Ámsterdam se convirtió, el miércoles pasado, en el escenario de un choque de barras bravas israelíes contra la población árabe de la ciudad y los ciudadanos holandeses que se solidarizan con la lucha palestina, con motivo de un partido por la “Liguilla”, entre el Ajax y el israelí Maccabi. La prensa internacional lo presentó como un inmenso pogrom antijudío, comparable al holocausto de la segunda guerra mundial. El “discurso del odio” se adueñó de la llamada “prensa libre” que, debajo de esos titulares, no pudo dejar de informar. Así nos enteramos de que, en el camino del centro de la ciudad al estadio, una gran multitud de aficionados israelíes (estuvo) entonando consignas antiárabes en camino al juego (La Nación 9/11). Las consignas fueron repetidas cuando las autoridades del partido pidieron un minuto de silencio por la tragedia en Valencia, que no fue observado por las barras bravas en cuestión. Otro cantito típico fue: “¿Por qué no hay escuelas en Gaza? Porque no queremos niños ahí”; el día anterior habían destrozado un taxi y quemaron una bandera palestina (Clarín, 10/11). El pogromo, si cabe para el caso, fue protagonizado por las barras sionistas, como ocurre regularmente en Cisjordania.
Pero por qué una representación de fútbol de un Estado genocida ha sido admitida para participar de una confrontación deportiva que se repetirá el miércoles que viene, en París. No fue lo que ocurrió con las representaciones deportivas o artísticas de Rusia, que tienen prohibida la participación en eventos internacionales, incluso cuando se trata de nacionales que viven en el extranjero. Benjamín Netanyahu ha sido declarado criminal de guerra por la Corte Penal Internacional y responsable de un genocidio. Este mismo personaje acaba de ordenar al Mossad, una organización conocida por su criminalidad, a ‘proteger’ a connacionales en el exterior, en una manifestación impresionante de la intención de llevar la guerra del Medio Oriente a Europa.
La participación de la hinchada del Ajax en las expresiones de apoyo al pueblo palestino es significativa, porque de acuerdo a la prensa de los Países Bajos es el club preferido por la comunidad judía local, lo mismo que sus simpatizantes. El número de judíos que repudian el genocidio palestino en los más diversos países no para de crecer. Amsterdam no sólo ha sido la patria de Ana Frank, cuyo diario y cuya memoria los sionistas no cejan de usurpar, es también el lugar donde la deportación de 100.000 judíos holandeses, por parte de los nazis, hacia los campos de concentración, fue respondida en febrero de 1941 por una huelga general de la clase obrera, que muchos trabajadores pagaron con el fusilamiento.
Silvina Yoga
11/11/2024
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