lunes, 23 de junio de 2014

Sencillamente, Fernando




Teniéndolo al lado, todavía es posible que se nos resista el pedestal para hacerlo caminar por la senda del resto de los hombres, pero si le preguntas, Fernando González Llort te dice enseguida que es uno más y que sus valores son los de todo el pueblo.
Escucharlo, no obstante, no deja de ser sobrecogedor. Es, a pesar de una timidez anunciada que por suerte no se concreta, un conversador excelente, capaz de hilvanar las ideas completas como paisajes, y su voz, siempre baja, totalmente amable, como él mismo, en todos los sentidos y formas de esa palabra, desde el pasivo adjetivo hasta la más improbable arquitectura del verbo…
¿Qué fue lo más difícil de estar en prisión?
La separación física del lugar donde uno nació y se crió, la lejanía de las personas que quieres, de la familia, y la añoranza, una añoranza por la casa, por la tierra, por las costumbres de tu país, que es lo que más se extraña.
Yo, que nací y crecí en La Habana, y me acostumbré a la visión del mar todo el tiempo, me sorprendía extrañando el mar, esa sensación de sentirlo cerca. Uno extraña la vida privada, los detalles de esa vida, esas son las cosas que de vez en cuando me golpeaban duro.
Claro que a veces bloqueaba esas cosas, no es que no pensara en la casa, en la familia, pero se crean mecanismos de defensa para que ese pensamiento no se convierta en un dolor que después es difícil de sacarte de encima.
Todas las horas duran lo mismo, pero al margen de ese principio, algunas son más largas que otras. En esas circunstancias de encierro, ¿cuáles eran las más lentas?
No había una hora en específico, pero si había algún momento en el que uno se ponía especialmente bucólico, era el de los domingos por la tarde. Creo que, en general, es un momento en que las horas adquieren una lentitud que te pone a pensar, y a añorar cosas.
¿Qué enseñanzas le dejó la terrible escuela del presidio?
A nivel psicológico, a uno le queda la constancia de la capacidad del ser humano de sobreponerse a cualquier circunstancia, no importa lo dura y lo terrible que sea y, por tanto, el entendimiento de que no hay nada que una persona se proponga que sea imposible de lograr, si pone esfuerzo, sacrificio, tiempo en luchar por eso que quiere.
Y eso, verte venciendo dificultades, te da una gran seguridad en ti mismo.
Desde el punto de vista político-ideológico, puedo asegurar que yo me convertí en más revolucionario y fidelista, y en mejor cubano y hombre, después de pasar esa experiencia. Cuando me vi preso, me dije, estás aquí por una razón y tienes que aprovechar este tiempo en mejorarte.
Por eso, me dediqué a estudiar, a hacer ejercicios físicos, a ocuparme de mí, porque era la manera de no dejarme vencer, era la manera de que no ganaran, de devolverle al menos una parte del golpe.
¿Qué sentimientos le provocan el resto de los cubanos que decidieron pactar con el gobierno federal y abandonaron la causa revolucionaria?
En estos momentos, sinceramente, ya no me provocan sentimiento alguno: ellos sabrán qué hacer con sus conciencias, para mí es una cuestión muy personal que dejé atrás. Pero tengo que confesar que en aquellas circunstancias fue un golpe muy duro, no puedo hablar por el resto de mis hermanos, pero para mí esa ruptura fue lo más difícil de ese proceso.
Con el tiempo, comprendí que cada cual tiene sus circunstancias y que, al final, era su decisión aunque me sorprendiera, porque los conocía a casi todos, aunque muchos de ellos no lo hicieran entre sí.
¿En qué pensó, en quién pensó cuando tomó la decisión de seguir firme en la causa de Cuba, cuando optó por no traicionar?
Yo no tomé ninguna decisión porque, aunque tenía la opción de la traición, nunca sentí que tuviera otra alternativa que seguirle siendo fiel a mi causa. Para decidir, uno tiene que intelectualizar las alternativas y pensar en ellas. Yo no tenía nada que pensar.
¿Cómo se siente tener tanto contacto físico, muestras de afecto, abrazos, besos…, después de 15 años de tener tan pocas oportunidades de cercanía con otro ser humano?
Es raro, en el mejor sentido. A la cárcel uno no va a hacer amigos, de modo que las relaciones, aunque haya cierta simpatía, son por lo general superficiales desde el punto de vista emotivo, y todo contacto físico está, por supuesto, descartado en esas circunstancias.
De esas cosas, uno no se percata hasta que llega a Cuba, y es todo lo contrario. En los primeros momentos, terminaba agotado incluso de las reuniones familiares y no entendía por qué, hasta que me di cuenta de la carga emotiva de esos momentos, después de tanto tiempo sin tener algo así, de poder conversar de temas familiares, con gente que uno quiere, tener esa conexión emocional.
Pero es gratificante tanto cariño. Y no me desagrada para nada que la gente me abrace, porque yo los abrazo también.
El recuerdo tiene la manía de magnificar la belleza de las cosas que dejamos atrás, y añoramos. ¿Es más bello el recuerdo que lo que encontró a su regreso?
Es cierto que el recuerdo hace que imagines las cosas mejor de lo que eran, pero la Cuba que encontré es mucho más bella que la de mi recuerdo, no sé si por la emotividad del regreso a casa, por todas esas emociones juntas, pero así lo veo todavía.
Realmente mucho ha cambiado desde la última vez que estuvo en Cuba…
Yo no creo que hayamos cambiado tanto, la vida es la misma y los cubanos también, lo que sí se ha diversificado la sociedad. Uno camina ahora mismo La Habana Vieja, que yo tanto caminé en otros tiempos, y ve una serie de expresiones comerciales que antes no existían, caminas Viñales, y es igual.
La ciudad también ha cambiado, uno ve edificios nuevos y extraña otros que ya no están. Pero seguimos siendo los mismos, en la esencia.
Ha sido impactante la respuesta de la juventud a su presencia, la conexión, el interés sobre todo al tenerlo cerca, al hacerlo palpable. ¿Cree que la Cuba de hoy, que estas nuevas generaciones puedan dar otros hombres como ustedes?
Absolutamente. Entre la población cubana existen millones de personas que hubieran podido hacer lo que nosotros hicimos. No somos la excepción, porque los valores que los Cinco defendimos durante todos estos años son los de todo un pueblo.
De los jóvenes, siempre se han dicho cosas. De nosotros decían que éramos locos, irreverentes…, y siempre levantaremos opiniones, pero yo creo que esta juventud es una garantía, no importa que tengan códigos diferentes, un vocabulario propio de su edad. Por supuesto, hay que trabajar más con la juventud, ayudarlos, guiarlos desde el punto de vista político e ideológico.
Después de tanto tiempo alejado, forzosamente, de su familia, ¿cómo lidia con la necesidad de sus seres queridos de tenerlo cerca y esta nueva ausencia, llamado por sus responsabilidades y su compromiso con la causa de sus hermanos que todavía están en prisión?
Lo hago tratando de dedicarles todo el tiempo que puedo. Ellos, por su parte, no me pelean porque me entienden como me han comprendido todos estos años en los que no sabían por dónde yo andaba ni qué hacía, más allá de la historia que les hice, de que estaba en algún tipo de intercambio comercial en el extranjero.
Ellos asumen esta etapa con toda la seriedad y el compromiso de siempre.
Su madre, hablando de familia, es un ser excepcional, por lo menos esa es la visión que nos queda a todos los que hemos asistido a su activismo por su regreso. Imagino que si la amaba antes, ese sentimiento se haya magnificado en este tiempo…
Mi mamá, Magalys Llort, es muy especial. A través de ella, recibí una serie de valores, el sentido de responsabilidad, deber, honor, fidelidad, lealtad, honradez…, que me hicieron el hombre que soy, aunque también los tuve de mi padre, pero ella influyó mucho en mi formación, en mi educación desde niño.
A veces creo que sus características son las que busco y valoro como importantes a la hora de seleccionar personas a las cuales acercarme, incluso desde el punto de vista amoroso.
Por supuesto, el nivel de respeto, de admiración y de amor por mi madre, se ha multiplicado por mil.
¿Qué le dijo a su madre cuando pisó suelo cubano, cuando pudo por fin abrazarla en libertad?
A mi regreso, ese día que nos encontramos en el aeropuerto, todo fue tan emocionante, tan emotivo…, que no lo recuerdo. Sé que la besé, le dije algo y la abracé, porque eso es lo mío.
¿Cuál fue su primera acción de total libertad, cuando pudo estar finalmente solo?
Sinceramente, la primera vez que pude estar en una habitación a solas, sentí una sensación de rareza muy grande, porque la primera realidad de una prisión es la pérdida absoluta de tu privacidad, y de pronto estar en un sitio en silencio, sin personas pasando constantemente por los pasillos, fue impactante.
Para usted, ¿qué es la libertad?
Yo tuve un profesor de Literatura en el Instituto de Relaciones Internacionales, de apellido Gálvez, que había luchado en los tiempos de la República Española y fue de los que llegaron exiliados a Cuba que un día, cuando le preguntamos qué era la libertad esperando una respuesta más filosófica, nosotros que veníamos del aula con todos aquellos conceptos de los más variados pensadores, nos respondió, sencillamente, que la libertad era poder hacer lo que te dé la gana. Y así lo pienso también.
La libertad es tener la oportunidad de decidir, de tener opciones. Cuando vas al exterior, por ejemplo, se dice que en Cuba no hay libertad, cuando en realidad sí la tenemos, porque el cubano optó por tener este sistema social, y esa es la expresión máxima de su libertad.
¿Cuál es su concepto del amor?
Es un sentimiento de vínculo intenso con una realidad que es externa, que puede ser una mujer, de naturaleza emotiva, o con la realidad de un país, de una Patria.
En 15 años en prisión se perdió de hacer, de ver muchas cosas. ¿Qué es lo que más añora de todo eso a lo que no pudo asistir?
Tener hijos, y todo lo que eso implica.

Lilibeth Alfonso Martínez

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