La primera vuelta de las elecciones presidenciales arrojó un triunfo de Lula da Silva, el líder del PT, quien obtuvo poco más del 48% de los votos frente a poco más del 43% del actual mandatario, Jair Bolsonaro. Como ninguno de los dos superó el 50% de los sufragios, habrá un ballotage. Se trató de unos comicios fuertemente polarizados: la tercera candidata, Simone Tebet (MDB), apenas superó el 4%. Y Ciro Gomes, del PDT, obtuvo el 3%. El resto de los candidatos cosecharon guarismos marginales.
Pese a que su gestión estuvo marcada por un crecimiento de la desigualdad social, de la pobreza, el hostigamiento de la protesta social y el ataque al movimiento de mujeres y diversidades, y la gestión calamitosa de la pandemia (que dejó cientos de miles de muertos), el bolsonarismo ganó en numerosos estados, incluyendo San Pablo, Rio de Janeiro y Rio Grande do Sul. De conjunto, hizo una elección superior a lo que pronosticaban las encuestas, algunas de las cuales daban por ganador a Lula en primera vuelta. En la recta final, se había lanzado a una serie de medidas de corte social para tratar de mantenerse en carrera (baja del precio de los combustibles, aumento de los planes sociales). A la par, recurrió infinidad de veces a cuestionar la corrupción bajo los mandatos del PT, un discurso que Lula no pudo desmontar y probablemente tuvo su eco en las capas medias.
Los candidatos de Bolsonaro superan en gobernaciones clave a los respaldados por Lula, aunque en la mayoría de los casos estos cargos también serán definidos en ballotage. Lula compensa la derrota en importantes estados con una victoria aplastante en el nordeste, que es la región más empobrecida del país. Capitaliza, así, el descontento de franjas populares ante el hambre y la pobreza. Lula gana en algunos distritos obreros, dentro de los históricamente favorables al PT del ABC paulista, por estrecho margen, pero no le alcanzó para dar vuelta el resultado en el estado, en el que triunfó Bolsonaro.
Con los resultados que arroja la primera vuelta, todo indicaría que va a ganar el ballotage Lula. Eso, sin embargo, va a significar un gobierno que va a estar rodeado por un conjunto de distritos en manos del bolsonarismo, con lo cual vamos asistir a un escenario convulsivo. Este resultado tan peleado va a ser un pretexto para Lula para justificar que no va a sacar los pies del plato.
Lula realizó, probablemente, la campaña más a la derecha de todas las que participó. Lula ha renunciado a una agenda social como parte de una adaptación a la política de la derecha. Para ganar el aval de Washington y las cámaras empresarias, designó como candidato a vice al exgobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin. Prometió que no revertiría las medidas más antiobreras del bolsonarismo y del anterior gobierno golpista de Michel Temer, como la reforma laboral. Fue esta constatación la que llevó al expresidente neoliberal Fernando Henrique Cardoso a llamar a apoyarlo en primera vuelta. Y recibió el apoyo de Henrique Meirelles, lo cual es un adelanto de que probablemente será su ministro de economía. De conjunto, Lula se presentó ante la clase capitalista como el candidato capaz de contener a las masas frente al agravamiento de la situación social.
Frente a esta situación, resulta clave la independencia política de los trabajadores de la derecha y de un próximo gobierno de Lula que actuaría como vehículo de la política capitalista. Esta independencia política es una cuestión crucial que se va a poner en juego y discusión en las organizaciones obreras, que deben no estar atados al PT sino ser ser una herramienta de lucha de los trabajadores.
Prensa Obrera
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