domingo, 9 de junio de 2013

El periodismo en Cuba. La Neocolonia




La prensa cubana de antes de 1959 tenía diferentes espacios especializados que no siempre disponían del personal periodístico más calificado. De tres de ellos trataremos en este capítulo: las crónicas roja, social y deportiva. Casi todos los periódicos de la época, y también los noticiarios de radio, tenían espacios dedicados a esos temas, principalmente porque producían buenos dividendos financieros o porque propiciaban aumentos de circulación en el periódico que, en definitiva, significaban aumentos de la publicidad y mayores ingresos.
A las páginas de sucesos pasionales, suicidios, asesinatos, riñas, choques de trenes, camiones y automóviles se les identificaba como las policiales o las de la crónica roja, por la sangre que chorreaba de ellas. Cualquier hecho sangriento y de dolor humano en todas sus formas, narrados e ilustrados muchas veces con sadismo, ocupaba un lugar destacado en la mayoría de los periódicos del capitalismo.
En cada periódico había una planta de radio que tenía sintonizada permanentemente la radio interna de la Policía Nacional, a través de la cual se cursaban los mensajes e instrucciones para que los patrulleros se moviesen hacia los lugares donde ocurría cualquier hecho. Un redactor siempre estaba de guardia ante el aparato receptor, y apenas escuchaba algo que pudiese ser de interés movía a un reportero y a un fotógrafo que, muchas veces, llegaban antes o simultáneamente que la policía. Las emisoras de radio también hacían igual, excepto que no tenían necesidad de mover a fotógrafos.
Los periódicos amarillos o sensacionalistas –como Tiempo en Cuba y Ataja—muchas veces tenían como cintillos de sus ediciones noticias de la crónica roja. Y los vendedores de esos periódicos hacían igual que los pregoneros de la antigüedad: voceaban los cintillos y les añadían todo lo que se les ocurría con tal de que alguien les comprase el periódico.
La prensa en Cuba durante gran parte de la época colonial dedicó poco espacio a la crónica también denominada policial. Por lo general, en cuatro líneas, es decir escuetamente, y de forma fría, se registraban en sus páginas los hechos de sangre causados por la pasión o por acciones delincuenciales. Todo eso empezó a cambiar a finales del siglo XIX cuando el periodista Eduardo Varela Zequeira comienza a publicar en las páginas de los diarios La Discusión y La Lucha, y, posteriormente, en los inicios del siglo XX en el diario El Mundo, vibrantes y detallados reportajes sobre hechos sangrientos.
A ese cazador y narrador de sucesos no lo movió ningún fin comercial, pero no tenemos la menor duda de que los dueños de esos periódicos vieron un buen filón en el ejercicio de tal periodismo por lo que podía significarles desde el punto de vista financiero. Necesario es dejar puntualizado que Varela Zequeira dio a sus reportajes de sucesos criminales un sentido más bien educativo. Como regla, sus investigaciones y escritos persiguieron poner al descubierto a autores de crímenes o demostrar la inocencia de personas sobre las cuales los grandes intereses económicos y políticos pretendieron hacer recaer la culpa de determinados hechos, como ocurrió, por ejemplo, con un grupo de campesinos de El Cangre, condenados al cadalso por un hecho que no habían realizado.
Uno de las más exhaustivas investigaciones periodísticas realizadas por Varela Zequeira, y que vio la luz en las páginas de El Mundo en 1908, fue el horrendo asesinato en Alacranes, Matanzas, de una niña blanca de dos años y medio de edad, hecho motivado por prácticas de brujería. El reportero opinaba que la niña Luisa Valdés Socorro había sido asesinada para salvar la vida de Leocadia Valladares, enferma de tuberculosis, según unos, de un cáncer, según otros. Y explicaba a sus lectores: “Es creencia de los brujos que la muerte no es el fin natural e invariable de la vida. Suponen que cada persona que fallece es una víctima, un sacrificio que su Dios necesita, y creen que para ese Dios lo mismo debe ser una persona que otra. Asesinar a una criatura y aplicar su sangre y sus vísceras a la persona que se trata de salvar, significando así el mortal por cuya vida se ha vertido sangre humana, es ofrecer a ese Dios brutal de los brujos una víctima, en cambio de la que él había elegido.” En su reportaje, Varela Zequeira ofrece todos los detalles sobre cómo se produjo el secuestro y asesinato de la niña, en lo cual participaron varias personas.
Con la utilización de la fotografía, la crónica roja en los periódicos del capitalismo alcanzó mayores niveles. Lo mismo tenían espacios en sus páginas los cuerpos destrozados, mutilados y sangrientos durante un accidente de tránsito que la imagen de un hombre o una mujer que acababan de ahorcarse, acompañados siempre de la crónica que narraba con sadismo todos los detalles de lo acontecido. Eso vendía periódicos, lo único, en definitiva, que interesaba a los dueños de las publicaciones. En esos periódicos del capitalismo no existía siquiera el más mínimo control sobre lo que se publicaba en esas páginas de crónica roja. Aquellos periodistas menos calificados eran los que iban a parar a esos espacios. Son numerosas las anécdotas que se cuentan, por ejemplo, de un redactor del diario El Crisol por los disparates que ponía en sus informaciones, como aquella de que “a mi mesa de redacción ha llegado un hombre acompañado por un chino” o aquella otra de que “el occiso tenía al parecer un diente de oro postizo”.
Y para ilustrar que ni el director de esas publicaciones ni los jefes de información o redacción vigilaban o controlaban lo que aparecía en esas páginas señalo la siguiente anécdota, ocurrida en Alerta o en Avance. Uno de esos periódicos vespertinos publicó la foto de Vicente Cubillas, entonces periodista de la revista Bohemia, en la cual aparecía con una soga al cuello, y un pie de grabado diciendo que se había suicidado. Se trató de un montaje y de una diabólica broma. Cuando Cubillas trabajaba en Granma llevaba en su maletín aquella edición de Avance o Alerta, y la mostraba cómo ejemplo de la irresponsabilidad con que procedía esa prensa de los años de nuestra etapa neocolonial.
Hubo medios como Prensa Libre y Bohemia que publicaban secciones como “Detrás de los sucesos” o “Detrás de la noticia”, que no eran resultado de un periodismo de investigación como el practicado por Varela Zequeira, sino que tomaban cualquier hecho y lo enriquecían inventando situaciones y personajes. Poco real, objetivo y serio, por supuesto.
La crónica roja, es decir la prensa que vendía sangre, desapareció de la prensa cubana tras el triunfo revolucionario. No hubo ningún decreto o ley revolucionaria que así lo determinase. Los cambios que se operaron en la sociedad, entre ellos el de la propiedad de los medios y la urgencia de hacer un periodismo por el pueblo y para el pueblo trabajador, fueron razones para que tal mal llegase a su fin, como también otros vicios y males como la crónica social, la comercialización del deporte, la publicidad comercial, las rifas y los juegos de azar.

FRIVOLIDAD Y CURSILERÍA

Un lenguaje frívolo, la cursilería y el uso abusivo de los adjetivos, que muchas veces rayaba en la ridiculez, caracterizaban las páginas sociales de los periódicos. Junto a los anuncios comerciales, que se desplegaban a veces en páginas completas, lo que acontecía en los clubes aristocráticos, en las iglesias, en instituciones y hasta en residencias privadas, era reseñado ampliamente por cada periódico. Fiestas y jolgorios, banquetes y recepciones, cumpleaños y bautizos eran los escenarios de trabajo de los cronistas sociales.
Julio de Céspedes, que fue cronista social de al menos seis periódicos en la etapa neocolonial –La Noche, Correo Español, La Discusión, El País, El Mundo y Alerta—recordó en un artículo publicado en el Anuario de la Asociación de Reporters de La Habana la fiesta que dio en su casa del Vedado la señora Lily Hidalgo de Conill, en 1916, el baile inaugural del Palacio Presidencial durante la presidencia de Mario García Menocal, la recepción dada en la inauguración del Havana Yatch Club y el Baile del Segundo Imperio, dado en la casa de la señora María Luisa Gómez Mena, condesa de Revilla de Camargo. Esas fueron, entre otras, por su fastuosidad, esplendor y riqueza algunas de las grandes fiestas que debió reportar.
Esas fiestas, en definitiva, no eran más que expresión de la frivolidad, el lujo y el derroche imperantes en aquella sociedad desigual. Los ricos y los poderosos, llevados por la vanidad, se sentían felices cuando en las páginas de los principales diarios y revistas aparecían sus rostros y junto a las fotos un texto con sus nombres y apellidos, edulcorados con los más increíbles adjetivos. Escribía en cierta ocasión Emilio Roig de Leuchsenring que “nuestras crónicas sociales suelen reducirse, salvo raras excepciones, a una lista interminable de sustantivos y un buen número de adjetivos. La moda y el gusto del público así lo exigen. Son muchísimas las personas que asisten a una boda o una fiesta, con el único y exclusivo objeto de ver al día siguiente su nombre en letra de molde…Pero hay damas, damitas y caballeros a los que no basta nombrarlos; hay que adjetivarlos bien”.
Y en eso los cronistas sociales no tenían problemas. Un diccionario de adjetivos llevaban en su cerebro cuando se sentaban frente a la máquina de escribir. “Bella, encantadora, gentil, interesante, simpática, ilustre, sabio, acaudalado, apuesto, estupendo, maravilloso, admirable, espectacular…” y muchos más estaban presentes en las páginas de sociedad. En esas ridículas crónicas sociales todas las damas, sin excepción, eran bellas, inteligentes y elegantes, y los caballeros, distinguidos, simpáticos y apuestos.
De eso se beneficiaban el cronista y el periódico. No fueron muchos los periodistas que vivieron de endulzar la vanidad ajena en Cuba, pues era una responsabilidad que los directores solo daban a allegados por lo que significaba en ingresos. Entre ellos sobresalieron Enrique Fontanills, de Diario de la Marina, a quien el director de ese periódico consideraba insustituible. “El Diario no puede estar sin Fontanills ni Fontanills sin el Diario”, solía decir Pepín Rivero. Cuando Fontanills murió en 1933 su puesto lo ocupó Joaquín de Posada que pasó a integrar el grupo de los cronistas sociales renombrados, no por lo que escribían, pues todos se limitaban a seleccionar las fotos y a publicar largas listas de asistentes a las fiestas y actividades, y poner adjetivos a cada uno. Lo que los hacía famoso era si recibían “regalos” que, por lo general, consistían en cheques o sobres con billetes de las personas mencionadas o publicados sus rostros, de clubes, jardines de flores, restaurantes, tiendas, modistos, etc. etcétera. Cada mención tenía su precio.
Ciro Bianchi, que ha penetrado a profundidad en la vida de la sociedad republicana de Cuba, ha contado el caso de Pablo Álvarez de Cañas, cronista social de El País, quien no era capaz de escribir una sola línea. La redacción de su espacio, que era una columna buscada y leída cada mañana por miles de personas, se la confiaba a un grupo de ayudantes. Lo de él, en fin, era establecer relaciones, abrir las puertas de la aristocracia, y recibir favores y regalos.
Y los periódicos, con tal de ganar plata, crearon secciones de crónica social de las sociedades españolas, de las sociedades negras, etc. Incluso Diario de la Marina, a finales de la década del 20, creó una sección de crónica social dentro de un espacio llamado “Ideales de una raza”. Esa sección la firmaba Guillermo Portuondo Calá, que posteriormente fue cronista deportivo.
Cuando triunfó la Revolución los periódicos tradicionales hicieron intentos por mantener ese periodismo de ridiculeces y sandeces. En enero de 1959, hubo cronistas sociales que enfilaron sus ojos hacia algunas de las figuras de la Revolución, como Haydée Santamaría, por ejemplo. Le mandaban a su casa rosas, gladiolos, orquídeas. La combatiente del Moncada y de la Sierra llamó a los jardines distribuidores pidiendo que cesaran esos envíos, y sugirió que fuesen depositadas en las tumbas de los revolucionarios caídos. Días después, un cronista social de un diario la llamó y le pidió una foto para publicarla. “La única que tengo está tomada en la Sierra Maestra y estoy con el uniforme rebelde, un rifle al hombro y dos granadas en la cintura, ¿sirve?”. El periodista balbuceó: “Bueno, es que…usted sabe…es para la página social. Si usted se tomara una foto de estudio”. Y la respuesta de Yeye fue más contundente: “No puedo. Ahora tenemos mucho trabajo para pensar en fotografías y crónicas sociales”.
Ni trágicos acontecimientos que ocurrieron en los años de la dictadura de Batista impidieron la celebración de gigantescas fiestas de la burguesía criolla, y menos aún que los periódicos mostraran la menor sensibilidad ante los crímenes que se cometían. Basta, por ejemplo, hacer una revisión de las páginas sociales del periódico Diario de la Marina en los días que siguieron 26 de Julio de 1953 (asalto al Moncada), el 2 de diciembre de 1956 (desembarco del yate Granma) y 13 de marzo de 1957 (asalto al Palacio presidencial).
Solo una muestra ilustrativa: Página primera, 28 de julio de 1953.- Unos 70 muertos es el trágico balance del golpe contra los cuarteles de Santiago y Bayamo- Aún persigue las fuerzas armadas a grupos complicados en la intentona…Reportan que ha vuelto la normalidad después de los sangrientos sucesos del domingo”. En el rotograbado: “En la residencia de los esposos Johnson. El doctor Teodoro Johnson, durante la comida celebrada en su residencia aparece con un grupo de invitados, las señoras de Cárdenas y Aspuru…” “En el Club Náutico de Varadero. De la hermosa fiesta celebrada recogemos esta foto en la que aparece el doctor Fulano, Mengano…”. “En el Varadero Internacional. El Director de Diario de la Marina, José I. Rivero, y señora Mariíta Mederos, durante la fiesta con los esposos René Scull y María Mederos.” “En la residencia de los esposos Fanjul. Para un grupo de sus amistades tuvo un almuerzo el domingo la señorita Lian Fanjul Gómez Mena., en la residencia de sus padres, los esposos Alfonso Fanjul y Lilian Gómez Mena, asistiendo también algunas amistades de tan distinguido matrimonio, al que vemos rodeado de…”

LA CULTURA DEL INFOTAINMENT

La consideración de que la prensa no era más que una mercancía más, llevó a los medios de comunicación a llenar sus espacios con cualquier frivolidad. Chismes, especulaciones y escándalos, aunque no hubiese sangre de por medio, era suficiente para que entrasen en los medios. La aparición de platillos voladores, la existencia de vida en Marte, el casamiento o infidelidad de una princesa o rey o las adivinaciones de Clavelito frente a su vaso de agua, eran muchas veces acontecimientos más relevantes e importantes que la falta de viviendas, el analfabetismo, la insalubridad, la discriminación racial, las enfermedades, el desempleo, la opresión de la mujer, el hambre y la miseria en que vivía la población cubana.
Ese genio y demonio que se ha dado a llamar la cultura del infotainment, una simbiosis de la información con el entretenimiento, no es un fenómeno del mundo globalizado. En la Cuba de la etapa neocolonial tuvo una significativa expresión.
Los que ponían en funcionamiento el infotainment sabían que la ignorancia y el oscurantismo en que vivía la mayoría del pueblo, les facilitaba su labor en los medios de comunicación. Recuerdo el caso de Guilllermito (El Niño Prodigio), que ocupó páginas de la prensa y espacios de la radio y la televisión a partir de 1953. Era un niño de solo cuatro años de edad al que presentaban como enviado a la Tierra por el Señorpara curar y salvar vidas, y también como un adivino de grantes acontecimientos, entre ellos el asalto al Moncada y el triunfo de la revolución. No era más que un niño con buena memoria, al cual preparaban previamente sobre lo que debía decir. De él se aprovecharon económicamente familiares y dueños de publicaciones.

EN LA CRÓNICA DEPORTIVA, PLUMAS DE ALTO VUELO

A diferencia de las crónicas roja y social, la deportiva ha tenido excelentes periodistas desde que los periódicos, primero, y la radio y la televisión, después, dieron espacio a distintas ramas del deporte. Ahí están los nombres de Víctor Muñoz y Rafael Conte a principios del siglo XX, plumas de gran valía y considerados periodistas integrales. Conte, por ejemplo, que dejó tres libros sobre béisbol y uno sobre boxeo, reportó acontecimientos mundiales nada deportivos como la Primera Guerra Mundial y estuvo junto a John Reed en San Petersburgo cuando la victoria de la Revolución bolchevique dirigida por Lenin. A esos nombres hay que añadir los de Eladio Secades y Elio Constantín, ambos verdaderos maestros de la crónica deportiva y del periodismo en general. Entre los que se marcharon de Cuba, tras el triunfo revolucionario, hubo profesionales relevantes como Fausto Miranda, René Molina, Gabino Delgado y Pedro Galiana, y entre los que se quedaron con su pueblo debemos mencionar a Eddy Martín, José González Barros, Bobby Salamanca y Rubén Rodríguez.
Como regla, la crónica deportiva se ha nutrido de buenos profesionales que han tenido cultura y, además, dominio de diferentes disciplinas. Muchos de los que hemos mencionado fueron capaces, incluso, de transitar con éxito en el periodismo político, internacional o como escritores de otros temas. Secades, que era jefe de la página deportiva de Diario de la Marina y también de la revista Bohemia, escribía crónicas costumbristas bajo el título “Estampas de la época”. Pepín Rivero escribió en cierta ocasión en su columna Impresiones, de Diario de la Marina, “un artículo, un buen artículo lo escribe cualquiera, porque un instante de inspiración, un momento feliz, lo tiene también cualquiera. Pero son contadísimos aquí y fuera de aquí los escritores como Secades, que producen en el que los lee la falsa impresión de que el último artículo no puede ser superado por el venidero…” Secades, agregaba, es escritor, si, y de los grandes. De los que…logran hacer reir al público con lo que escriben, sin dar pie jamás a que el público se ría de lo leído.
Rafael Conte no se quedaba atrás. Se le considera uno de los periodistas más completos que ha tenido Cuba, capaz de hacer cualquier trabajo con eficiencia. Fue enviado por el periódico El Mundo a Rusia para que reportase los acontecimientos de la Revolución de Octubre de 1917. De igual fuste fueron Víctor Muñoz y Elio E. Constantin. Este último lo mismo escribía o narraba un partido de fútbol que corregía con eficiencia un artículo o información de otra naturaleza de cualquier colega, daba cobertura a cualquier acontecimiento político o científico con igual destreza con que revisaba y corregía los artículos, las informaciones y las entrevistas del resto del personal del periódico.
La crónica deportiva en Cuba nació en el siglo XIX. Hubo revistas que se crearon con el fin de divulgar los “sports”, como se decía entonces. Le Figaro, The Sport y Sportman fueron algunas de ellas. En 1874 se publicó una crónica sobre el primer juego del béisbol cubano, efectuado en el estadio Palmar del Junco, de Matanzas. Ese partido se celebró el 27 de diciembre, y cuatro días después el periódico satirico teatral El Artista dio cuenta de él y de su resultado que fue “de 51 corridas por nueve” a favor del equipo La Habana frente a Matanzas. Según la crónica, “una concurrencia numerosa presenció el acto que por la novedad llamó la atención”.
Una investigación sobre el espacio que se daba en los periódicos y las revistas antes del triunfo revolucionario al deporte amateur, hecha por el periodista Ricardo Quiza, demostró que era mínimo. Casi el 60% de los textos abordaban el deporte profesional y en las gráficas el porcentaje era mayor. En 1949 se efectuaron los Primeros Juegos Panamericanos, y el periódico Excelsior publicó sólo 32 pulgadas de texto sobre lo que ocurría en Buenos Aires, en cambio el 57 % del espacio estaba dedicado al béisbol profesional. La razón de ello era que la Liga Profesional Invernal pagaba bien para se promoviera el espectáculo. El dinero, en fin, era lo que movía también al periodismo deportivo, porque tal era la línea impuesta por los dueños de los medios.

Cubadebate

No hay comentarios: