lunes, 19 de junio de 2017

LCB: La otra guerra




Los actores Osvaldo Doimeadiós y Fernando Echeverría en los roles de Mongo Castillo y el teniente El Gallo.

La otra guerra, por tanto, es, de una parte, historia viva, pero, de otra a la vez, entrega artística. No es un relato documental ni testimonial aunque se tenga como punto de partida documentos y testimonios...

El último capítulo de La otra guerra se transmitió cuando todavía estaban frescos los ecos de la intervención del Presidente de los Estados Unidos en el teatro Manuel Artime –nombre de un traidor- donde anunció un patético y ridículo cambio de política de su gobierno hacia Cuba, que refrendó la hostilidad y el bloqueo como principios de la tradicional conducta de Washington hacia la Isla.
En el auditorio, aplaudiendo a rabiar, se hallaban los fracasados expedicionarios de la Brigada 2506, derrotada en las arenas de Playa Girón en abril de 1961. Para el caso que nos ocupa, la presencia de estos y la propia alocución del mandatario emiten dos señales: la persistencia de uno y los otros en anclarse en la decrepitud del pasado, y la pertinencia de recordar a quienes vivieron esa etapa, pero sobre todo transmitir a las nuevas generaciones, el costo en vidas y sacrificio de los hombres, mujeres y familias por librar la Patria de los impulsos criminales de los mismos que alentaron la invasión mercenaria por Bahía de Cochinos.
La otra guerra, por tanto, es, de una parte, historia viva, pero, de otra a la vez, entrega artística. No es un relato documental ni testimonial aunque se tenga como punto de partida documentos y testimonios. Sabemos que sus protagonistas se inspiran en personas reales pero a fin de cuentas el espectador se halla frente a una obra de ficción, con las reglas propias de esa manera de crear una realidad diversa a lo real.
La serie debe alentar, y de hecho lo ha logrado, la búsqueda de referencias históricas y la avidez por conocer quiénes fueron Puro Villalobos y Gustavo Castellón, el Caballo de Mayaguara, Obdulio Morales, Mongo Treto y Andrés Hurtado, el Capitán Descalzo, y esos jefes que no debemos olvidar, pienso en Tomasevich, Proenza, Pineo, Piti, Denis y en los agentes clandestinos que tipificamos en Alberto Delgado.
Pero a quienes nos enfrentamos es a Mongo Castillo (Osvaldo Doimeadiós) y Porfirio (Félix Beatón), al teniente que nombran El Gallo encarnado por Fernando Echevarría y esa madre tremenda, Fila, que asume Yailín Coppola. A gente de a pie, que intuyen por primera vez en su existencia que son dueños de sus destinos, guajiros de pura cepa, milicianos voluntarios, experimentados y bisoños combatientes, hermanos y novias, y en la acera opuesta, asesinos y cobardes, desclasados y confundidos, oportunistas y judas.
El espectador se ve atrapado por conflictos marcados por la violencia, en los que no hay término medio, aunque sí suficientes angustias, sentimientos encontrados y terribles decisiones, en medio de una geografía escarpada y agreste, de abruptos contrastes sociales, cacicazgos y clientelas políticas, poblada por muchas personas sujetas a cadenas de falsas lealtades y erróneas percepciones sobre lo que significaba el cambio revolucionario.
Eduardo Vázquez, el guionista de la serie, optó por contar y no teorizar, es decir, por darle protagonismo a la narración y no al discurso conclusivo. El director Alberto Luberta, en consecuencia, se inclinó por la sobriedad épica, la contención, el pulso dramático, sin dejarse ganar por los excesos. Sabía que tenía que lidiar con la huella dejada en el imaginario del espectador por una obra fílmica paradigmática, El hombre de Maisinicú, de Manolo Pérez, y, más que todo, por evitar la tentación del tono grandilocuente y el panfleto. Halló complicidad en las soluciones visuales del director de fotografía Alexander Escobar y en una banda sonora admirable por su economía expresiva.
Hay que lamentar, eso sí, su emisión una vez a la semana (con una repetición).
De sábado a sábado fue difícil reconstruir el hilo de los acontecimientos y guardar en la memoria los avatares que llevaban de uno a otro capítulo la continuidad narrativa.
Tal vez el mayor elogio a la eficacia de la serie provenga de quienes se molestaron con ella, los mismos que aplaudieron el discurso del presidente de Estados Unidos en Miami. Para uno de ellos resulta que La otra guerra «distorsiona» la historia del Escambray, puesto que aquello fue «una respuesta democrática». No es un invento mío, se puede leer en cierta prensa de ese país.

Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu

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