sábado, 26 de octubre de 2024

Escalan las tensiones en el cuerno de África


A mediados de octubre, se desarrolló en Asmara una cumbre tripartita entre los presidentes de Egipto, Eritrea (el anfitrión) y Somalia, de gran relevancia para la región. En la misma, se acordó incrementar los lazos en materia de seguridad y hubo un respaldo a la “unidad de Somalia”, sacudida por las aspiraciones independentistas de la región de Somalilandia, en el norte, y el despliegue territorial del grupo islamista Al-Shabab, ligado a Al Qaeda, en el sur. 
 La cumbre de marras configura un eje contra Etiopía, que se encuentra inmersa en tensiones cada vez más ásperas con El Cairo desde que puso en marcha la construcción de una represa en el Nilo que el gobierno de Al Sisi considera una “amenaza existencial”, ya que su país depende de ese curso fluvial para cubrir casi la totalidad de sus necesidades de agua. Recientemente, el gobierno etíope logró sumar a otros países (Ruanda, Uganda, Tanzania y Burundi) a una declaración común que rechaza un usufructo exclusivo del río por parte de Egipto. Este texto, sin embargo, no fue avalado por Sudán, cuyo gobierno cerró filas con Al Sisi. 
 La escalada entre Egipto y Etiopía, dos de los pesos pesados de la región, hasta ahora retórica, eleva la temperatura de todo el cuerno de Africa, que está recorrido por conflictos interestatales (Etiopía-Somalia), guerras (como la de 2020-2022 en el norte de Etiopía, que dejó entre 150 y 600 mil muertos) y disputas de influencia de todo tipo entre potencias regionales y mundiales. Además, en el Mar Rojo, los hutíes yemenitas sostienen un boicot naval en solidaridad con el pueblo palestino, que Estados Unidos y el Reino Unido respondieron con bombardeos y la formación de una coalición náutica imperialista.

 Etiopía vs. Somalia 

 El desencadenante de la última oleada de tensiones en el cuerno de Africa se produjo a comienzos de año, cuando Etiopía firmó un acuerdo con la región semi-autónoma de Somalilandia (parte de Somalia) para poder beneficiarse de su salida al mar (que Etiopía perdió en los ’90, tras la separación de Eritrea), a cambio, básicamente, de un apoyo por parte de Adis Abeba a su emancipación definitiva de Somalia. Mogadiscio resolvió, en consecuencia, expulsar al embajador etíope. Y, en los últimos días, el ministro de Defensa de Somalia advirtió a Etiopía que no tolerará ninguna agresión contra su país, luego de que el jefe del ejército etíope señalara que su vecino no podría defenderse, en simultáneo, de un ataque de Adis Abeba y de las organizaciones islámicas. 
 En el medio, como ya señalamos, se produjo la cumbre tripartita Egipto-Eritrea-Somalia, que cerró filas contra el gobierno etíope. Pero no fue la única respuesta de Mogadiscio, que decidió también afianzar vínculos con Turquía. Por ejemplo, estableció un acuerdo por el cual Ankara se compromete a patrullar sus aguas, a cambio de derechos de explotación de recursos pesqueros e hidrocarburíferos.
 El gobierno de Erdogan, es importante aclararlo, hace su propio juego, ya que también vendió armas a Etiopía en el curso de la guerra civil de 2020-2022 con el Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF), como parte de un proceso de apuntalamiento de su industria armamentística en el continente. Turquía, que multiplicó sus inversiones en infraestructura, se postula como un jugador de peso en la zona. Ankara, además, rivaliza con Egipto, sobre todo desde el golpe militar de Al Sisi contra los Hermanos Musulmanes, en 2013. 
 Al interior de Somalia, el desafío de Somalilandia muestra que las tendencias a la desintegración nacional, que quedaron expuestas durante la guerra civil de los ’90, no han sido superadas. En paralelo con el pulso independentista en el norte, el grupo Al-Shabab mantiene su influencia en las áreas rurales del sur y el centro del país, mientras que el Estado Islámico contaría con medio centenar de combatientes, reclutados en países vecinos, y una presencia nada desdeñable en Puntlandia, en el norte somalí, otra región que goza de cierta autonomía. 
 Dentro de Etiopía, las cosas no marchan mucho mejor. Entre 2020 y 2022, el desplazamiento del ejército en la región de Tigray derivó en una guerra civil entre el TPFL y Adis Abeba, en la que, para más enredos, Eritrea se alineó con Etiopía. Si bien hubo un armisticio que restableció el dominio del gobierno central y condujo a un desarme de las milicias, las tensiones de fondo no fueron disipadas. Otros conflictos, a la vez, continúan su curso, como el de Oromia, donde el Frente de Liberación Oromo (OLF), que prestó apoyo al TPFL en sus batallas, puja por la independencia. 
 Las tensiones crecientes en el cuerno de Africa son parte de un desarrollo más general de las tendencias bélicas en el plano internacional, como resultado de la crisis capitalista y las dificultades cada vez mayores de los Estados y monopolios capitalistas para resolver sus disputas en términos económicos y político-diplomáticos. 
 Los trabajadores del mundo tienen que ponerle un alto a esta barbarie. 

 Gustavo Montenegro

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