lunes, 19 de enero de 2015

Crisis, globalización y giro al mercado, un análisis de Rolando Astarita




"El acuerdo de diciembre se inscribe en la misma línea tendencial que se desarrolla desde hace más de tres décadas: la transformación de regímenes económico-sociales burocráticos, no capitalistas, en economías capitalistas". Desde ANRed publicamos la primera parte de un escrito de Rolando Astarita en el que realiza algunas reflexiones sobre el acuerdo con EE.UU. en relación a la situación de la isla y la política que está implementando la dirección del Partido Comunista cubano.

El acuerdo entre EEUU y Cuba, anunciado el 17 de diciembre, dispone, entre otras medidas, la normalización de las relaciones diplomáticas, la ampliación de los permisos de viajes desde EEUU; la autorización de transacciones financieras entre ambos países (por lo cual las instituciones financieras de EEUU podrán abrir cuentas en las instituciones cubanas); la autorización para vender productos informáticos y la ampliación del acceso a Internet para los cubanos; y el aumento de la lista de productos que las empresas estadounidenses pueden exportar a Cuba, o los estadounidenses llevarse desde Cuba. Además, Obama propone al Congreso de EEUU levantar el bloqueo. En esta nota presento algunas reflexiones sobre el significado de este acuerdo en relación a la situación de la isla y la política que está implementando la dirección del Partido Comunista cubano. Dada su extensión, he dividido la nota en varias partes.

Una línea tendencial

La primera cuestión a tener en cuenta es que el acuerdo de diciembre se inscribe en la misma línea tendencial que se desarrolla desde hace más de tres décadas: la transformación de regímenes económico-sociales burocráticos, no capitalistas, en economías capitalistas. La lista es conocida: China, Vietnam, la ex URSS, los países de Europa del Este, Albania. Todos estos países hoy están integrados al mercado mundial capitalista, y sus economías son capitalistas. La idea que se desarrolla en esta nota es que la dinámica de Cuba se ubica en esta línea tendencial, pero con la particularidad de que el viraje hacia el mercado ha comenzado más tarde, se ha dado de manera no lineal, y ha sido más lento y controlado por el Estado. Es que cuando se produjo la caída de la URSS, y la economía de Cuba cayó en una profunda depresión entre 1989 y 1993, la respuesta del gobierno fue endurecer el control estatal. Por eso, a comienzos de los 1990, Cuba se movía en sentido opuesto al resto de los países del ex bloque soviético, que por ese entonces se transformaban rápida y abiertamente en capitalismos.
Sin embargo, dada la profundidad de la crisis, desde mediados de la década del 90 en Cuba comenzaron a implementarse, lentamente, medidas de mercado, a la par que se experimentaba una recuperación económica. El gobierno continuó definiendo su proyecto como “socialista”, pero admitía la utilización de relaciones monetario-mercantiles, los “mercados regulados” y un sistema de gestión progresivamente descentralizado; además, en 1998 comenzó la apertura a los capitales extranjeros. Ese año Juan Pablo II hace una visita a Cuba.
Se produjo entonces una recuperación, y a partir de 2001 la ayuda de Venezuela contribuyó también a paliar las dificultades. Sin embargo, se mantuvieron las debilidades estructurales de la economía (entre ellas, la baja productividad). Para superarlas, el gobierno ha ido profundizando la apertura de los mercados. Entre los datos más relevantes, digamos que desde 2011 aumentaron significativamente los negocios privados, se despidieron trabajadores del Estado y se aprobó (a mediados de 2014) una nueva ley de inversiones extranjeras, para reactivar el ingreso de capitales. Según el vicepresidente, y ministro de Economía, Marino Murillo, Cuba necesitaría entre 2000 y 2500 millones de dólares anuales de inversión externa. Tengamos presente que Cuba tiene un fuerte déficit en su balanza comercial (más de 9.400 millones de dólares en 2013).
En este contexto, la caída de los precios del petróleo, que impacta de pleno en Venezuela, acelera los tiempos de la “actualización del modelo”, como se llama oficialmente al conjunto de medidas. Es en este marco que el gobierno de Cuba se manifiesta dispuesto a abrirse a los negocios con las empresas estadounidenses, a condición de que se levante el bloqueo. Se afirma así el giro que se ha venido registrando desde hace casi dos décadas, en la misma línea tendencial que el resto de los ex regímenes burocrático estatistas.

Interpretaciones alternativas

Este análisis, que pone el acento en la crisis económica de Cuba y las tendencias a la globalización, se opone a los que interpretan que la reanudación de las relaciones diplomáticas, y el eventual levantamiento del bloqueo, son el resultado de la combinación entre la debilidad económica del capitalismo, y la lucha de los pueblos contra el imperialismo. Empezando con la crisis, es cierto que la economía mundial está en una situación de semi-estancamiento (ver aquí y siguientes), y que en las últimas semanas se agravaron al extremo los problemas de muchos países exportadores de petróleo (Rusia y Venezuela en primer lugar). Pero la apertura de las relaciones de EEUU con Cuba tiene poco que ver con alguna dificultad particular que enfrente hoy la economía estadounidense. Tampoco es el resultado simple y directo de la caída de los precios del petróleo (después de todo, las negociaciones secretas previas al acuerdo de diciembre insumieron 18 meses), sino un efecto particularizado de la creciente internacionalización del capital. Hay que tener en cuenta que esta internacionalización se desarrolla con relativa independencia de la coyuntura económica mundial (por caso, no se revirtió a partir de la crisis del 2007). A su vez, es este impulso a la globalización del capital el que está detrás del giro en las relaciones EEUU – Cuba, y el que hace cada vez más inviable la construcción de “socialismos reales” en las fronteras de un solo país.
Por supuesto, hay que destacar que Cuba ha logrado resistir el bloqueo y múltiples agresiones por parte de EEUU durante décadas. Pero esta resistencia no es sinónimo de avance al socialismo. Desde hace ya muchos años que no hay lugar para hablar siquiera de alguna forma de “transición al socialismo”, o de avance hacia la socialización efectiva (esto es, el control directo de los trabajadores) de los medios de producción en Cuba. La realidad es que la economía cubana está estancada, y la clase obrera está excluida de la dirección efectiva del país. Nadie debería llamarse a engaño con las repetidas declaraciones del gobierno cubano acerca de que se sigue construyendo el socialismo en la isla. El de Cuba es un régimen burocrático estatista, de naturaleza social similar al soviético (ver aquí y aquí para una discusión sobre qué fue la URSS), que ha llegado a un impasse. Y para superarlo, el gobierno adopta las medidas de tipo “perestroika” que tomaron en su momento otros “socialismos reales”.
En cuanto al contexto político, la interpretación que propongo también está muy alejada de los que afirman que el acuerdo de diciembre es el resultado del retroceso de EEUU ante la ofensiva de los pueblos. Es una interpretación que estaría en línea con el diagnóstico de Fidel Castro de 2005, cuando planteó que EEUU estaba empantanado en Afganistán e Irak, y que se daban las condiciones para una “nueva ofensiva de los pueblos contra el Imperio”; y también es acorde con la idea de que el chavismo, junto a Cuba, están al frente de esa ofensiva. Pero la realidad es que “la ofensiva antiimperialista de los pueblos” no ha detenido, desde 2005 a la actualidad, la internacionalización del capital, ni ha impedido que los males de la crisis capitalista se descarguen sobre los trabajadores.
La crisis tampoco ha dado lugar a procesos masivos de radicalización hacia la izquierda, ni en EEUU ni en el resto de los países más importantes. Por otra parte, el chavismo, que supuestamente habría reactualizado el ideal liberador y socialista de los pueblos, es un régimen burocrático de capitalismo de Estado, y en descomposición (ver aquí). Por eso, hoy no es polo de atracción para las masas de América Latina, ni de ningún otro lugar (como botón de muestra: hasta los candidatos “progresistas de izquierda” de Argentina, cuando presentan sus propuestas, se preocupan de tomar distancia del chavismo para no espantar votos). En cuanto a los movimientos “antiimperialistas” de Asia o África, como ISIS o Boko Haran, son de corte reaccionario, claramente anti-socialista, y actúan como factores de división y enfrentamiento interno de los pueblos. Agreguemos que hace ya muchos años que Cuba ha dejado de lado cualquier estrategia que contemple extender una revolución socialista a América Latina (o África). Por el contrario, ha actuado la mayor parte de las veces como moderadora, y se ha mostrado cercana de gobiernos burgueses, como el kirchnerista, cuyo “radicalismo” es solo de palabra. En particular hay que destacar el rol de la dirección cubana en las negociaciones de paz en curso entre las FARC y el gobierno colombiano; y el papel que puede jugar en la eventualidad de que hubiera un estallido social en Venezuela.

Dos líneas históricas del capital

A fin de ampliar el horizonte del análisis, recordemos que ya frente a la Revolución Rusa no hubo una sino dos líneas principales del capital para enfrentar al gobierno de los soviets. La primera fue, por supuesto, la intervención armada. Esto es, el intento de ahogar en sangre a la revolución; el acoso directo, las sanciones económicas y el hostigamiento militar se inscriben también en esta orientación. La segunda vía propuesta fue la penetración económica. La idea era promover un capitalismo “de base” al interior de la Rusia soviética, a partir de la relación directa de la pequeña burguesía, o de la vieja burguesía, con el capitalismo mundial; Ustriánov era el representante más destacado de esta corriente.
Ante este desafío, tanto Lenin como Trotsky consideraron que esta forma de lucha contra los soviets era, por lo menos, tan peligrosa como la intervención armada. Así, cuando se adoptó, a comienzos de los años 20, la “Nueva Política Económica”, Lenin advirtió que un sector de la burguesía apostaba a que la NEP evolucionara al capitalismo, provocando la degeneración interna del régimen (precisemos que la NEP intentaba restablecer relaciones de mercado con el campesinado a fin de elevar la productividad). Decía el líder bolchevique: “las cosas de las que habla Ustriánov son posibles. (….) El enemigo dice la verdad de clase y nos señala el peligro que tenemos ante nosotros. Lo que guía al adversario es lograr lo inevitable” (“Informe político del CC del PC (b) al XI Congreso, marzo 1922). Luego de señalar que esta apuesta de la burguesía tenía una base social receptiva en “el estado de ánimo de miles, decenas de miles de burgueses o empleados soviéticos, que participan de nuestra nueva política económica”, agregaba: “No nos atacan de frente, no nos agarran por el cuello. Aún queda por ver qué pasará mañana, pero hoy no nos atacan con las armas en la mano; a pesar de todo, la lucha contra la sociedad capitalista es cien veces más encarnizada y peligrosa, porque no siempre vemos con claridad dónde está el enemigo y quién es nuestro amigo”.
Lenin, de todas maneras, confiaba en el poder de los soviets para conducir políticamente y encauzar la marcha de la economía hacia una construcción socialista (al menos, de sus bases, en tanto Rusia estuviera aislada). Pero el peligro era real. Por su parte, también Trotsky advertía, a mediados de los 1920, sobre los efectos que tendría una invasión de mercancías baratas, a través de la cual se soldara al campesino -que en esos años se enriquecía en los entresijos del régimen soviético-, con el mercado mundial. En oposición a la política de entonces de Bujarin y Stalin, Trotsky sostenía que no habría una asimilación tranquila y evolutiva hacia el socialismo de la minoría campesina enriquecida, e insistía en que la combinación de mercado y plan (necesaria en una construcción socialista) exigía un tercer pilar, el poder de los soviets. De lo contrario, si en lugar de soviets hay burocracia y falta de poder obrero, a largo plazo, inevitablemente, el mercado se impone. Sin embargo, la meta declarada de todas las reformas pro-mercado en los regímenes burocrático-estatistas es que el pequeño propietario, estimulado por el interés privado, aumente la producción; y que al mismo tiempo se convierta -por una transformación nunca explicada-, en pilar del socialismo. Es la vieja ilusión bujarinista (al pasar: no es casual que al iniciarse el giro hacia el mercado las obras de Bujarin fueran traducidas y editadas en China por el gobierno).

Ataque directo o invasión con mercancías y capitales

En relación a Cuba, es claro que desde el triunfo de la Revolución en EEUU se impuso la orientación del “asalto directo”: invasión de playa Girón en 1961, crisis de los misiles en 1962, repetidos planes para asesinar a Fidel Castro y operaciones de desestabilización. La más reciente fue la infiltración clandestina en el movimiento juvenil cubano hip-hop. Todo esto acompañado del bloqueo (en realidad, una prohibición a los estadounidenses de comerciar, viajar o invertir en Cuba) durante más de cinco décadas; bloqueo reforzado en 1996 por la ley Helms Burton.
Pero esta política está siendo cada vez más cuestionada. Hoy se oponen al bloqueo el Vaticano, las burguesías latinoamericanas, la Asamblea General de la ONU, la Unión Europea, y por supuesto, China y Rusia. Y también ha crecido la presión por un cambio de política en el establishment estadounidense. Por ejemplo, The New York Times pide a Obama que “ayude a expandir la clase empresarial cubana” flexibilizando las sanciones. “Washington podría empoderar el campo reformista al facilitar que los empresarios cubanos obtengan financiamiento externo y formación empresarial”, para lo cual pide que se levanten las sanciones” (NYT, 15 diciembre de 2014). The Economist, Bloomberg, columnistas del Washington Post y Newsweek, entre otros, también están por un cambio de política. La misma posición adoptó la Cámara de Comercio, y grandes empresas estadounidenses, que desean invertir en Cuba en turismo, agricultura, construcción, servicios de telecomunicaciones y financieros, entre otros rubros; a lo cual se suman las perspectivas de exportaciones, en particular de alimentos como cereales. Por otra parte, sectores del exilio cubano llamados de la segunda o tercera generación, están a favor de levantar el bloqueo. La idea es la expresada por Obama: el bloqueo no ha dado resultado, es hora de cambiar.
En la vereda de enfrente continúan los representantes más recalcitrantes de la derecha tradicional, y el viejo exilio cubano. Pero incluso en el viejo exilio aparecen algunas fisuras. Tal vez la más significativa sea la familia Fanjul, que durante décadas militaron en el anticastrismo más duro. Los Fanjul poseen intereses en la industria del azúcar en Florida y Centroamérica, y quieren extender sus negocios a Cuba; esto explicaría que hayan firmado una petición dirigida a Obama pidiendo la normalización de relaciones de EEUU con Cuba.
A la vista de lo anterior, pensar que las medidas establecidas en el acuerdo Cuba – EEUU tenderán a fortalecer la construcción del socialismo cubano, es una ingenuidad. Más abajo desarrollamos los efectos que está teniendo la combinación de mercado y control burocrático en la sociedad cubana; pero en este punto hay que tener en claro que EEUU no está retrocediendo a una posición defensiva (aunque haya liberado a los prisioneros cubanos). El objetivo del gobierno de Obama es “lograr lo inevitable”: que la entrada de mercancías y capitales fortalezca una acumulación de capital de decenas de miles de pequeños empresarios, para generar una evolución económica y social que pueda terminar, en el mejor de los casos, en una implosión, dando paso a una democracia burguesa abierta. Alternativamente, como “segundo mejor”, ir hacia un capitalismo de Estado, en asociación con el capital privado y extranjero, al estilo de China o Vietnam. Esta última parece ser la vía a la que se juega la mayoría (todo indicaría que existen resistencias) de la dirección del PC de Cuba.

Cuba: Crisis, globalización y giro al mercado (II)

Crisis, zigzags, avance de fondo hacia el mercado

En la primera parte de la nota hemos apuntado que cuando los países del bloque soviético pasaban, a comienzos de los 1990, rápida y abruptamente al capitalismo, en Cuba se mantuvo la centralización estatal de la economía. Sin embargo, desde mediados de esa década, en la isla hubo una alternancia entre centralización burocrática y medidas pro mercado. En esa alternancia subyace una lógica, determinada por la crisis y su relación con la gestión estatal burocrática, que es necesario explicar.
Antes de entrar en el tema, conviene hacer una precisión: cuando se habla de estancamiento y crisis de la economía de Cuba no se niegan los logros en salud y educación. Cuba cumplió con los objetivos del milenio de la ONU; tiene la tasa de mortalidad infantil más baja de América Latina, su tasa de mortalidad materna es una de las menores a nivel internacional; está ubicada en el puesto 14 a nivel mundial del índice de Educación Para todos; la expectativa de vida al nacer es de 79 años; su sistema de seguridad social es superior al de la mayoría de los países subdesarrollados; y ocupa el puesto 51 entre 187 países en lo que hace a desarrollo humano (Informe 2011, PNUD). Sin embargo, estas cifras no deben ocultar la gravedad de su situación económica y social. Después de todo, hasta las vísperas mismas de la caída de los regímenes stalinistas, muchos exhibían indicadores sociales más que aceptables en varios ítems. Pero sus economías estaban muy debilitadas, y terminaron colapsando.
Algo similar se puede decir de Cuba, y las dificultades no se pueden explicar solo por la caída de la URSS en 1990, o el bloqueo de EEUU. Tengamos presente que ya en el quinquenio anterior a 1990 la economía cubana evidenciaba agotamiento: entre 1985 y 1989 el crecimiento fue de solo el 2% promedio anual, y en 1986 el gobierno debió declarar la moratoria de la deuda externa. En este marco, el corte del subsidio soviético disparó un derrumbe económico de proporciones. Entre 1989 y 1993 –el llamado “período especial”- el PBI de Cuba cayó un 35%; cerró el 80% de la industria por falta de insumos y el comercio exterior colapsó.
Como respuesta a esta gran depresión, desde mediados de la década de los 1990 el gobierno lanzó algunas medidas pro mercado. Así, se legalizó el empleo autónomo y se dio permiso para contratar familiares en determinados puestos. En la agricultura se crearon cooperativas semi-privadas (aunque la tierra siguió siendo del Estado) y se permitió a los productores vender parte de su producción. En consecuencia, el empleo autónomo creció hasta representar, en 1999, el 4% del total del empleo (era aproximadamente el 1,5% a comienzos de la década). También se despenalizó la tenencia de divisas y se permitió la remesa de dólares de los cubanos del exterior. Esto significó que las remesas pasaran de unos 160 millones de dólares anuales en 1993 a más de 700 millones en 1997, y que se mantuvieran a un nivel cercano a los 800 millones a principios de los 2000. En 1999 superaron a las entradas de divisas por exportación de azúcar. Por otra parte, en 1994 se aprobó una ley de inversiones extranjeras. Las inversiones extranjeras en los 90 se volcaron en especial al sector turismo (mayoritariamente empresas españolas, que entraron en la administración de hoteles construidos por Cuba), pero también a la minería (los canadienses en la explotación del níquel) y energía. Todo lo cual aportó divisas y activó, al menos parcialmente, a la economía.
En consecuencia, y al compás de estas reformas, se revirtió la caída del “período especial”. Esta es una cuestión que a veces la izquierda deja de lado en sus análisis: las medidas pro mercado, injertadas en las economías burocrático-estatistas, pueden dar lugar a aumentos de la producción y a la mejora del aprovisionamiento de bienes y los ingresos. Este es el hecho cierto en que se basan los que proponen, con argumentos de izquierda (“profundizar el modelo socialista”), avanzar en reformas de tipo perestroika para impulsar una economía estancada y dirigida burocráticamente (véase, por ejemplo Abel Aganbeguian, Perestroika. Le double défi soviétique, Economica 1987). En el caso de la URSS se trataba de introducir estímulos materiales a través de mecanismos de mercado, en una sociedad que descreía del ideario programático del socialismo.
Mucho de esto se aplicaba ya a la economía cubana de los 1990, con el agravante de que su base tecnológica e industrial era infinitamente más débil que la soviética. Las apelaciones a la “conciencia y compromiso socialista con el trabajo”, pasadas cuatro décadas del triunfo de la Revolución, y en un entorno de penuria y régimen burocrático, tenían cada vez menor eco en la población. Por eso las medidas de mediados de los 1990 apuntaban a incentivar el interés individual, con el objetivo de aumentar la productividad; a la par que se abría parcialmente la entrada de fondos externos.

Giro a la centralización

Sin embargo, las medidas pro mercado también generan impulsos que socavan la economía estatizada. Por ejemplo, el incremento de remesas dio lugar a diferenciaciones sociales crecientes. También generó en algunos sectores una cultura rentística –para muchos es un ingreso más importante que el salario que reciben en una empresa estatal- y comenzó a generar acumulación de riqueza que, en algún momento, termina volcándose al mercado (ver más abajo). De la misma forma, las actividades por cuenta propia también generan impulsos a la diferenciación social; por caso, entre aquel que se enriquece y puede incluso contratar mano de obra, y el que fracasa y se arruina. Así, de a poco, se incuban en los poros de la economía estatizada las fuerzas sociales que impulsan hacia el capitalismo. Hay que subrayar que se trata de una dinámica que muchas veces escapa incluso al control de los reformadores (en la URSS muchos de los que proponían la perestroika admitieron luego del colapso que su meta no era transformar a la economía en capitalista, sino mejorar el sistema).
Lo anterior explica la reacción de sectores de la dirigencia cubana, encabezados por Fidel Castro, que trataron de mantener un férreo control de la economía estatizada. Por eso, apenas lograda cierta mejora, intentaron cerrar el grifo del mercado y ahogar toda disidencia interna. Desde un punto de vista ideológico, nada expresa mejor esta orientación que el balance positivo que mantenía Fidel, a comienzos de los 2000, de la invasión soviética de 1968 a Checoslovaquia. Decía: “… en Checoslovaquia se marchaba hacia una situación contrarrevolucionaria, hacia el capitalismo y hacia los brazos del imperialismo. Estábamos totalmente en contra de las reformas liberales económicas que estaban teniendo lugar allí y en otros países del campo socialista. Una serie de medidas que tendían a acentuar cada vez más las relaciones mercantiles en el seno de la sociedad socialista: las ganancias, los beneficios, los lucros, los estímulos materiales, todas esas cuestiones que estimulan los individualismos y los egoísmos. Por eso nosotros aceptamos la amarga necesidad del envío de fuerzas a Checoslovaquia…” (entrevista de Ramonet a Fidel Castro, citada en la primera parte de la nota, p. 595). Por supuesto, ni en Checoslovaquia, ni en el resto del bloque soviético, los tanques fueron la solución a la falta de productividad, ni al descreimiento en el discurso oficial, ni a la economía de penuria. El final de la historia es conocido.
En cualquier caso, desde finales de la década de 1990 el gobierno cubano revierte la apertura al mercado: Fidel denuncia a la empresa privada y a los trabajadores por cuenta propia como parásitos y generadores de corrupción; se retira de circulación el dólar y se instala la doble moneda; y la economía se centraliza de nuevo fuertemente. Como resultado, el sector privado se retrajo, la inversión extranjera se detuvo y muchas empresas se retiraron dela isla, aduciendo falta de rentabilidad y obstáculos por parte del Estado para operar.
Como parte de este programa, en 1999 Fidel también lanza la movilización por la “Batalla de Ideas”, que se dispara a raíz del reclamo a EEUU de la devolución del niño Elián González. Según el discurso oficial, la “Batalla de Ideas” significaba pasar a la ofensiva para continuar desarrollando la Revolución. Se proclamaba así el inicio de una nueva etapa de “rectificación de errores y tendencias negativas en Cuba”, para buscar mayor eficiencia y eficacia. La apuesta era que Cuba desarrollase la “economía del conocimiento”. La tesis que sustenta esta orientación sostiene que en la actualidad el conocimiento ha pasado a ser el factor fundamental de la creación de riqueza.
Por otra parte, dos factores contribuyeron a aliviar la situación económica: las remesas de dólares y el subsidio venezolano. Ya hemos señalado cómo las remesas saltaron en los 1990, y la mayor centralización no frenó el flujo. Desde entonces constituyeron un factor no despreciable para la economía cubana. Por ejemplo, en 2013 alcanzaron casi los 2.800 millones de dólares.
En lo que respecto al subsidio de Venezuela, consiste en la entrega de 100.000 barriles diarios de petróleo con financiamiento muy ventajoso: Cuba paga a los 90 días el 50% y el otro 50% a 25 años, con dos de gracia y una tasa de interés del 1%. A cambio, la isla envía médicos (según Granma, habría unos 30.000 médicos cubanos en Venezuela), y también personal de seguridad y militar. Sin embargo, la venta de estos “servicios” no refleja los costos reales, ya que su precio está atado al precio del petróleo. Según The Economist, en 2012, y contabilizando 115.000 barriles diarios enviados a Cuba, el subsidio rondaría los 3500 millones de dólares anuales; algunos economistas elevan esa cifra hasta 8000 o 9000 millones, lo que equivaldría al 20% del PBI de la isla. Los montos son difíciles de calcular, debido a la falta de información; pero se reconoce, incluso oficialmente, que el corte de ese flujo podría ser un golpe muy duro para Cuba.
El giro hacia una mayor centralización y la ofensiva contra el sector privado posiblemente también empalmaron con la caracterización de Fidel que, en 2005, se daban las condiciones para una ofensiva de los pueblos contra el imperialismo. Y en la confianza de que el régimen de Chávez se consolidaba cada vez más.

Impasse económico y político

Sin embargo, y a pesar del alivio de las remesas y los subsidios venezolanos, los problemas de fondo subsistieron. Hacia fines de la primera década de los 2000, la producción industrial estaba al 43% de los niveles de 1989; el empleo industrial no remontaba; y la agricultura estaba estancada al nivel de una década atrás. Tal vez el dato más significativo era la debilidad de la inversión. “La relación formación de capital bruto – PBI promedió 12,5% entre 1996 y 2008, un valor bajo desde el inicio para los estándares internacionales; en una encuesta en la que participaron 157 países, la tasa de inversión cubana se mantuvo firme por debajo del décimo porcentaje [esto es, del 10% del PBI] durante el período 1990-2008. El gobierno no alcanzó sus objetivos de inversión, y solo realizó el 76% de las inversiones planificadas (2007-2009)” (Richard Feinberg, “Extender la mano: la nueva economía de Cuba y la respuesta internacional”, noviembre de 2011, Iniciativa para América Latina, http://www.brookings.edu/~/media/research/files/papers/2011/11/18%20cuba%20feinberg/1118_cuba_feinberg_spanish).
En lo que respecta a la “Batalla de Ideas”, no tuvo mayores efectos prácticos La realidad es que las posibilidades de generar riqueza apelando solo al conocimiento, esto es, sin medios de producción, son muy limitadas. Un ingeniero puede saber teóricamente cómo se puede extraer petróleo del lecho del mar, pero si no dispone de equipos, no tiene manera de llevar a la práctica su teoría (ni de mejorarla a través de la práctica). La “Batalla de Ideas” como palanca de desarrollo de las fuerzas productivas traducía más bien una orientación voluntarista, que por otra parte es bastante común en las administraciones estatistas burocráticas (el materialismo de “manual soviético” se acompaña muchas veces de una fuerte dosis de idealismo). La economía cubana no podía remontar el atraso en base solo al conocimiento y la preparación universitaria de su juventud. El envío de médicos cubanos a otros lugares del mundo es solo un paliativo a los problemas de falta de divisas. Por otra parte, la dependencia de los envíos venezolanos ponía de manera creciente a Cuba en una situación de fragilidad. En resumidas cuentas, la orientación de remontar la economía con más control burocrático y convocatoria a una nueva “batalla”, se evidenció cada vez más como una salida fallida.
Por supuesto, estos problemas de la gestión estatista burocrática tienden a ser barridos debajo de la alfombra por la izquierda de mentalidad estatista y burocrática. Pero no por eso desaparecen. Se mantienen y vuelven a aflorar a cada paso. Es que la voluntad no se despliega en base a convocatorias de “comisarios socialistas del conocimiento”, por más heroicos que sean sus pasados. Hay que motivar, y la motivación no existe cuando el Estado se convierte en una abstracción colocada por encima y frente al individuo, y cuando existe un régimen de penuria crónica de bienes. Máxime cuando se están generando crecientes diferencias, y sectores de la dirigencia se aprovechan de sus puestos para enriquecerse (véase más abajo; el propio Fidel reconocía, en 2005, que la corrupción existente en el aparato del Estado podía acabar con la Revolución). En esas circunstancias, es imposible que pueda desplegarse lo que Raya Dunayevskaya llamaba “la negatividad absoluta como el principio motriz y creador”, que concilia la individualidad con el humanismo socialista, esto es, con el humanismo real.
Por eso, la orientación burocrática aboca en un callejón sin salida, a partir del cual se imponen los reformadores pro mercado. La “nueva alternativa” pasa entonces por desarrollar –aunque sea parcialmente al comienzo- el interés individual, apoyado en el mercado y la explotación por vía privada; en el marco de una corrupción que sigue posibilitando la acumulación privada. Es lo que sucedió en Cuba a partir de 2008, aproximadamente. Y desde entonces, se han ido profundizando estas medidas, con un sentido cada vez más inequívoco.

Rolando Astarita

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