martes, 29 de marzo de 2022

Biden: extendamos la guerra hasta Moscú


Biden, el presidente de Estados Unidos, se tomó un mes entero para hacerse presente en el territorio de la guerra. Se autoinvitó a una reunión del Consejo Europeo, con el propósito de meter presión contra los miembros díscolos de la Alianza (Alemania, Italia, Francia, Hungría), para aterrizar luego en Polonia. En Varsovia, definió que el objetivo estratégico del imperialismo norteamericano en esta guerra es el “cambio de régimen” en Rusia. Para evitar cualquier confusión acerca de sus dichos caratuló a Putin como “criminal de guerra”. La declaración suscitó rechazos en los principales Estados de la UE, aunque no en todos, por ejemplo los Estados del Báltico, la misma Polonia, por supuesto, e incluso Rumania. Entretanto, Clarín (25/3) titulaba que “La Otan despliega 40 mil soldados adicionales frente a Rusia” y, al día siguiente, que “La Otan extiende de cuatro a ocho países sus bases militares en Europa del Este”. Antes de ese discurso, Biden había pronunciado otro, considerablemente más significativo, que la prensa internacional ha ocultado. Ante el personal militar norteamericano en Polonia, en especial la unidad de tropas aerotransportadas (82nd Airbone unit), las llamó “a marchar sobre Ucrania”: “Heading over to Ukraine” (Asia Times, 27/3). Coincidentemente, el Pentágono ha decidido revisar su negativa a entregar cazas F-5 a los Estados que limitan con Rusia, para que puedan proveer a las fuerzas armadas de Ucrania del stock de aviones que tienen en su poder en la actualidad. En Política Obrera nos hemos adelantado en señalar esta estrategia de guerra de parte Estados Unidos -“cambio de régimen”-, repetidamente, desde la invasión de Rusia. Biden lo había dejado claro en el discurso de inauguración del año legislativo de EEUU, ante el aplauso enfervorizado del Congreso. Para Estados Unidos, la llamada guerra de Ucrania es una guerra mundial. En contraste con la posición norteamericana, otros países de la Otan alientan y hospedan “conversaciones de paz” entre Zelensky y Putin. El presidente de Ucrania ha formulado una detallada propuesta para un cese del fuego y una retirada de Rusia. Admite que Ucrania no se incorpore a la Otan, aunque nada dice de la Unión Europea, que no es solamente un bloque económico (hay que recordarlo) sino esencialmente político –que une a la eurozona con otros Estados, fuertemente dependientes de Estados Unidos. No resigna ningún territorio en beneficio de Rusia y advierte que cualquier acuerdo será sometido a un referendo popular. Como garantía del cumplimiento del acuerdo plantea la protección del artículo 5 de la Otan, que la obligaría a intervenir en forma directa en caso de una agresión. Se trata, para Putin, de un planteo inaceptable, que apunta a un compromiso en función de los cambios que se produzcan en el territorio. En este sentido refuerza la confrontación militar, bajo el disfraz de un intento de detener la masacre humanitaria. 
 Rusia, por su lado, ha anunciado una alteración de los objetivos militares, que ya no serían la ocupación de Kiev, la capital de Ucrania, y el reemplazo de Zelensky por un gobierno designado por Putin, sino completar la ocupación efectiva del este del país, en una línea que va desde el norte, Bielorrusia, al sur, los puertos del Mar Negro. En este caso también se trata de un reforzamiento de la guerra, dado que en esa zona se encuentra combatiendo la tercera parte del ejército de Ucrania. La modificación anunciada tampoco aleja la guerra en torno a Kiev y al oeste de Ucrania, porque liberaría tropas ucranianas para pelear en el oriente del país. 
 El impasse de la guerra, en lo que tiene que ver con el terreno, agudiza el enfrentamiento militar y acentúa también la crisis política en ambos bloques en guerra. El destino de Ucrania no se decide en sus fronteras, como pretenden algunos enfoques infantiles en la izquierda, sino en una guerra de alcance mundial. Tanto la Otan como Putin han admitido la posibilidad de recurrir, de acuerdo a las circunstancias, al uso de bombas nucleares ´tácticas´, con el curioso argumento de que su potencia destructiva sería inferior a la descargada sobre Japón en 1945. Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado norteamericana, acaba de admitir en el Senado del país, que EE. UU. tiene biolaboratorios secretos en Ucrania, que no estaba dispuesta a revelar. Esta amenaza suma poderosos factores para impulsar una movilización internacional contra las potencias que protagonizan un conflicto militar mundial -por “un cambio de régimen”, sí, a nivel mundial: el gobierno de los trabajadores y el establecimiento de repúblicas socialistas. 
 Aunque los gobiernos de la Otan han reafirmado que el ataque contra sus Estados sería respondido por toda la alianza, no han expresado una posición común para el caso de ataques ´aislados´, por ejemplo, contra convoyes que transporten armas para Ucrania o campos de entrenamiento y arsenales cerca de la frontera contra este país. Para quienes suponen que una guerra mundial no puede ser certificada hasta que no supere el territorio ucraniano, el requisito quedaría satisfecho. No advierten que la guerra es mundial en el campo de los ataques cibernéticos, que afectan la movilización de los aparatos militares que chocan en el terreno, y en el campo económico-político, porque golpean la capacidad de financiamiento de la guerra y del sustento económico de la industria y de la población. Las sanciones económicas han provocado una desorganización fabulosa del mercado mundial; crisis financieras de los Estados; hambre y hambrunas y, por supuesto, realineamientos políticos y militares internacionales. En España, el establecimiento de un ´cepo´ al precio de los derivados del trigo y el maíz ha desatado un levantamiento de los sectores agrarios. Un informe parlamentario prevé, en Gran Bretaña, un tarifazo de gas y luz del 50%, en abril, y otro 50%, en octubre; Alemania piensa cerrar sencillamente los grifos y racionar el consumo. El aumento del precio de los fertilizantes amenaza crear una inflación enorme de costos del agro, con el agravante de que su distribución se encuentra acaparada por tres pulpos internacionales. Si la guerra se prolonga, Rusia perdería, como consecuencia de las sanciones, el 15% del PBI. El informe que advierte acerca de esta perspectiva no señala lo que ocurriría si Biden impone “un cambio de régimen” y el Estado ruso entra en caos.
 La guerra ha dado ya sus primeros largos pasos en Asia, donde India y China actúan en común para prevenir la instalación de la Otan en el área Indo-Pacífico (algo por demás notable, cuando India integra una alianza con Japón, Australia y Estados Unidos). La califican como “tan peligrosa como la expansión a Europa del este”. India ha rechazado las sanciones contra Rusia y ha vuelto a descartar el dólar en su comercio recíproco; el rechazo es compartido por Brasil y Sudáfrica. China ha desarrollado un sistema de pagos independiente. Tampoco Israel boicotea a Rusia, para impedir que se desmorone el acuerdo de hecho que han alcanzado sobre Siria. Más allá de esto, Biden busca revitalizar la industria petrolera de Venezuela e Irán, para contrarrestar las consecuencias de las sanciones contra Rusia, pero necesita para ello el acuerdo de China y de Rusia, que son parte de los países garantes de un acuerdo energético con Irán. La economía mundial en su conjunto ha sido ´reseteada´ al ´modo´ guerra. El Citibank acaba de bloquear un pago de deuda de la siderúrgica rusa Severstal, para ponerla en situación de default, sin importar el perjuicio que significa para los acreedores internacionales. 
 Para el gobierno norteamericano (ver NYT, en Clarín, 26/3), “se agota la diplomacia” –una observación singular en medio de una guerra. Estados Unidos se ha venido preparando largamente para ella: “a lo que venimos haciendo para ayudarlos desde 2014, armas y entrenamiento” (The Washington Post, La Nación, 27/3). Antes de que se reúnan las condiciones para arribar a un compromiso diplomático, por fuerza inestable, la guerra se agravará en todos los terrenos en disputa con la intención, por cada parte, de mejorar sus cartas de negociación. Es un curso intolerable para el conjunto de la humanidad. Un sector de la prensa ve en la agudización de la guerra y del derrumbe económico un campo orégano para el fascismo en Europa y en Estados Unidos. 
 Para la izquierda internacionalista, en la que se inscribe Política Obrera, la prolongación de la guerra en el tiempo y la extensión de ella en la geografía, plantea una lucha de conjunto contra el imperialismo mundial y sus Estados. La Otan y EE. UU. representan, en esta guerra, al imperialismo mundial; es la fuerza animadora principal de esta guerra, en confrontación con un Estado potente militarmente, en apariencia, pero con el rango de cuarta o quinta potencia en el escenario histórico. La oligarquía rusa apila su capital en Londres –está más cerca de la Otan que de Moscú-. Putin ha fracasado en el propósito de reinsertar a Rusia en el mercado mundial y en Europa –el episodio final fue el bloqueo al funcionamiento del gasoducto NordStream2 -2.800 km de caño-, un intento por construir un eje económico con Alemania. Es una guerra por los espolios de Rusia, que solamente puede ser combatida por la unión internacional de los trabajadores, y no por el intento reaccionario y chovinista, como es el de Putin, de alcanzar el status de un imperialismo de comarca. 
 La guerra ha repuesto en el escenario histórico a la Revolución de Octubre de 1917, de un modo ´sui generis´. Al poner en discusión de nuevo el destino de un Estado tan peculiar como el ruso, resurgió la agenda de una unión de repúblicas independientes, atacada por Putin y repudiada por la Otan, que históricamente sólo pudo asegurar una revolución obrera y socialista. En la actualidad, la independencia de Ucrania está condicionada por la guerra entre la Otan del imperialismo mundial, por un lado, y la Rusia oligárquica, capitalista y autocrática, del otro. Solamente puede re-emerger como resultado de una victoria internacional de los trabajadores contra Washington, Bruselas y Moscú. En resumen, propugnamos la derrota de todos los Estados y gobiernos que impulsan, protagonizan y se alinean con esta guerra. 
 En las vísperas del aniversario de la guerra de Malvinas, ella también una guerra de la Otan, es muy oportuno señalar que Argentina y todo el Atlántico sur se encuentran envueltos y afectados por la guerra actual. Malvinas es hoy una plaza militar de la Otan contra China, que ha incorporado a varios países de Sudamérica a su red de inversiones y comercio conocida como Ruta de la Seda. Pretende un lugar en los puertos, como ya reclamó a Montevideo, y en el mar –pesca y petróleo-. Tiene a la segunda mayor cerealera de Argentina e intereses en Vaca Muerta. Esta configuración explica la aparición de la IV Flota norteamericana, destinada al Atlántico sur. El dislocamiento que ha provocado la guerra actual en Argentina es enorme; la coloca ante una declaración de default en tiempo inmediato, y la amenaza de una hiperinflación. Propugnamos, con mayor énfasis, en esta guerra: fuera el imperialismo yanqui, por una Unión Socialista de América Latina. 

 Jorge Altamira
 28/03/2022

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