domingo, 24 de diciembre de 2017

Ana Belén Montes culmina su año dieciséis tras las rejas

Una noticia devastadora: cáncer del seno derecho. Una mastectomía. El trauma físico y emocional. La soledad. Las visitas al hospital, encadenada, adolorida. El descubrimiento de la solidaridad en sus compañeras de celda. La incertidumbre. Otra vez el dolor. La añoranza de su familia. Y recientemente, la noticia que le sacó lágrimas cada vez que advirtió, a través de la cadena CNN en español que transmite la prisión Carswell, el destrozo de Puerto Rico tras el paso del huracán María.
Así entiendo que fue el año 2017 para mi prima.
Se llama Ana Belén Montes. Es una prisionera puertorriqueña que extingue una condena de veinticinco años por obedecer su conciencia y solidarizarse con el pueblo cubano ante las políticas de agresión del gobierno estadounidense.
Este año, Ana Belén cumplió dieciséis años encarcelada.
Aún está sujeta a las medidas administrativas especiales, las cuales limitan su acceso al mundo fuera de la prisión. Lleva dieciséis años silenciada y aislada. Sólo se le permite comunicarse con un puñado de familiares y amigos que la hayan conocido antes de su arresto. Nadie puede citar las palabras que Ana ha hablado a partir de su encarcelamiento. Nadie puede hacerse eco de su dolor, ése que experimenta cualquier mujer ante la mutilación de su cuerpo y la incertidumbre de su futuro. Nadie. Sólo imaginarlo.
El cáncer es una enfermedad debilitante para todo ser humano, mucho más cuando se sufre dentro de una prisión. Me duele pensar que Ana enfrenta esa condición de salud sin el apoyo de sus seres queridos, sin la posibilidad de escoger un médico de su confianza, tratamientos alternos o paliativos, una dieta rica en vegetales y frutas frescas, o al menos alguien con quien desahogarse. Por el contrario, a Ana le ha tocado enfrentarse al cáncer en un ambiente de constante vigilia. En un lugar donde impera el ruido, la violencia, la hostilidad emocional...y la soledad. En medio de ese caos, Ana convaleció de su cirugía.
Los carceleros la llevaban de la prisión al hospital, encadenada de manos y pies, con una cadena gruesa amarrada a la cintura, de la cual cuelga un grillete pesado donde se unen las cadenas de la cintura con las de los pies. Y una herida en el pecho.
Durante este año tormentoso, Ana se dedicó s recuperar sus fuerzas.
Su meta a corto plazo: estar viva y libre de cáncer por los próximos cinco años. A pesar de las condiciones en las cuales vive.
Su meta a largo plazo: regresar a la libre comunidad, si no antes, al menos el primero de julio de 2023.
Ana es fuerte. Al menos, eso es lo que pienso. Durante casi cuatro meses estuvo imposibilitada de escribir cartas. Luego comenzó de a poco: media página, una página, dos… mientras soportaba la punzada que le provocaba un nervio pinchado en su brazo derecho. Le volvieron los dolores de espalda. Sus compañeras en la prisión la cuidaron. Fue, tal vez, un abrazo del cielo.
Reinició sus lecturas. “Conoció” a Pedro Albizu Campos y su sacrificio a favor de la independencia de Puerto Rico. Se acercó a las gestas nacionalistas puertorriqueñas. “Viajó por el mundo” con el Papa Francisco y se dejó impregnar de su espíritu compasivo. Sonrió al “escuchar” los diálogos entre el Dalai Lama y el Arzobispo Desmond Tutu. Se ha interesado en estudiar, con su usual minucia, la Carta Autonómica del 1897, el Tratado de París, y otros documentos que evidencian la trayectoria política de la Isla. Pero a Ana tampoco se le permite articular públicamente sus reflexiones sobre el trayecto político de Puerto Rico; ni sobre las corrientes ideológicas a nivel mundial; ni sobre filosofías o religiones.
Hoy día, Ana Belén resiste la muerte, ésa que muestra sus rostros de fealdad dentro de cualquier prisión. Día a día. Con la mente alerta. Con el corazón sensible ante el mundo que ella percibe desde sus rejas. Con la esperanza viva.
Imagino a Ana Belén durante estos últimos tres meses, mientras contemplaba, a través de las transmisiones televisivas, los destrozos perpetrados por los huracanes Irma y María. Me la imagino con el pesar que produce advertir una fatalidad y no poder hacer nada para remediarlo. No, el pueblo puertorriqueño nunca escuchará sus palabras de aliento y solidaridad luego de la devastación que experimenta el país.
De seguro, si estuviera en tierra boricua, Ana Belén trabajaría sin descanso para ayudar al que sufre. Es lo que le nace hacer. Como si estuviera entre nosotros, la Mesa de trabajo por Ana Belén Montes en Puerto Rico ha hecho un paréntesis en su labor educativa para ofrecer su solidaridad a los damnificados del país. Como si ella lo hiciera. En el nombre de Ana Belén.

Miriam Montes Mock, prima de Ana Belén, especial para CLARIDAD.

No hay comentarios: