaciones, angustias y sobresaltos, el socialismo cubano sucumbió al derrumbe y sobrevivió a la hecatombe por varias razones, de las cuales solo gloso algunas, con la seguridad de que el lector podría descubrir más leyendo y estudiando la historia y los diferentes testimonios:
Ante todo, coloco en primer lugar su autoctonía, salvada en su carácter más puro por el inmenso edificio ideológico y moral de José Martí y de toda la cultura cubana, desde Varela y Heredia hasta Che y Fidel, sin cerrar ciclo, pues las nuevas ideas “imposibles” pujan ya tan lozanas y realistas como las de sus precursores de hace medio siglo, nacidas también desde la sensibilidad como método de aprendizaje que nos define.
Ese formidable resguardo, que no solo es artístico y literario, como algunos creen, fue nuestro blindaje contra el “proletcult”, contra el realismo socialista y contra los manuales ladrillosos, incluso en aquellos momentos grises y de enseñanza del marxismo escolástico. Fue también nuestro escudo frente a todo lo bebido y copiado del mundo, incluso lo mal bebido y lo mal copiado. Por eso era lo primero a salvar en los crudísimos años noventas y deberá seguirlo siendo hoy, cuando unos miran para China y otros para el autoproclamado “buen vecino” de enfrente, que nos invita a ingresar a la prosperidad y a cambiar nuestro modelo por el suyo, a fin de recuperar su hegemonía regional.
Después coloco el carácter libertario y democrático de nuestro socialismo, aprendido del gesto de Céspedes en la Demajagua y Guáimaro, juntos los dos: el día del grito de independencia y de libertad hasta para los esclavos, y el día del nacimiento de la república unitaria y democrática, que no por gusto Martí convocaba a honrar como “Día de la Patria”. Pero levantamos una república tan exageradamente generosa, tan empeñada en ser justa y democrática, que en la lucha contra las persecuciones foráneas y con sus propios extremismos, a algunos deformó y generó confusiones; pero que pese a todo, ha sido una república sin vergüenzas indignas ni esqueletos escondidos en el escaparate de su historia.
Añado a ese socialismo la visión de conducir el desarrollo económico y social del país en paralelo, algo que faltó al llamado “socialismo real”, y haberlo hecho, además, con herramientas nuevas y con altas dosis de conciencia. Si hay algo que salvó al socialismo cubano fue seguir el consejo del Che de no hacerlo entonces, ni hacerlo esencialmente hoy, con ladrillos ideológicos y mucho menos, con las armas melladas del capitalismo, mientras que hay que empeñarse en educar, todos los días, a mujeres y hombres nuevos. ¿O hay alguien aquí que renuncie al sueño de ser como él?
Una deuda sí tenemos: devolver el trabajo al altar que le corresponde en nuestra sociedad; como forma de reproducción de la riqueza material y espiritual y creación de bienestar; como factor forjador de relaciones sociales y solidaridad entre los individuos; como expresión cultural y educacional de la sociedad que soñamos. En eso, el libro de José Luis Rodríguez aporta conocimiento sobre algunas rutas que nunca debemos tomar o explica por qué dejamos atrás otras que nos conducían al fracaso.
Pueden incluir también en esta lista esa mezcla de irreverencia y altivez que somos los cubanos: esa disposición nuestra para el humor y el choteo, vencedores frente a todas las trampas del destino, y, al mismo tiempo, rodillas que no tiemblan ante las amenazas, voz que no calla ante las afrentas, dignidad que desafía todo intento de sumisión. Gallitos kíkiri, chiquiticos y flacos, pero con guapería, incluso cuando no haya espuelas, desafiando siempre a todos los imperios: el español, el británico, el soviético y el estadounidense.
Recuérdense los días angustiosos de la Crisis de Octubre, en 1962; las profundas y difíciles reflexiones de Fidel al comparecer en televisión cuando la invasión de Checoslovaquia en 1968. Recuérdese la noticia terrible que guardaron Fidel y Raúl durante años, cuando Andrópov anunció en 1984 que la revolución estaría sola para su defensa. No se olvide aquella amarga inauguración de la VI Cumbre de los No alineados en La Habana, el 6 de septiembre de 1979, cuando Cuba asumía la Presidencia del movimiento estremecido por la noticia de la invasión soviética a Afganistán. Allá el que se crea que alguna vez fuimos satélites.
Tampoco faltó a los líderes cubanos de ayer ni a los de hoy; a los jóvenes rebeldes que tomaron el poder en 1959 y a los veteranos curtidos que lo entregan hoy a nuevas juventudes, eso que Fidel definió como “sentido del momento histórico”: saber actuar con audacia y responsabilidad, medir los pasos, tantear, probar, corregir el tiro, los tiempos, y avanzar siempre. Rebeca Chávez develaba hace unos días un testimonio del año 57 del Presidente Raúl Castro, donde hallamos las claves de la actitud que condujo al 17 de diciembre de 2014.
Ese espíritu requería desarrollar una naturaleza antiburocrática. Miren, protestamos infinitamente de los problemas y las actuaciones burocráticas en nuestro Estado, en nuestras instituciones gubernamentales, en nuestras organizaciones y hasta en las nuevas formas de gestión no estatal, mixtas, privadas, por cuenta propia y cooperativas; pero todas esas protestas son minucias frente al burocratismo que el socialismo europeo copió de los estados autocráticos y capitalistas que le precedieron.
No lo digo como consuelo, sino para poner las cosas en su lugar. Hay que recorrer algunas de estas páginas o leer los estudios sobre el burocratismo en la URSS, sobre la forma en que se construyó el PCUS, que en apenas un año pasó de 8 mil militantes a medio millón, y hay que leer, por ejemplo, en ese libro que citaba José Luis, Mi Verdad, de Vitali Vorotnikov, el enfoque burocrático de las discusiones y de las actas del Buró Político. Hay que recordar cómo se construyó el Estado, que una vez muerto Lenin y con Stalin en el poder creció monstruosamente de 100 mil a 5,8 millones de funcionarios. Hay que estudiar a Lenin, a Trotski, a Gramsci, a Mandel. Hay que retomar a Fidel y sobre todo al Che, con la disección formidable que hace del burocratismo y la burocracia en El hombre y el socialismo en Cuba. Deberíamos dar gracias siempre a San Guevara y a muchos otros más por habernos prevenido del mal y habernos llenado de “motores revolucionarios”.
Se ha mencionado el crucial asunto del contacto entre dirigentes y dirigidos; los vínculos entre partido y pueblo. Les leo algo: “…cuando se dio la noticia de la convocatoria al XXIX Congreso del Partido, a fin de adoptar un programa socialdemócrata donde definitivamente el PCUS renunciaría a la lucha de clases, a los principios leninistas y probablemente hasta su nombre, nadie prestó atención al hecho relevante de que, por primera vez, en noventa y tres años de historia, el Partido se proponía discutir su programa con el pueblo. En realidad, era una formalidad más, pues la opinión de ese pueblo ya no contaba…”
¿Se imaginan ustedes que los lineamientos económico-sociales hubieran sido una ocurrencia oculta del Buró Político y que luego se nos impusieran como dogma? ¿Se les ocurren congresos del Partido que no discuten documentos con el pueblo? ¿Habría existido alguna forma diferente de adoptar una constitución cubana que no fuera por un referendo popular? ¿Se habría podido aprobar de forma secreta el camino del socialismo, mandar por obligación a la gente a la guerra y luego decirle que habían luchado y caído por el socialismo y el internacionalismo? Haber hecho todo lo contrario, considerar que ninguna decisión importante puede adoptarse de espaldas al pueblo, y autocriticarse además, es lo antiburocrático, lo libertario, lo democrático real del socialismo cubano.
Existe también un factor crucial para que Cuba pueda existir como nación libre, independiente y soberana que pudo hacer una opción de vida: me refiero a la unidad del pueblo cubano. Unidad diversa, unidad polémica, unidad contradictoria, unidad solidaria, pero siempre unidad y por ello, aspirante a ser la más amplia y más democrática.
Nuestra historia anterior a 1959 y la misma historia del derrumbe socialista europeo enseñan con meridiana claridad las consecuencias de quebrar la unidad. No deseo para mi país las sociedades fragmentadas que florecieron en Europa tras la caída del muro de Berlín y la arriada de la bandera de la hoz y el martillo en el Kremlin. Mucho menos quisiera verme enredado en las intrigas, celos y persecuciones que privaron al socialismo de tanta gente brillante y útil; o peor aún, lanzado a fieras y corruptas competencias electoreras que me decepcionen de la política o me priven de mi derecho a hacer política en el socialismo.
Por último –no porque no haya más razones, sino porque no quiero agotar la imaginación ni el tiempo-, el socialismo cubano construyó un discurso y una simbología de lo humano diferentes a todo lo le precedió. Ese discurso y esa simbología son hijos de nuestra cultura de resistencia revolucionaria. Ni esa poco creativa estética de la nostalgia por los años cincuentas que nos persigue desde el turismo o el espectáculo, y mucho menos esa otra estética decadente, empeñada en refocilarle con el aburrimiento, las manchas y las arrugas, pueden competir con el pueblo educado, alegre, participativo, creador, dinámico, astuto y heroico que, más que imagen, somos.
Fernando Martínez Heredia escribía recién que “las revoluciones combinan iniciativas audaces y saltos hacia adelante con salidas laterales, paciencia y abnegación con heroísmo sin par, astucias tácticas ofensivas incontenibles que desatan las cualidades y las capacidades de la gente común y crean nuevas realidades y nuevos proyectos. Son el imperio de la voluntad consciente que se vuelve acción y derrota a las estructuras que encarcelan a los seres humanos y a los saberes establecidos. Y cuando logran tener el tamaño de un pueblo, son invencibles.”
De ese tamaño invencible es el pueblo socialista de Cuba. El mismo pueblo que escucha al líder decir que todo se puede caer y que nosotros vamos a persistir; que rehúsa de perestroikas y falsas primaveras, que asegura que no sabíamos qué cosa era el socialismo y que vamos a volver a empezar, pero con nueva experiencia, evitando errores propios que nos hundan más que los golpes del adversario hipócrita y artero. Y, ese pueblo, incansable, inteligente y lleno de fe, lo sigue, diciéndole en un susurro cómo echarse el mundo a la espalda.

Intervención durante el debate

Los compañeros que han intervenido antes han agradecido este intercambio tanto como nosotros. Yo en particular creo que esto que estamos haciendo hoy es importante en la medida que salga de este local y se convierta en convicciones y actos para entender qué país tenemos, como mejorarlo y cómo defenderlo.
Nunca será suficiente ahondar sobre las causas del derrumbe del socialismo en Europa y en la URSS. Para Cuba yo diría que es estratégico. Desde el punto de vista del debate, de la producción de conocimientos, de la construcción de ideología. Para la revolución y para los revolucionarios cubanos, para todo nuestro pueblo, es esencial entender por qué aquello se derrumbó y por qué esto no se ha derrumbado.
Desde mi punto de vista de comunicador, esto tiene que ver en buena medida con la forma en que procesamos la información, con la forma en que construimos y asumimos las ideas o las mimetizamos, por esa pereza tan dañina que a veces nos cerca y corrompe. Y tiene que ver con la manera con que, a veces, hasta por razones culturales, nosotros tendemos a exagerar, a hacer juicios hiperbólicos de los acontecimientos y a generalizar con expresiones del habla coloquial sobre hechos que a veces nos llevan a razonar y establecer conclusiones absolutas y erradas sobre fenómenos más generales y más complejos. La duda y la reflexión nunca deben abandonarnos, ni la capacidad para ver las cosas más allá de la primera impresión, de la superficie. Hay que ir a siempre al porqué de los hechos, ir a la historia, para entender los hechos.
Aquí se ponía el ejemplo de Lvov y de Ucrania. Tuve la oportunidad de estudiar cinco años en Ucrania, justamente en Lvov, y conocí bien esa sociedad, signada, por sobre todas las cosas, por los efectos negativos del pacto Mólotov-Ribentrop. El movimiento de resistencia a la ocupación soviética que surgió allí años después fue consecuencia de aquel quid pro quo entre los soviéticos y los fascistas alemanes. Los fascistas ucranianos participaron del hecho, es verdad, pero los grandes protagonistas fueron la Unión Soviética y la Alemania Fascista.
Sin embargo, la reflexión de fondo no está en cómo se estableció aquella resistencia, que fue una expresión del nacionalismo de esa gente. Si uno no hurga en las bases del nacionalismo ucraniano, del nacionalismo en Lvov, no lo entiende. Un nacionalismo que no es siquiera ucraniano o polaco, sino que tiene ver con un nacionalismo originario de los pueblos galitsios, que son los nativos de ese lugar, y que fueron sujetos durante toda la historia, durante siglos, a las invasiones romanas, de los abusos de las voivodas feudales polacas, del imperio prusiano, de las invasiones del imperio ruso, de todo tipo de abusos de los grandes poderes europeos. Esos pueblos, los pueblos galitsios, tienen hasta hoy una cultura de resistencia enraizada, y que la expresan, por ejemplo, negando el habla en idiomas extraños –en polaco, en ruso, en ucraniano-; a cualquier persona que quiera imponerles un habla diferente a la galitisia.
Por esas mismas razones, el pensamiento que prevalecía en esa sociedad ucraniano-occidental estaba más más allá del muro de Berlín, veían a través de él y solo se sentían respaldados por los que hablaban inglés, francés o español y contaban su historia de sometimiento y resistencia. Esos países que los apoyaban o los acogían como emigrantes –los de la Europa más occidental, Estados Unidos y Canadá- eran sus aliados y sus paradigmas.
Nosotros decíamos cuando nos venían a visitar de Moscú, de la Embajada, a los funcionarios que nos atendían, les decíamos que allí no hacía falta que llegara una invasión americana, ni de la OTAN, ni que hubiera un bloqueo, porque el problema tenía raíces ideológicas y culturales más profundas. Allí lo que hacía falta –decíamos- era que pasara un avión bombardeando blue jeans. Con un bombardeo de blue jeans se rendía la ciudad de Lvov. Era una imagen y puede parecer un argumento de ficción, pero era la realidad. La avidez por un modo de vida que lo simbolizaba, el blue jeans, y que era en cierto modo un rechazo al modo de vida impuesto, un gesto de rebeldía, aunque pudiéramos considerar mal encausada.
Esto es también importante para los cubanos, para los jóvenes cubanos, por esta época nueva que se nos viene arriba, porque nos van a tratar, nos están vendiendo ya, desde el propio 17 de diciembre de 2014, el discurso de la prosperidad ajena y, con el discurso de esa prosperidad, le están ofreciendo a nuestra juventud oportunidades e ilusiones engañosas que van más allá de las que puede ofrecer el poder y el modelo revolucionario, por lo cual hay que conocer y definir bien y tener claro cuál es el modelo de prosperidad para Cuba, cuál es el horizonte de prosperidad, el deseable, el soñado, el posible, eso que tanto se dice, y que no va a ser nunca el que está a noventa millas. Y una cosa es decirlo en el discurso y otra es aprehenderlo.
Yo creo que en la historia del derrumbe soviético están muchas de las lecciones que debemos conocer. Están, por ejemplo, en la misma manera en que se estableció, creció y se desarrolló Ucrania de la que ha hablado aquí José Luis, la misma Ucrania que fue cuna de la estatalidad rusa, donde nació la Kíevskaya Rus, que fue la ciudad estado que dio origen de ese gran estado multinacional, y que quizás nunca tuvo noción de serlo, hasta que el poder soviético la convirtió en una república con todos sus atributos jurídicos y reconocimiento y visibilidad internacional, aun cuando fuera a medias.
Fui testigo –se cuenta también en el libro- en mayo de 1982 de los festejos por el 1500 aniversario de la reunificación de Rusia y Ucrania. Puedo decir que es de las muchas cosas buenas que uno puede recordar de ese país. La celebración de la calle, la que no estaba en el Palacio de los Congresos de Kíev, ni en la sede del partido, era una celebración de pueblo, de corazón, de gentes iguales. Kíev había sido siempre una ciudad ruso-parlante, por ser esa la lengua originaria de los pueblos que la habitaron, y es hoy una ciudad donde es obligatorio hablar en ucraniano, y el que hable en ruso, hijo y nieto de rusos por generaciones, se ve forzado a hablar en ucraniano y no en su lengua natal.
Esa es la realidad que enfrenta hoy, fruto de los extremismos. Ese es el fascismo: el vaciado cultural, pero yendo a las raíces de la cultura, que están en la lengua. Es un ejemplo, aparentemente lejano, pero cercano en cuanto a la necesidad de defender por sobre todas las cosas nuestras cultura –no solo la artística y literaria, sino la noción antropológica de cultura- en esta era de relaciones con un país, los Estados Unidos, que como sabemos, no tiene piedad en imponer de forma avasalladora su cultura, hábitos y valores ¡Y lo han advertido la Clinton y el propio Kerry sin tapujos, sin esconderse!
Y otros elementos a los que me quiero referir de todos los que se han abordado hoy aquí, son el factor externo y el factor interno, y las creencias, falsas, que a veces se construyen sobre los hechos internos, sobre todo a partir de su manipulación, de las imágenes asentadas por la maquinaria monstruosa de manipulación del pensamiento que ha producido el imperialismo. En la preparación del libro pude acceder a una grabación de un testimonio de la exprimer ministra británica Margaret Thatcher. Nadie puede suponer que la Thatcher tuviera la más mínima inclinación, ni respeto, ni admiración por el socialismo o por la URSS. Me limito a leerles solo unas partes del texto:
“…La URSS —decía la Thatcher— es un país que supone una seria amenaza para el mundo occidental. No me estoy refiriendo a la amenaza militar; en realidad esta no existía. Nuestros países están lo suficientemente bien armados, incluyendo el armamento nuclear. Estoy hablando de la amenaza económica. Gracias a la economía planificada y a esa particular combinación de estímulos morales y materiales, la Unión Soviética logró alcanzar altos indicadores económicos. El porcentaje de crecimiento de su Producto Nacional Bruto es prácticamente el doble que en nuestros países… Por eso siempre hemos adoptado medidas encaminadas a debilitar la economía de la Unión Soviética y a crear allí dificultades económicas, donde el papel principal lo desempeña la carrera de armamentos. Un lugar importante en nuestra política es tomar en consideración las flaquezas de la Constitución de la URSS… Por desgracia y pese a todos nuestros esfuerzos, durante largo tiempo la situación política en la URSS siguió siendo estable durante un largo período de tiempo. Teníamos una situación complicada. Sin embargo, al poco tiempo nos llegó una información sobre el pronto fallecimiento del líder soviético y la posibilidad de la llegada al poder, con nuestra ayuda, de una persona gracias a la cual podríamos realizar nuestras intenciones en esta esfera […]. Esa persona era Mijaíl Gorbachov, a quien nuestros expertos calificaban como una persona imprudente, sugestionable y muy ambiciosa. Él tenía buenas relaciones con la mayoría de la élite política soviética, y por eso, su llegada al poder, con nuestra ayuda, fue posible”.
¿Qué podemos decir, qué lección se puede extraer de aquí? Que las potencias capitalistas comprendían perfectamente el papel del Partido Comunista como fuerza dirigente de la Unión Soviética –ese que había sido consagrado en la Constitución, que ya mencioné antes, y al que renunciaron luego- y sabían muy bien de las fortalezas del modelo económico soviético, y que si mantenían esa economía planificada, con ese sistema de estímulos morales y materiales que tanto se cuestiona hoy por sus excesos y desvíos, podían salir adelante y desarrollarse con una fuerza superior, que el capitalismo no podría enfrentar.
Por eso los desgastaron, por eso los embarcaron en la guerra fría y por eso subvirtieron y desprestigiaron a toda aquella maquinaria económica, que tenía sus defectos, pero cuyos resultados anunciaban que podía ser superior. Había que impedir ese éxito contrario a los intereses capitalistas y al poder de los mercados, había que demostrar que no se podía ser partido político de nuevo tipo para liderar una nación y que la economía que este dirigiera debía ser un fracaso.
Insisto en esto porque lo escuchamos el pasado 14 de agosto en el malecón, con ese llamado a retirar el “embargo interno”, que no es el mismo que algunos podamos criticar objetivamente en nuestra aspiración por perfeccionar el país soñado, sino que, como vemos a veces en las redes sociales y en las campañas anticubanas, tiene que ver con la objeción al camino socialista elegido, con la crítica a ultranza contra la economía planificada; tiene que ver con la crítica a los estímulos morales, con la crítica a otras formas de desarrollo diferentes a las que el neoliberalismo impuso al mundo, con la crítica a la empresa estatal socialista. Todo eso es parte de las lecciones que hay que sacar, porque como bien se decía, en el socialismo que se derrumbó nada fue absolutamente malo, como no lo fue absolutamente bueno, y hubo mucho que permitió avanzar, innovar, desarrollar y crecer al ser humano.

Muchas gracias

Pedro Prada: Doctor en Ciencias de la Comunicación Social. Periodista, investigador y diplomático cubano. Fue corresponsal del diario Granma en la URSS en los días finales de aquel estado.

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