martes, 6 de diciembre de 2022

China: entre el Covid, la crisis y las protestas


Nueva ola de contagios en China 

Ya hace más de dos meses, bastante antes que estallaran las actuales protestas, el PCCH (Partido Comunista) había resuelto modificar la política de confinamiento que se venía registrando en China. Las estrictas medidas de aislamiento establecidas en ciudades y distritos enteros fueron atenuadas y, en lugar de ello, se empezó a poner énfasis en la necesidad de concentrar la mirada en la atención de los contagiados y de tratarlos, en caso de que fuera necesario. La relajación de las medidas de control venía siendo reclamada por la burguesía china pero, en especial, por el capital internacional que veían con preocupación el perjuicio y cuellos de botella que venía provocando la política de Covid 0 en la economía mundial, y que traía como consecuencia la paralización de la producción y la ruptura de la cadena de suministros. 
 La crisis actual que ha derivado en protestas reside en que los contagios en las últimas semanas han pegado un salto que, agreguemos, no se circunscribe a China sino que se extiende a escala general. Estamos ante una nueva reactivación de la circulación del virus, de la mano de nuevas variantes dentro de las cepas conocidas, que ha empezado a encender las alarmas en diferentes países, en particular en Europa donde la curva de contagios ha crecido notablemente. En la Argentina, se vienen constatando también un ascenso de casos. 
 El gigante asiático no está exento a esta nueva ola. El régimen chino ha reaccionado a esta circunstancia reimplantando nuevamente restricciones. 
 Estas marchas y contramarchas de Beijing ponen al desnudo las enormes contradicciones de la política del gobierno de Xi Jinping. No se nos puede escapar que la política de control y aislamiento severos permitieron que en China no se produjera la tragedia que se vivió en las principales economías capitalistas que en el caso de EE.UU. orilló la muerte de un millón de personas. Si se hubiera reproducido en China, la política imperante en Occidente hubiera implicado en el país asiático 5 millones de fallecidos, teniendo en cuenta que China quintuplica el número de habitantes de EE.UU. En cambio, la cifra de muertos apenas asciende a 50.000 en el lapso de estos 3 años. Pero este resultado incuestionable no nos puede hacer perder de vista que Beijing no brindó prácticamente asistencia económica, en medio de las cuarentenas, a las decenas de millones de afectados por las medidas, en particular a quienes tienen un trabajo informal, cuentapropistas y también pequeños comerciantes que debieron cerrar sus puertas durante ese período. Esto ha creado una corriente creciente de rechazo y malestar en el pueblo, que está predispuesto desfavorablemente cuando se anuncia cualquier reimplantación de nuevos confinamientos. 
 Lejos de revertirse la falta de auxilio del Estado, esto se ha acentuado pues los tests ya no son gratuitos como antes y deben ser costeados por la propia población. La relajación de los controles alentada por las autoridades chinas tiene algo de temerario si tenemos presente que hay, según las estadísticas oficiales, 21 millones de personas mayores de 60 años que no fueron inmunizados en absoluto y otros 21,5 millones de más de 80 años que no recibieron el refuerzo. Por otro lado, las vacunas chinas se han revelado menos eficaces que las que están en circulación en la mayoría del planeta, en especial de Pfizer-Biontech o Moderna, que están elaboradoras sobre la base de las técnicas más avanzadas de ARN mensajero. Beijing se ha resistido hasta ahora a importar vacunas. Aunque las razones de esta resistencia aún permanecen oscuras, no podemos obviar el contexto general de tensiones crecientes en las relaciones de China con Occidente, en el marco de la actual escalada económica, diplomática y militar del imperialismo. 
 En este cuadro, la inmunidad es mucho más precaria y la población está expuesta a contraer la enfermedad, lo que podría llevar a un verdadero desastre, lo cual puede agravarse aún más porque el sistema de salud chino podría correr el riesgo de colapsar en caso de una afluencia masiva de casos de gravedad que requieran mayor atención y terapias intensivas. La vulnerabilidad es, por lo tanto, muy pronunciada y eso es lo que está en la base de las idas y vueltas de las autoridades chinas. El gobierno de Xi Jinping ha pretendido conciliar las presiones que recibe del capital tanto nacional e internacional para desarrollar la actividad económica sin interrupciones y la necesidad de evitar una situación ingobernable en materia sanitaria. Pero esto tropieza con obstáculos cada vez mayores. 
 Quizás el caso más emblemático sea el de Foxconn, que alberga a 350.000 trabajadores y donde se produce más de la mitad de los iphones (500.000 aparatos por día) que se venden en todo el planeta, en primer lugar de Apple.
 Como se acerca la Navidad y urge aumentar la productividad, se amplió la base de empleados, pero debido al Covid los trabajadores fueron forzados a residir allí, encerrados sin posibilidades de salida. La empresa improvisó amplios dormitorios pero sin que estuvieran garantizados los recaudos sanitarios necesarios. Empezaron a florecer denuncias de que había enfermos de Covid, lo cual ha terminado convirtiendo el encierro obligatorio en un foco de expansión del virus. 
 En definitiva, la propia política de Beijing de contemporizar con las exigencias patronales ha terminado por potenciar el riesgo del Covid en forma más explosiva. Beijing, además, se encuentra con el límite de que el combate contra el Covid no puede hacerse desde un solo país. El repunte de los contagios vuelve a colocar a la pandemia como una amenaza global, de la cual no escapa ningún rincón del globo.

 Polvorín social 

Pero el problema no se circunscribe a la cuestión sanitaria. Los trabajadores de Foxconn, cuya lucha está concentrando la atención mundial, reclaman por aumentos salariales y bonos por productividad y el respeto de contratos incumplidos y violados unilateralmente por la empresa. De conjunto, en las filas de los trabajadores chinos, la inquietud social va en aumento, a caballo de la cual ha ido creciendo la ola de huelga y protestas. Esta efervescencia se nutre de la marcada desaceleración de la economía del país cuyo crecimiento apenas será, de acuerdo a los pronósticos, el 2,8 por ciento, el más bajo en décadas y lejano del nivel de 8% que el PCCH consideraba esencial para un bajo desempleo y estabilidad social. En julio la tasa oficial de desocupación, que solo cubre las áreas urbanas, fue de 5,4%, pero la referida a los jóvenes alcanzó un récord de 19,9%. La economía china no escapa a las tendencias a la recesión, que se están combinando con la inflación récord, agravadas por la guerra que domina el escenario global. El gigante asiático se ha vuelto un eslabón sensible de este escenario como lo prueba el derrumbe del gigante inmobiliario Evergrande y la severa crisis que atraviesa el sector inmobiliario que irradia al conjunto de la economía china que se asienta en un endeudamiento que se ha vuelto cada vez más ingobernable. 
 La prensa internacional, después de las primeras noticias en la que informaba de movilizaciones multitudinarias, tuvo que bajar un cambio y empezó a admitir que se trataba de protestas callejeras minoritarias de unos centenares de personas. Pero el inconformismo trasciende la pandemia. Se cuelan los reclamos sociales de las masas, que pretenden mejorar sus condiciones de vida y a las que les despierta indignación la creciente desigualdad que impera en el país. Beijing ha reaccionado a las protestas con represión. El combate contra el Covid está siendo utilizado como pretexto para reforzar un Estado policial, donde se controla el movimiento y la vida de quienes alienten una resistencia contra el régimen y, en general, en un monitoreo de toda la población. 
 Se trata de un mecanismo de disciplinamiento social. Cabe señalar que en el curso de 2022 se han producido centenares de huelgas obreras en el gigante asiático. 

 Independencia política 

En cuanto a las protestas, no se puede colocar todo en la misma bolsa. En lo que respecta a la orientación política del movimiento en desarrollo hay un panorama todavía no claro que deberá ir decantándose en el curso mismo del proceso. No se puede obviar que el reclamo de una relajación y levantamiento de controles y el confinamiento es fogoneado por la burguesía nativa e internacional que apunta a acelerar la apertura y una desregulación mayor de China en vistas a avanzar en una restauración capitalista aún inconclusa. La tentativa de las variantes patronales que operan y meten su cuña en los actuales acontecimientos es enchalecar a los trabajadores en esta perspectiva. Al mismo tiempo, emergen tendencias, aunque todavía difusas, enfrentadas con el régimen pero que también chocan con la patronal. Las huelgas obreras se inscriben en ese sentido. 
 En este contexto, es clave y vital la defensa de la independencia política de los trabajadores. Como una paso en esta dirección, los trabajadores tiene que enarbolar su propio programa para intervenir en la crisis en curso: control popular y de los trabajadores de las medidas de confinamiento, protocolos obreros frente a la pandemia, asistencia económica a todos los damnificados, provisión gratuita de los tests y demás insumos médicos, reforzamiento de los presupuestos de salud y, por sobre todas las cosas, aumento de salarios y satisfacción de todos los reclamos sociales y poner fin a la supe explotación y precariedad laboral. Fuera la represión y persecución estatal. Por la libertad de organización política y sindical de los trabajadores. Por un plan de inmunización masiva, que incluya las vacunas más eficaces que se fabrican mundialmente. China debe tener acceso a las mismas sin ningún condicionamiento o extorsión de los laboratorios y de las potencias imperialistas. 
 Una plataforma de esta naturaleza contribuirá a ir delineando un programa de salida obrera y socialista frente la crisis. No es una simple anécdota señalar que en algunas protestas de los trabajadores, más allá de los episodios actuales, los manifestantes entonaron la Internacional. Es una señal de una conciencia de clase que anida, al menos, en algunos sectores de la clase obrera. El desafío es desenvolver esta conciencia y hacer que germine la semilla de la revolución política y social en China.

 Pablo Heller

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