lunes, 6 de febrero de 2023

80 años de la victoria de Stalingrado


La batalla de Stalingrado, de la que se acaban de cumplir 80 años, hizo de parteaguas en la historia de la Segunda Guerra Mundial (SGM).

 Cuando la SGM comenzó, el hitlerismo parecía imparable. Casi sin disparar un tiro, entre 1940 y mediados de 1941, Hitler barre con toda Europa occidental, excepto las islas británicas. 300.000 efectivos ingleses estacionados en Francia huyen despavoridos del continente, el ejército galo se deshace literalmente. Francia como Bélgica, dos de las mayores potencias imperialistas, quedan subyugadas. En todos lados gobierna la bota nazi o reinan regímenes tipo Quisling (refiere al traidor noruego, o al gobierno de Vichy en la zona no ocupada de Francia). En la península ibérica, tras la traición ´demócrata´-stalinista a la república española, se habían establecido las dictaduras fascistas de Franco y Salazar, en que el primero sumará la famosa ´división azul´ a las tropas nazis que invaden la URSS.
 Una vez que Hitler cumple su faena sobre el mundo ´democrático´ —el que vía su ´política de apaciguamiento´ permitió que Hitler ocupara Austria y los sudetes checos, antes de la guerra—, la maquinaria bélica nazi lanza la operación Barbarroja, el mayor asalto bélico de la historia. Entre el 22 de junio y el 5 de diciembre de 1941 Hitler arrasa con los países bálticos y las repúblicas soviéticas de Bielorrusia, Ucrania y Rusia. Hitler llega a las puertas de Moscú, rodea Leningrado (San Petersburgo) e impone un atroz cerco que dura casi un año y medio; en ese camino caen las ciudades de Kiev, Minsk y Jarkov. El pacto Ribbentrop-Molotov (1939) de no agresión entre Alemania y la URSS se deshace como papel en el agua. Stalin, el único que había creído a pie juntillas en ese pacto, no preparó al Ejército Rojo para la guerra y, peor aún, en vísperas de ésta descabeza a su plana mayor. Alemania, junto a sus aliados (España, Rumania, Bulgaria, Austria, etcétera) desplazó sobre el frente oriental casi cuatro millones de efectivos. Alemania se veía reforzada con pertrechos arrancados de los países invadidos: “el 70 % de los camiones de la 305 división de infantería, que perecería en Stalingrado el siguiente año, provenía de Francia” (Stalingrado, Antony Beevor). 
 La invasión del ´mundo eslavo´ asumió desde el principio el carácter de una “guerra racial”, en particular de “aniquilamiento del bolchevismo y de los judíos”. Hitler ordenó que las fuerzas de ocupación, en particular desde Ucrania, debían “enviar al menos siete millones de toneladas de trigo cada año a Alemania … junto con las órdenes de vivir a costa del país ocupado”, esto es, la devastación de las zonas ´liberadas´ (ídem). 
 Ucrania en particular, tradicional granero de toda Europa del este y proveedor de otras materias primas, fue un objetivo central de la invasión. Sin embargo, “el deseo de cualquier colaboración económica faltaba por completo” en Ucrania, los nazis pudieron suministrarles “una décima parte de lo que se llevaron de Francia” (De Stalingrado a Berlín, Alexander Wert). 
 No sólo Alemania, también “los servicios de inteligencia extranjeros daban por hecho que el Ejército Rojo se desintegraría” (Beevor, op.cit.). Iniciada la operación Barbarroja la Wehrmarcht “destruyó 1.200 aviones soviéticos en las nueve horas siguientes, la mayoría de ellos en tierra” (ídem). La política de Stalin frente a Hitler resultaba una réplica de la política de ´apaciguamiento´ de los demócratas frente al führer, antes de la guerra: una conducta doblemente criminal. 
 Stalin “sentía terror de provocar a Hitler. Goebbels, con alguna justificación, lo comparaba con un conejo hipnotizado”. Hasta la tarde en que se inicia el asalto germano y a pesar de información llegada desde occidente sobre preparativos para la invasión desde principios de 1941, entre ellas, las de agentes rusos (Leopold Trepper, Sorge y otros), Stalin sigue inconmovible. “En los días siguientes las noticias del frente fueron tan catastróficas … el carácter intimidante de Stalin expresará una buena dosis de cobardía”. La política de la burocracia concitó tal desconcierto en la población de las zonas arrasadas que “en Stalingrado, las divisiones de la línea del frente del VI ejército tenían 50.000 ciudadanos soviéticos con uniforme alemán” (ídem). 
 En agosto de 1942 Hitler lanza entonces la que será la batalla más sangrienta y decisiva de la SGM: el objetivo es Stalingrado (rebautizada Volbogrado por Putin). Hitler apunta a los pozos petroleros del sur de Rusia y aspira a llegar al mar Negro y al Cáucaso, para luego lanzarse sobre Asia. 
 Stalingrado será, sin embargo, el principio del fin del nazismo. Aunque la tecnología militar se había revolucionado respecto a la utilizada por Napoleón en 1812, el derrotero de la Wehrmacht sería una remake amplificada de lo que le aconteció a la Grande Armée: “la gran mayoría de las divisiones de infantería marchando a pie, era improbable que la velocidad total de avance fuera mucho más rápida” que la del sardo (ídem).
 Durante más de 200 días las tropas del führer cercan la ciudad. La batalla de Stalingrado será una carnicería humana sin precedentes: dos millones de hombres mueren, a razón de mil por día. Se lucha cuadra por cuadra y los invasores son finalmente repelidos, acosados por el frío y el hambre. El heroísmo del pueblo ruso y del Ejército Rojo no encuentra parangón. 
 Stalin y la burocracia buscarán vestirse con esta ´gloria´, pero fueron los principales responsables de haber llevado al pueblo ruso a las mayores penurias de la SGM. Ningún pueblo sufrió la magnitud de sus pérdidas (más de 20 millones de muertos); en proporción a su población, únicamente Polonia perdió más gente. Sólo después de la victoria soviética en Stalingrado se inician los ´desembarcos´ aliados en el norte de África primero, en Sicilia y Normandía después. Es la demorada apertura del “segundo frente”. 
 La ´desnazificación´, uno de los pretextos para invadir Ucrania es presentada por Putin como continuación histórica de Stalingrado. Ni Rusia, ni mucho menos la OTAN, están librando, sin embargo, una batalla por la libertad. Por donde se la mire, la invasión de Ucrania, por parte de Rusia, tiene un carácter reaccionario. En tanto el objetivo estatégico de la OTAN es la conquista colonial de Rusia o su desmembramiento estatal, la meta de Putin es ‘reestructurar’ las relaciones internacionales con el imperialismo mundial.
 La SGM fue, antes que nada, una guerra interimperialista. Cuando la Unión Soviética, un Estado obrero, se ve conminada a entrar en la guerra, bajo la dirección de la burocracia, no se modifica este carácter de conjunto. La URSS se alía con el enemigo de su enemigo, el bloque nazi-fascista, incluido Japón, en una guerra entre dos bandos imperialistas. Stalin convertirá enseguida esta táctica defensiva en una colaboración permanente con el imperialismo contra las revoluciones que levantan cabeza en Europa y en el mundo colonial. Inmediatamente después de Stalingrado, Stalin disuelve la moribunda III° Internacional. 

 ‘Fortalecimiento del stalinismo’ 

La victoria de Stalingrado y el curso posterior de la SGM crearon la ilusión de que los partidos comunistas de Europa y el propio Stalin habían superado la política nacionalista y de colaboración de clases, y que se habían convertido, incluso a pesar de ellos mismos, en los agentes de la transición socialista mundial. La burocracia rusa no demoró en desmentir estos pronósticos que tampoco compartía. En efecto, se convirtió en el principal bombero de todas las revoluciones de la posguerra y, en medio de crisis y guerras, en el punto de apoyo de la restauración capitalista y de la disolución de la Unión Soviética. Los levantamientos obreros en Alemania ‘socialista’, las revoluciones húngaras (1956) y polacas (1958, 62, 68, 80), la "primavera checoslovaca" (1968), desnudaron el carácter contrarrevolucionario de la burocracia y pavimentaron el camino para una nueva generación obrera antiestalinista (Mayo Francés). La Revolución Cubana será la primera revolución victoriosa que no conduce un partido comunista y que se impone a pesar del partido comunista y la burocracia del Kremlin. 
 Stalingrado constituyo una hazaña inmensa del pueblo ruso contra el nazismo. Fue, por cierto, una hazaña nacional, pero sostenida por una conciencia de defensa de las conquistas de la Revolución de Octubre. 

 Norberto Malaj 
 06/02/2023

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