miércoles, 1 de diciembre de 2021

El rebrote europeo, síntoma de un capitalismo en coma


Una nueva ola de coronavirus, a las puertas de la temporada invernal, recorre Europa, que ya concentra la mitad de los casos y muertes a nivel mundial. 

 Desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) declararon “muy preocupante” el ritmo de transmisión del Covid en el continente y pronosticaron hasta 700 mil nuevas muertes adicionales en la región. De cumplirse dicho pronóstico, el número total de muertos en Europa alcanzaría 2,2 millones en primavera.
 Varios gobiernos de la región comenzaron a tomar medidas para contener la pandemia, desde bloqueos totales y vacunación obligatoria, como en el caso de Austria, y bloqueos parciales, refuerzos con una tercera dosis de la vacuna o restricciones a los no vacunados, como en los casos de Alemania, República Checa o Eslovaquia. Los expertos analizan la nueva disparada de casos en el viejo continente a la luz de las tasas de vacunación, la aparición de nuevas variantes, el cambio de estación y el desapego a los protocolos.
 Lo que deja expuesto este nuevo brote es otra cosa. La propia OMS, hace un año atrás, cuando Europa se encontraba al borde del colapso hospitalario, salió a hacer una campaña fortísima por la apertura de las escuelas porque, según sus voceros, “los confinamientos son una pérdida de recursos y (...) provocan muchos efectos secundarios, como daños a la salud mental o aumento de la violencia de género”. Por su parte, las nuevas medidas restrictivas tuvieron una repercusión inmediata negativa en el mercado accionario. Todos los mercados bursátiles asiáticos cerraron con números rojos al cierre de la semana pasada. Las bolsas en Europa retrocedieron hasta un 4%, golpeando principalmente a bancos, empresas del sector turístico y de materias primas. 
 La gestión de la pandemia es una cuestión netamente política, con consecuencias económicas y sociales profundas. El capital ha llevado a que la mayoría de los Estados occidentales adoptara la política de “convivencia con el virus”. En esta línea ha promovido la apertura indiscriminada sin importar que sólo el 53,3% de la población mundial se encuentre vacunada con al menos una dosis, incidencia que cae al 5% en los países de bajos ingresos. Esa circulación puede ser palanca para nuevos rebrotes y el surgimiento de “supervariantes” de una contagiosidad impredecible (La Nación, 23/11) como quedó demostrado con la aparición de Omicron, la nueva variante sudafricana. En África, apenas el 27% de los trabajadores de la salud completaron el esquema de vacunación, un índice que es mucho más bajo entre el resto de la población. 
 Este bajo porcentaje de vacunación a nivel mundial, a dos años de iniciada la pandemia, pone en riesgo lo que los especialistas nombran como “inmunidad de rebaño”, que se alcanzaría con más del 90% de la población inoculada. Al mismo tiempo deja expuesta la inequidad en el acceso a las vacunas por parte de las regiones y los países más pobres. El acaparamiento por parte de las potencias y la negación a liberar las patentes por parte de la industria farmacéutica, beneficiaria de un lucro millonario a costa de la salud y la vida en medio de la pandemia, es un signo claro de la irracionalidad capitalista. Como respuesta a esta anarquía sistémica atizada por discursos negacionistas como los de Trump o Bolsonaro -y de izquierdistas que veían el cercenamiento de las libertades individuales detrás de las restricciones sanitarias- han avanzado movimientos de rechazo a los pases sanitarios, a la vacunación obligatoria y al confinamiento. Estos movimientos, de modo cabal, deben entenderse como una reacción a mecanismos que ponen el foco en la punición del individuo mientras se desplegó, en el periodo pandémico, una transferencia multimillonaria de recursos estatales para el salvataje del capital en vez de sostener económicamente a la fuerza de trabajo, de fortalecer mecanismos sanitarios adecuados y de coordinar una acción conjunta mundial para la erradicación del virus. En este marco estas movilizaciones no pueden catalogarse unilateralmente de "antivacunas". Son expresión de una crisis del régimen social de conjunto. Esto queda en evidencia en el hecho de que son más exacerbadas en países donde la población vive por debajo del umbral de la pobreza como en el caso de las Antillas francesas. 
 Sin embargo, en Holanda y Bélgica, cuyas poblaciones están altamente inmunizadas, la epidemia tiene una evolución “muy inquietante” según las autoridades sanitarias. En ambos casos las cifras de hospitalizados en terapias intensivas y de muertos aumentan. Por lo tanto la inmunización es fundamental pero no alcanza, en sí misma, para frenar el avance del virus. 
 En un nuevo capítulo de la guerra por imponer una nueva hegemonía mundial, la política de tratamiento de la pandemia de "tolerancia 0" del gobierno chino ha sido transformada por el partido comunista en un terreno de competencia con la política de "convivencia" de las potencias occidentales, en especial con la política estadounidense. En las últimas horas se ha informado que en China las pruebas masivas, la cuarentena centralizada, los controles de transporte, la vigilancia de alto nivel, el seguimiento y la localización, así como los cierres estrictos y localizados, seguirán siendo una parte importante de la vida de la población. Siguiendo esta línea de acción, sobre una población de 1.411.780.000, el país oriental tuvo 98.546 contagios y 4.636 muertes relacionadas con el covid-19 desde que comenzó la pandemia. El presidente de China, Xi Jinping, se ha comprometido este lunes a proporcionar mil millones de vacunas contra el COVID-19 a África con el objetivo de estimular la inmunización contra la enfermedad en el continente, donde se ha identificado la variante Ómicron del SARS-CoV-2. 
 El capitalismo ha convertido la pandemia en una verdadera crisis humanitaria. Se revela incapaz de resolverla, a pesar de los enormes avances científicos y tecnológicos de los últimos tiempos. Estos son otro nicho de lucro privado de la industria capitalista en detrimento de las mayorías trabajadoras. La socialización de la ciencia y la técnica al servicio de la vida liberando las patentes y estatizando la producción de medicamentos bajo control obrero, una centralización del sistema sanitario y una planificación de los recursos en beneficio de las mayorías laboriosas y no de las disputas interimperialistas ni de un puñado de capitalistas, es una tarea urgente que sólo va a poder desenvolverse hasta el final bajo un gobierno de trabajadores. 

 Ana Belinco
 30/11/2021

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