martes, 21 de julio de 2015

Recordando a Ernesto Lecuona




Me importa un bledo que el reconocido actor cubanoamericano Andy García sea un connotado anticastrista, antifidelista o como quieran llamarle. Concedo mucha mayor relevancia a una frase suya, citada por una olvidada revista, y en la cual expresa que “la música acabará por unir a todos los cubanos”.
Doquier esté, piense como quiera, mire a los pies de un cubano cuando por cualquier razón una rumba, un guaguancó, el son, o cualquier otro de los ritmos nacionales, se enseñorea. Hasta por cualquier esquina puede aparecer un grupo de alegres borrachitos criollos, quienes muy probablemente entonarán lo de “en el tronco de un árbol una niña…”, sin siquiera imaginar que la canción se nombra “Y tú, ¿qué has hecho?”. Menos, mucho menos, que su compositor fue Eusebio Delfín .
Así, con la memoria amnésica para “algo más que más”, andan muchos compatriotas. Aquí y acullá. Pueden ocurrir anécdotas como las nombradas, o puede pasar que hasta la gran escritora cubana Dulce María Loynaz sea mencionada en un examen de ingreso a la Universidad como “Presidenta de…”. Y mejor lo dejo ahí.
Poco escucho por las emisoras cubanas interpretaciones o versiones de la obra de quien, no obstante, puede considerarse el más difundido de los músicos y compositores cubanos en todo el orbe: Ernesto Sixto de la Asunción Lecuona Casado, mundialmente conocido como ERNESTO LECUONA. Cantautor, pianista y compositor…
Pues bien, hace 99 años, un 12 de julio de 1916, hizo su primera presentación en el Ateneo de La Habana. Para entonces, una de las más importantes instituciones culturales de Cuba. Desde 1909 ya actuaba como pianista en distintos cines, y en 1912 ingresó en la compañía de Arquímedes Pous, otro grande de la escena criolla, fallecido prematuramente.
Lecuona nació en Guanabacoa, un 6 de agosto de 1895. Inició sus estudios con su hermana la pianista y compositora Ernestina Lecuona, quien por cierto fue la abuela paterna de otro grande de la música cubana, Leo Brouwer. Más tarde continuó sus estudios musicales; fue discípulo de Joaquín Nin Castellanos y en 1913 concluyó sus estudios con el gran pianista y autor de origen holandés Hubert de Blanck.
En 1916 obtuvo una beca para estudiar en los Estados Unidos, donde recibió clases magistrales de Ernesto Berumen; sus primeras presentaciones fueron en el Aeolian Hall, y en los teatros Capitol y Rialto, todos momentos que marcaron el inicio de una carrera internacional cuyo final fue su muerte el 29 de noviembre de 1963, en Tenerife, a la edad de 68 años. Para entonces, un juez de la talla del compositor Maurice Ravel hacía muchos años que había sentenciado: “esto es más que piano”.
Ernesto Lecuona rebasa toda medida como músico cubano: es autor de unas trece zarzuelas; unas quince canciones para piano; unos diez valses y mucho más de veinte canciones, todas las cuales forman parte insoslayable del patrimonio musical de Cuba. Destacaría -la lista es bien larga – obras como Siboney, Suite Andalucía, Malagueña, Ante El Escorial, Granada, Rapsodia Negra, Danza Lucumí y La Comparsa.
Insisto: destacaría. Su obra es tan prolífica y de tanta calidad, que no se arriesgará este periodista a una polémica sobre “mejores o mucho mejores”. Asimismo, su música fue empleada o servido de tema para unos quince filmes, entre 1931 y el 2005. La paradigmática Fresa y Chocolate (1993) no fue una excepción; pero también puede hallarse la curiosidad de que el filme chino 2046, del 2004, rindió homenaje a la música de Lecuona.
¿Y quiénes le han interpretado? De Cuba, Divas como Rosita Fornés, Esther Borja, Elena Burke, Marta Valdés y esa revelación cuyo nombre es Laritza Bacallao. Por su parte, Miriam Ramos, junto a Ernán López Nussa, recreó de forma acústica lo mejor de su labor autoral. Para muchos, muchísimos cubanos, es un recuerdo imborrable la “Damisela Encantadora”, interpretada por la Borja.
Fuera de Cuba, la obra de Lecuona ha contado con voces de grandes, entre muchos: José Mojica, Lawrence Tibbet, Lupe Vélez y Alfredo Krauss. Por su parte, Plácido Domingo grabó un álbum de una selección de sus piezas más destacadas, titulado “Siempre en mi corazón”.
Como simple mortal, se cuenta de Lecuona que “le gustaba diseñar y dirigir los trabajos de carpintería y otros de remozamiento que se hacían en su casa, siempre con muy buen gusto; era también un hombre sencillo, modesto y solidario con todo el que necesitara su ayuda. De sus exitosos viajes por el extranjero siempre traía regalos a sus amigos y a cada trabajador de su casa, sin olvidarse de ninguno. También se asegura que NO fue hombre de vida intelectual muy profunda. Se dice que tocaba a menudo, pero que no estudiaba, lo que terminó por minar sus grandes virtudes como pianista.
Su pasatiempo preferido era jugar el dominó en su finca La Comparsa, ubicada entre el Guatao y San Pedro, donde vivió entre 1946 y 1953, para disfrutar del contacto con la naturaleza. Allí dedicaba largas horas a la crianza de las aves de corral y a la jardinería, pues vivía orgulloso de sus marpacíficos, rosales y claveles. Pero también de sus animales, entre los que sobresalían tres perros de POMERANIA”.
Así fue Lecuona. Un cubano que, sin dudas, une a los cubanos.

Manuel David Orrio

mdorrio54@gmail.com orrio@enet.cu

Cubainformacion–Martianos– Hermes

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