lunes, 27 de noviembre de 2017

Armando Hart, discípulo y hermano de Fidel




Una profunda amistad, forjada en el calor de la lucha, unió a Armando Hart y a Fidel.

Cada tarea que se le confió a Hart fue asumida desde el compromiso y la responsabilidad: la esfera de Organización del Partido Comunista, la estancia en tierras orientales y la creación del Ministerio de Cultura en 1976
«Con certeza puedo afirmar que mi vida está dividida en dos etapas fundamentales: antes y después de conocer a Fidel Castro». Fue el 26 de noviembre del 2016 cuando Armando Hart encabezó con esas palabras, en medio del dolor, su evocación personal del líder de la Revolución Cubana.
Un año después de aquel testimonio –es decir, un año y un día después de la partida de Fidel–, Hart se despide. Era uno de los más leales y aventajados discípulos del Comandante en Jefe y, a la vez, uno de sus más entrañables hermanos de lucha y esperanza.
Se descubrieron mutuamente en el fragor del combate contra la tiranía; luego del asalto al Moncada, Hart supo que Fidel era «el líder y el movimiento a que aspirábamos, el que Cuba necesitaba y dentro del cual valdrían la pena los mayores sacrificios, incluidos el de entregar la vida misma a la causa de la libertad y la justicia para el pueblo cubano»; y Fidel supo que en Hart tenía a un luchador creativo, tenaz y decidido, al que le unían ideas, proyectos y la firme vocación para llevarlos a vías de hecho aun en las más difíciles y complejas circunstancias. Ambos coincidieron, por supuesto, en el amor y conocimiento de la obra martiana, en el estudio, comprensión y aplicación a las condiciones concretas de Cuba del legado de Marx, Engels y Lenin, y en una irreductible militancia antimperialista.
La identificación de Hart con Fidel quedó sellada en 1955 durante la constitución de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio en una reunión efectuada en Factoría 62, en La Habana. Vinieron días de clandestinidad conspirativa, de preparación del apoyo a la expedición del Granma, de otra fraternidad combativa inolvidable, la de Frank País, de burlar la vigilancia represiva, de conocer la muerte de su hermano Enrique, del amor forjado en la lucha con Haydée Santamaría, de caer prisionero y protagonizar una espectacular fuga del tribunal, y volver a caer preso y ser confinado a Isla de Pinos, desde donde asiste al triunfo de la insurrección.
A la Revolución victoriosa dedicó inteligencia, energía y vocación. Nombrado Ministro de Educación en los primeros días de 1959, llevó adelante, por mandato de Fidel, una de las proezas de mayor alcance épico y humano de que se tenga memoria en la historia de la nación, la Campaña de Alfabetización.
En aquellos años dejó una honda huella en él su relación con el Che Guevara. Particularmente le impactó la lectura de El socialismo y el hombre en Cuba y el Mensaje a la Tricontinental. Del guerrillero argentino-cubano y universal, diría después: «La síntesis que el Che representa nos puede conducir a conclusiones certeras en los más diversos campos de la filosofía, la cultura y la acción revolucionaria. El comandante Guevara, al asumir los valores espirituales de nuestra América y elevarlos con su talento, heroicidad y decisión al plano más alto, se convirtió en uno de los símbolos éticos más elevados de nuestra historia».
Cada tarea que se le confió, fue asumida por Hart desde el compromiso y la responsabilidad: la esfera de Organización del Partido Comunista, la estancia en tierras orientales y la creación del Ministerio de Cultura en 1976.
Si la política cultural concebida por Fidel halló desde entonces su cauce más consistente, se debió a los métodos y el estilo de trabajo de Hart en el organismo, bajo los principios de la unidad, el consenso, el respeto a las jerarquías, el fortalecimiento de las instituciones, el diálogo, y en especial, la interpretación creadora de las pautas fidelistas.
«Él fue situado donde hacía falta –ha escrito el poeta Miguel Barnet–, ahí donde había que desbrozar las malas yerbas (…)
Y lo hizo con elegancia, con cautela, sin cercenar cabezas, más bien sacando del hueco aquellas que iban a rodar y poniendo a un lado rencores y revanchas. Él es uno de los marxistas más consecuentes de Cuba, más convencidos y uno de los más lúcidos. El fidelista, el amigo leal y el honesto, el gladiador de mil batallas, el incansable que convierte lo cotidiano en extraordinario; él es él, inquieto, hiperquinético, creativo, con las balas en la cartuchera y el gatillo listo en el disparador de ideas, proyectos y acciones que encontrarán ecos en los amigos agradecidos para quienes él, impoluto con su cubanísima guayabera blanca, será siempre el Ministro, porque sin duda clasificó en la categoría de ministros de lujo. Y un ministro de lujo no es otra cosa que un hombre culto, modesto y generoso. En dos palabras su ejemplo, su espejo».
No hace mucho, en ocasión del Día de la Cultura Cubana, celebración que Hart promovió desde su instauración, Abel Prieto, quien lo sucedió el frente del Ministerio, insistió en no perder de vista una de las pautas trazadas por el intelectual y combatiente revolucionario: hacer de la escuela la principal institución cultural de la comunidad.
Martí estuvo siempre en la raíz de su pensamiento y acción. Foto: Fernando Lezcano
Providencial resultó el encargo en 1997 de crear la Oficina Nacional del Programa Martiano y casi de inmediato la Sociedad Cultural José Martí. Nuevamente Hart se sintió a sus anchas. Estaba convencido de la necesidad de colocar a Martí en el centro del núcleo irradiante de la política, la cultura, la sociedad y la ética del modelo socialista cubano, enlazarlo con las más depuradas tradiciones culturales e históricas nacionales, latinoamericanas y caribeñas y universales, y promoverlo como referencia ineludible de la teoría y la práctica socialistas, sobre todo a raíz de su desarticulación en el Este europeo y el derrumbe de la Unión Soviética.
Con el pensamiento martiano y el fidelista como plataformas, Hart dedicó los últimos años a propiciar encuentros para el debate y entendimiento de una dialéctica de continuidad en el proceso revolucionario. Al respecto dijo: «Cada día me convenzo más de la pertinencia de lo que vengo planteando acerca de la necesidad de promover un diálogo de generaciones en el que intervengan quienes traemos la experiencia vivida como partícipes en la vida política en la segunda mitad del siglo XX, y los que asumen responsabilidades crecientes en estos inicios del XXI y desarrollarán su vida política hasta bien entrada la actual centuria. Se trata, de hecho, de un intercambio de experiencias entre dos siglos».
Afortunadamente el legado testimonial y teórico de Hart ha quedado plasmado en libros. Su compañera durante las tres últimas décadas, Eloísa Carreras ha llevado adelante un proyecto editorial, aún en desarrollo, mediante el cual es posible acceder a su pensamiento original. Recordemos entre sus títulos Aldabonazo, Hacia una dimensión cultural del desarrollo, Cultura en Revolución, Perfiles, Cambiar las reglas del juego, Marx, Engels y la condición humana, Una pelea cubana contra viejos y nuevos demonios y Cuando me hice fidelista.
Entre las mayores satisfacciones de su vida guardó en su memoria la condecoración con la Orden Nacional José Martí, al cumplir 80 años, impuesta por el General de Ejército Raúl Castro. De este afirmó que era la mayor garantía para asegurar el relevo generacional y la pervivencia de los sueños de Fidel en las generaciones venideras. Por su obra y su condición humana, Hart será de los que permanecen.

Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu

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