lunes, 18 de diciembre de 2017

Desiderio Navarro: el hombre-institución




El reciente fallecimiento de quien ejerció la crítica, el ensayo, la investigación literaria y la traducción ha dejado un vacío insustituible en la culturología cubana.

Irónico, mordaz pero de una eticidad a prueba de balas fue ese Desiderio Navarro que acaba de fallecer en La Habana y que no dejó discípulos puesto que su sabiduría era de las que se dan raramente en la cultura de una nación y dejan huellas insustituibles en una isla a la que trajo el pensamiento más avanzado de los siglos XX y XXI.
Todo comenzó en el número 100 de La Gaceta de Cuba (febrero de 1972), en una entrega dedicada a “Problemas de la crítica y la ciencia literaria” en la que Desiderio hizo viajar al mundo letrado de Cuba por ámbitos intelectuales poco o nada conocidos en este país.
Es en esa revista donde se reconoce la génesis de lo que en 1982 se convertiría en la revista Criterios que acababa de cumplir cuarenta y cinco años cuando ocurrió el deceso de este brillante pensador que según Roberto Fernández Retamar “valía lo que una institución” pues él solo traducía de 16 idiomas y divulgaba cuanto artículo o libro pensaba que era necesario que los cubanos conocieran.
No había un Congreso o un Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) en el que Desiderio Navarro no interviniera para mostrar su inconformidad con los aspectos negativos de los temas que se trataran, ya fueran de la cultura o de la sociedad en general.
En su más reciente entrevista había expresado su preocupación por lo que, según él, estaba pasando en el medio intelectual en el que se desenvolvía.
Desde los 70 —opinaba—se desalentó la figura del intelectual público revolucionario, o sea, crítico y ahora estamos pagando los costos de ello. Habría que ver cuánto pensamiento afloraría en nuestra vida pública cuando se le ponga fin a la invisibilización del intelectual en la esfera pública, en general, y en los medios masivos, en particular.
La labor a la que dedicó su vida Navarro se llamó Criterios, revista primero y Centro Teórico Cultural, después y, según La Gaceta de Cuba en el número que dedicara al intelectual muy poco antes de su muerte, ha sido reconocida en el mundo de las letras cubanas como una de las realizaciones más necesarias, intensas y enriquecedoras que ha conocido la cultura cubana, cuya importancia desborda las fronteras de la nación.
Esta empresa la realizaba él solo con la ayuda de la Casa de las Américas, un sitio donde siempre se le respetó y apoyó como se merecía, y en el cual tenía sinceros admiradores.
Las generaciones todas reconocieron su magisterio. De esta manera el joven y brillante ensayista Jorge Fornet ha dicho que Desiderio Navarro fue, antes que todo, una revista. Y ella era el sitio al que había que ir, la lectura que teníamos que hacer, el espacio donde hallar la idea que debíamos discutir.
Sorprende que Desiderio, nacido en Camagüey en la década del treinta, haya sido un autodidacto. Nadie se explica dónde aprendió los 16 idiomas que dominaba a la perfección, muchos de los cuales se hablan en un solo país, especialmente aquellos situados geográficamente en Europa del Este.
A Desiderio Navarro se deben muchos artículos publicados en Cuba y en países de Europa y América, y los libros Cultura y Marxismo. Problemas y polémicas (1986), Ejercicios del Criterio (1989) Las causas de las cosas (2007) A pe(n)sar de todo, Para leer en contexto (2008).
Era además asesor permanente del Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas “Armando Reverón”, en Venezuela y miembro del Comité Ejecutivo de la Federación Latinoamericana de Estética.
En su país recibió numerosos reconocimientos como la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Alejo Carpentier y el Doctor Honoris Causa del Instituto Superior de Arte.
La última vez que lo vi estaba en una silla de ruedas pero sonreía y a su alrededor una gran cantidad de amigos y colegas hablaban con él de temas intelectuales.
Difícilmente Desiderio sostenía una conversación trivial. Siempre fue una persona para quien la vida era estudiar y ayudar a los demás a través de los saberes que jamás guardó únicamente para sí. Siempre sintió la necesidad de compartirlos y así lo hizo.
Como ya dije y acaso lo escuché de alguien: no dejó discípulos. Pero lo tuvimos a él y aunque sea un lugar común habría que decir que inobjetablemente su impronta lo sobrevivirá como nos sobrevivirá a todos nosotros: sus eternos deudores.

Marilyn Bobes
IPS

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