domingo, 12 de enero de 2020

Julio Antonio Mella en El Machete

Cuando apareció la primera edición de este libro (1968), la Editorial de Ciencias Sociales del Instituto Cubano del Libro no publicaba todavía J. A. Mella, documentos y artículos (1975), y gran parte de su contenido no había sido recogi­do en las otras monografías que se le habían dedicado. Por eso, Enrique Semo pudo afirmar: «…será un documento fundamental para el conocimiento de la evolución política e ideológica del joven dirigente cubano Julio Antonio Mella. Están ahora al alcance de todos los escritos de los últimos tres años de vida de Mella, años de cristalización ideológica e incansable actividad revolucionaria que tenía por escenario el continente entero». A pesar de que existen ya impor­tantes trabajos sobre el personaje y su época, esta antología conserva después de 16 años plena vigencia porque aquí se agrupan, junto a los escritos de Mella, documentos fundamentales para comprender, en su preciso marco histórico, cada una de las situaciones políticas y sociales vividas, comentadas, o analizadas por él.
El 11 de enero de 1929, Diego Rivera, Hernán Laborde, Luis G Monzón, Rafael Carrillo, Alejandro Gómez Arias, Baltazar Dromundo y centenares de luchadores obreros, campesinos, intelectuales y estudiantes formaron el cortejo fúnebre que desfiló desde Mesones 54 hasta el panteón de Dolores, acompañando los restos de Mella. El 10 de enero por la noche había caído en las calles de Abraham González baleado por los esbirros de Gerardo Machado, el sanguinario dictador de su patria. Al revisar los documentos contenidos en los dos últimos capítulos se comprueba con asombro que México no ha vuelto a llorar la desapa­rición de un líder político como lo hizo por ese joven estudiante de jurisprudencia que en su suelo encontró refugio, amigos y estímulos fundamentales.
En México editó dos de sus más importantes folletos: El grito de los mártires y La lucha revolucionaria contra el imperialismo o ¿Qué es el A.R.P.A.? Mella llevó la representación de los campesinos mexicanos al primer Congreso Antimperialista celebrado en Bruselas en 1927. Siendo miembro del Comité Continental Organi­zador de la Liga Antimperialista de las Américas, tanto la Liga Nacional Campe­sina de México, como las secciones salvadoreña y panameña de la Liga Antimperialista le confiaron su representación.
En México luchó por la vida de Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, los inmigrantes italianos que fueron sacrificados en la silla eléctrica en Massachusetts porque sabían más de lo conveniente sobre fatales martirios infligidos al obrero mexicano Salcedo durante un interrogatorio de la policía estadounidense. Sacco y Vanzetti fueron víctimas tempranas de la muy larga lucha por los derechos y la dignidad del trabajador inmigrante.
Mella apoyó en mítines y manifestaciones celebrados en muchas ciudades de México, la lucha de liberación de Augusto César Sandino en Nicaragua. Los revolucionarios de México y Cuba unieron de muchas maneras sus fuerzas para divulgar la verdad sobre la intervención yanqui en Nicaragua y la heroica lucha en contra del coloniaje imperialista. A principios de 1927, dos estudiantes mexicanos fueron aprehendidos en La Habana por distribuir un panfleto donde se denunciaba la agresión de los Estados Unidos a Nicaragua. El 18 de enero de 1928 se constituyó en México el comité ¡Manos fuera de Nicaragua!, del que Mella formó parte. A nombre de ese mafuenic, de la Liga Antimperialista de las Américas y de otras organizaciones revolucionarias, el diputado Hernán Laborde pronunció el 26 de noviembre de 1928 el más recio discurso antimperialista escuchado en la Cámara de Diputados. La violenta expansión económica del imperialismo estadounidense afectaba a México, Cuba, Nicaragua, los países hermanos de Centroamérica y El Caribe, y Laborde supo denunciarla sin eufemismos. En términos similares se expresó Mella en mítines o por escrito. México le daba espacio, le hacía caja de resonancia, porque a pesar de todas las contradicciones las agrupaciones antimperialistas, obreras y populares tenían en México fuerza y auténtica conformación internacionalista.
Mella participó en mítines y manifestaciones en contra de Benito Mussolini y el fascismo. Ya los primeros números del periódico El Machete, en 1924, registran de manera permanente la lucha antifascista. La llegada de Tina Modotti, la joven y talentosa fotógrafa italiana formada en los Estados Unidos, significó un esfuerzo importante en esta lucha concertada por la Liga Internacional Antifascista. Cabe destacar el mitin del 27 de octubre de 1928, celebrado en la Unión de Empleados de Restaurantes, que presidió Tina Modotti. Mella habló en él a nombre de la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba. Después de analizar el origen y formación del fascismo, se refirió al «fascismo tropical» del «general de opereta» Gerardo Machado, presidente de Cuba, a quien señaló como un imitador de Mussolini, y terminó haciendo un llamamiento para luchar contra todas las formas del fascismo en América.
La activa oposición de Mella contra Machado, ese «Mussolini tropical», no conoció un instante de tregua en los 35 meses que vivió en México. Desde México y en México combatió al imperialismo norteamericano, desde México y en México saludó los heroicos triunfos de la joven Unión Soviética. Mella participó cotidiana e íntimamente en el movimiento obrero mexicano. En aquel tiempo el imperialismo se infiltraba en el medio obrero a través de la Confederación Obrera Panamericana (copa). Sus congresos y maniobras fueron denunciados oportunamente por Mella. Hay honores que sirven de prueba y en este caso hay que recordar que al constituirse, el 26 de enero de 1929 –quince días después de su entierro–, la Confederación Sindical Unitaria, Mella fue designado secretario general honorario. De haber vivido hubiera formado parte del Comité Ejecutivo como encargado del Departamento Legal en el Comité de Defensa Proletaria.
Mella fue un extraordinario periodista revolucionario de una fecundidad impresionante, que asombra más aún si se toma en cuenta que al llegar a México tenía 22 años de edad y que al morir le faltaban dos meses y medio para cumplir los 26. Su obra periodística, que además de resistir el paso de los años conserva marcados valores de actualidad, hay que buscarla no sólo en El Machete, sino en la revista El Libertador, de la Liga Antimperialista de las Américas; en el Tren Blindado, publicación de los estudiantes de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde cursaba el quinto año cuando fue sacrificado; y en todos los periódicos revolucionarios de su tiempo, de aquí y de Cuba. En un mitin celebrado en su homenaje, que el hoy renombrado artista plástico Leopoldo Méndez presidió el 21 de enero de 1929, en el Salón de la Unión de Trabajadores de la Compañía Terminal, en Veracruz, el militante antimperialista Ángel Cotarelo leyó uno de los últimos ensayos escritos por Mella: La ruta de la América Latina, enviado como colaboración especial al periódico veracruzano Norte.
Consciente de las posibles consecuencias de su palabra aguda usó, para tratar los asuntos de México en las páginas de El Machete, dos seudónimos; en uno combinó los nombres de dos héroes entrañablemente amados por el pueblo mexicano: Cuauhtémoc Zapata; el otro reunía las iniciales de Kommunistichesky International Molodhiozhi (Juventud Comunista Internacional) o sea: KIM. Con seudónimos, con su propio nombre o en columnas sin firma, Mella fue uno de los colaboradores más brillantes y mejor preparados políticamente de ese periódico que, en marzo de 1924, habían fundado David Alfaro Siqueiros, Xavier Guerrero y Diego Rivera,[1] y que por razones gráficas y de contenido constituye uno de los productos más sobresalientes del periodismo mexicano. En él, la labor periodística de Mella fue brillante por la calidad, la cantidad y la variedad de sus aportaciones.
Como dirigente de la Liga Antimperialista de las Américas, Diego Rivera llevó a cabo en 1929 una investigación sobre los móviles del asesinato de Mella. Fue entonces cuando se supo que los pistoleros profesionales López Valiñas y Catay, Magriñá, Fernández Mascaró y otros eran asesinos a sueldo. Fueron ellos quienes acecharon a Mella durante meses y hasta urdieron un ridículo complot de insultos de Mella a la bandera cubana para enlodar la personalidad del joven líder ante su pueblo y justificar ante la opinión pública de la isla el vil asesinato. En febrero de 1934, Diego Rivera le dijo a un reportero de la revista Todo: «Había un aparato de espionaje machadista en México, del cual formaban parte, alrededor de Fernández Mascaró, embajador de Cuba en México, toda clase de policías expertos y pistoleros profesionales, gallos viejos en asuntos de persecución y asesinato político». Mella fue para Diego Rivera, junto con el peruano Carlos Mariátegui, «una de las figuras más altas, por la claridad y calidad de su talento, su pureza de acción y de opinión y su valor temerario. Era un buen comunista, activo no solo en la lucha del mitin, la organización, la calle y la plaza pública, sino que luchaba dentro de su propio partido por corregir las desviaciones y conducirlo por la verdadera línea bolchevique-leninista. Era una figura de obrero intelectual, revolucionario profesional de primera calidad dentro del medio hispanoamericano. Los enemigos del proletariado, que lo son del progreso humano en general, y los falsos revolucionarios, lo sabían perfectamente bien; por eso fue asesinado. Este asesinato fue una verdadera desgracia para los intereses del pueblo cubano, y en general para el proletariado del continente pero, por otra parte, todos recordamos la frase viril y verdadera del mismo Julio Antonio Mella: «Los revolucionarios somos útiles hasta después de muertos; nuestro cuerpo sirve de trinchera a los que siguen luchando.»
Las cenizas de Mella no están en el panteón mexicano. En 1933 Juan Marinello, su esposa Pepilla Vidaurreta, Rodolfo Dorantes y Andrés García Salgado las llevaron a Cuba en una pequeña urna. Fue así como regresó a su tierra natal un símbolo vivo y necesario de la solidaridad revolucionaria latinoamericana.

Raquel Tibol
México, junio de 1984.

Nota:

[1] Es conocida la participación (más bien liderazgo) del pintor David Alfaro Siqueiros en el frustrado atentado a León Trotski en México. Siqueiros asistió en enero de 1968 al Congreso Cultural de La Habana y es famoso el affaire de la patada en el trasero que recibió en plena Rampa habanera (Acosta de Arriba, Rafael. El Congreso olvidado. Anuario del ICIC Juan Marinello, 2017). Nota de La Tizza.

Tomado de Raquel Tibol: Julio Antonio Mella en El Machete. “Prólogo a la segunda edición”, Casa Editora Abril, 2007. pp. 15–18.

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