martes, 6 de junio de 2023

Guerra de Ucrania: el G7 y la escalada que se viene


A 15 meses de su inicio, el conflicto se agrava 

 La decisión del G7 de enviar cazas F-16 a Ucrania (que estarían operativos en dicho territorio a partir de 2024) significa un salto en la guerra. El primer paso es acelerar el entrenamiento de los pilotos ucranianos para manejar este tipo de aviones. 
 El despliegue de los F-16 y otros aviones de combate creará una situación inaceptable e insostenible para Rusia. Los F-16 tienen un rango de más de 800 km y son capaces de lanzar misiles con un rango de más de casi 2000km, lo que coloca a Moscú y San Petersburgo dentro del alcance del ejército ucraniano. 
 Lo que es aún más importante, los F-16 pueden llevar armas nucleares tácticas. Esto genera una situación increíblemente peligrosa y abre las puertas a una hecatombe nuclear. Nunca antes en la historia desde la crisis de los misiles en Cuba en los 60, el mundo estuvo expuesto a la amenaza de un Armagedón como en la coyuntura actual. Recordemos que en marzo de 2022, el presidente norteamericano descartó terminantemente “la idea de que vamos a enviar equipos ofensivos y que aviones y tanques y trenes van a entrar con pilotos estadounidenses y tripulaciones estadounidenses, entiéndanlo —y no se engañen, digan lo que digan— eso se llama la Tercera Guerra Mundial”. El antecedente más inmediato de esta resolución fue la entrega de los tanques supermodelos, Abrams, que junto con los Leopards fueron autorizados para operar en territorio ucraniano.
 Rusia se verá obligada a responder a esta decisión que a su vez preparará el escenario para una respuesta aún más agresiva de las potencias de la Otan. Transcurridos 15 meses desde el inicio del conflicto, estamos frente a un agravamiento de la guerra y no hay perspectiva de que se detenga. 
 Por lo pronto, la entrega de los aviones implica presencias aún mayores de los países de la Otan pues plantea una ampliación de la logística y de las fuentes de abastecimiento. Contratistas y personal militar vinculados a la fabricación, mantenimiento y manejo de los aviones deberán instalarse en territorio ucraniano y de la mano de ello, establecerse la protección de dichos dispositivos. Se rompe la ficción de que no hay un involucramiento directo de la Otan, de que sólo se trata de un apoyo externo, de una guerra de procuración. Un año después, al menos 100 soldados estadounidenses en servicio activo están en Ucrania. Ni hablar del hecho de que la inteligencia, en la cual se incluye los satélites, está en manos de Washington. 
 El gobierno de Biden ha rechazado de plano cualquier cese al fuego o intento de una resolución pacífica de la guerra, incluyendo una propuesta de China. Washington apuesta a provocar una derrota militar a Moscú y en esa medida, infligir un golpe político al régimen de Putin, que como hipótesis de máxima podría llegar al extremo de desalojarlo del poder.

 Contraofensiva 

 La Otan viene preparando la contraofensiva que apunta a introducir una cuña en el sureste ucraniano ocupado por las tropas rusas y cortar el pasillo que une Rusia con Crimea y que actúa como puente terrestre y fuente de suministros y comunicación entre ambos. En caso de abrirse paso, podría ser un punto de apoyo para un ataque más profundo sobre los territorios ocupados por Putin, incluida la propia Crimea. Un avance de esta naturaleza significaría un vuelco importante del conflicto a favor de Ucrania en el cual, hasta ahora, ninguna de las partes ha podido sacar una ventaja decisiva y que se ha transformado en una guerra desgastante que trae a la memoria las agotadoras y extenuantes guerras de trincheras de la primer guerra mundial. 
 De todos modos, el pronóstico sobre el éxito de esta contraofensiva es incierto y las opiniones están divididas entre los propios analistas occidentales. Las fuerzas rusas se vienen preparando para hacer frente a la anunciada contraofensiva ucraniana y han dispuesto una serie sucesiva de líneas defensivas para resistir el embate ucraniano que incluye al rio Dniéper como una barrera natural. 

 ¿Crisis en Rusia? 

 Tengamos presente que Moscú viene de haber conquistado finalmente Bajmut que fue el escenario de encarnizados combates durante varios meses y que provocó una sangría en ambos bandos. Pero podríamos estar ante una victoria a lo Pirro. El grupo Wagner -las tropas mercenarias aliadas a Putin que encabezaron el ataque en la localidad nombrada- sufrió bajas de un tercio de sus efectivos. Pero además su jefe, Prigozhin, admite que el control de la ciudad es incierto pues sus flancos no son seguros y podría ser presa de un hostigamiento del ejército ucraniano. Pero lo más relevante de las declaraciones de Prigozhin es cuando dijo que la invasión rusa a Ucrania fracasó y que el enojo “puede terminar como en 1917, con una revolución” (Infobae, 24/5). Además, criticó a las élites por continuar su vida de lujos mientras jóvenes mueren en el frente de batalla, y predijo: “Primero se levantarán los soldados y después lo harán sus seres queridos”. Prigozhin destacó que la incursión militar se transformó en un bumerán. “Si antes del comienzo de la operación especial ellos (los ucranianos) tenían digamos 500 tanques, ahora tienen 5.000. Si entonces sabían combatir 20.000 efectivos, ahora son 400.000. ¿Así la desmilitarizamos? Ahora resulta que nosotros militarizamos Ucrania, y de qué manera” (ídem). 
 Estas declaraciones hablan de la existencia de una severa crisis política, cuyas dimensiones ya no se pueden silenciar. De otro modo, jamás hubieran salido a la superficie tan impunemente estas apreciaciones rompiendo el hermetismo que reina en el Kremlin.
 El líder mercenario apuntó directamente contra miembros del gabinete y el riñón íntimo del poder, sosteniendo que el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, debería ser sustituido por el coronel general Mikhail Mizintsev, mientras que el jefe del Estado Mayor, Valery Gerasimov, debería ser reemplazado por Sergei Surovikin, apodado “General Armagedón” por los medios de comunicación rusos. 
 Habría que agregar que en la última semana ha tomado notoriedad la incursión fronteriza en la localidad ubicada en el territorio ruso de Belgorod, la más importante de las llevadas a cabo en los quince meses de guerra en Ucrania, que fuera llevada a cabo por dos grupos rusos rebeldes que contarían con el apoyo de Ucrania. El gobierno ruso denuncia que se trata de tropas ucranianas enmascaradas y que ha logrado aplastar a los saboteadores. Cualquiera sea la versión valedera, lo cierto es que las hostilidades, aunque todavía en forma minúscula, se trasladaron a territorio ruso. De un modo más general, el régimen ruso está sufriendo los efectos de la guerra, con las bajas en el campo de batalla pero también sobre su economía, donde las sanciones y represalias de Occidente han llevado a una retracción de la economía y dificultades crecientes para sostener el esfuerzo bélico.

 Ucrania y Occidente

 Pero Ucrania y en general las potencias de la Otan no permanecen inmunes a la crisis. Ucrania habría sufrido 50.000 bajas en Bajmut. Hay un desgaste en las filas de la población y crecen las señales de inquietud que son silenciadas por el gobierno de Zelensky, quien ha ilegalizado a partidos opositores, en especial de la izquierda. Recordemos que Ucrania es el país más pobre de Europa y venía sufriendo las consecuencias de la colonización económica del imperialismo. Este saqueo se ha profundizado ahora. La ayuda occidental tiene como contrapartida un despojo y privatización de las tierras y recursos ucranianos. Zelensky coloca todas las fichas en el éxito de la contraofensiva pero el panorama puede volverse negro en caso de que esta movida naufrague.
 Por otro lado, en el bando ucraniano, la situación militar dista de andar sobre rieles. “Mientras se espera que Ucrania ponga en marcha una ofensiva terrestre a corto plazo, la ofensiva aérea rusa está acabando con los stocks de munición de los sistemas de defensa antiaérea de Ucrania y podría terminar con la situación de paridad aérea actual” (Blog Real Instituto El Cano, 24/5). No se sabe cuánto tiempo podrá mantener Rusia el mismo ritmo de ataques, pero si lo hace, las defensas antiaéreas ucranianas no tardarán en agotar sus municiones y tendrán que establecer prioridades de empleo para sus lanzadores (ídem).
 Las potencias occidentales, a su turno, tampoco escapan a una situación convulsiva. La guerra ha provocado un salto en la crisis capitalista mundial, abriendo el paso a una crisis energética y alimentaria y alentando las tendencias inflacionarias, lo cual está haciendo mella en la población y alentando el descontento entre los trabajadores y hogares de menores recursos. Este panorama se ha traducido en crisis políticas y reacciones populares que, como en el caso de Europa, se viene expresando en una ola de huelgas que sacuden Gran Bretaña, Alemania y en especial, Francia, en la que adquirió la forma de una huelga política de masas. Aunque, bajo la presión yanqui, la Unión Europea se mantiene alineada detrás de Washington, hay tensiones y crecientes divisiones internas por los efectos dislocadores que que está provocando la guerra en sus economías. Lo que está en debate en la burguesía del viejo continente es hasta dónde llevar las hostilidades y hasta qué punto hacer ciertas concesiones en aras de un acuerdo. 
 Tampoco Estados Unidos permanece impermeable al desarrollo de la crisis. El país está crecientemente atravesado por la carrera presidencial y Trump, que por ahora es el favorito para conquistar la nominación republicana, plantea recortar los fondos de ayuda a Ucrania e, incluso, llegar a un acuerdo con Putin, aunque sus declaraciones sobre el punto son vidriosas y contradictorias. Obviamente, la cuestión no se agota en los dichos de Trump, más aún tratándose de una cuestión que afecta un interés estratégico del imperialismo, pero es una medida de cómo la deliberación de la guerra está instalada en el escenario político norteamericano. 
 Un fracaso de la contraofensiva, con más razón si se combina con un agravamiento de la crisis capitalista que se está instalando con la entrada de la economía mundial en recesión y el estallido de las crisis bancarias, puede volver a reflotar la perspectiva de un compromiso y en ese marco, la propuesta de acuerdo planteada por China. El gigante asiático viene haciendo su propio juego, sin atarse a nadie. A Pekín no se le escapa el hecho de que una derrota militar de Rusia podría profundizar la escalada en Asia y en el Pacífico que ya se viene implementando y constituiría una amenaza directa contra su propio país. La aproximación a Rusia está dictada por este hecho, aunque el régimen de Xi Jinping se ha cuidado de no trasgredir las sanciones y prohibiciones dispuestas por el imperialismo, como la entrega de armamentos. Pero, al mismo tiempo, no se ha privado de explotar la crisis rusa en su propio provecho apuntalando sus propios intereses y apetitos a expensas de Rusia.
 Recientemente ha tenido lugar un significativo cónclave de China con la seis naciones de Asia Central, que históricamente han estado bajo la órbita rusa, con las cuales ha estrechado lazos económicos y ha establecido acuerdos estratégicos en vistas a expandir la Ruta de la Seda en la región. Este avance es visto con recelo por Moscú, cuyo temor, por cierto fundado, es caer en una mayor dependencia con el gigante asiático y convertirse en una suerte de apéndice de China. 

 Perspectivas 

 La perspectiva que está aquí expuesta habla de un agravamiento y prolongación de la guerra. La paz que aún no está a la vista, podría emerger en caso de que el empantanamiento militar se dilate en el tiempo y luego de un brutal baño de sangre que todo indica que se va a potenciar en el próximo período, lo cual, de todos modos, sería un compromiso inestable que augura nuevos enfrentamientos y conflictos bélicos. 
 Una salida progresiva que permita poner fin a esa pesadilla sólo puede provenir de una acción internacional de los trabajadores que debe estar dirigida a derrocar a los gobiernos responsables de generar y promover la guerra. El enemigo está al interior de cada país. Es necesario transformar la guerra imperialista en una guerra contra la burguesía y los regímenes reaccionarios y restauracionistas de ambos bandos involucrados en el conflicto, empezando por Ucrania y Rusia. 
 La izquierda que se reclama revolucionaria, inclusive trotskista, no está a la altura de ese desafío pues está alineada, mayoritariamente, detrás de la Otan o en su defecto, minoritariamente, detrás de Rusia. La situación dramática que debemos enfrentar convierte en una cuestión vital defender una estrategia internacionalista. Por gobiernos de trabajadores, en el marco de la unidad socialista de Europa, incluida Rusia. 

 Pablo Heller

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