miércoles, 12 de octubre de 2016

La penetrante mirada de Haydée que habla del Moncada




Haydée tenía la mirada más desconcertantemente triste que he sentido en mis días de existencia. Era una mirada dura y tierna a la vez. Daba pasos cortos, firmes y era algo cargada de hombros.

Me contaba alguien que estuvo presente el día de aquel conmovedor conversatorio; que se publicó con el nombre de Haydée habla del Moncada; 1967, mes de julio y día 13, que Haydée Santamaría Cuadrado (1923-1980) comenzó a hablar con una voz queda y casi imperceptible a los estudiantes y profesores de la entonces Escuela de Ciencias Polí­ticas de la Universidad de La Habana acerca de sus recuerdos del Asalto al Cuartel Moncada y los días posteriores al hecho. Vehementes y conmovedoras remembranzas contó que se aglomeraron para siempre en la memoria de quienes la escucharon, y para ella fue como un doloroso fardo pesante que cargó hasta sus últimos días.
Debió haber hablado ese día, como la recuerda Roberto Fernández Retamar, con la virtud de “decir las cosas más intensas con la mayor sencillez del mundo”, y lo hizo penetrando en el alma de los demás, tal es así que al volver a hojear el texto impreso; no lo hago con el original, tengo la edición que en 1985 hiciera la Casa de las Américas, la luminosa institución que creó junto a varios compañeros, las palabras se sienten como si volviera a escuchar su voz.
Ese día Haydée contó a los presentes que participar en la acción del 26 de julio de 1953 cambió definitivamente su vida, y cómo de esas sensaciones… “La transformación después del Moncada fue total. Se siguió siendo aquella misma persona, pudimos seguir siendo aquella misma persona que fue llena de pasión, y pudimos, se pudo seguir siendo una apasionada. Pero la transformación fue grande, fue tanta que si allí no nos hubiéramos hecho una serie de planteamientos hubiera sido difícil seguir viviendo o por lo menos seguir siendo normales”[i].
En el texto, preguntas de un público heterogéneo a Haydée, nos revela ella por qué consideró que el Moncada fue un parto: “Yo algunas veces he dicho, no sé si en alguna entrevista…., que a mí esto se me reveló muy claramente cuando nació mi hijo. Cuando nació mi hijo Abel fueron momentos difíciles, momentos iguales a los que tiene cualquier mujer cuando va a tener un hijo… Eran dolores profundísimos, eran dolores que nos desgarraban las entrañas y, en cambio, había fuerza para no llorar, no gritar o no maldecir. (…) Porque va a llegar un hijo. En aquellos momentos se me reveló qué era el Moncada”[ii].
Su hermano Abel (20 de octubre de 1927-26 de julio de 1953), segundo jefe del Movimiento, que por la época no tenía nombre, trabajó en el antiguo central Constancia como mozo de limpieza, fue despachador de mercancías de la tienda y oficinista; pero en 1946 decide buscar mayores posibilidades de trabajo y estudio, se va a La Habana. Termina el bachillerato y cuando su situación económica le permitió alquilar un apartamento, mandó a buscar a su hermana Haydee. Abel aprobó el ingreso en la Escuela Profesional de Comercio y más tarde al Instituto No.1 de Segunda Enseñanza de la capital. Trabajó en la textilera Ariguanabo, en Bauta. Después fue contador-tesorero en la agencia de automóviles Pontiac. Ingresó en la Juventud Ortodoxa y ante la realidad provocada por el golpe de estado de Batista, repulsa el hecho.
Abel y Fidel se conocieron durante los actos conmemorativos del 1 de mayo de 1953; juntos comenzaron a gestar los asaltos al Moncada y Bayamo.
Cuenta Haydee que aquella noche del 25 de julio: “…Nosotros mismos nos sentíamos mejores, nos sentíamos más buenos. Pensábamos en nuestros padres y los veíamos más buenos; no recordábamos si alguna vez nos regañaron o nos pegaron injustamente… Pensábamos…pensaba en mi sobrinita ya la encontraba la niña más bella de la tierra, porque tal vez no la volvería a ver y no la volvería a tener.”[iii]
“Miraba a Abel y me confortaba pensar que tal vez no le vería más, pero no tendría la necesidad porque yo tampoco viviría. Pero de todas maneras lo miraba”.
Haydée hablando se convierte en luz, en alguien a plena luz, sufrida sí, emotiva sí, alejada de vanidades y ambiciones también, una persona que cuenta sus vívidas emociones y realidades antes durante y después de la acción, y sobre todo que transmite una visión y una fe que hace comprender el humanismo de la acción, llena de devoción y amor por los ideales, para tener una Patria mejor. “Mirábamos a Fidel, y sí había algo que nos decía que sí viviría, que él sería el único que viviría; porque tenía que vivir”.[iv]
En Haydée… hay dolor, incertidumbre y muerte, recuerdos, la pasión y los sentimientos, fe en la victoria y en Fidel, sobre todo cuando nos llegan las imágenes que cuenta ese espíritu original, sensible, con una visión de la historia que marca a la propia poética de la Revolución, y nos alcanza también la alegría. “Todo lo encontrábamos tan bello, que hasta uno taburetes de los que dos o tres días antes nos reíamos porque no servían, en aquellos momentos antes de partir, ¡qué hermosos eran!”[v]
Ella sufrió mucho. “Con un ojo humano ensangrentado en las manos se presentaron un sargento y varios hombres en el calabozo donde se encontraban las compañeras Melba Hernández y Haydée Santamaría, y dirigiéndose a la última mostrándole el ojo, le dijeron: “Este es de tu hermano, si tú no dices lo que no quiso decir, le arrancaremos el otro.” Ella, que quería a su valiente hermano por encima de todas las cosas, les contestó llena de dignidad: “Si ustedes le arrancaron un ojo y él no lo dijo, mucho menos lo diré yo.” Más tarde volvieron y las quemaron en los brazos con colillas encendidas, hasta que por último, llenos de despecho, le dijeron nuevamente a la joven Haydée Santamaría: “Ya no tienes novio porque te lo hemos matado también.” Y ella les contestó imperturbable otra vez: “Él no está muerto, porque morir por la patria es vivir.” Nunca fue puesto en un lugar tan alto de heroísmo y dignidad el nombre de la mujer cubana.”[vi]
Y ella se salió de la “vida real” y se hizo mito, del que aquí tocó esto o aquello, que allí dijo una cosa, acá “salvó” a alguien o defendió a otro y entró en la Historia, no sólo porque la hizo sino porque nos ayudó a otros a tratar de comprenderla mejor, sin medias tintas, como lo es de cruda en la realidad.
El sufrir alcanzó a toda su familia. Fidel, en su alegato de defensa por los sucesos del 26 de julio de 1953, señala: “En los anales del crimen merece mención de honor el sargento Eulalio González, del cuartel Moncada, apodado “El Tigre”. Este hombre no tenía después el menor empacho para jactarse de sus tristes hazañas. Fue él quien con sus propias manos asesinó a nuestro compañero Abel Santamaría. Pero no estaba satisfecho. Un día en que volvía de la prisión de Boniato, en cuyos patios sostiene una cría de gallos finos, montó el mismo ómnibus donde viajaba la madre de Abel. Cuando aquel monstruo comprendió de quien se trataba, comenzó a referir en alta voz sus proezas y dijo bien alto para que lo oyera la señora vestida de luto: “Pues yo sí saqué muchos ojos y pienso seguirlos sacando.” Los sollozos de aquella madre ante la afrenta cobarde que le infería el propio asesino de su hijo, expresan mejor que ninguna palabra el oprobio moral sin precedentes que está sufriendo nuestra patria. A esas mismas madres, cuando iban al cuartel Moncada preguntando por sus hijos, con cinismo inaudito les contestaban: “¡Cómo no, señora!; vaya a verlo al hotel Santa Ifigenia donde se lo hemos hospedado.”[vii]
La necesidad no es dolorosa, nada que se nos plantea como necesario duele, eso coadyuvó entonces a todo lo necesario que hubo que hacer posterior al triunfo del 1 de enero de 1959.
A raíz de estos días se ha escrito sobre la bandera, sus significados y su significante, volví sobre estas páginas ahora amarillas. Escucho de los más jóvenes sus insatisfacciones y honestamente cuento las mías, les recuerdo la frase del poeta José Zacarías Tallet, la de los golpes de mandarria dados para romper cadenas, las mismas que se deshacen sólo cuando llega su tiempo y cuando se ablandan, por los golpes, previos, de otros. Les recuerdo que tienen el deber y el derecho de hacer su tiempo, que no se gana, que se exige, y que los momentos más encumbrados de la libertad de la Patria, con mayúsculas, llegaron con jóvenes que lucían cabellos y lungas barbas; sin ninguna experiencia, sin permiso, con osadía y convicción, y lo trataron de cambiar todo; en sus mentes un sueño: hacer distintas las cosas, con la sensación que se tiene en la juventud, todo el tiempo está por delante. Repito que hay generaciones con más ni con menos oportunidades ni valor, cada generación tiene su momento histórico y con ese se ha de cumplir.
Haydee hablando del Moncada dice: “Cuando nos encontramos a Fidel, todo empezó a hacerse posible, todo fue hablar de una verdad y una realidad; y partir de algo: que no teníamos nada…” Y cuando veíamos a todo un mundo de gente que decía que tenía tanto y más cuanto,… Entonces nos encontramos a Fidel que dice: No tenemos nada, no hay nada, y hay que buscarlo; y el problema aquí ya no es de cantidad, sino de empezar”.[viii]
Una tarde de agosto de la segunda mitad de los años setenta, Haydée estaba sentada en un sillón en la sala de su casa. Su hermana Aida, se reclinaba en una butaca pequeña de mimbre, que cubría con una sábana, pues se le enterraba en la piel el tejido y le daba dolores. Dos adolescentes estábamos en el piso. Su hermana más pequeña, Ada, entró blandiendo una sartén de gran tamaño, al tiempo que anunciaba que ella cocinaría una tortilla de papas crudas. Con ella llegó su hija Norma; tenía el pelo muy compuesto y exhibía dos grandes lazos blancos que duraron cerca de 10 minutos mientras jugaba con sus primos Celia María y Abel Enrique. Uno de los lazos se deshizo casi en la nada y a las primeras carreras, el otro se convirtió en un lánguido trapo amarrado que pendía de un mechón de pelo.
Y entonces ellas hablaron de Abel y recordaron lo que le gustaba bailar y la música, lo mal que entonaba cantando, los gritos que daba en la ducha, al punto que los vecinos de O y 25 -la estrecha puerta por la que entró la Revolución[ix]– lo mandaban a callar. Según Abel eran canciones muy bien entonadas y decía: “…es que no me sale por la boca como yo lo oigo por dentro”. Recordaron cuánto lo querían en los trabajos, cómo discutía con el maestro sobre la historia de Cuba, cómo reconoció desde joven que fue Jesús Menéndez el único que se les plantó cara a los Luzárraga[x], y como quiso que lo botaran del trabajo, llegando un día a decirle a un campesino delante de uno de la familia Luzárraga, “…no coja el préstamo, ellos lo que quieren es que Usted lo coja y no lo pueda pagar y después quedarse con la tierra”.
Mi hermano me recordaba también el día que conocimos a una persona que fue amigo de Abel, que rebautizó con el apodo de “Mister Day”; y cómo habló aquella persona del buen humor que siempre tuvo Abel y la dignidad de la palabra empeñada.
A propósito del calor de estos días, de aniversarios, de evocaciones me han venido a la mente estos recuerdos de más de cuarenta años. Lo más curioso es que de quienes estábamos allí aquel domingo solo dos estamos aún vivos.
Cuento a veces a mi hijo algunas cosas que he escuchado de mis mayores, otras que he visto; alguna vez oye, otras veces pide concreción, que obvie los detalles, entonces le recuerdo que son precisamente los detalles los que marcan, señalan, focalizan y nos acercan o alejan a los colores de un relato. Las sensaciones son distintas en cada ocasión y cuando aparecen distinguen una cosa de la otra.
Desde temprano se nos enseña a venerar a nuestros héroes y mártires. Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez, Martí, Mella, Villena, Camilo, el Ché son nombres que se graban; Maceo dijo que la libertad no se mendiga, sino que se conquista con el filo del machete. Pero el pasado no es mejor ni lo será, ahí están los jóvenes, para y porque: “Si queremos hacer algo de verdad por Cuba, levantémonos, si queremos hacer algo por Cuba, levantemos la frente y aceptemos que llevamos en ella la estrella solitaria, la misma que acompañó a los padres fundadores, que dilapidaron su sangre en el acto sagrado de fundar una nación”[xi].
En el sermón de la montaña se lee el “Beatus pauperes spiritu…”; sin embargo no encontré ninguna bienaventuranza a quienes dieron sus vidas para que las de otros fueran mejores e incluso un poquito más felices, aunque a veces hay poemas y canciones. Sucede.

F. Vladimir Pérez Casal

Notas

[i] Haydee habla del Moncada. Casa de las Américas, La Habana, 1985, 108 páginas. pág. 20
[ii] IDEM pág. 19
[iii] IDEM págs. 47-48
[iv] IDEM pág. 48
[v] IDEM pág. 48
[vi] Ver La historia me Absolverá
[vii] Ver La historia me Absolverá
[viii] IDEM, pág. 93
[ix] Frase de Celia María Hart Santamaría en referencia a la puerta del apartamento de 25 y O.
[x] Hermanos Mamerto y Ramón Luzárraga, dueños del central Constancia.
[xi]http://www.cubadebate.cu/noticias/2016/09/13/recibe-eusebio-leal-titulo-de-doctor-honoris-causa-de-la-universidad-de-la-habana-fotos/#.V9lEVSec6KE

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