miércoles, 21 de febrero de 2018

Cuando la patria se antepone a la riqueza personal

Cuba y Francisco Vicente Aguilera

“Deseo la felicidad de mi patria, aún a costa de mi felicidad. El hombre debe resignarse a todo, menos a olvidar el deber y el honor.”

Siempre habrá razones para analizar y discutir sobre el impulso decisivo que guía a los hombres a sacrificarlo todo en aras de una causa justa. Como si en esos instantes de la vida y de la historia el hombre sufriera una transformación telúrica en su personalidad que lo conduce a dejar de ser él mismo en el pasado y, en este punto crítico de ruptura, asumir el otro yo que tal vez su naturaleza inmanente lleva dentro de sí y que las circunstancias permiten descubrir y manifestarse. La eclosión sorprende cuando se tienen por delante y se avizoran los sacrificios y calamidades que hay que estar dispuesto a sufrir por un sueño liberador para su pueblo. Ese ha sido el destino de los grandes hombres de todas las épocas, en particular de los que sacrificaron sus riquezas materiales, el tesoro carnal y espiritual de sus familias, y la seguridad y bienestar personal.
Según la Biblia, Jesús expresó: “Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios o de los cielos”. No había que ser Dios para tener en cuenta la naturaleza generalmente avara de ese componente del género humano, aunque esta afirmación se ha tratado de interpretar a veces en forma más benevolente para no hacerla tan absoluta.
Sin embargo, muchos siglos después un prolífico escritor portugués, puso el acento o enfoque en el despojo a los demás, que explica las inmensas y desproporcionadas riquezas que acumulan esos personajes del reino terrenal, que condena a las mayorías a miserias atroces. Joao Baptista da Silva Leitao Almeida Garret (4 feb 1799 - 9 dic 1854) lo expresó en forma contundente:
“Y yo pregunto a los economistas, y a los moralistas, el número de individuos que es forzoso condenar a la miseria, al trabajo desproporcionado, a la desmovilización, a la orfandad, a la ignorancia crapulosa, a la desgracia invencible, a la penuria absoluta, para producir un rico.”
Y unos años más tarde José Martí (28 ene 1853 – 19 may 1895) sintetizó esa realidad ancestral de expolio, de dimensiones y carácter variados, con palabras como “riquezas injustas” e “insolentes fortunas”. También esculpió esta frase: “la esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo”.
Francisco Vicente Aguilera (23 jun 1821 – 22 feb 1877) fue un patriota cubano con una existencia intermedia entre estos dos personajes históricos, y con respecto a Joao Baptista existe la coincidencia de que ambos murieron a la edad de 55 años y a causa de cáncer.
Su imagen más conocida es la de un hombre de barba larga. Y en el momento en que se acerca el final de su existencia, radica en la ciudad de Nueva York. Allí vive en una casa que es, en cuanto a presencia y comodidades, decorosa pero nada ostentosa, y que viene a ser un espectro de la residencia que poseía en Bayamo, Cuba; el hombre alto y tembloroso, que casi se ha quedado sin voz por su enfermedad, y que tiene algo de Don Quijote, se ha incorporado débilmente, en la silla de enfermo. Su misma angustia le da fuerzas para ponerse de pie. Camina un poco. Tal vez su pensamiento se va hasta la tierra lejana. Todos sus sueños parecen volar hacia Cuba, tan distante, y la debió imaginar libre, en medio de ese cerco de sangre, de sacrificio y de llamas. Más tarde, cae en brazos de las hijas; y el hombre, de corazón de patria y de pasión tan pura como el cielo, deja de existir. Desde ese momento se cierra una vida terrena y empieza a hacerse dimensión histórica el sacrificio de ese hombre, que lo habrá dado todo: desde la cuantiosa fortuna hasta la tranquilidad del hogar.
Hubiera sido suficiente que ese hombre sofrenara su vehemencia de patria y de libertad para su Isla, para que su cuantiosa fortuna se hubiera acrecentado mucho más. Antes de lanzarse a la heroica faena de dar libertad a la tierra amada, ese hombre es acaso de los más ricos de toda Cuba, acaso el mayor terrateniente. Posee tres ingenios con maquinarias modernas, posee diez mil caballerías de tierra, tiene más de 35 mil cabezas de ganado vacuno y más de 4 mil caballos. En su ciudad, posee el teatro y varias casas. Más de quinientos esclavos viven en sus tierras. Es dueño de propiedades numerosas en Bayamo y Manzanillo, y para recorrer sus posesiones debe caminar por toda la provincia oriental.
Ese hombre mide lo que pone en la balanza: de un lado la mayor fortuna de la Isla, como terrateniente principal, y del otro lado la libertad de su patria. El hombre no vacila. Llama a su familia a sitio más seguro, sabiendo que todo lo suyo puede arder, y se lanza a una acción heroica y epopéyica. Después, toda su vida será agónica, una llama de sacrificio a favor de la libertad. El hombre de las grandes riquezas, irá entregando, uno a uno, todos sus bienes, para alimentar el fuego de la revolución liberadora. No vacilará. Sufrirá mil pruebas, pasará por traiciones, verá a su lado, egoísmos, mal agradecimientos, intrigas; tratarán de asesinarlo, pero él seguirá impasible en la línea de su conducta inmaculada, de su fortaleza patria. La libertad estará por encima de toda discordia, por sobre cualquier postergación personal, más allá de toda injuria que lancen contra su persona.
Y es que este hombre acaudalado, como sus compañeros de ideales independentistas, venía encumbrado por su trayectoria pues presidió el primer comité revolucionario de su ciudad, presidió reuniones conspirativas para el inicio de la guerra contra España, secundó el levantamiento armado de Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868 sin permitirse ambiciones de líder máximo, aceptó los cargos conferidos por Céspedes de Mayor General, de Lugarteniente General del Estado de Oriente, de Secretario de la Guerra de la República de Cuba en Armas, de Vicepresidente de la República, cargo conferido por la Cámara de Representantes. Y ante las dificultades con la llegada de recursos materiales desde el exterior y las discordias entre dos facciones revolucionarias, asumió el 17 de agosto de 1871 la misión encomendada por Céspedes para presidir la Agencia General en los Estados Unidos radicada en Nueva York para procurar la unidad y promover y hacer llegar expediciones con recursos para las tropas insurrectas. A pesar de los esfuerzos no pudo concretar la gran expedición que proyectaba; y los reclamos tanto de Céspedes como de su sucesor, Cisneros, para que regresara a Cuba, no pudieron cumplirse, y con ello, no pudo asumir la Presidencia de la República que le correspondía constitucionalmente.
A él le importa la patria y vive para la patria. Y cuando ya lo ha entregado todo sigue aún, ya enfermo, muriendo, sin voz, pendiente de las noticias de Cuba. Este hombre de las mil pruebas, de los mil sinsabores, que entregó su fabulosa fortuna para hacer libre a la patria, sigue siendo uno de los grandes próceres que desencadenaron las luchas contra el colonialismo español en 1868. Es el hombre rico que supo despojarse de sus riquezas, del lujo y de los cargos, en aras de su patria, y, por lo tanto, es un ejemplo de un hombre superior, por su generosidad y estoicismo.
En los diez años de génesis y desarrollo de la lucha en la primera guerra de independencia de Cuba en que participó en forma conspicua, seis transcurrieron en la emigración. En este lapso, Francisco Vicente Aguilera fue consecuente con estas ideas esenciales de su vocación patriótica:
“Deseo la felicidad de mi patria, aún a costa de mi felicidad. El hombre debe resignarse a todo, menos a olvidar el deber y el honor.”

Wilkie Delgado Correa

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