viernes, 20 de octubre de 2017

Diez especias para sazonar el ajiaco

No hay que confundir la imprescindible unidad con la falsa unanimidad

1. Partir de la premisa de que el capitalismo lleva desde su formación a la fecha más de cinco siglos de ensayos, rectificaciones y errores, con una cadena de desastres, asimetrías y desequilibrios en todo el mundo, es cuestión evidente. Se trata de un sistema basado en el capital ─su nombre lo indica─ y no en el ser humano, por lo que no resolverá los problemas de una humanidad que en estos momentos está en peligro de extinción por la sobreexplotación del planeta, resultado de una cultura consumista generada por el propio sistema capitalista. El socialismo, que este año cumplirá su primer siglo ─con no pocas experiencias fallidas, ciertos avances para lograr una base material si aceptamos que no ha concluido su etapa de transición, porque es todavía «adolescente» y no le ha dado perfil definitivo a su sistema económico; pasos innegables en la garantía de derechos en materia de salud, educación, cultura, seguridad social... y logros en la difícil formación de una nueva conciencia─, resulta todavía una modelación, un espacio-tiempo que nadie conoce, por lo que cualquier criterio sensato de buena voluntad podría convertirse en un aporte atendible para su construcción.
En Cuba, en estas décadas de Revolución nunca nos hemos creído, ni siquiera en la época de mayor idealismo, que vivimos en una sociedad perfecta, sino perfectible y en transición; no hemos encontrado la solución económica para la satisfacción de condiciones de vida moderna para todos los ciudadanos, de acuerdo con las expectativas creadas por la propia Revolución, en lo que tienen un peso significativo, pero no único, las secuelas del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos. Se han mantenido la salud y la educación gratuitas, un mínimo de seguridad social, el acceso a la cultura y el deporte y una reconocida tranquilidad en las calles, entre otras garantías, aun en épocas críticas, para todos los ciudadanos ─una hazaña, por cierto, cuya imagen no ha estado a su altura─, mas cualquiera sabe que eso no basta, según las exigencias y aspiraciones del cubano de hoy, nacido en su mayoría en el proceso revolucionario. Nos falta lograr, asimismo, una sociedad más participativa, inclusiva, democrática, menos verticalista, en la que junto al ejercicio de todos los derechos a que el socialismo aspira, se ejerzan cada vez más conscientemente el compromiso activo y sistemático con el prójimo y la fraternidad.

2. Teniendo en cuenta su natural perfectibilidad, el socialismo cubano ─y también los otros, pero no he de referirme a ellos─ no tiene otra opción que ser crítico y autocrítico. La crítica y la autocrítica, como análisis constructivo para discernir y proponer una acción positiva sobre la base de un criterio razonado, con el propósito de mejorar el sistema y no para destruirlo, es un ejercicio de obligado cumplimiento en una sociedad que aspira a la emancipación total del ser humano, pero especialmente indispensable para la formación de un sistema que no existe y se está construyendo. El pensamiento crítico no es solo exigencia de intelectuales ─error muy común en tecnócratas y burócratas, porque eso molesta a su mediocre gestión, que trasciende los límites de su área de influencia y se extiende a aspectos sociales, políticos y culturales─, sino necesaria práctica cotidiana dirigida a estimular la creatividad y participación consciente del pueblo. Todo socialismo tiene que estimular la crítica, de lo contrario, se autodestruye: eso ya es Historia.
El pensamiento crítico, si no se enseña sistemática y adecuadamente desde tempranas edades en las escuelas, nunca podrá establecerse en la sociedad de manera perdurable. Contribuir de manera efectiva a crear el real compromiso de los ciudadanos desde los sentimientos, aspecto pedagógico esencial, constituye posiblemente la primera tarea en la construcción del ser humano renovado que necesita el sistema socialista. La educación desempeña un papel fundamental en la formación del sujeto crítico, y si su calidad falla, todo se retrasa: esa construcción solo se logra con el constante ejercicio del criterio. En la base del legado patriótico cubano, desde Félix Varela, José de la Luz Caballero, José Martí, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Ernesto Che Guevara y Fidel Castro, por solo citar algunos paradigmas, siempre estuvo presente de manera continuada un ejercicio pedagógico crítico: en diferentes etapas y contextos, todos soñaban con un hombre diferente, un Hombre Nuevo.
No se trata de «tolerar» la crítica; es necesario promoverla y alentarla en la escuela y en la sociedad, y superarla dialécticamente desde las más altas esferas de dirección hasta el más obediente ciudadano. A todos nos exige una alta responsabilidad en su ejercicio y una gran humildad en su aceptación. Crear un sujeto acrítico pudiera parecer cómodo para quienes pretendan ejercer un poder sin sobresaltos, ya sea en la familia, la escuela o la sociedad, pero implica una consecuencia altamente peligrosa: la práctica cotidiana de la aceptación acrítica conduce a aceptarlo todo, aun lo que comporte prácticas e ideologías no solo ajenas, sino antagónicas con lo que aspiramos.

3. Para que la crítica sea constructiva y las acciones que se deriven de ella tengan un resultado positivo, no se puede perder de vista quiénes son los enemigos históricos de la nación y, por ende, del pueblo; por ello es decisivo el conocimiento de la Historia, sin evadir sus rincones incómodos y zonas embarazosas, que no pocos adversarios se han dedicado a promover. Los revolucionarios no le pueden tener miedo a la verdad: la mentira es contrarrevolucionaria. Todo pasado es presente y un esbozo de futuro; resulta esencial el aprendizaje razonado y ameno de toda la Historia de Cuba, sin dejar vacíos, y, además, la de Estados Unidos, España, África, América Latina y el resto del mundo, porque unas veces tiene una estrecha relación con la nuestra, y otras, resulta un importante punto de referencia. Áreas que dejemos con zonas oscuras, han sido, son y serán iluminadas intencionadamente por los que aspiran a destruir la tradición de independencia, soberanía, patriotismo y el legado revolucionario y antimperialista que conduce al socialismo en Cuba. La primera versión manipulada se queda y fija, y cuesta más trabajo esclarecerla, a lo que se suma ese incómodo parecer que estamos siempre a la defensiva.
Sería un error estratégico, y hoy ridículo, ocultar o manipular informaciones que son conocidas, casi siempre, desde la versión de los enemigos de la Revolución. La era digital permite burlar cualquier tipo de censura y no se puede continuar combatiendo con las armas melladas de un mal llamado socialismo, sepultado bajo la sombra del «padrecito» georgiano, que todavía algunos no han enterrado. Es lamentable la improductiva propaganda cubana para exhibir enormes éxitos y sostenidos logros, que esperan por una promoción eficaz; por lo general, además de dirigida a convencidos resulta aburrida, anticuada, repetitiva, poco creativa, y no pocas veces obtiene el efecto contrario al deseado. No solo se trata del contenido de la Historia, sino de la manera en que se divulga o se intenta promover, porque si no se aplican los recursos de la comunicación moderna, fracasan los resultados, especialmente entre los jóvenes.

4. Cualquier debate responsable hoy en Cuba, transita por un profundo sentido cultural en el análisis y adecuación de esa Historia aprendida y aplicada en el escenario actual; no se puede menospreciar la inteligencia de un pueblo que sabe catar al demagogo incapaz de «apagar el tabaco», o al que solo repite su «muela bizca». Debatir es comunicarse ─no vencer con «teque» o autoritarismo, sin convencer─, y la riqueza del intercambio depende de la calidad de los argumentos y la solidez de las ideas expuestas; su finalidad es la exposición y el despliegue de puntos de vista, que pueden conducir o no a coincidencias con el auditorio. Si el debate se deja a la total espontaneidad y no se fijan los límites, posiblemente dure hasta el infinito con la consiguiente pérdida del interés, o vaya saltando de tema en tema hasta el delirio, o dé pie a las catarsis y las invectivas; si se preestablece como partida de ajedrez, se hace demasiado formal y todos prefiguran, entre bostezos, el final, o sencillamente no se debate nada y la gente se retira. El papel del moderador es esencial, pues «modera», no manipula ni interviene mucho, pero no deja que otros manipulen o hagan su trabajo de moderación.
Lo común en cualquier debate cubano ─solo hace falta observar las discusiones sobre pelota─ es imponer un punto de vista y no escuchar antes de responder, porque ya se elaboró el discurso de antemano; resulta difícil ocupar la posición ajena; todavía más arduo, ser breve y concreto, o admitir que desacuerdo no significa incomprensión; repetir lo mismo es también típico; subir el tono de voz para imponer razones, recurrente; usar la crítica de modo equilibrado y la autocrítica de manera sincera y con propuestas concretas, puede ser casi un milagro; adecuarse al auditorio, una necesidad; saber escuchar, un don casi divino… En el debate actual se presenta una debilidad muy peligrosa: la ingenuidad; algunas causan risa o una sonrisa interior. Al otro extremo, está la paranoia, que constituye a veces una enfermedad ─contagiosa─, aunque en ocasiones invita a una carcajada.

5. Otro problema grave es la falta de rigor o la ligereza en las propuestas para ocupar determinados cargos. Hay quienes parecen creer que una biografía, generalmente autobiografía, o un currículo, resulta suficiente. Hay muchos ejemplos para demostrar que la llamada «política de cuadros», muchas veces violada por los propios jefes, en no pocos lugares ha sido una quimera. La llegada de personas con muy baja calificación profesional, técnica o cultural, y/o baja catadura moral a puestos importantes, puede empeñar el futuro de la nación: en ocasiones, no solo «no saben» y «no pueden», sino que «no quieren», porque sus intereses no son los públicos. Los más perjudiciales y peligrosos son los corruptos-simuladores-oportunistas: individuos que siempre se presentan con una impecable imagen política, entusiasta y combativa, pero cuyos verdaderos intereses hubieran podido preverse en un análisis riguroso de su historia laboral y personal.
La última gran preocupación de Fidel Castro como peligro verdadero para la estabilidad de la Revolución fue la corrupción, lo único que podía derrocarla, porque no solo ocasiona desastres por los daños y el mal uso de recursos y políticas públicas, mediante los cuales los corruptos consiguen una ventaja personal e ilegítima a espaldas del pueblo y de los controles ─en ocasiones de enormes proporciones y durante muchos años─, sino que desmoraliza y enrola a una gran cantidad de personas de diversas condiciones, que se van implicando por diversas causas y terminan siendo cómplices. El oportunismo responde a saber aprovechar las oportunidades; los oportunistas ponen por delante el interés privado al público y dejan atrás principios éticos sin escrúpulos; ellos se alimentan de los cambios, por ello crecen como el marabú en las acciones revolucionarias, siempre disputándose un premio de actuación. No existe otra solución a este problema que la total transparencia, pues no es cierto que el «secretismo» contribuya a mantener el «estado político-moral del pueblo», sino más bien ocurre lo contrario cuando todos descubrimos a los corruptos-simuladores-oportunistas, aunque terminen en la cárcel. La comunicación a tiempo al pueblo no debilita la Revolución, sino que la fortalece.

6. Resulta fundamental esclarecer y estimular el papel esencial de los «servidores públicos». Los empleados o funcionarios del Estado actúan con más comodidad que un dueño, pues tienen todas las ventajas de un propietario exitoso, pero ningún riesgo, al menos monetario, ante cualquier fracaso o problema. Algunos exhiben la prepotencia de un magnate, por el hecho concreto de manejar recursos públicos a los cuales todos hemos contribuido; su preocupación y ocupación es mantener el «orden» en su área de responsabilidad, sin que se cuestione absolutamente nada, y por esta razón abren una feroz guerra sin cuartel frente a quienes consideran rebeldes, a los que hacen preguntas incómodas aunque sean lógicas, a los que cuestionan las cápsulas de respuestas prefabricadas y a quienes tienen criterios sobre documentos «bajados» para levantar la mano y aprobarlos; de esta manera, funcionando con la mediocridad del formalismo cotidiano, esperan la felicitación del jefe, porque siempre están mirando hacia arriba. Se trata de un comportamiento inadmisible en el Estado socialista cubano, cuyas empresas e instituciones teóricamente se deben al «pueblo trabajador».
La estructura estatal empresarial que predomina en Cuba hoy mantiene una verticalidad asombrosa, a pesar de los esfuerzos por flexibilizarla con el llamado «perfeccionamiento»: todo, o casi todo, viene «de arriba» y siempre se está esperando una orden; los mecanismos horizontales de coordinación con homólogos se encuentran atrofiados, porque resulta inusual que un empresario tenga alguna iniciativa fuera de lo establecido. En el socialismo cubano un «servidor público» no debe confundirse solamente con un empleado o funcionario, pues además de emplearse y de funcionar, maneja recursos que no son de él ni de un patrón, sino de todos; él firmó un compromiso ético para cuidarlos y será controlado o chequeado por los representantes y defensores de la ciudadanía. A ese «servidor público» habrá que garantizarle condiciones de trabajo dignas, y también una remuneración adecuada, en correspondencia con su nivel de responsabilidad, aunque haya que aligerar plantillas que siguen infladas.

7. Si bien se han necesitado «Lineamientos» para ordenar y proyectar el futuro de la Revolución, en estos momentos se necesitan leyes. Es cierto que el desorden provocado por la crisis de los años 90, desmanteló parte de las estructuras concebidas para cuando había URSS y campo socialista europeo. Ahora, hay que refundarlas, pues resulta imposible intentar hacerlo sin tener en cuenta las circunstancias actuales, totalmente diferentes a los finales del pasado siglo, o para ser más exactos, de aquella era remota. Las repúblicas se gobiernan con leyes y para construirlas en un parlamento, este debe funcionar todos los días. No es posible tampoco que decretos de sectores, ministerios o territorios contradigan leyes; imposible que haya 16 Repúblicas Federativas Autónomas en Cuba porque cada lugar tiene una interpretación «sui generis» de las leyes, aunque cada formulación general legislativa tiene que complementarse con la adecuación de su aplicación ejecutiva en cada lugar, porque las realidades de cada zona del país son diferentes; todavía parece más descabellado que una ley contradiga el espíritu de algún aspecto de la Constitución, de la cual sabemos que se trabaja para su renovación parcial o total.
Construir la histórica falta de conciencia jurídica de la población cubana es una tarea que requiere tiempo y dedicación, pero también se necesita imagen y realidades para crear convicciones; aquello que aprendimos desde la colonia de que «las leyes se acatan, pero no se cumplen», constituye una de las principales rémoras para organizar el trabajo del órgano legislativo, sin que parezca una dependencia del ejecutivo. Si los diputados solo tienen contacto con sus futuros electores en el período previo a la votación, y si solo se hacen públicos «resúmenes» de sus intervenciones, como si fuéramos un pueblo sin preparación para asimilar como muestra de unidad en la diversidad el debate de criterios diferentes en el parlamento, poco o ningún compromiso «de corazón» podrá exigirse con lo que allí se acuerde o legisle.

8. Los debates o polémicas han de convertirse en análisis desde diversos puntos de vista, con argumentos sostenidos sobre diferentes criterios, y no en combates y luchas intestinas entre compañeros. Bajo el apotegma martiano de «con todos y para el bien de todos», habrá que erradicar los prejuicios, porque no todos los que critican son enemigos, ni todos los que elogian, ciegos defensores de un cargo o militancia. Una serie de malos hábitos se han adquirido en estos años de trincheras de piedras y de ideas, en que a veces ha prevalecido más la pedrada que el pensamiento. Adjetivaciones y descalificaciones para figurar como los más genuinos radicales del espíritu de la Revolución, y manías acusatorias con el fin de desacreditar, no contribuyen al buen espíritu de ningún debate o polémica.
La cordialidad, e incluso, la amistad, entre revolucionarios que mantienen posiciones diferentes, y hasta encontradas o divergentes, frente a un tema o asunto, no debe conducir a la desacreditación personal de una de las partes, un método espurio y mezquino, que tarde o temprano conduce a reproducir el error, a veces arraigado en el ambiente machista cubano, de hacer prevalecer nuestros criterios a toda costa.

9. Una Revolución no es más que un gran salto cuántico democrático, y el de Cuba, con el irrepetible Fidel, quien brincó varios niveles en muy pocas décadas para lograr un nuevo consenso de rebeldes, logró una acrobacia histórica, ayudada por su audacia y el factor sorpresa. No es cierto que la unidad nacional se debilita con el ejercicio de la democracia, sino todo lo contrario, pues resulta la única manera que existe hoy para consolidar el bloque patriótico, antimperialista y socialista en Cuba, especialmente si sabemos identificar los elementos indeseados por nuestros jóvenes rebeldes, que, con las facilidades de la mundialización, si no encuentran atractivos en su país de origen, emigran a otro, aunque quizás posteriormente se arrepientan.
Formular una definición de la democracia en el socialismo cubano, constituye una gran dificultad y requiere más tiempo para enunciarla; recordemos la queja de Virgilio Piñera en su poema «La Isla en peso»: «¡País mío, tan joven, no sabes definir!». La democracia socialista cubana se organiza de manera declarada sobre la base del poder popular; sin embargo, no siempre las demandas colectivas de la mayoría son escuchadas por las autoridades correspondientes del Estado, ni la convivencia social expresada en el libre ejercicio de los derechos de los ciudadanos ─que pagan impuestos y contribuyen a las arcas públicas─, se ejerce sin ser entorpecida o anulada por autoritarismos que nadie explica por parte de algunos funcionarios estatales. José Martí lo había advertido: «Nada es tan autocrático como la raza latina, ni nada es tan justo como la democracia puesta en acción» («La democracia práctica», en Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 7). La tarea más urgente es la de lograr un nuevo consenso inclusivo y participativo para la democracia socialista práctica puesta en acción.

10. No hay que confundir la imprescindible unidad con la falsa unanimidad. Si la unanimidad se busca y es exigida, se convierte en dañina y perjudicial a la propia unidad. La unidad aquí puede ser tan diversa como el cosmos, pero tan única como el universo. En una familia cubana compuesta de abuela, abuelo, madre, padre, hijas, hijos, nietas y nietos, ninguno de ellos piensa igual sobre varios temas; cada uno tiene diferentes gustos estéticos, sexualidades, religiosidades, e incluso, criterios políticos distintos, aun cuando todos están educados en un mismo sistema familiar, y hasta a veces viven bajo el mismo techo; sin embargo, todos suelen defender a la familia con vehemencia y tendrán unidad de acción frente a cualquier tipo de agresión o ataque externo: de esa misma manera resulta el comportamiento de la comunidad nacional.
La única política que ha perdurado en Cuba es la que ha integrado a sus genuinos y diversos factores culturales bajo la bandera de la unidad, por lo que su política no puede constituirse bajo un único proceder verticalista y autoritario, aunque tengamos un único partido político. Los políticos cubanos no pueden ser simples intermediarios de un poder abstracto, están obligados a mediar entre diferentes posiciones, a convencer y a sumar, con la imprescindible necesidad de mantener unida a la patria bajo determinados principios, que son pocos, pero esenciales: la independencia, la soberanía, la dignidad, la justicia, la equidad, la democracia, la fraternidad, la solidaridad, la lucha contra la pobreza, la defensa del medio ambiente, la emancipación del ser humano, entre otros. Lo más importante es ir a la raíz de esa unidad con realismo, para conseguir cumplir en armonía la unidad de acción. No siempre «el que no es conmigo, es contra mí»: seguir construyendo consensos es el reto.

Juan Nicolás Padrón

Juan Nicolás Padrón ha sido Subdirector Fondo Editorial Casa de las Américas e investigador del Centro de Investigaciones Literarias Casa de las Américas

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