martes, 12 de enero de 2016

Emigración: la herida sangrante.




La emigración en Cuba no es diferente a fenómenos similares que se desarrollan en su entorno natural (Latinoamérica y Caribe). A pesar de que algunos medios sigan otorgándole causas “políticas” la realidad es que esta justificación desde mediados de los años 1990 apenas tiene un peso marginal en los motivos por los que miles de cubanos abandonan su país anualmente con destino fundamentalmente hacia los EE.UU y en menor medida hacia la UE.
Los datos precisos son difíciles de confirmar en el caso de Cuba, entre lo oficial y lo oficioso los márgenes siempre son demasiado grandes y las diferencias suelen tener en muchas ocasiones un marcado sesgo ideológico, como casi siempre cuando uno se refiere a este país, por lo tanto resulta casi obligatorio hacer constantes sumas y restas aproximadas, con los consiguientes márgenes de error. En este caso los números más allá de su precisión en realidad nos sirven más para subrayar la magnitud de esta realidad, recalcar algunas de las políticas que se promueven desde los EE.UU para alentar este flujo constante de personas, y sobre todo para poner de manifiesto el inmenso reto, actual y futuro, que este fenómeno plantea a una sociedad en plena trasformación como la cubana
Sobre la base de los acuerdos migratorios establecidos entre ambos Gobiernos a partir de la denominada “crisis de los balseros” entre 1994-1995, los EE.UU deben otorgar al menos 20.000 visas anuales a cubanos residentes en la Isla, sin embargo este número de visas no se corresponde exactamente con las de emigrantes legales anuales pues incluyen una cantidad importante de personas que viajan con el simple objetivo de visitar a sus familias, y por lo tanto regresan a Cuba. A esta primera cifra hay que restarle por lo tanto la de las personas que realizan ese viaje tanto de ida como de vuelta, y sumarle por otro lado una cantidad variable según años y momentos de personas que emigran de manera ilegal vía marítima directa mediante la activa intervención de mafias de Miami, cuyo negocio es precisamente traficar con emigrantes (con un costo de viaje que puede oscilar actualmente entre los 5 y 8 mil dólares). Según datos recientes de las autoridades fronterizas de los EE.UU. este peligroso modelo de migración alcanzó entre enero- noviembre de este año la cifra de 7.000 personas (lo cual indica un crecimiento del 100% respecto al pasado 2014).
Paralelamente en estos últimos años se ha venido implementando una especie de “corredor cubano” que con punto de inicio en salidas legales desde La Habana hacia Ecuador (que no exigía visas a los cubanos hasta los primeros día de este mismo mes) atraviesa en línea recta Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua y Guatemala, para finalmente alcanzar las fronteras terrestres de los EE.UU, después de cruzar todo México de sur a norte. Según datos oficiales de las mismas autoridades norteamericanas durante los primeros nueve meses de este 2015, 27.000 cubanos y cubanas han realizado este largo y accidentado trayecto para alcanzar el paraíso de sus sueños (lo que representa por su parte un crecimiento del 78% respecto al pasado año). Un viaje que puede costar en total de 4.000 a 6.000 dólares per cápita, incluyendo los respectivos pagos a redes de traficantes de personas.
A los números anteriores habría que sumarle además una cantidad desconocida de viajeros cubanos hacia países de la UE, aunque resulta imposible saber con certeza qué cantidad son realmente los que se radican permanentemente en Europa (baste recordar, por ejemplo, que unas 200.000 personas naturales del país caribeño cuentan con doble nacionalidad española-cubana).
Subrayando de nuevo que las estadísticas solo pueden ser aproximadas e imposibles de confirmar, podría estimarse como cifra orientativa, que actualmente una cantidad de entre 40 a 45 mil cubanos abandonan su país anualmente para radicarse, mayoritariamente en los EE.UU.
Partiendo de las características de la sociedad cubana y de la esencia de este tipo de migración no es aventurado pensar que la mayoría de estas personas oscilan entre edades que pueden ir desde los 20 hasta los 50 años (población en edad plena laboral y productiva), y que tienen buenos indicadores de salud y educativa, aunque resulta imposible calcular su composición en cuanto a género, color de piel, procedencia territorial u origen urbano o rural.
La más reciente crisis migratoria, iniciada a mediados del pasado noviembre, provocada por la negativa primero de las autoridades costarricenses y posteriormente nicaragüenses de permitir el paso a un grupo más de 4.000 migrantes cubanos hacia territorio mexicano, ha puesto de manifiesto no solo la magnitud de este fenómeno migratorio sino también las consecuencias regionales que el mismo puede provocar, al mismo tiempo que ponía sobre el tapete de nuevo las componentes políticas de este tema en medio del proceso de restablecimiento de relaciones entre los EE.UU y Cuba.
En la agenda establecida a través de las conversaciones bilaterales de estos últimos doce meses una de las reclamaciones fundamentales de la parte cubana es la derogación de las leyes y regulaciones que estimulan de manera abierta e indiscriminada la emigración incontrolada de cubanos hacia su vecino del norte, es decir la denominada Ley de Ajuste cubano de 1966 que concede asilo y posterior residencia permanente a cualquier cubano que los solicite, sin importar argumentos ni formas de llegar a territorio norteamericano, la política conocida como “de pies secos-pies mojados” ,de 1995, que establece que todo cubano que literalmente pise suelo norteamericano se puede acoger a la citada Ley, y finalmente el llamado “Programa de Parole para Profesionales Médicos cubanos” ,implementada desde el 2006, que promueve la emigración privilegiada hacia los EE.UU de profesionales cubanos que realizan labores de cooperación en otros países.
La percepción por una parte de la población cubana que tiene la intención de emigrar de que las políticas norteamericanas de privilegio migratorio van llegando a su fin ha disparado sin duda este último año el flujo de migrantes, provocando finalmente “la crisis de Costa Rica”. Una crisis que a su vez a dado fuerza y razón a la reclamación de La Habana de terminar con la irresponsable política migratoria norteamericana hacia Cuba sobre la base de leyes y regulaciones migratorias que al mismo tiempo resultan contradictorias e incompatibles con la declaración de intenciones de normalización de relaciones, expresadas por el Presidente Barack Obama hace exactamente un año, y ratificada por importantes funcionarios de su administración durante estos últimos meses.
Sin embargo más allá de la “crisis de Costa Rica”, de sus consecuencias y solución puntual y concreta también es necesario señalar que una migración regulada y legal no será tampoco barrera suficiente para frenar la emigración de ciudadanos cubanos, con la consecuente sangría humana, económica y poblacional que ello implica para la sociedad en su conjunto. Cambiar las tendencias migratorias, conducirlas a límites razonables o sostenibles constituye un verdadero reto para la nación cubana. Las claves para abordar soluciones a mediano y largo plazo pasan sin duda por construir dinámicas económicas y sociales que apuesten por un progresivo bienestar y equidad, algo que llevará tiempo y requerirá también del debate social para articular consensos internos.

José Miguel Arrugaeta y Orsola Casagrande

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