sábado, 8 de junio de 2019

Bicentenario de Carlos Manuel de Céspedes




La luz de su pensamiento

Su ideario y quehacer revolucionarios siempre acompañaron y animaron a los cubanos dignos en las sucesivas luchas por la liberación nacional

En la medida en que se aproxima la evocación del aniversario 200 del natalicio de Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el 18 de abril de 1819, late y crece el recuerdo imperecedero del Padre de la Patria, que puso en pie a los cubanos para combatir al colonialismo español y fraguar la independencia de la nación antillana. Hombre-luz del proceso redentor nacional, es el artífice de una obra necesaria e impostergable. Este justo ideal demandaba audacia, valor y sacrificios sin pares, y él las dio en abundancia como saben hacerlo los verdaderos patriotas.
Es el hombre sin el cual sería imposible describir y comprender debidamente la Revolución cubana desde su concepción inicial y potente desarrollo. No aparece improvisadamente en el escenario de la ruptura de 1868, sino que es más bien la culminación de un largo período de incubación revolucionaria, de sopesar las causas objetivas y subjetivas para la insurrección armada.
Los veinte años que anteceden al grito de Demajagua resultan ricos en manifestaciones de una radical postura patriótica, de pensar la revolución independentista y de difíciles trances conspirativos. Entre derechos inalienables de los cubanos, Céspedes colocó la educación, la cultura, la salud y la libertad de expresión, asociación y locomoción. En todo momento impugnó la hipocresía, la mediocridad, la cobardía y la traición. Por encima de todo ponía los sagrados intereses patrios.

Entre cárceles y destierros

En agosto de 1851 acaeció su primera prisión, de la que se tiene noticias, acusado de ser un desafecto a la Corona española. La Isla se hallaba revuelta por levantamientos armados en Camagüey y Trinidad, por lo que las autoridades españolas de Bayamo tomaron medidas preventivas contra un hombre que no tenía ninguna reserva en hablar del derecho de los cubanos a gobernarse por sí mismos y ser felices, como las naciones más progresistas de entonces. El Gobernador de Oriente, mariscal de campo Joaquín del Manzano, ordenó encerrarlo en el Castillo del Morro de Santiago de Cuba, y lo mantuvo confinado cinco meses en la fortaleza santiaguera.
El periódico La Prensa, de La Habana, en la edición del 28 de enero de 1852, publicó en la sección folletín su poema autobiográfico “Contestación” de 250 versos. En una nota señalaba: “Aunque hace algunos años que escribe, aunque ha recorrido la España, la Francia, la Italia, adquiriendo un caudal de conocimientos e idiomas, como son el inglés, el francés, el italiano y el latín, jamás ha querido dar al público sus composiciones en prosa o verso.”
Si la juventud culta bayamesa le reconocía como líder era precisamente porque Céspedes presentaba acciones concretas que todos juzgaban como posibles y sobre todo como deseables. Dotado de un pensamiento progresista, era contrario a todo oscurantismo y defendía la libertad de pensamiento. En fecha tan temprana como febrero de 1852 ya expresaba: …el genio y la virtud no tienen patria. Esta sentencia, innegablemente, vinculaba dos concepciones fundamentales para un intelectual revolucionario: el talento y la ética, ambos puestos en bien de la Humanidad.
En una festividad en la Sociedad La Filarmónica, el teniente gobernador de Bayamo, coronel Toribio Gómez Rojos, invitó a varios poetas criollos a improvisar. Carlos Manuel de Céspedes, indignado por las ofensas españolas, alzó una copa y declamó: Valen mucho los cubanos / en aquesta hermosa Antilla / y aunque se oponga Castilla / ellos serán soberanos.
El coronel acusó a Céspedes, José Fornaris y Lucas del Castillo de improvisar versos ofensivos al Gobierno y calumniosos a los españoles y desde el acto los mandó arrestados para Santiago de Cuba. Los encerraron en el Castillo del Morro durante cinco días, y luego fueron desterrados a la entonces aldea de Palma Soriano. Allí estuvieron cuarenta días, aprovechados por Carlos Manuel para componer el soneto Al Cauto, la canción A Emilia y la Oda al Pie del Monte Turquino.
Por disposición del general Manzano tuvo que residir en la villa de Manzanillo, en junio de 1852, sin poder ejercer como abogado. Al mes siguiente, el capitán general Valentín Cañedo firmó la orden para que fuese desterrado a la ciudad de Baracoa, por espacio de cinco meses. Frente a las vigilancias, detenciones y encierros prolongados, el abogado y hacendado bayamés asumió una posición firme y rigurosa de sus principios patrios. Mientras otros, ante la menor calumnia, se marchaban al exilio, temerosos de la represalia, él se mantuvo en su tierra natal, en su amado Bayamo y en Manzanillo, demostrando su adhesión a los ideales de la libertad.

Destierro santiaguero

Una vez reintegrado a Manzanillo a fines de 1852, le permitieron a Céspedes la apertura de un bufete y participar en actividades de progreso cultural, sobre todo las patrocinadas por la Sociedad Filarmónica. Asimismo, él se dedicó con ahínco a rehacer su fortuna y adquirir varias haciendas para la cría de ganado vacuno, la siembra de tabaco y los cultivos varios. Pero no todo su pensamiento lo tenía puesto en los bienes materiales, sino en el de la felicidad de su pueblo. Asociado a otros patriotas, como sus hermanos Francisco Javier y Pedro María; Francisco Vicente Aguilera y Perucho Figueredo, formó el plan de tomar militarmente la ciudad de Bayamo y las villas de Manzanillo y Jiguaní, para comenzar la lucha por la independencia de Cuba. Mantenía en alto el arma implacable de la denuncia de los males coloniales, entre ellos la esclavitud y la trata africana, la corrupción administrativa, los vicios y prepotencia de los gobernantes y la falta de los más elementales derechos naturales y civiles de los cubanos.
El 6 de marzo de 1855, mientras jugaba ajedrez en la Sociedad Filarmónica de Manzanillo, Carlos Manuel conoció del fusilamiento del catalán Ramón Pintó, acusado de dirigir una conspiración contra el Gobierno español en Cuba. Sin poder contener la ira, acusó a los gobernantes hispanos de bárbaros y de violentar hasta las leyes, porque el crimen se había llevado a cabo en contra del criterio del juez. Por el gran alboroto de los criollos manzanilleros la institución fue allanada y puestos presos Céspedes, Luis Fernández O′Connor y el venezolano Joaquín Márquez. En el acto los encerraron en un navío en el puerto y al día siguiente los llevaron para Santiago de Cuba. El Gobernador de Oriente ordenó recluirlos en el barco El Soberano, veterano de la batalla de Trafalgar, surto en la bahía santiaguera, donde se encontraban otros presos políticos.
Después de 22 días de encierro le celebraron juicio a Carlos Manuel, siendo condenado a ocho meses de destierro en Santiago de Cuba. En ese tiempo ejerció como abogado en el bufete de Rafael Fleites Tamayo, ingresó en el Colegio de Abogados de Santiago de Cuba y colaboró con artículos, crónicas y poemas en los periódicos santiagueros El Orden, El Redactor y Seminario Cubano. En El Redactor publicó varios artículos sobre ajedrez, siendo considerado el pionero en tratar materias de esta ciencia en la prensa cubana.
Una vez de regreso a Manzanillo se desempeñó como subdirector de dos compañías de seguros habaneras, La Providencia y La Hereditaria, relacionadas con seguros de vida y posesión de esclavos; asesor de la ayudantía y marina del puerto; y abogado consultante de la vicaría eclesiástica. En el periódico El Eco de Manzanillo, aparecido el 19 de julio de 1857, publicó profusos artículos, poemas y notas. En una de las apostillas anunciaba que en sus haciendas pagaba buenos precios a hombres libres, empleándolos a destajo o a salarios.
El 14 de septiembre de 1856, Céspedes preparó la apertura del Teatro Manzanillo, con la puesta en escena de la comedia El Arte de hacer fortuna, del dramaturgo español Tomás Rodríguez Díaz Rubí. No sólo se desempeñó como director de la obra, sino que en el segundo acto mostró sus dotes como actor. Seguidamente, asumió las funciones de vocal contador y secretario de la Junta de Fomento de Manzanillo, e ingresó en la Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago de Cuba, de la que fue su corresponsal en la zona del Guacanayabo.

La unidad como palabra de orden

En las elecciones de enero de 1860 para integrar el Ayuntamiento, ganó una plaza de regidor llano, sin embargo, unos días después fue vetado por el Gobernador de Oriente, el brigadier Carlos de Vargas Machuca, quien lo calificó, al igual que a Bartolomé Masó, de peligrosos “filibusteros”. A partir de la evacuación española de Santo Domingo, en marzo de 1865, un mayor número de cubanos abrazaron la tesis de la insurrección. Incluso se logró sumar a algunos españoles honestos y laboriosos, esquilmados por la política tributaria. Todos querían fundar en la isla un pueblo de verdadera libertad, sin odios ni rencores. Por la práctica de negocios, entre estos la venta de ganado vacuno y de cerdos, Céspedes realizaba viajes a Camagüey en compañía de Francisco Nicolás Agüero Aguilera, donde estableció relaciones directas y fraternales con varios amantes de la libertad de esa rebelde comarca, entre ellos Salvador Cisneros Betancourt, Manuel de Jesús Valdés, Eduardo Agramonte Piña y Augusto Arango Agüero.
Pronto los grupos del valle del Cauto y Camagüey se dieron cuenta de que tenían criterios similares sobre las cuestiones económicas y políticas y palpaban el malestar creciente en el seno del pueblo en relación con la prepotencia, demagogia y corrupción española en Cuba. Por eso, acordaron citarse para el pueblo de Guáimaro durante las fiestas decembrinas de la Purísima Concepción y seguir intercambiando ideas.
En efecto, el 7 de diciembre de 1865 acudieron a Guáimaro Céspedes, Perucho Figueredo y Francisco Vicente Aguilera, entre otros patriotas de Bayamo y Manzanillo. Durante el intercambio de impresiones con los citados hijos del Tínima afloraron las cuestiones políticas, y resultó el punto nodal el futuro independiente de la patria. En los debates saltó a la vista de todos la coincidencia de criterios, esencialmente en que había llegado la hora de lavar con sangre el oprobio de tantos años sometidos al carro del despotismo ibérico. Los cubanos no podían seguir siendo explotados ni humillados en su propio suelo. Frente a tantos males acordaron “ser sostenedores de las dificultades, guías y animadores aglutinantes de los ideales revolucionarios de libertad.” No creían en las reformas ni soportarían más las cadenas oprobiosas.
Asociado a Francisco Vicente Aguilera y Perucho Figueredo, Céspedes estudió los métodos más adecuados para extender el fervor patriótico por el valle del Cauto y el Guacanayabo, donde había una cantera de excelsos criollos dispuestos a todos los sacrificios por la libertad. Para lograr la unidad ideológica de los patriotas y reunirse sin despertar sospechas de las autoridades colonialistas, fundaron logias masónicas, dependientes del Gran Oriente de Cuba y Las Antillas, cuerpo fundado por el médico y revolucionario trinitario Vicente Antonio de Castro. En Bayamo apareció la logia Estrella Tropical no. 19, en julio de 1866, y en Manzanillo la Buena Fe, en abril del 1868. Los integrantes de esta última eligieron a Céspedes Venerable Maestro y presidente del Comité Revolucionario de Manzanillo.
La palabra de orden de Céspedes seguía siendo la unidad del pueblo y la proclamación de su existencia como una nación libre y soberana. En diálogo con sus compañeros planteaba que había que unirse en la idea y en la acción, no sólo la clase de los ricos criollos, potentados pero esquilmados por el Estado colonial, sino todos los explotados y sojuzgados por el vejaminoso régimen extranjero, incluyendo el campesinado, los arrendatarios, los peones agrícolas, los artesanos y los maestros.
En el ciclo conspirativo, diciembre de 1867, en un anónimo llegado a manos de las autoridades españolas de Manzanillo, no sólo se acusaba a Céspedes de ser cabeza de un complot contra España, sino de agrupar a los campesinos de la comarca del Guacanayabo: “Tienen embullados a muchos montunos y también hay un fondo para socorrer a las familias de los conspiradores”. Esta visión, expuesta con claridad en las juntas conspirativas, determinó la movilización de integrantes de todas las clases y grupos sociales alrededor del proyecto libertador.
Aparte de su firme actitud en relación con el combate frontal contra el yugo español, Carlos Manuel mostró un característico estilo personal en cuanto a la formación de sus proyecciones políticas e ideológicas con las masas. Los rasgos de su sencillez y altruismo, honestidad y responsabilidad, atraían a su alrededor a los hombres ilustrados de la región, con los que mantuvo una comunión constante y abierta en cuanto a sus ideales independentistas y los modos de ponerlos en práctica. Era un hombre que expresaba con desenfado ideas y discutía las opiniones en un intercambio activo y a veces conflictivo. Era de los que gustaba de esclarecer cada detalle por muy espinoso que fuera. A no dudarlo, este modo de actuar consolidaba la ideología revolucionaria.
Estas perspectivas, a la vez, definieron claramente el compendio de las actividades cespedistas desarrolladas en la década de 1860 y el modo en que llegó a convertirse en el artífice de la Revolución, que puso en marcha, siendo ella su resultado más excelso. No fue solo fruto de un hecho insólito ni un impulso romántico, sino también derivación de un largo proceso histórico de tanteos y fracasos.
La conspiración, mientras crecía, conquistaba cientos de corazones, y excedía los marcos de una larga espera para el comienzo insurreccional que aparecía fuera del contexto de la denominada Era de las Revoluciones, lo que la convertía en un proceso original. Hito necesario e impostergable para descolonizar el país y ponerlo en la senda de los pueblos libres de Sudamérica, no sería consecuencia exclusiva del oprobio español ni de los truncados proyectos y sueños para la renovación social de los cubanos, sino también del valor y el sacrificio de una legión de dignos amantes de la libertad, que lograron unir en un popular movimiento emancipador a las clases, sectores y fuerzas interesadas en crear un nuevo sistema de relaciones sociales en Cuba.

El Jefe de la Revolución

A similitud de los bayameses Joaquín Infante y Manuel Cedeño, el ilustre abogado comprendió la importancia de la cooperación solidaria con las demás naciones. En este sentido declaró en el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, dirigido a sus compatriotas y a todas las naciones: “Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los pueblos, y si la misma España considera dejarla libre y tranquila la estrechará en su seno como una hija amante a la buena madre.”
Artífice de la construcción del arte militar cubano, Céspedes forjó el Ejército Libertador, una verdadera energía popular y cimiento de la lucha permanente. Implantó la dirección de la guerra y estableció los métodos correctos para alcanzar la victoria. Lo maravilloso es precisamente esto: que hombres con una elemental preparación militar organizaron y llevaron adelante una guerra anticolonial, formaron sus generales y libraron batallas extraordinarias. No sólo fueron capaces de preparar leyes y ordenanzas militares, sino también concebir campañas y operaciones bélicas y elaborar principios fundamentales para la victoria como el de arrebatarle las armas al enemigo, la cooperación entre las unidades combatientes, llevar la invasión de Oriente a Occidente, planificar la guerra marítima y el trato correcto a los prisioneros de guerra.
Asimismo, Céspedes sentó las bases del Estado cubano en una república democrática y una sociedad institucionalizada. Los principios republicanos formaron parte orgánica, insoslayable, de su discurso revolucionario. Sin dudas, era un político plenamente identificado con la necesaria radicalidad en cuestiones vitales como la abolición de la esclavitud, el sufragio universal, la educación popular, el acceso a la cultura de todas las clases y la confiscación de las propiedades de los contrarrevolucionarios y, en particular, en convertir los grandes dominios agrarios en pequeñas parcelas para ser entregadas por el Estado a los combatientes de origen campesino y sus familias.
En la realización cultural de la Revolución en marcha se pueden apreciar esos saltos hacia adelante, por el progreso social, la justicia para todas las clases mediante las votaciones populares y la creación de las Milicias Cívicas para cuidar el orden en los territorios liberado. En El Cubano Libre, del 7 de noviembre de 1868, Céspedes estableció la estrecha relación entre educación, política y libertad: “Es necesario que a la obra de destrucción siga la de edificación; destruir sin edificar es preparar una ruina inevitable. Derrocamos instituciones despóticas y aspiramos a gozar de la libertad; pues bien, procuremos educar a los hombres para ese régimen.”
La Cámara actuaba como si en frente no tuviesen el Ejército español coligado con la guardia civil, voluntarios y contraguerrilleros, todos empeñados en destruir el proyecto libertador.
Algún escozor produjo en Céspedes las murmuraciones de algunos por llevar el título de Capitán General del Ejército Libertador, por lo que en estos días declaró públicamente: “Nosotros no somos más que soldados decididos a morir defendiendo el estandarte que hemos levantado, y solo la necesidad de regularizar nuestro ejército y de atender a todos los ramos de la administración pública que hemos instalado, nos obligó a aparecer ante los ojos de nuestros compatriotas con distintivos y empleos que no cuadran con nuestro carácter ni se ajustan a nuestras aspiraciones.”
Y en otros renglones aclaraba: “Por tanto, declaramos con la mano puesta en el corazón que no queremos imponer nuestro gobierno a ninguno de los demás pueblos de la Isla y que estamos dispuestos a sujetarnos a lo que decida la mayoría de sus habitantes tan pronto como puedan reunirse libremente para entrar en el goce de su autonomía.”
En una entrevista en Sibanicú con los dirigentes camagüeyanos, el 8 de diciembre de 1868, Ignacio Agramonte expuso sus consideraciones sobre el diseño del poder republicano en medio de la guerra, regido por una constitución política, por lo que Céspedes le espetó: “¿Qué República? Hay que hacer primero la guerra. La República vendrá después. La guerra exige unidad del mando, poder central que ordene y dirija.” Pero por la necesidad de superar los desencuentros con el Camagüey y unificar los esfuerzos de todos los libertadores, Céspedes aceptó la división de los poderes y que se redactara una Constitución. En aras de la unidad ofrendó elementos muy preciados como el genio tempestuoso y su carácter irascible. Por eso decía: “Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter.”

El Presidente

Por fin, el 10 de abril 1869 se reunieron delegados de Oriente, Camagüey, Las Villas y La Habana en Guáimaro para formar un sólo Gobierno revolucionario. Acerca de los aportes del hombre de Demajagua a la fusión de las partes, José Martí exponía: “Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía inconveniente las disensiones.”
La Constitución elaborada en Guáimaro establecía que el poder ejecutivo sería desempeñado por un presidente; el legislativo residiría en una Cámara de Representantes, integrada por delegados de todas las regiones sublevadas; y el poder judicial tendría carácter independiente. Para presidente de la Cámara fue escogido Salvador Cisneros Betancourt. En cumplimiento de sus facultades, la Cámara eligió Presidente de la República a Carlos Manuel de Céspedes y como General en Jefe del Ejército Libertador al mayor general a Manuel de Quesada y Loynaz. Por esta fórmula, el único poder real quedaba en manos de los legisladores, siendo el Gobierno un mero ejecutor de sus disposiciones. De tal situación resultaba que en medio de la guerra la hegemonía política y militar residía en civiles, la mayoría de las veces desconocedores de la política de guerra que debía ejecutarse.
El general mambí Enrique Collazo consideró que lo alcanzado en Guáimaro era prueba patente de la inexperiencia política de los cubanos, porque la civilidad nacida de sus entrañas no se correspondía con las demandas de las circunstancias bélicas. “Si el día de la proclamación de la República —sustentó el militar santiaguero—se hubieran oído en Guáimaro los disparos de los rifles o de los cañones enemigos, hubiéramos tenido una Constitución menos republicana y un gobierno más adecuado a nuestras necesidades.”
La mayoría de los legisladores estuvieron cegados por el fantasma de la dictadura que sospechaban provenía de la inflexibilidad y radicalidad de Céspedes y el prestigio de algunos jefes militares. Actuaban como si en frente no tuviesen el Ejército español coligado con la guardia civil, voluntarios y contraguerrilleros, todos empeñados en destruir el proyecto libertador. En todo momento el bayamés luchaba por ajustar el método al momento histórico y en proceder lo más correcto posible en su titánica batalla política contra los idealistas doctrinarios de la Cámara. Las decisiones de Céspedes para apoyar el mando centralizado de las fuerzas patrióticas, le provocaron choques más de una vez con los diputados camagüeyanos y con el mayor general Ignacio Agramonte, jefe militar de Camagüey. Las polémicas las originaban los vetos a los proyectos de leyes de la Cámara, la libertad de los esclavos, la aplicación de la tea incendiaria, el reparto de las armas, la requisa de ganados y los surtidos de las tropas en los talleres.
Estos conflictos entre ejecutivo-legislativo Martí los estudió profundamente, sacando lecciones para la nueva organización de la lucha revolucionaria. En tal sentido el Apóstol señalaba: “Se le acusaba de poner a cada instante su veto a las leyes de la Cámara. Él decía: ‘Yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia’ (…) La Cámara; ansiosa de gloria pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre. Y venía el veto.”
Céspedes mantuvo siempre la dignidad de su puesto ante los jefes militares regionales, muchos de ellos blanco del caudillismo, el regionalismo y el desdén ante el desorden y las indisciplinas de sus subordinados. A los que cometían errores en sus mandos los criticaba de forma sincera y honesta, buscando consolidar la lucha en todos los frentes. De este modo, muchas veces, corrigió a los mayores generales Máximo Gómez, Vicente García, Manuel de Jesús Calvar, Calixto García y Carlos Roloff. Llegó a destituir a Gómez del mando de la División de Santiago de Cuba. Por suerte, más tarde, el general Agramonte comprendió la política centralizadora de Céspedes y la apoyó en buena medida. Cuando en marzo de 1872 Céspedes le cedió a la División de Camagüey varias armas de precisión que pertenecieron a la escolta del Gobierno, el general principeño le contestó: “Grato me es asegurar a usted que las fuerzas de Camagüey se hallan en el mejor espíritu, siempre dispuestas a cooperar en la obra de nuestra redención, sosteniendo el prestigio del Gobierno de la República.”
A pesar de las negativas de algunos diputados, Céspedes dispuso la invasión a Las Villas y ordenó a los mambises el empleo de la tea incendiaria contra los campos de cañas y los cafetales, con el objetivo principal de destruir la base económica que sustentaba al gobierno español en Cuba. El uso de estas medidas le otorgó a la guerra un carácter más general y con misiones específicas.
En medio de ese torbellino relucía la capacidad de Céspedes para guiar el golpe estratégico y táctico, el examen del mejor armamento, la mejor defensa de los campamentos, la organización de la lucha clandestina, el sistema de espionaje en las filas enemigas, los agentes secretos en las ciudades y poblados, los sabotajes en las ciudades, la creación de talleres militares y los modos más civilizados para conducir la contienda. Era la guerra del pueblo contra la opresión, contra la injusticia; el pueblo creando sus propios generales y estrategas militares.

Advirtiendo peligros

En su obra revolucionaria Céspedes reflejó la impronta con América Latina y el mundo en sus proyectos para cooperar en el logro de la independencia de Puerto Rico e Irlanda y hasta ayudar al pueblo español a sacudirse la monarquía de los Saboya y los gobernantes ibéricos conservadores, déspotas y corruptos.
Advirtió con su pupila de águila los peligros que sobre Cuba se cernían con las apetencias anexionistas estadounidenses, cuya esencia egoísta y traicionera señalaba a uno de sus agentes en el exterior, en julio de 1870: “Tal vez estaré equivocado, pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderase de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera para constituirse en poder independiente.” Al respecto realizaba sobre el país vecino una apreciación de gran alcance estratégico: “Este es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga y proponga, sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces y desinteresados.”
En el contenido específico de esta reflexión, Céspedes se ligaba nutridamente con la cima de la tradición antimperialista de la estirpe de pensadores sudamericanos como Bolívar, Benito Juárez y Eugenio María de Hostos. Por supuesto, la mirada esperanzadora estaba puesta en Inglaterra y las repúblicas de América Latina, un concepto que Céspedes venía empleando con mayor regularidad. Esta oposición clara y resuelta a los objetivos expansionistas estadounidenses se puede apreciar nítidamente en diferentes momentos de la existencia del Padre de los cubanos. Así, vale recordar lo que escribió a su esposa Ana de Quesada en febrero de 1874: “La política del Gabinete de Washington no se oculta tanto que deje de comprender a donde se dirigen todas sus miradas y lo que significan todos sus pasos.”
Destacaba también la importancia de la independencia de Cuba para la seguridad nacional de los países del continente sudamericano. En tal sentido, en una misiva al presidente de Ecuador, Gabriel García Moreno, el 15 de diciembre de 1870, informaba: “Algunas naciones de nuestro origen han reconocido en seguida nuestra beligerancia e independencia, y nuestro pueblo ha determinado colocar la bandera de la libertad en todos los baluartes de la Isla o perecer en la contienda, antes que admitir que los españoles gobiernen un país que, hasta ahora, ha sido utilizado por las monarquías europeas como un arsenal y un depósito material para atacar los derechos de la América Libre.”
La mención directa del peligro que aún representaba España para la soberanía de las repúblicas sudamericanas evidencia la aguda mirada de Céspedes al panorama político y social de América Latina, la falta de unidad de los países del continente, aspectos que España tenía en cuenta para la revancha y reconquista. “Esta es una lucha —recalcaba Céspedes— en la cual España defiende esclavitud y tiranía, ejerciendo toda clase de carnicería y ultrajes, y en la que nuestro pueblo se sacrifica heroicamente, respetando todos los derechos humanos y marchando con fe y perseverancia a la conquista de sus derechos.”
Esta cuestión de la soberanía de los cubanos Céspedes la reiteraba frecuentemente en sus escritos políticos. En la famosa carta del 10 de agosto de 1871, dirigida a un alto un político estadounidense, subrayaba: “El pueblo de Cuba, lleno de fe en sus destinos de libertad y animados de inquebrantable perseverancia en la senda del heroísmo y de los sacrificios, se hará digno de figurar, dueño de su suerte, entre los países libres de América.”
En todo momento mostró un alto sentido de la justicia social, la alineación con los humildes y la lucha firme y constante contra el caudillismo, el regionalismo, el desorden y las indisciplinas. A los que cometían errores en el ejercicio de sus funciones, tanto militares, como civiles y diplomáticas los criticaba de forma sincera y honesta, buscando consolidar la lucha en todos los frentes. Dejó útiles consejos y reflexiones en torno a los más disimiles problemas de la vida y la sociedad, todo un ideario humanista y justo. Y, a la vez, son armas ideológicas para la lucha por la Revolución, la cual siempre soñó vigorosa e inmortal.

“Yo estoy frente a la Historia”

En la edición del 29 de julio de 1869 del periódico El Cubano Libre, el presidente Céspedes insertó el anunció siguiente: “Al Público: El que suscribe, deseoso de contribuir por su parte, en todo lo posible a la ayuda y recompensa de las familias desvalidas cuyos padres, hijos o hermanos hubiesen muerto por la libertad de Cuba, ofrece ceder en propiedad a cada uno de ellas, luego de concluida la guerra de independencia, una caballería de tierra de sus bienes particulares, hasta donde estos alcancen a realizar sus propósitos. Al efecto, habrán esas familias llenar previamente el requisito de justificar en debida forma aquellas circunstancias.”
El que Carlos Manuel realizara este anuncio en la prensa oficial de la República pone en evidencia las muchas propiedades territoriales que poseía en los distritos de Bayamo y Manzanillo, calculadas en más de 2 mil caballerías de tierras, distribuidas en haciendas, potreros, corrales de puercos, vegas de tabacos y estancias. El modo en que anunciaba despegarse de una parte de este rico patrimonio, como legado a las familias de los mártires de la revolución, constituye un gesto altruista sin igual en los anales de la historia cubana. El hecho de convertir sus grandes latifundios de Macaca, La Junta, Fabiana y Cahallacas, entre otras, en lotes de una caballería de tierra, sentaba las bases para la expansión de la pequeña propiedad, cuya existencia podría ser uno de los proyectos futuros de la Revolución en el poder.
Ante las noticias de su posible destitución de su cargo de Presidente de la República de Cuba en Armas por la Cámara de Representantes, que venía manejándose desde diciembre de 1869, Céspedes tenía suficiente fuerza moral para manifestar públicamente: “yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la Historia, frente a mi país y frente a mí mismo. Cuando yo creo que debo poner mi veto a una ley, lo pongo, y así tranquilizo mi conciencia.” Tenía pleno conocimiento de la enorme responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, como el primer ciudadano y máximo representante del pueblo insurrecto. Por eso, apoyado en sus grandes conocimientos jurídicos y sólida cultura general podía discernir con claridad y decidir lo que había que hacer en cada momento. Sin embargo, donde había rectitud y apego a los principios republicanos, sus enemigos políticos sólo veían orgullo y prepotencia.
La vigencia de Céspedes no acaba ni acabará. La luz de su pensamiento siempre acompañó y animó a los hombres dignos en las sucesivas luchas por la liberación nacional. Martí bendijo sus condiciones de hombre de mármol y monarca de la libertad. El general de división mambí Emilio Núñez afirmaba en 1905: que honrar su memoria no era “sólo deber que el patriotismo impone y la gratitud demanda, sino glorificación merecida a la pléyade de patriotas ilustres que respondiendo al grito dignificador de la patria, Independencia y Libertad, lanzado por el inmortal en Yara, lucharon como titanes en la décadas del rudo batallar.”
En tanto, en su alegato La historia me absolverá, Fidel Castro patentizó que las acciones del 26 de julio de 1953 seguían la impronta luminosa e inmortal de Céspedes. Y la tuvo siempre presente como luego reiteraría en Demajagua, el 10 de octubre de 1968, en el acto por el centenario del grito de independencia: “No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo –heterogéneo todavía– que comenzaba a nacer en la historia”

Aldo Daniel Naranjo Tamayo

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