sábado, 30 de marzo de 2019

Aumentan las dudas de que diplomáticos estadounidenses en Cuba sufrieran ataques

La aseveración era extraordinaria.
Más de 20 diplomáticos estadounidenses en Cuba habían “sufrido lesiones importantes” en una serie de ataques que parecían tener al cerebro como objetivo. O al menos eso es lo que dijeron funcionarios del Departamento de Estado a reporteros durante una sesión informativa en septiembre de 2017.
Un par de semanas después, el presidente Trump fue aún más allá. “Creo que Cuba es responsable”, dijo durante una conferencia de prensa en el Jardín de los Rosales.
Para entonces, Estados Unidos había retirado a la mayoría de los miembros del personal de su embajada en La Habana y había aconsejado a los ciudadanos estadounidenses que evitaran viajar a Cuba.
Casi dos años después, el Departamento de Estado sostiene que sí se produjeron ataques y que resultaron dañadas personas relacionadas con la embajada en La Habana.
Pero varios científicos prominentes ahora están desafiando esa afirmación.
“No hay evidencia” de un ataque, dice Sergio Della Sala, profesor de neurociencia cognitiva humana en la Universidad de Edimburgo en el Reino Unido. “No hay datos en absoluto de que estas personas sufran alguna lesión cerebral”.
Otros científicos dicen que el caso de lo que a menudo llaman “síndrome de La Habana” implica una mezcla preocupante de secreto, conjeturas y ciencia de mala calidad. Muchos ahora dudan de que alguna vez haya sucedido.

Un sonido, luego síntomas

El síndrome de La Habana comenzó con un sonido –un intenso, agudo y penetrante sonido.
Luego llegaron los síntomas: pérdida de audición, mareos, tinnitus, problemas de equilibrio, fatiga y dificultad para concentrarse, entre otros.
Cuando los diplomáticos comenzaron a sugerir un vínculo entre el sonido y sus síntomas, el Departamento de Estado llamó al Dr. Michael Hoffer.
Hoffer es un especialista en oídos, nariz y garganta de la Universidad de Miami. Y ha sido una voz prominente al decir que algo malo les sucedió a las personas asociadas con la Embajada de Estados Unidos en Cuba.
Hoffer recuerda que en febrero de 2017 estaba en su escritorio cuando sonó el teléfono. “Y el individuo, a quien desafortunadamente no puedo nombrar, dijo: ‘Es del Departamento de Estado y tenemos un problema’.”
El individuo quería que Hoffer evaluara a algunos diplomáticos enfermos que habían llegado a Miami. Más tarde, el Departamento de Estado le pidió que revisara a los trabajadores de la embajada que aún se encontraban en La Habana.
“Entonces, un colega mío y yo fuimos a Cuba y básicamente establecimos una pequeña clínica de detección en la embajada allí”, dice Hoffer.
Hoffer y sus colegas evaluaron un total de 140 personas. De estos, 25 reportaron síntomas que aparecieron después de que escucharon un sonido extraño o sintieron una onda de presión.
Sus síntomas eran muy parecidos a los de las conmociones cerebrales. Pero la experiencia de Hoffer como médico militar le hizo considerar que el problema estaba relacionado con el aparato vestibular, una parte del oído interno que desempeña un papel importante en el equilibrio. Y las pruebas apoyaron esa idea, dice.
“Estoy seguro de que su aparato vestibular fue dañado por algo”, dice. “Lo que era, quién lo estaba haciendo, no lo sé”.
Aun así, Hoffer y sus colegas se apresuraron en especular.
En entrevistas y durante una conferencia de prensa televisada, sugirieron que la causa podría ser un arma que utilizara ondas de sonido o microondas o alguna otra forma de energía electromagnética.
La idea de un “ataque sónico” era atractiva, porque parecía explicar el extraño sonido reportado por los trabajadores de la embajada que más tarde tuvieron síntomas.

El arma que no existió

Pero luego, en octubre de 2017, The Associated Press dio a conocer una grabación del sonido. Y ahí fue cuando el apoyo científico a favor de un ataque comenzó a desmoronarse.
Un par de expertos en sonidos de insectos decidieron analizar el audio. Y pronto se dieron cuenta de que el sonido no era un arma.
“La grabación dada a conocer por la AP es, en realidad, un grillo”, dice Alexander Stubbs, un estudiante de doctorado en la Universidad de California, Berkeley. Para ser preciso, dice, es la llamada de apareamiento de un grillo macho de cola corta de las Indias.
Y no es de extrañar que los diplomáticos hayan encontrado inquietantemente alto el canto de estos grillos, dice Stubbs. “Si uno conduce un camión diésel en la autopista, cuando se pasa junto a uno se puede escuchar con todas las ventanillas cerradas”.
Por supuesto, eso no explicaba todos los síntomas de que los diplomáticos se quejaban. Así que los científicos esperaron por dos estudios médicos que creían darían sentido al mareo, la pérdida de audición y el pensamiento confuso.
El primer estudio publicado apareció en JAMA (Journal of the American Medical Association), la revista de la Asociación Médica de Estados Unidos, a principios de 2018. Era un estudio realizado por un equipo de la Universidad de Pennsylvania que examinó a 21 diplomáticos.
“Estamos convencidos colectivamente de que estos individuos como grupo sufrieron una lesión neurológica”, dijo el autor principal, el Dr. Randel Swanson, en un informe de audio publicado junto con el estudio.
La lesión fue como una conmoción cerebral, pero sin un golpe en la cabeza, dijo el equipo.
La reacción de otros científicos fue rápida y dura.
“Es sorprendente que una gran y excelente revista como JAMA publique un informe tan deficiente”, dice Della Sala, profesor de la Universidad de Edimburgo. “Es simplemente asombroso. Es increíble”.
Y otros cuatro científicos que publicaron cartas en JAMA ofrecieron sus propios mordaces adjetivos para describir el estudio. Entre ellos: “impropio”, “inapropiado”, “problemático” y “engañoso”.
Gran parte de la indignación se produjo porque los autores habían usado una definición de discapacidad que pudiera aplicarse a casi la mitad de la población general, dice Della Sala.
“Lo que hicieron fue encontrar una manera para que todos fueran patológicos”, dice.
El segundo estudio médico provino de Hoffer y sus colegas de la Universidad de Miami. Describieron a 25 trabajadores de la embajada que habían informado tanto de exposición a un ruido como síntomas.
Este estudio fue rechazado por JAMA, pero finalmente se publicó en Laryngoscope Investigative Otolaryngology . Es una revista menos conocida en la cual Hoffer sirve como editor.
Uno de los hallazgos clave del artículo involucraba gafas especiales que rastreaban los movimientos oculares, dice Hoffer.
“Así que los movimientos oculares, que podíamos leer de inmediato por las gafas, parecían patrones que vemos en personas que tienen un trastorno de equilibrio particular”, dice.
El trastorno del equilibrio –una “anormalidad otolítica”– es causado por un daño invisible en el oído interno. Pero los críticos han señalado que muchos factores pueden hacer que una persona sana no pase esta prueba.
“Esta prueba no la pasa cualquiera con ansiedad, cualquiera que esté preocupado, cualquiera que esté muy cansado”, dice Della Sala.
Y ninguno de los estudios muestra que los diplomáticos de Estados Unidos fueron atacados o incluso dañados, dice.
“En este momento, no hay datos en absoluto de que estas personas sufran alguna lesión cerebral”, dice Della Sala. “No hay evidencia”.
En otras palabras, no hay apoyo para el síndrome de La Habana.
Más críticas llegaron en febrero durante un panel científico realizado en conjunto con la reunión anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. El evento tuvo lugar en la Embajada de Cuba en Washington, D.C.
Varios científicos en el panel dijeron que se sienten frustrados con los estudios médicos que hasta ahora han omitido la información crítica.
“Nuestra preocupación es que no se compartió ninguno de los datos. No tenemos acceso a los datos en bruto”, dice la Dra. Janina Galler, profesora de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard. “No tenemos acceso ni siquiera al tamaño completo de la muestra ni a la forma en que se seleccionó a los individuos y por qué en definitiva tantos no fueron incluidos en el estudio”.
Otra queja fue que Estados Unidos ha tenido casi dos años para demostrar sus aseveraciones de un ataque, pero aún no lo ha hecho.
“Hay toda una historia de que varios diplomáticos fueron atacados con un arma y tienen una lesión cerebral”, dice el Dr. Mitchell Valdés-Sosa, quien dirige el Centro de Neurociencias de Cuba en La Habana. “No hay evidencia de lesión cerebral. No hay evidencia de un ataque. Se presentan síntomas vagos que son muy frecuentes, que son comunes a cualquier corte transversal de la población”.
Incluso algunos científicos que una vez creyeron en la versión del ataque ahora la rechazan.
“Cuando lo escuché por primera vez, creo que, como todo el mundo, me preocupé mucho. Es terrible. Estadounidenses heridos. Estaba muy preocupado de que hubiera un arma”, dice Douglas Fields, un neurólogo que pasó meses investigando los hechos en Cuba.
Fields leyó los estudios médicos. Entrevistó a expertos en lesiones cerebrales y problemas del oído interno. Incluso fue a Cuba. Pero no encontró ninguna evidencia que demostrara la aseveración de un ataque.
“Y luego la historia sigue cambiando”, dice. “No es un arma sónica. Luego son microondas, y luego es histeria y luego una infección y sigue y sigue y sigue”.
Ahora Fields cree que el síndrome de La Habana es en realidad un conjunto de síntomas y problemas de salud que pueden verse en cualquier grupo de personas –y especialmente en personas que realizan un trabajo altamente estresante en un entorno a veces hostil.
Y Fields cree que al fin y al cabo la verdad emergerá.
“La ciencia se ha extraviado, se ha descarrilado muchas veces”, dice. “Pero al final se autocorrige y llegamos a la respuesta correcta”.
Eso sucedió después de un incidente similar durante la Guerra Fría. La historia entonces fue que microondas soviéticos estaban causando cáncer y una rara afección de la sangre en el personal de la Embajada de Estados Unidos en Moscú.
Un gran estudio refutó esa afirmación.
El Departamento de Estado dice que el número de trabajadores de la embajada afectados en La Habana ahora es de 26. Algunos se han recuperado. Otros todavía tienen síntomas.

Jon Hamilton
NPR

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