sábado, 30 de agosto de 2014

Palabras para el ELN en su 50 Aniversario




Más allá de los argumentos, discusiones, recuentos teorías, la fundación de organizaciones populares de resistencia armada latinoamericanas como el Ejército de Liberación Nacional de Colombia evidencia la necesidad del pueblo de organizar su propia defensa y crear horizontes propios para la liberación humana y social. Nuestro continente es hijo del maravilloso ciclo de revoluciones armadas de 1781-1824, que convirtió las identidades y las resistencias en un conjunto de pueblos liberados del colonialismo, por primera vez en el mundo. Solo la violencia revolucionaria pudo ser eficaz para conseguir aquel formidable avance cultural a escala continental.
Pero dos siglos de Estados independientes han tenido que ser el marco de resistencias incesantes y luchas por la justicia social y por la verdadera democracia, es decir, por el respeto y el bienestar para las mayorías y por el gobierno del pueblo. Minorías que han ejercido el control sobre la reproducción de la vida social para su beneficio y explotado y dominado a las mayorías de sus propios países han preferido siempre ser cómplices y subordinados de un sistema mundial de dominación cada vez más centralizado, parasitario, reaccionario y depredador. Ser a la vez dominantes y dominados. En consecuencia, las libertades, la igualdad para todos, los sistemas legales y los derechos humanos han sido una y otra vez violentados o negados, al mismo tiempo que ideas y movimientos muy diversos han ocupado la dimensión política de las sociedades, obteniendo consensos o generando enfrentamientos.
El recurso a la violencia revolucionaria ha favorecido la causa de los oprimidos como forma eficaz de resistencia cuando se les cierran otros caminos, pero sobre todo como creador de conciencia y organización, como educador de cualidades y capacidades, como palanca para multiplicar las posibilidades de los de abajo de salir de la miseria, la opresión, la indefensión y la incapacidad de cambiar sus vidas. Contra él se han ejercitado las formas más criminales de represión, selectiva o genocida, las técnicas más avanzadas destinadas a confundir, dividir y alejar a los pueblos de sus propias identidades y proyectos, acciones que forman parte de la guerra cultural, la más poderosa arma imperialista contra los pueblos del planeta. La demonización de la violencia revolucionaria ha sido uno de los éxitos de esa guerra en las décadas recientes en América Latina. Sin abandonar aquella política, hoy el sistema intenta eliminarla de manera permanente de las alternativas pensables, remitirla al pasado.
Pero frente a los expertos que han anunciado hasta el cansancio las inminentes desapariciones de las organizaciones de lucha armada, ellas continúan peleando, y sus lecciones de sacrificio, heroísmo, voluntad organizada, conciencia e ideales son una de las fuerzas principales con que cuentan los pueblos latinoamericanos. En esta nueva hora en que en la América nuestra se levantan varios poderes populares, se agranda el campo de los Estados y gobiernos más autónomos y más activos y preocupados por sus pueblos, y existe un enorme torrente de movimientos sociales populares, esa forma de actuación revolucionaria gana en relevancia y debe concurrir a la formación del nuevo bloque histórico continental. Porque el protagonismo popular no es cosa del pasado: es el único futuro posible. Y él utilizará, de manera soberana, todo lo que esté a su alcance.

Fernando Martínez Heredia, académico titular de la Academia de Ciencias de Cuba. Doctor en Derecho, Profesor de la Universidad de La Habana e investigador. Especialista en Ciencias Sociales, ensayista e historiador.

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