miércoles, 15 de noviembre de 2017

Otro muro en las relaciones de Estados Unidos con Cuba

Con varios meses de atraso, el gobierno de Estados Unidos acaba de anunciar nuevas regulaciones encaminadas a “fortalecer la política hacia Cuba”, en cumplimiento del Memorando de Seguridad Nacional sobre el tema, emitido por el presidente Donald Trump el pasado 16 de junio en Miami.
Al margen de que su complejidad obligará a un detenido estudio para su implementación, sus efectos más evidentes serán reducir aún más el restringido comercio actualmente existente, afectar de manera notable el intercambio educacional, así como limitar los viajes de norteamericanos a Cuba. A ello se suman las afectaciones para el funcionamiento de los canales diplomáticos —con la excusa de los ataques sónicos— y el retorno a una retórica irrespetuosa y agresiva, que recuerda los peores momentos de la guerra fría.
El gobierno cubano ha calificado la situación como un serio retraso en los avances alcanzados en las relaciones entre los dos países y en verdad tal parece que no existen puntos de concertación posibles, aunque las relaciones diplomáticas se mantienen y no ha sido cancelado ninguno de los acuerdos sobre asuntos de mutuo interés alcanzados.
Incluso desde la retorcida visión política de Donald Trump, es difícil encontrar razones objetivas para explicar el destrozo que su gobierno ha causado en las relaciones entre los dos países. Si lo miramos desde la lógica del discurso que lo llevó a la presidencia, el mercado cubano estaba a la mano para beneficiar a la industria nacional norteamericana y proporcionar empleos precisamente en aquellos sectores que nutren la base política de su administración. Tal oportunidad debiera tenerla en cuenta un presidente con los niveles de aprobación más bajos de la historia reciente, pero la política de Trump no se basa en estos presupuestos.
Más allá de sus desplantes, su gobierno es uno de los más débiles que haya ocupado la Casa Blanca. Esto explica que haya tenido que vender la política hacia Cuba a cambio del apoyo de un grupo de congresistas de la extrema derecha cubanoamericana. No es una estrategia encaminada a captar el respaldo de este segmento del electorado, incluso tiende a perderlo, sino a fortalecer su precaria posición dentro de su propio partido y neutralizar las investigaciones que se realizan en su contra.
Lo que quizás todavía no comprende es que está haciendo un pacto con el diablo. Esta gente ha demostrado ser insaciable y ya han acusado a la “burocracia” gubernamental de suavizar las medidas y dejar brechas en su implementación, lo que augura más contradicciones hacia lo interno de la administración. Por otro lado, el senador Marco Rubio, después de haber demostrado su “influencia” sobre el presidente, desde temprano está haciendo campaña para consolidarse como la opción de los republicanos de cara al 2020. Estamos en presencia de un matrimonio por interés, que difícilmente pueda acomodarse en la cama.
Las afectaciones para Cuba de las nuevas regulaciones serán significativas. No solo porque en algunos casos elimina posibilidades que se abrieron durante la administración Obama, sino porque, incluso aquellas que se mantienen, se verán limitadas por el temor que emana de esta política. Esto funciona también con empresas, instituciones y personas de otros países que temen represalias de Estados Unidos.
La sostenibilidad de esta política dependerá fundamentalmente de la reacción que provoque en Estados Unidos. Frente a esto, las nuevas regulaciones han tenido el cuidado de respetar los negocios ya establecidos. Tampoco tocan el sensible tema de los viajes y el envío de remesas por parte de los cubanoamericanos, aunque estos se han visto afectados por otras medidas recientemente adoptadas.
Las masas norteamericanas no se movilizarán en contra de la política hacia Cuba, incluso algunos sectores que hasta ahora han empujado con fuerza, con seguridad disminuirán su actividad a la espera de mejores momentos. En definitiva el tema de Cuba no tiene suficiente peso como para obligar un curso determinado de la política norteamericana, máxime cuando las condiciones en América Latina, un factor que catalizó las decisiones de Obama, también han cambiado de manera desfavorable.
Sin embargo, esto no quiere decir que el tema de Cuba sea insignificante en el debate político norteamericano y, en el caso de la administración Trump, su política actúa en detrimento de la popularidad y credibilidad del presidente, un elemento más en la acumulación de sus contradicciones y desatinos. Aunque Cuba no puede hundirlo por sí misma, es una piedra en el saco que lo empuja hacia el fondo.
Se trata de una política “contranatura”, toda vez que no se han modificado las principales razones que condicionaron los cambios introducidos por Obama. No existe nadie en su sano juicio que piense que estas medidas determinarán el derrocamiento del gobierno cubano, ni siquiera la extrema derecha cubanoamericana se cree el cuento, lo que ocurre es que actúan como un grupito de alacranes dispuestos a suicidarse, con tal de ser consecuentes con su naturaleza.
Trump ha sido un lamentable accidente en la normalización entre Cuba y Estados, la cual beneficia a mucha gente, tiene el respaldo de todo el mundo y cuenta con la fuerza de la razón.

Jesús Arboleya
Progreso Semanal

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