domingo, 19 de marzo de 2017

¡Ahora sí somos un ejército, hemos triunfado!




Frank País, Faustino Pérez, Raúl Castro, FIdel Castro y Armando Hart. Reunión del Movimiento 26 de julio en la Sierra Maestra.

Tras el primer encuentro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio en la Sierra Maestra —los días 16 y 17 de febrero de 1957—, Frank País García regresó a Santiago de Cuba y Celia Sánchez Manduley ocupó su puesto de avanzada en Manzanillo. Ambos, tenían el compromiso de hacer llegar a la Sierra Maestra el refuerzo solicitado por el Comandante en Jefe.

CELIA OPTÓ POR UN MARABUZAL

Frank desplegó un intenso trabajo en la selección de los mejores combatientes y, aunque contaba con un buen número de hombres que habían tenido su bautismo de fuego en el levantamiento del 30 de noviembre en Santiago de Cuba, se dirigió a todos los municipios de la provincia oriental para escoger los mejores hombres que se incorporarían al Ejército Rebelde.
Mientras tanto, Celia creaba todas las condiciones para recibir, hospedar y trasladar al refuerzo que pronto subiría para la Sierra Maestra. Para ello contaba con un grupo importante de colaboradores entre los que se destacaba Felipe Guerra Matos, Guerrita, quien en un testimonio relató:
«Frank nos orientó que cuando los compañeros llegaran a Manzanillo los concentráramos en la arrocera del señor Huber Matos y de allí los ingresaríamos paulatinamente a la Sierra. Pero dos o tres días antes de que comenzaran a llegar los compañeros, Huber Matos fue a verme y me planteó la imposibilidad de recibir a los hombres que venían de Santiago enviados por Frank País, toda vez que se le había enfermado su hijo y tenía que salir inmediatamente para La Habana.
«Explícaselo a Celia, pues no tengo tiempo ni para hablar con ella, me dijo con la mayor naturalidad del mundo».1
Es así como, a última hora, hubo que buscar nuevas variantes para albergar a los compañeros que integrarían el refuerzo.
Aunque desde el principio se había pensado en seleccionar casas y distribuir a los combatientes, la idea se desechó porque no eran suficientes las viviendas favorables para ello.
En tales circunstancias, Celia decidió optar por un marabuzal situado en la finca La Rosalía, administrada por René Llópiz, hombre de toda su confianza, cuya ayuda fue determinante en el éxito de la acción.
Ese marabuzal, a pesar de estar ubicado a diez kilómetros de Manzanillo y a menos de 500 metros de la cárcel de esa ciudad, ofrecía bastante seguridad. Allí, las plantas de marabú tenían más de tres metros de altura y bajo su follaje, existían condiciones para atender a los futuros guerrilleros. Precisamente, en ese marabuzal estuvieron escondidos tres expedicionarios del Granma, luego de la dispersión de Alegría de Pío, el 5 de diciembre de 1956.

LOS HOMBRES DEL MARABUZAL

El 26 de febrero, Jorge Sotús —designado por Frank como jefe del grupo del refuerzo—, y Alberto Vázquez García, Vazquecito, fueron los primeros combatientes en llegar a Manzanillo, para contribuir en la organización y en el recibimiento del resto de sus compañeros.
Poco a poco, en pequeños grupos de dos o tres combatientes, fueron arribando más compañeros y concentrándose en el marabuzal, hasta alcanzar la cifra de 52. Vilma Espín, Haydée Santamaría, Asela de los Santos, Marta Correa y otras compañeras miembros del Movimiento 26 de Julio, les acompañaban en autos para despistar al enemigo.
El grupo de refuerzo estaba dividido en cinco escuadras de diez hombres. Esas escuadras eran dirigidas por: Guillermo Domínguez López, muerto en el combate de Pino del Agua ocurrido en mayo del 1957; René Ramos Latour, el inolvidable Comandante Daniel, caído heroicamente en combate en julio de 1958; Pedro Soto Alba, expedicionario del Granma, muerto en el combate de Moa en junio de 1958 y ascendido póstumamente a Comandante; Enrique Ermus González y Félix Pena Díaz, un dirigente estudiantil que también alcanzó los grados de Comandante en la Sierra.
Entre los «marabuceros» —nombre que identifica a los integrantes de este refuerzo—, estaban combatientes fogueados de la talla de Taras Domitro, Raúl Castro Mercader, Eloy Rodríguez Téllez, Emiliano Díaz Fontaine, Luis Alfonso Zayas, Orlando Pupo Peña, Abelardo Colomé Ibarra, Reynerio Jiménez Lage, Raúl Perozo Fuentes, José Lupiañez Reinlen, Miguel Ángel Manals y otros más. Asimismo, se incorporaron al destacamento tres jóvenes norteamericanos —Víctor Buehlman, Michael Garvey y Charles Ryan—, quienes habían estado en contacto con la dirección del Movimiento 26 de Julio. Los dos primeros regresaron a su país en mayo con el periodista Bob Taber, quien en esa ocasión entrevistó a Fidel. Charles Ryan participó en el combate del Uvero el 28 de mayo y posteriormente regresó a Estados Unidos.
La atención de Celia, Guerra Matos y de la familia Llópiz fue extraordinaria. Además de la alimentación y de entregarles ropas, botas y armamento, Celia, personalmente, vacunó a cada uno de los combatientes, para inmunizarlos contra el tétanos y el tifus.
Luis Argelio González Pantoja, al dar testimonio sobre sus vivencias en el marabuzal, expresó: «Recuerdo a Celia preparando los botiquines, preocupándose por la distribución de los alimentos, en el reparto de los uniformes. Era una especie de hada madrina que estaba atenta a todos los detalles […] Sin la presencia de Celia Sánchez y de Guerra Matos hubiera sido bastante difícil que un grupo tan heterogéneo de obreros, campesinos y estudiantes, llegara íntegramente como lo hizo a la Sierra Maestra».2
El día 9 de marzo, Frank, que preparaba otro refuerzo de hombres y armas, fue detenido en Santiago de Cuba, por lo que el compañero Taras Domitro, tuvo que regresar a Santiago donde continuaría el trabajo iniciado para enviar un nuevo refuerzo.

YO SABÍA QUE FRANK CUMPLIRÍA

A pesar de que el 5 de marzo de 1957 fue la fecha acordada con Frank para que el comandante Ernesto Che Guevara esperara al primer refuerzo en la finca de Epifanio Díaz; por diferentes razones, no fue hasta el 15 de marzo que el grupo del marabuzal pudo salir rumbo a la Sierra.
Ese día, acudieron a despedirlos Haydée Santamaría y Armando Hart. Or­ganizados en las cinco escuadras, partieron 49 combatientes, pues Taras Domitro estaba en Santiago de Cuba ocupándose de las tareas de Frank y dos se habían enfermado.
Felipe Guerra Matos —encargado del traslado hacia la Sierra— recuerda que salieron a las diez de la noche en dos vehículos hasta un lugar donde esperaba Huber Matos con dos camiones de su propiedad. La noche estaba lluviosa, los camiones se atascaron en el fango y los hombres del refuerzo continuaron a pie.
Guerrita no olvida que cuando regresaba con Huber Matos en busca de ayuda, este le planteó: «que él no seguía […] “¡Esto está muy difícil y nos van a descubrir y matar!” […] Me sentí desamparado en medio de aquella arrocera, entre el fangal y con un tipo arratonado al lado mío».3
Con las primeras luces de la mañana del 16 de marzo, los hombres del refuerzo se reúnen con Ernesto Che Guevara en el lugar indicado. Cuando el Che les informa que el Comandante en Jefe le había dado la orden de hacerse cargo del grupo y llevarlo a su encuentro, Sotús —quien tiempo después traicionó a la Revolución—, airadamente le contestó que él era el jefe y entregaría personalmente el grupo a Fidel. Ante tal respuesta, con el ánimo de evitar fricciones, el Che aceptó, aunque después se ganó una dura crítica de Fidel por no hacer prevalecer su autoridad.
Al amanecer del 25 de marzo, en un lugar conocido por Derecha de la Caridad, se produjo el encuentro de Fidel con los combatientes del refuerzo. Al verlos, el Comandante en Jefe exclamó: «Yo sabía que Frank cumpliría. ¡Ahora sí somos un ejército, hemos triunfado!». Luego, Fidel fue saludando a todos y revisando cada una de las armas. La alegría era inmensa. El Ejército Rebelde alcanzaba la cifra de 75 combatientes.

Eugenio Suárez Pérez | internet@granma.cu
Acela Caner Román | internet@granma.cu

1 José Antonio Fulgueiras: El marabuzal, Editora Política, 2009, p. 26
2 Ibídem, p. 38.
3 Ibídem, p. 45.

sábado, 18 de marzo de 2017

Errores y patinazos al cuestionar informes sobre Cuba de UNICEF o la UNESCO




El País ponía en duda que Cuba tenga “el mejor sistema educativo de América Latina”, ya que “no hay estadísticas actualizadas que puedan confirmar(lo)”. Pero sí, sí las hay: la UNESCO coloca a la Isla como único país de la región en cumplir el 100 % de los objetivos de Educación para Todos 2000-2015.
Edición: Esther Jávega.

Cuba, solidaria de pura cepa

Con sobrada sencillez, sin condicionamientos y nada material a cambio, la Revolución cubana encabezada por el líder histórico, Fidel Castro, por su presidente Raúl Castro, y por el propio pueblo de la mayor de las Antillas, ha sido siempre y continuará siendo solidaria de pura cepa.
La reciente decisión de Cuba de ofrecer mil becas de medicina a Colombia, en el próximo lustro, para contribuir a la paz en esa nación latinoamericana, confirmó nuevamente el carácter fraternal y humanista del proceso revolucionario que con marcado espíritu internacionalista guió Fidel desde el 1 de enero de 1959.
Cada año 200 jóvenes colombianos -100 seleccionados por las FARC-EP y 100 por el Ejecutivo Nacional de ese país- podrán iniciar sus estudios en el decano archipiélago caribeño con el propósito de formarse como futuros galenos, y luego prestar servicios asistenciales a sus compatriotas.
Cuba cuenta con la conocida y prestigiosa Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), un alto centro de estudios creado por Fidel en 1999, y en donde se han graduado gratuitamente miles de médicos de Nuestra América, y de otras regiones del mundo.
La solidaridad y la defensa de los derechos humanos fundamentales figuran entre los legados principales que dejó el Comandante en Jefe de la Revolución cubana, tras su partida física el 25 de noviembre del pasado año.
Esa fuerza humanista es inherente a los habitantes de la mayor de de las Antillas, pese a ser un país con escasos recursos, y blanco aún del prolongado e ilegal bloqueo económico, comercial y financiero que le impone Estados Unidos desde hace más de cinco décadas.
Cuba es especialmente reconocida por su brío solidario, además de su por su dignidad, y por sus luchas en defensa de la soberanía, la independencia, la paz y la integración de los pueblos.
Su potente “Ejército de Batas Blancas”, que está presente en el más lejano o recóndito lugar del planeta tierra donde seres humanos necesiten atención médica, es otro ejemplo del humanismo de la nación caribeña.
Cuba nunca ha ofrecido lo que le sobra, sino compartido lo poco que tiene en bien de los más desprovistos, hecho que la hace ser solidaria de pura cepa.
Tampoco ha pedido nada a cambio por la ayuda o colaboración que ha prestado en diferentes esferas a numerosos países del mundo, a diferencia de gobiernos poderosos que imponen condiciones y buscan prebendas económicas o políticas.
En el caso específico de Colombia, Cuba reafirmó su reconocida vocación de paz, y justicia, al haber sido escenario durante cuatro años de las complejas negociaciones que condujeron a la firma de los históricos acuerdos sobre el fin de la larga y sangrienta guerra en esa nación de la Patria Grande.
Tras suscribirse ese pacto en La Habana, en agosto de 2016, analistas y políticos coincidieron en que los cubanos habían cumplido con sus hermanos colombianos, y también con el Papa Francisco, quien durante su última visita al archipiélago antillano, en 2015, le auguró que se convertiría en el país de la unidad y la armonía a nivel internacional.

Patricio Montesinos

La marcha a contracorriente del pensamiento crítico: comentarios desde Cuba

Ponencia presentada en el Coloquio a propósito de los cincuenta años de la revista Pensamiento Crítico

Todo espectador es un cobarde o un traidor
Franz Fanon

Como muchos de los que nacimos o comenzamos a ir a la escuela en los años 60, he buscado con arqueológica pasión cuanto testimonio o reflexión se ha publicado en Cuba sobre los conflictos y debates de nuestra segunda Década Crítica, que lo fue también para buena parte del mundo. Encuentro siempre inspiración en las polémicas que sustentaron las ofensivas y repliegues de esa década, cuyo límite histórico muchos fijan en 1968 y otros, desde Cuba, identificamos más con el mítico fervor de 1970 y sus imposibles diez millones. Fueron años de ascenso revolucionario, en que la acción política de los pueblos –representados en sus obreros, estudiantes, mujeres, jóvenes y grupos sociales marginados– muchas veces rebasó las posibilidades de la izquierda organizada para encabezar y radicalizar esos procesos.
Había una crisis de liderazgo y hasta cierto punto de credibilidad de los partidos de la izquierda tradicional, incluidas las formaciones comunistas de Europa del Este; crisis que “el socialismo real” evidenciaba en la creciente burocratización del trabajo político y el progresivo aburguesamiento mental de sus clases industriosas que tanto preocuparon al Che. Se pagó un alto precio por un ejercicio de convivencia política y coexistencia pacífica, que
[…] de tanto respetar las estructuras del sistema –económicas, sociales, culturales y políticas– se había convertido en un mecanismo más de éste, e incluso, en medida nada despreciable, en una de sus más importantes válvulas de seguridad.[1]
La sincronía de las transformaciones radicales desatadas por la Revolución Cubana; el proceso de descolonización de África; las primeras denuncias sobre la subversión cultural llevada a cabo por las elites de poder en EE.UU. y otras potencias neocoloniales, a través de fundaciones, publicaciones periódicas, instituciones culturales y académicas; la escalada imperialista contra el pueblo vietnamita; y la creciente visibilidad de nuevas propuestas teóricas anti capitalistas –ya fuese el marxismo europeo occidental o la trasatlántica cooperación intelectual del panafricanismo–, dotó de inéditas dimensiones y texturas al debate que tenía lugar en el seno de las fuerzas revolucionarias.
Como ha significado Graziella Pogolotti, “Cuba se convirtió en espacio propicio para todas las controversias que movilizaban a los partidos comunistas y los dirigentes de los movimientos de liberación nacional” [2]. Porque en ella la realidad social continuaba forzando los diques de las ciencias parceladas y las lecturas encartonadas del marxismo. La Filosofía, la Historia, la Economía, la Sociología y la Ciencia Política tuvieron que ampliar sus cauces y desembocar en una amplia gama de saberes, que eran patrimonio cultural del campesino, ahora dueño de la tierra; de las mujeres, amnistiadas tras una milenaria condena patriarcal; de los estudiantes insurrectos contra el autoritarismo y de los obreros que se comportaban como dueños. Coincido con Fernando Martínez Heredia en que la marcha unida del espíritu libertario y el poder revolucionario durante poco más de una década, produjo efectos muy significativos en la cultura política de dos generaciones de cubanos [3].
Decenas de miles de brigadistas Conrado Benítez desfilaron por la antigua Plaza Cívica, en representación de 300 mil alfabetizadores y activistas, para informar a Fidel el cumplimiento de la tarea asignada. La derrota de los mercenarios en Girón amplió la grieta de la hegemonía imperial en América Latina. Las tres maratónicas sesiones de la Biblioteca Nacional construyeron, sobre los sueños y las angustias de una época, el consenso necesario para que la Revolución lo trascendiera todo. El Che alentaba las búsquedas de un modelo de gestión empresarial libre de trampas capitalistas. Y el otro Guevara, desde el ICAIC, develaba las múltiples capas que puede tener la ideología. El ejercicio de la política se expandió en cuanto espacio social podía albergar una asamblea; la gente se reunía sin otro propósito que leer, comentar o discutir; fundaba revistas y suplementos culturales; demandaba libros; sintonizaba la radio y, los que podían, la televisión para recibir las orientaciones de Fidel en vivo y en directo.
La revolución es una práctica política trascendente de la teoría que la precede y está obligada –para ejercer la hegemonía en el campo de las ideas y no solo de la acción política– a construir su propia teoría. El nacimiento de Pensamiento Crítico debía contribuir a la satisfacción de esa necesidad. Una exigencia cuyas insólitas dimensiones fueron esbozadas, en lenguaje poético, por un combatiente revolucionario que ejercía con singular modestia la presidencia de la República. Según Osvaldo Dorticós, aquellos jóvenes debían “incendiar el océano” [4], aunque no supieran todavía cómo ni con qué.
En febrero de 1967, cuando sale a la calle el primer número, el promedio de edad del equipo fundador de Pensamiento Crítico era de 26 años y medio. La joven Thalía, con 32 años, era la más veterana y los 19 de Rostgaard le convertían en el más bisoño del grupo. Pero no podía decirse que fueran “primerizos” pues los currículos de la mayoría exhibían ya honrosos galardones: alfabetizadores, milicianos, macheteros, y graduados del curso emergente de profesores de Filosofía. Pero pertenecían, en primer lugar y sobre todas las cosas, a esa casta de trabajadores políticos que denominamos ideólogos.
Ninguno de ellos tenía algo que perder ni lamentaba demasiado haber carecido de edad u oportunidad para escalar la Sierra. Estaban persuadidos –Fidel los convenció– de que aquella era su trinchera desde que junto a él fundaran Ediciones Revolucionarias, la noche del 7 de diciembre de 1965. No habían olvidado que “[…] la revolución puede hacerse si se interpreta correctamente la realidad histórica y se utilizan correctamente las fuerzas que intervienen en ella […]”,[5] por lo que estaban dispuestos, como propuso el Che, a construir una teoría revolucionaria “sobre la base de algunos conocimientos teóricos y el conocimiento de la realidad” [6].
Siendo tan jóvenes, ya habían tenido algunos “problemas ideológicos”, según el inflexible parecer de compañeros responsables pero poco dialécticos. En enero de 1964 renunciaron a enseñar con HISMAT y DIAMAT, los manuales cuya codificación hoy nos recuerda ciertos jarabes difíciles de tragar. En el periodo lectivo 1964–1965 ensayaron un curso experimental con textos de Marx, Engels, Fidel, el Che, Ho Chi Min, Gramsci y José Carlos Mariátegui, el mismo a quien la Internacional Comunista había tildado de revisionista en 1934. Entre marzo y abril de 1965, reprodujeron con un mimeógrafo el discurso del Che en el Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, celebrado en Argel y lo distribuyeron en la universidad, acción que les hizo merecer el calificativo de “revisionistas de izquierda” [7]. Para colmo, en 1966 uno de ellos participó en la fundación de El Caimán Barbudo y otro se enzarzó en una polémica con Lionel Soto, Félix de la Uz y Humberto Pérez sobre la utilidad de emplear o no manuales en la enseñanza del marxismo. Con tales antecedentes, resulta lógico que el artículo “El ejercicio de pensar”, escrito por Fernando Martínez Heredia en diciembre de 1966 y publicado en febrero del año siguiente, en el número 11 de El Caimán Barbudo, fuera traducido por los soviéticos para uso de sus altos funcionarios [9].
Desde la trinchera de la revista, se acrecentaron las posibilidades de cumplir el encargo de Fidel, quien los alienta con su presencia, su juicio crítico e implicación personal en los proyectos más importantes. Genera mucho compromiso el empleo que Fidel hace del Departamento de Filosofía, Ediciones Revolucionarias y Pensamiento Crítico como engranajes de una misma maquinaria que ha de aportar lo suyo a la construcción y difusión de la Ideología de la Revolución Cubana que el Che reclamara en 1960.
La sustitución del curso de Filosofía Marxista por el de Historia del Pensamiento Marxista, no fue un pedante ajuste semántico, sino muestra de la voluntad de los miembros del Departamento de repensar y difundir una ciencia social que, partiendo de la Historia, empleara como brújula la práctica revolucionaria. La decisión estaba en sintonía con la revista, en la cual Fidel y el Che fueron los autores más publicados, mientras Carlos Fonseca Amador y Roque Dalton eran, además de asiduos lectores, entusiastas colaboradores.
Estudios específicos merecen las sinergias e interinfluencias que establecieron la labor profesoral en el Departamento de Filosofía, la gestión editorial emprendida desde Ediciones R y el trabajo ideológico a gran escala, empleando como instrumento una publicación mensual que tuvo como promedio 218 páginas y, tras comenzar con una tirada de 4000 ejemplares, alcanzó en pocos meses la cifra de 15 000. Hoy, en que los hábitos lectores de la población cubana aconsejan tiradas mucho más modestas, es más fácil aquilatar el potencial subversivo de 15 000 ejemplares de radicales y heterodoxas ideas circulando entre la gente durante casi cinco años.
Conviene no olvidar que el marxismo de manual se planteaba la lucha ideológica solo como enfrentamiento inevitable y decisivo al sistema capitalista y sus formas materiales e ideales de reproducción, tanto en la esfera internacional como al interior de cada sociedad. Las proyecciones heterodoxas sobre los derroteros del socialismo y las discrepancias con las estrategias sacralizadas en la plataforma programática del PCUS, eran percibidas como “revisionismo” y no como estación, también inevitable y necesaria, en el proceso de construcción de ideologías revolucionarias y estrategias de toma o preservación del poder ajustadas a las acumulaciones, densidades y realidades de cada país.
Uno de los capítulos más aleccionadores de la historia del socialismo es, precisamente, el de los últimos años de Lenin como conductor del naciente y acosado Estado soviético y las formas en que evaluó, negoció y dio respuesta a la apremiante disyuntiva de ahondar la democracia en el partido bolchevique permitiendo las facciones y las tendencias de opinión, o fortalecer la unidad a costa de un desbalance favorecedor del centralismo. La prohibición de las facciones que a propuesta de Lenin se estableció como política partidaria en 1921 tuvo, como sabemos, una interpretación represiva que legitimó el aplastamiento de las opiniones discordantes y liquidó la democracia al interior del partido tras el ascenso de Stalin.
El periodo de mayor radicalización de la Revolución cubana coincide con el ocaso y posterior deposición de Nikita Jrushchov. La inconsecuente liberalidad de Jrushchov, su sesgado balance de la obra de Stalin y su tendencia a actuar precipitadamente tras una apreciación superficial de los procesos y fenómenos, justificó la puesta en orden del ala más conservadora del partido que representaba Leonid Brezhnev; recortó los límites de los cuestionamientos teóricos que podían hacerse en nombre del marxismo; y legitimó la mirada suspicaz hacia las relecturas –históricas, filosóficas e ideológicas– que proponían intelectuales como los de Pensamiento Crítico.
A diferencia de los soviéticos, que se extraviaron en los vericuetos de la coexistencia pacífica, los editores de la revista fustigaban duramente la inacción que hacía concesiones al imperialismo:
“Individuos que piensen la revolución que hacen y hagan la revolución que piensen son el germen, ya desde el combate, del hombre nuevo. En esa actitud está implícita la ambición de· totalidad científica del verdadero marxismo. A partir de ella no tenía sentido la “mala conciencia” que en Europa había generado la guerra de Vietnam, la Revolución cubana, o el movimiento revolucionario latinoamericano, realizaciones de la práctica revolucionaria y, hoy lo sabemos, precisamente por ello notables realizaciones teóricas” [9].
El Consejo de Redacción también critica el dogmatismo de la izquierda latinoamericana, a la que califica como “integrada” por su connivencia con el poder burgués, empleando en ocasiones el humor sarcástico de la juventud:
“[…] si las izquierdas tradicionales se han convertido en estatuas de sal mirando alucinadas a un pasado que no son capaces de entender en la medida en que no entienden el presente; las fuerzas nuevas de la Revolución bien pueden morir amarradas al castaño bíblico de Macondo mientras pretenden, otra vez, descubrir el hielo” [10].
He escuchado opiniones que simplifican, quizás con propósitos didácticos, las circunstancias en que Pensamiento Crítico se desenvolvió, identificando como causa del cierre “su línea editorial antisoviética”, una afirmación que considero necesario contextualizar porque en esa época tal calificativo podía generar interpretaciones polares. Cierto es que la revista estableció premeditada lejanía de la plataforma ideológica del PCUS; no publicó a ningún filósofo ni dirigente soviético posterior a Lenin y, en ocasiones, ejerció una crítica radical, casi ríspida, si estaban en juego cuestiones de principios.
Por ejemplo, pocos días después de que medio millón de personas marcharan en Nueva York y San Francisco para denunciar la agresión imperialista a Vietnam y que activistas estadounidenses irrumpieran en la bolsa arrojando puñados de dólares –verdaderos y falsos– para protestar contra la guerra y la opresión capitalista, un editorial de la revista denunciaba:
“Allí, la aviación de EE. UU. bombardea salvajemente a un país socialista sin que se produzca una crisis mundial entre imperialistas y socialistas. Síntesis del heroísmo, la barbarie y las miserias de nuestro tiempo, en Vietnam se libra un encuentro trascendental entre la reacción y la Revolución” [11].
El distanciamiento de las posturas soviéticas es muy evidente en los textos que critican insolidaridades amparadas en intereses de política exterior; valoran las consecuencias de la falta de realismo y audacia en la labor ideológica; enjuician los estilos paternalistas y autoritarios en el trabajo con las masas; o argumentan la contribución que a las batallas anticapitalistas realizan movimientos ajenos al marxismo catequizante, como las guerrillas latinoamericanas, los Panteras Negras y las insurrecciones estudiantiles. Pero los editores de Pensamiento Crítico secundaban la herejía de un país, la absoluta independencia de un pueblo cuyo partido comunista, en un editorial dedicado al cincuenta aniversario de la Revolución de Octubre, afirmó en su órgano oficial: “[…] hoy los bolcheviques de Lenin son los guerrilleros de América Latina que están peleando en Venezuela” [12].
En un libro aún inédito de Rebeca Chávez, que combina con efectividad el discurso historiográfico y la prosa testimonial, Aurelio Alonso rememora con dolor: “[…] los dirigentes aceptaron el marxismo que defendía el PSP y no el que defendíamos (nosotros) los jóvenes, a pesar de que nos habían impulsado a pensar con cabeza propia […]” [13].
Lo cierto es que el repliegue, quizás pensado como táctica, en 1971 se había convertido en retroceso que comenzaba a afectar la ideología y la práctica política. Para esa fecha, la estrategia para fundar la autonomía económica ha fracasado; no se logra el acompañamiento político de proyectos revolucionarios nacidos de la insurrección armada, el Che ya no está y América Latina, asolada por dictaduras que se prolongarían por más de dos décadas, se resiente su ausencia. La soledad de Cuba la obliga a repensar el ejercicio del poder revolucionario, valorizar alianzas, definir los cauces por los que ha de transitar la ideología y proveer nuevas texturas al discurso político. Una poderosa señal del cambio es el Congreso Nacional de Educación y Cultura, ejemplarmente democrático en su gestación desde las bases y notoriamente verticalista en su resolución final.
Revisitar Pensamiento Crítico, cincuenta años después, permite justipreciar la capacidad emancipadora de la historia cuando es bien aprendida, bien enseñada y bien difundida; y ayuda a combatir lo que parece ser una malformación congénita de los socialismos del siglo XX: la tendencia a represar los conocimientos sobre un pasado tormentoso o trágico, en la creencia de que puede resultar desalentador para la construcción del futuro; a manejar la historia como un secreto de Estado, al decir del historiador polaco Moshé Lewin [14].
La memoria histórica está en la base del patriotismo pues nadie puede amar o sentirse orgulloso de lo que no conoce. Conocer las pequeñeces, cobardías y miserias que hubo que vencer; las traiciones que hubo que enfrentar; los enormes obstáculos que hubo que salvar, confiere a la unidad su valor máximo. Y enseña, sobre todo, que la unidad es una construcción en la que fraguan amores, compromisos y renuncias.
Repensar las circunstancias que hicieron nacer y desaparecer esta revista, releer sus textos, que no han perdido la densidad ni la pasión de esos días –a su manera, también luminosos y tristes–, ayuda a sopesar nuestras opciones ante una tarea que aún no hemos cumplido cabalmente, y que me permito sintetizar acudiendo a otro editorial de Pensamiento Crítico: “En un país verdaderamente liberado se exige, entre muchas cosas, liberar también la historia” [15].

Zuleica Romay
La Tiza

21 de febrero de 2017.

Notas:

[1] Editorial de Pensamiento Crítico, núm. 25–26, febrero-marzo de 1969.
[2] Graziella Pogolotti: “Otra década crítica”. La gaceta de Cuba núm. 1, 2013, p. 4.
[3] Testimonio recogido en el libro “Habitaciones oscuras”, de Rebeca Chávez (Inédito).
[4] Rebeca Chávez: Ob. Cit.
[5] Ernesto Che Guevara: “Notas para el estudio de la Ideología de la Revolución cubana”. Obras escogidas 1957–1967. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2007, p.83.
[6] Ibídem.
[7] Es esta la alocución en la que el Che afirma: “[…] el desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación debe costar a los países socialistas […] No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una actitud fraternal frente a la humanidad tanto de índole mundial en relación a todos los pueblos a que sufren opresión imperialista […] Si establecemos este tipo de relación [comercial, de beneficio mutuo] entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta medida, cómplices de la explotación imperial […] Los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad táctica con los países explotadores de occidente”. Ver: Ernesto Che Guevara: Ob. Cit., pp. 544–545.
[8] Rebeca Chávez: Ob. Cit.
[9] Editorial de Pensamiento Crítico núm. 25–26, febrero-marzo de 1969, p. 5.
[10] Ibídem.
[11] Editorial de Pensamiento Crítico, núm.4, mayo de 1967, p. 3.
[12] Granma, 7 de noviembre de 1967, p.1.
[13] Ibídem.
[14] Ver Moshé Lewin: La última lucha de Lenin. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013.

viernes, 17 de marzo de 2017

¿Le legaremos algo a Fidel?

El anuncio de la eliminación de la posición común de la Unión Europea, la llegada del primer vuelo de American Airlines, la visita del Rey Emérito Juan Carlos y la de Peña Nieto en medio de los acontecimientos recientes posteriores al fallecimiento de Fidel; no son regalos inocentes ni casuales.
Fidel es un territorio en disputa, habrá muchos Fidel. La reacción tendrá el suyo, la burocracia también. Cada cual se aferrará al Fidel que le sea necesario en el presente que vive. Fidel tendrá que defenderse de Fidel. Su fuerza mística, si no es acompañada en los próximos tiempos de un examen minucioso de su práctica revolucionaria, se volverá inservible para la Revolución y podría servir lo mismo a la socialdemocracia que a una zona de nuestra sociedad que apuesta por un capitalismo a la cubana con una democracia formal vacía. Pero no al proyecto socialista de la revolución cubana como fue el servicio de toda su vida.
Es lógico que nos indignemos por las reacciones irracionales de un grupo de personas, que cuestionan a Fidel a partir de sus historias personales o por el resultado de los momentos más intensos de la lucha de clases. Pero no olvidemos que si una revolución es verdadera, tendrá que enfrentar la complejidad de ambas cosas. Para dar propiedades hay que expropiar, para responder a la guerra, hay que ir a la guerra. Fidel y su generación no filosofaron la Revolución: la hicieron. Cada cual escoge los muertos que le asaltarán en medio de la noche. No creamos que alguien que vive en Noruega, o cerca de la Calle 8 durmiendo con tranquilidad, no haya escogido previamente quién va a morir, de qué muertes se hará responsables y a qué horrores dará la espalda para poder vivir. Mientras no llegue la sociedad futura todos somos cómplices, cada cual decide donde vive su redención o su ilusión de neutralidad.
¿A qué Fidel debiéramos aferrarnos? ¿Cuáles son las lecciones de su conducta? ¿Qué le dicen esas lecciones de su práctica revolucionaria a la Cuba de hoy?
Uno de los aspectos más importantes de su conducta fue la apuesta toda la vida por un proyecto socialista, que pusiera el cambio cultural de las personas en el centro de la práctica revolucionaria. La aparición de los excedentes económicos no eran seguidos de procesos de acumulación capitalista, sino que estos regresaban a la sociedad en forma de programas no solo para la distribución de ingresos, también para operar cambios en las vidas y subjetividades de las personas.
Que algunos de esos programas no se hayan traducido en los rendimientos esperados por cierta visión clásica de la economía puede haber favorecido la idea de que lo más adecuado sería poner en manos del Capital lo que el Socialismo no ha podido ejecutar con eficiencia. El Socialismo no está reñido con la eficiencia, pero esta debe estar subordinada a la justicia social y no al revés.
Las nuevas formas de propiedad que comenzaron a implementarse en los noventa no tienen un valor abstracto, sino que recomponen y configuran una nueva estructura clasista. Es erróneo suponer que se desarrollan las distintas formas de propiedad de manera armónica, porque las relaciones entre clases antagónicas nunca se desarrollan de ese modo. Una cosa es considerar que no queda más remedio que hacer uso de mecanismos del Capitalismo para el desarrollo; otra cosa muy diferente es suponer que el Socialismo se mantendrá intocable en medio de ese escenario. Hay procesos de naturalización que se irán dando sin que ni siquiera se decida que ocurran.
Al mismo tiempo que se asumen otras formas de propiedad, se debe buscar el modo de que aquellas de contenido socialista estén cada vez más en posibilidad de disputar la hegemonía. A su vez, ello implica cuestionar el supuesto de que la propiedad estatal es por su esencia socialista, cuando lo que define la intensidad de lo socialista es la dimensión de la relación humana que el sujeto produce en el trabajo y, en igual sentido, el lugar que ocupan sus decisiones en la producción.
Él entendió y practicó un poder revolucionario fuerte. Este incluye crear una fuerza material lo suficientemente contundente como para garantizar la defensa de lo conquistado. Un proyecto revolucionario que deje intactas las fuerzas materiales que acompañan al Capital, está condenado a verse limitado en el mejor de los casos. En el peor, con el tiempo desaparece o es reducido a sangre y fuego con regímenes de seguridad nacional o de otro tipo. Al mismo tiempo que se crea esta fuerza material en forma de ejército popular,el poder revolucionario tiene que asumir la creación de un poder paralelo o endógeno que despliegue la sociedad de nuevo tipo. Para ello hay que desatar la mayor cuota de creatividad posible.
Él y su generación se dieron cuenta que solo la austeridad personal y la entrega desinteresada unidas a la creación y profundización de una conciencia revolucionaria, pueden garantizar la mayor cuota de consenso. Al interés por las aspiraciones populares hay que unir la integridad a toda prueba unida a la aparición de una subjetividad de nuevo tipo. La corrupción que combatieron, proveniente de la república burguesa, la entendieron como un resultado de las exigencias del sistema de dominación capitalista y no solo por una cuestión de honestidad. La lucha contra la corrupción es un componente esencial del cuestionamiento a la sociedad anterior. En los momentos más difíciles solo se puede mantener el consenso de millones de personas a través de la consagración a principios esenciales.
Por otro lado, para él se hacía esencial la unidad en el campo revolucionario. Esa unidad se teje minuciosamente, combinando flexibilidad con diseños de consenso que incluyan la mayor discusión posible, el ejercicio de un poder subordinado a la revolución misma y no al revés. Lo cual hace que no sea una nomenclatura, o un individuo, quien defina al enemigo, sino que esa definición es un resultado de la lucha política.
La práctica internacionalista en él, es una escuela para los revolucionarios, el modo en que cada sujeto puede participar de la lucha mundial frente a la explotación despiadada del Capital. Este internacionalismo tiene que hacerse, además, primando el sacrificio personal y no los beneficios que de él se deriven a nivel material. Solo así, en la persona que lo practica, se producen los cambios donde renuncia a su cuota de narcisismo nacional.
Mostró que la paz no es una abstracción. Vale la paz que se acompaña de justicia social y de independencia. La verdadera paz, sin entrar a analizar el método específico por el que se le obtiene, solo puede ser a través de la lucha. La paz que ofrece la dominación es una escena ilusoria, donde queda la mesa servida para que el estado siga asesinando en la sombra mientras combina esto con camisas de blanco y discursos patrioteros.
En su práctica, ninguna problemática de la dominación actúa por aislado; todas las dominaciones específicas son formas de expresión del dominio del Capital. Pudo haber dominación de la mujer antes del capitalismo, pero aquella asume contenidos específicos en la hegemonía del Capital. Incluso cuando aparentemente se le libera.
La lucha contra el imperialismo, en su prédica, es una lucha frente a los Estados Unidos pero le trasciende: es esencialmente una lucha contra el sistema de dominación imperial. El antiimperialismo es una necesidad de todo proyecto socialista; y a su vez solo la lucha por el socialismo le otorga un contenido particular que no estaba dado en otras formas de antiimperialismo. Podríamos decir que el socialismo es la fase superior del antiimperialismo, pues trasciende la dominación de un país en específico sobre otro y llega hasta la dominación que se ejerce por los poderes financieros internacionales, a través del Banco Mundial, el FMI y de otros mecanismos menos visibles. El sistema de dominación imperial incluye hasta a los países de los llamados “estados de bienestar”. Por ello es una ilusión pensar que a Cuba le pueda corresponder una especie de “socialismo nórdico” o de “estado de bienestar” pues está en la órbita de los países subdesarrollados.
Ahí es donde aparece otro elemento fundamental en su pensamiento: el subdesarrollo no es una fase del desarrollo de un país sino que es una de las funciones del desarrollo. No puede existir la tranquilidad económica de las economías del primer mundo sin la opresión y subdesarrollo de la mayoría del mundo. Incluso, si Cuba se desarrollara en el modo de los estados de bienestar general sería solo si entra dentro del sistema de la normalidad capitalista que le rodea.
En sus críticas contra la democracia formal declarativa y en abstracto, esta es una farsa utilizada por la dominación mientras el Capital tiene la vía libre para actuar. Cualquier democracia real, cualquier cuota de justicia ganada, solo es posible a través de la lucha, no las produce un republicanismo leguleyo. Sola, la revolución cubana pudo trascender los límites de la democracia que venía como tradición. Cualquier forma de democracia política en profundidad que se realice en Cuba, debe tomar la tradición de la revolución cubana para trascenderla y dotarla de nuevos contenidos; pero esto debe hacerse al mismo tiempo por oposición a las formas democráticas al uso en el mundo.
Se dio cuenta, y lo llevó a la práctica, que las revoluciones se ven obligadas a crear instituciones de nuevo tipo con contenidos específicos e identidades propias, subordinadas al proyecto socialista. Estas instituciones, a la vez que garantizan la defensa frente a las adversidades, tienen que generar relaciones de nuevo tipo. Tienen que ser cuestionadas de manera permanente si quieren conservar su hegemonía, o crearla ahí donde hubiera retrocesos. El liderazgo en este contexto funciona como una especie de poder paralelo, que interpela constantemente a la institucionalidad cuando esta pierde vínculo con los sectores populares.
Para él se disputa el socialismo en todos los espacios de la sociedad, no en una parte o en alguno de ellos en específico. Eso no quiere decir que se haga en todos los órdenes del mismo modo. Pero no es como si se pudiera pretender que se defiende una parte conquistada y se entrega otra. No podemos amurallarnos en las “conquistas históricas”; tenemos que intentar profundizarlas, llevarlas más allá, por oposición a reformarlas o hacerlas más viables desde el punto de vista puramente económico, y realizar otras que no estaban anteriormente. Si la revolución no va más allá de sus límites, si no se plantea impugnar los moldes establecidos y no lo realiza en la práctica, no podrá defender ni lo conquistado.
Si convertimos a Fidel en algo tan suave, tan humano, tan cálido, sin hacer énfasis en su personalidad de revolucionario capaz de subvertir los moldes establecidos, lo podremos volver inservible. Él asumió el destino agónico de los verdaderos revolucionarios, y como tal tenía que fabricarse adversarios. No nos conviene que se quede sin adversarios. Ojalá en los próximos años no lo castiguen con un Premio Nobel del la Paz. El entendió que la “guerra era la paz del futuro”. Siempre entendió que la lucha tenía que estar asociada a la movilización de masas, la guerrilla era la vía para desatar las fuerzas del pueblo en el momento indicado. Cuando dijo, en medio de una nueva coyuntura, que ningún problema podía resolverse por la vía de las armas dijo al mismo tiempo que el método de luchas tenía que ser fundamentalmente la movilización de masas. Nos dijo no usar las armas en un cambio de coyuntura, no que dejáramos de luchar. ¿Quiere la paz? luche por ella, eso fue lo que dijo al mundo de los oprimidos.
Hay que analizar cada elemento de su pensamiento y de su práctica, las circunstancias que le rodearon y los límites de esa propia práctica. Si uno analiza en profundidad la cantidad de factores en juego durante todos estos años y las decisiones en medio de los distintos escenarios, se da cuenta que la única manera de aprender tenía que ser equivocándose. Ahora, idealizarlo sería invalidarlo y no respetar su voluntad de no querer estatuas.
La relación pueblo-líder-partido tiene peculiares características en su ejecutoria, pero tiene también su límite. Se hace necesario generar estructuras nuevas, o que se reinventen las ya existentes cuando sea posible. En el imaginario colectivo circulaba la idea: “si Fidel se entera”, “si Raúl se entera”: una forma de escape subjetivo donde la gente se refugiaba ante la ausencia de un proceder democrático. Por esta vía se personaliza el control popular de una manera condenada a fracasar. Debe buscarse la manera en que todo sea sometido al control popular socialista más profundo, mientras que al mismo tiempo se garantiza el poder conquistado. Y tienen que ser las dos cosas a la vez.
Cuando Fidel y sus compañeros llegaron al poder, se vieron obligados a inventar, a crear. Ni cuando durmieron ellos más cerca de los manuales, pudieron dejar de ser subversivos. Claro que se equivocaron en algunas cosas; no nos preocupemos: ya tendremos nosotros nuestras propias equivocaciones si no las tuvimos ya.
Pero ahora tenemos un acumulado cultural, que no existía cuando recorría todo el país la Caravana de la Victoria. Se crearon instrumentos para subvertir la práctica que no existían previamente. Él y sus compañeros de lucha no se tomaron un cafecito mientras depuraban su estilo a lo Mañach1, sino que se impusieron la agonía de la travesía sin ninguna certeza.
No tuvieron tiempo ni siquiera para analizar la distancia entre su tiempo y el nuestro, para ellos el tiempo fue siempre de la misma violenta intensidad. No pudieron sobrevivir como el abate Sieyes2 en los márgenes de una Revolución enorme. Enfrentaron la agonía de su época y tuvieron que pelear y unir a la gente al mismo tiempo.
Es cierto que Fidel nos legó mucho. Nosotros, los que queremos defender y profundizar el proyecto socialista de la revolución abrazados a Calibán y frente a Próspero y Ariel,3 ¿le legaremos algo a Fidel?

Josué Veloz Serrade
El Caimán Barbudo

Notas

1. Participante en la Protesta de los Trece. Fue, además, miembro importante del grupo Minorista; pero la radicalización del movimiento de jóvenes encabezados por Villena y bajo el influjo de la labor revolucionaria de Mella, hace que sus caminos se vuelvan cada vez más opuestos a los de Jorge Mañach. La revolución cubana del 30 hará ya irreconciliables al núcleo de Roa, Pablo de la Torriente Brau, y el mismo Villena, con la figura de Mañach. Terminará incluyéndose en el campo de la reacción y oponiéndose, después de 1959, a los presupuestos de la revolución cubana. Ver en: http://www.ecured.cu/Jorge_Mañach
2. Fue una figura importante dentro de la Revolución Francesa de 1789. Su obra intelectual condenaba los privilegios del antiguo régimen y tuvo una participación importante en la redacción de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. La radicalización de la Revolución lo llevó a defender posturas más moderadas, desde el liberalismo. Hizo una contribución importante para la llegada de Napoleón Bonaparte al poder y terminó integrándose a las estructuras creadas por este. Ver: “El Abate Sieyes”. En: http://www.bdigital.unal.edu.co/42037/1/12066-30510-1-PB.pdf
3. Personajes presentes de La tempestad, pieza teatral escrita por William Shakespeare. Calibán representa junto a Próspero el par dominado- dominador. Próspero representa en esta lectura la modernidad capitalista, que puede estar contenida en las contradicciones culturales propias de la transición socialista. Ariel es la representación de la sabiduría y de la inteligencia, su romanticismo y representación de la razón pueden ser asociados al lugar que ostenta dentro de una sociedad el trabajo intelectual. Ver: Roberto Fernández Retamar: “Calibán: Apuntes sobre la Cultura Nacional”: http://www.literatura.us/roberto/caliban3.html

Josué Veloz Serrade es Ms. C Psicología Clínica, Profesor del Programa FLACSO-Cuba y de la Facultad de Psicología en la Universidad de la Habana. Es colaborador de la Cátedra Gramsci del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello.

jueves, 16 de marzo de 2017

Lorgio Vaca Marchetti



En el aniversario 50 del asesinato del Che y la caída de sus compañeros de la Guerrilla, Granma recuerda a esos valerosos hombres que fueron a luchar por la verdadera independencia de América Latina

Sus padres lo inscribieron como Lorgio, pero para todos en la guerrilla era simplemente Carlos; otro de los hombres que al mando de Ernesto Che Guevara dispuso su vida por un sueño mayor.
De origen boliviano, nació en 1934 en una ciudad ubicada en el centro del país: Santa Cruz de la Sierra. Desde muy joven, se convirtió en militante del Partido Comunista Boliviano, y en 1963 llegó a cursar en Cuba estudios de Ciencias Políticas.
Precisamente, mientras estudiaba en la Universidad de La Habana es que decide incorporarse a las tropas guerrilleras.
A su llegada a Ñancahuasu, el 11 de diciembre de 1966, pasó a formar parte del grupo de retaguardia. Sin embargo, la travesía duraría poco. El 16 de marzo de 1967, mientras regresaba de una expedición de reconocimiento, Lorgio Vaca Marchetti cae al río Grande y muere ahogado.

Redacción Nacional | internet@granma.cu

Las condiciones del socialismo

La primera vez que escuché el pedido de incondicionalidad estaba yo en la Universidad de La Habana, como estudiante de Derecho.
Todas las organizaciones políticas y sociales repetían este verso extraño, los dirigentes juveniles y los más maduros voceaban a todos los vientos que debíamos ser incondicionales.
Más difícil les era explicar a qué o a quién debíamos la incondicionalidad, si a la Revolución, si a los líderes, si al Socialismo. En este caso hubiera hecho falta un largo debate sobre qué se entendía por Revolución y Socialismo.
Yo, por el camino, había aprendido todo lo contrario. Que las revoluciones son pasionales pero racionales, que sin ideas no llegan más que a fanatismos destructivos, que los líderes no son más importantes que el pueblo, que el socialismo debía ser el lugar donde la cultura humana se sintiera más a gusto porque el pensamiento se podría poner al servicio de los humildes.
La propia tradición democrática socialista me había enseñado que el dogmatismo y la irracionalidad son enemigos de la verdad y de una república de libertad. Una de las primeras leyes de la Revolución cubana prohibió publicar carteles e imágenes de todo tipo con las figuras de los líderes vivos.
Fidel dijo que los jóvenes debían leer y no creer, por lo tanto el pedido de incondicionalidad se burlaba hasta de su pensamiento. En aquellos días en que se debía ser incondicional, también se coreaba un lema espeluznante: “Que lo sepan los nacidos y los que están por nacer, nacimos para vencer y no para ser vencidos”.
Esta consigna demostraba, según mis criterios sobre la humildad y el valor de los derrotados, que yo no era incondicional, que mis condiciones eran muchas al sistema donde quería vivir y ser feliz.
El trauma de la victoria a toda costa ha afectado al equipo nacional de béisbol, que ha visto su decadencia llegar en un entorno donde los perdedores no tienen cabida y hemos sido testigos del uso de un epíteto divino para nombrar a Fidel de Invicto, como si una derrota pudiera afectar las obras buenas de la vida.
¿De dónde ha salido esta hiperbólica manera de conducirnos en política, con alaridos espartanos que señalan a cualquiera de traidor, lo mismo da si es trompetista que pasador de un equipo de voleibol, por el simple hecho de no querer vivir en Cuba?
¿De dónde salió ese otro lema, contrario a la república de Martí, aquella que debía ser con todos y para el bien de todos, y que es ley constitucional en Cuba, que mandaba: “la universidad es para los revolucionarios”?
En el mismo país que hemos defendido como justo porque solo interpone un examen de ingreso –cada vez más fácil– entre los jóvenes y sus estudios universitarios, a alguien se le ocurrió decir semejante idea convertida en lema de incondicionalidad, pero faltó la valentía para decir a toda voz que la universidad debía ser para todos porque la discriminación por motivos de ideas políticas está prohibida en Cuba por la Constitución socialista de 1976, en su capítulo 6, llamado Igualdad.
Yo aprendí de la historia de la Revolución cubana que los revolucionarios más serenos y puros son condicionales, porque no siguen a un líder por su nombre sino por sus acciones, mientras sean justas. También aprendí que el socialismo debía ser más humano, inclusivo y bondadoso que el capitalismo y que estas condiciones debían cumplirse todo el tiempo, no solo a veces.
El socialismo tiene más condiciones que cumplir que el capitalismo, porque no puede dejar abandonados a los pobres, porque no puede convivir con la discriminación, porque no puede permitir que los más ricos aplasten a los más pobres, porque no puede hablarle al pueblo como si el Estado fuera un padre que da y quita en dependencia de su ánimo cambiante.
Cada día se me ocurre una condición más a cumplir por el socialismo para que sea un sistema social, económico y político digno de ser vivido y defendido. Estas condiciones deben renovarse para que las nuevas generaciones se sientan parte de este proyecto, para que no se vean obligadas a seguir consignas pétreas de otras épocas.
Más justicia, más libertad, más derechos, más democracia, más educación, más servicios sociales, más espacios de participación popular, más respeto al sacrificio duradero del pueblo. El socialismo no es nada sin estas condiciones y se salvará si se nos ocurren cada día más.

Julio Antonio Fernández Estrada
OnCuba