domingo, 31 de marzo de 2019

`Cuba imperialista´: la última broma macabra de la oposición venezolana




Esta tertulia de TV es, a su vez, un fragmento del programa semanal de Cubainformación Radio: Prosur, Helms-Barton y Terrorismo eléctrico: la guerra contra la soberanía de América Latina (programa 510)

sábado, 30 de marzo de 2019

Che Guevara, la gran Patria latinoamericana Discurso ante la ONU


`Cierran a Cuba crédito, mercado e inversiones y luego dicen que nuestra economía no se sostiene´




Cubainformación TV entrevistó en La Habana a Johana Odriozola Guitart, la actual viceministra del Ministerio de Economía y Planificación de Cuba, que nos habla en profundidad sobre los cambios en materia económica que recoge la nueva Constitución. También sobre salarios, inflación, doble moneda, autonomía de la empresa pública, inversión extranjera, bloqueo y previsiones económicas.

Aumentan las dudas de que diplomáticos estadounidenses en Cuba sufrieran ataques

La aseveración era extraordinaria.
Más de 20 diplomáticos estadounidenses en Cuba habían “sufrido lesiones importantes” en una serie de ataques que parecían tener al cerebro como objetivo. O al menos eso es lo que dijeron funcionarios del Departamento de Estado a reporteros durante una sesión informativa en septiembre de 2017.
Un par de semanas después, el presidente Trump fue aún más allá. “Creo que Cuba es responsable”, dijo durante una conferencia de prensa en el Jardín de los Rosales.
Para entonces, Estados Unidos había retirado a la mayoría de los miembros del personal de su embajada en La Habana y había aconsejado a los ciudadanos estadounidenses que evitaran viajar a Cuba.
Casi dos años después, el Departamento de Estado sostiene que sí se produjeron ataques y que resultaron dañadas personas relacionadas con la embajada en La Habana.
Pero varios científicos prominentes ahora están desafiando esa afirmación.
“No hay evidencia” de un ataque, dice Sergio Della Sala, profesor de neurociencia cognitiva humana en la Universidad de Edimburgo en el Reino Unido. “No hay datos en absoluto de que estas personas sufran alguna lesión cerebral”.
Otros científicos dicen que el caso de lo que a menudo llaman “síndrome de La Habana” implica una mezcla preocupante de secreto, conjeturas y ciencia de mala calidad. Muchos ahora dudan de que alguna vez haya sucedido.

Un sonido, luego síntomas

El síndrome de La Habana comenzó con un sonido –un intenso, agudo y penetrante sonido.
Luego llegaron los síntomas: pérdida de audición, mareos, tinnitus, problemas de equilibrio, fatiga y dificultad para concentrarse, entre otros.
Cuando los diplomáticos comenzaron a sugerir un vínculo entre el sonido y sus síntomas, el Departamento de Estado llamó al Dr. Michael Hoffer.
Hoffer es un especialista en oídos, nariz y garganta de la Universidad de Miami. Y ha sido una voz prominente al decir que algo malo les sucedió a las personas asociadas con la Embajada de Estados Unidos en Cuba.
Hoffer recuerda que en febrero de 2017 estaba en su escritorio cuando sonó el teléfono. “Y el individuo, a quien desafortunadamente no puedo nombrar, dijo: ‘Es del Departamento de Estado y tenemos un problema’.”
El individuo quería que Hoffer evaluara a algunos diplomáticos enfermos que habían llegado a Miami. Más tarde, el Departamento de Estado le pidió que revisara a los trabajadores de la embajada que aún se encontraban en La Habana.
“Entonces, un colega mío y yo fuimos a Cuba y básicamente establecimos una pequeña clínica de detección en la embajada allí”, dice Hoffer.
Hoffer y sus colegas evaluaron un total de 140 personas. De estos, 25 reportaron síntomas que aparecieron después de que escucharon un sonido extraño o sintieron una onda de presión.
Sus síntomas eran muy parecidos a los de las conmociones cerebrales. Pero la experiencia de Hoffer como médico militar le hizo considerar que el problema estaba relacionado con el aparato vestibular, una parte del oído interno que desempeña un papel importante en el equilibrio. Y las pruebas apoyaron esa idea, dice.
“Estoy seguro de que su aparato vestibular fue dañado por algo”, dice. “Lo que era, quién lo estaba haciendo, no lo sé”.
Aun así, Hoffer y sus colegas se apresuraron en especular.
En entrevistas y durante una conferencia de prensa televisada, sugirieron que la causa podría ser un arma que utilizara ondas de sonido o microondas o alguna otra forma de energía electromagnética.
La idea de un “ataque sónico” era atractiva, porque parecía explicar el extraño sonido reportado por los trabajadores de la embajada que más tarde tuvieron síntomas.

El arma que no existió

Pero luego, en octubre de 2017, The Associated Press dio a conocer una grabación del sonido. Y ahí fue cuando el apoyo científico a favor de un ataque comenzó a desmoronarse.
Un par de expertos en sonidos de insectos decidieron analizar el audio. Y pronto se dieron cuenta de que el sonido no era un arma.
“La grabación dada a conocer por la AP es, en realidad, un grillo”, dice Alexander Stubbs, un estudiante de doctorado en la Universidad de California, Berkeley. Para ser preciso, dice, es la llamada de apareamiento de un grillo macho de cola corta de las Indias.
Y no es de extrañar que los diplomáticos hayan encontrado inquietantemente alto el canto de estos grillos, dice Stubbs. “Si uno conduce un camión diésel en la autopista, cuando se pasa junto a uno se puede escuchar con todas las ventanillas cerradas”.
Por supuesto, eso no explicaba todos los síntomas de que los diplomáticos se quejaban. Así que los científicos esperaron por dos estudios médicos que creían darían sentido al mareo, la pérdida de audición y el pensamiento confuso.
El primer estudio publicado apareció en JAMA (Journal of the American Medical Association), la revista de la Asociación Médica de Estados Unidos, a principios de 2018. Era un estudio realizado por un equipo de la Universidad de Pennsylvania que examinó a 21 diplomáticos.
“Estamos convencidos colectivamente de que estos individuos como grupo sufrieron una lesión neurológica”, dijo el autor principal, el Dr. Randel Swanson, en un informe de audio publicado junto con el estudio.
La lesión fue como una conmoción cerebral, pero sin un golpe en la cabeza, dijo el equipo.
La reacción de otros científicos fue rápida y dura.
“Es sorprendente que una gran y excelente revista como JAMA publique un informe tan deficiente”, dice Della Sala, profesor de la Universidad de Edimburgo. “Es simplemente asombroso. Es increíble”.
Y otros cuatro científicos que publicaron cartas en JAMA ofrecieron sus propios mordaces adjetivos para describir el estudio. Entre ellos: “impropio”, “inapropiado”, “problemático” y “engañoso”.
Gran parte de la indignación se produjo porque los autores habían usado una definición de discapacidad que pudiera aplicarse a casi la mitad de la población general, dice Della Sala.
“Lo que hicieron fue encontrar una manera para que todos fueran patológicos”, dice.
El segundo estudio médico provino de Hoffer y sus colegas de la Universidad de Miami. Describieron a 25 trabajadores de la embajada que habían informado tanto de exposición a un ruido como síntomas.
Este estudio fue rechazado por JAMA, pero finalmente se publicó en Laryngoscope Investigative Otolaryngology . Es una revista menos conocida en la cual Hoffer sirve como editor.
Uno de los hallazgos clave del artículo involucraba gafas especiales que rastreaban los movimientos oculares, dice Hoffer.
“Así que los movimientos oculares, que podíamos leer de inmediato por las gafas, parecían patrones que vemos en personas que tienen un trastorno de equilibrio particular”, dice.
El trastorno del equilibrio –una “anormalidad otolítica”– es causado por un daño invisible en el oído interno. Pero los críticos han señalado que muchos factores pueden hacer que una persona sana no pase esta prueba.
“Esta prueba no la pasa cualquiera con ansiedad, cualquiera que esté preocupado, cualquiera que esté muy cansado”, dice Della Sala.
Y ninguno de los estudios muestra que los diplomáticos de Estados Unidos fueron atacados o incluso dañados, dice.
“En este momento, no hay datos en absoluto de que estas personas sufran alguna lesión cerebral”, dice Della Sala. “No hay evidencia”.
En otras palabras, no hay apoyo para el síndrome de La Habana.
Más críticas llegaron en febrero durante un panel científico realizado en conjunto con la reunión anual de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. El evento tuvo lugar en la Embajada de Cuba en Washington, D.C.
Varios científicos en el panel dijeron que se sienten frustrados con los estudios médicos que hasta ahora han omitido la información crítica.
“Nuestra preocupación es que no se compartió ninguno de los datos. No tenemos acceso a los datos en bruto”, dice la Dra. Janina Galler, profesora de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard. “No tenemos acceso ni siquiera al tamaño completo de la muestra ni a la forma en que se seleccionó a los individuos y por qué en definitiva tantos no fueron incluidos en el estudio”.
Otra queja fue que Estados Unidos ha tenido casi dos años para demostrar sus aseveraciones de un ataque, pero aún no lo ha hecho.
“Hay toda una historia de que varios diplomáticos fueron atacados con un arma y tienen una lesión cerebral”, dice el Dr. Mitchell Valdés-Sosa, quien dirige el Centro de Neurociencias de Cuba en La Habana. “No hay evidencia de lesión cerebral. No hay evidencia de un ataque. Se presentan síntomas vagos que son muy frecuentes, que son comunes a cualquier corte transversal de la población”.
Incluso algunos científicos que una vez creyeron en la versión del ataque ahora la rechazan.
“Cuando lo escuché por primera vez, creo que, como todo el mundo, me preocupé mucho. Es terrible. Estadounidenses heridos. Estaba muy preocupado de que hubiera un arma”, dice Douglas Fields, un neurólogo que pasó meses investigando los hechos en Cuba.
Fields leyó los estudios médicos. Entrevistó a expertos en lesiones cerebrales y problemas del oído interno. Incluso fue a Cuba. Pero no encontró ninguna evidencia que demostrara la aseveración de un ataque.
“Y luego la historia sigue cambiando”, dice. “No es un arma sónica. Luego son microondas, y luego es histeria y luego una infección y sigue y sigue y sigue”.
Ahora Fields cree que el síndrome de La Habana es en realidad un conjunto de síntomas y problemas de salud que pueden verse en cualquier grupo de personas –y especialmente en personas que realizan un trabajo altamente estresante en un entorno a veces hostil.
Y Fields cree que al fin y al cabo la verdad emergerá.
“La ciencia se ha extraviado, se ha descarrilado muchas veces”, dice. “Pero al final se autocorrige y llegamos a la respuesta correcta”.
Eso sucedió después de un incidente similar durante la Guerra Fría. La historia entonces fue que microondas soviéticos estaban causando cáncer y una rara afección de la sangre en el personal de la Embajada de Estados Unidos en Moscú.
Un gran estudio refutó esa afirmación.
El Departamento de Estado dice que el número de trabajadores de la embajada afectados en La Habana ahora es de 26. Algunos se han recuperado. Otros todavía tienen síntomas.

Jon Hamilton
NPR

Cuba-África: “Una isla en un continente”

Relevantes acontecimientos en los últimos días relacionados con Cuba y África demuestran la amistad y solidaridad eterna que fundó el líder de la Revolución de la nación caribeña, Fidel Castro, con esta región del mundo, primero colonizada, luego neocolonizada, y todavía hoy expoliada por países ricos del norte.
Un blog recién creado define muy bien con su título “Una isla en un continente”, el significado que tiene la mayor de las Antillas para todos los pueblos africanos, siempre agradecidos y recíprocos por la ayuda desinteresada que han recibido de parte de los cubanos, desde sus luchas por la independencia hasta la actualidad con la colaboración en diferentes esferas como la salud, la educación, el deporte y la cultura, entre otras.
Hechos recientes confirman esa amistad y solidaridad imperecederas que juntan al lejano geográficamente, pero muy cercano decano archipiélago caribeño con esta vasta región, con la cual tiene además lazos sanguíneos de hermandad que datan desde los tiempos de la esclavitud.
Dos giras africanas de altos dirigentes cubanos, el Primer Vicepresidente, Salvador Valdés Mesa, y la Vicepresidenta, Inés María Chapman, ilustraron nuevamente cuanto une a la nación antillana con este continente.
Valdés Mesa visitó Angola y Namibia para, entre otras actividades, celebrar el pasado 23 de marzo un aniversario más de la victoria de Cuito Cuanavale en 1988, considerada la contienda madre que abrió el camino hacia la verdadera liberación de África Austral.
Por su parte, el recorrido de Chapman incluyó Sudáfrica, Lesotho y Kenya, en los cuales, como le ocurrió en Angola y Namibia al Primer Vicepresidente, fue recibida por las máximas autoridades y líderes históricos de esos países.
Igual en Sudáfrica, la dignataria cubana participó en la Conferencia de Solidaridad con el Sahara Occidental organizada por la Comunidad del África Meridional para el Desarrollo (SADC, por sus siglas en inglés), a la que asistieron presidentes, cancilleres y otros dirigentes regionales.
Precisamente, el pasado año la SADC declaro el 23 de marzo Día de la Independencia de África Austral, en reconocimiento al triunfo en la batalla de Cuito Cuanavale, que dio al traste con el régimen del Apartheid en Sudáfrica y condujo a la independencia de Namibia, además de al proceso de paz angolano y en la subregión.
En sus sendos periplos, Valdés Mesa y Chapman recibieron innumerables muestras de agradecimientos de sus anfitriones por el siempre apoyo de Cuba y sus colaboradores, a la vez de escuchar condenas al cruel bloqueo que durante seis décadas le impone Estados Unidos a la mayor de las Antillas, y que ahora Washington pretende recrudecerle.
Similares gestos de reconocimiento se escucharon también por estos días en Gambia, el país más pequeño de este continente, donde la Asamblea Nacional (parlamento) adoptó una moción que estableció la creación de una Grupo de Amistad con su similar cubana del Poder Popular, lo cual contribuirá al incremento de las relaciones bilaterales, que el venidero 19 de mayo cumplirán 40 años de establecidas.
Mientras todo ello ocurrió de este lado del Atlántico, del otro, en La Habana, se conmemoró el 45 aniversario de los nexos entre Cuba y Gabón, y un grupo de galenos expertos de la prestigiosa Brigada Médica Henry Reeves, con un hospital de campaña incluido, se alistó para brindar atención en Mozambique a las poblaciones dañadas por el devastador ciclón Idai.
Seguramente se me quedan por mencionar otros hechos escenificados en las últimas semanas que demuestran que Cuba ha estado, está y estará siempre presente con su solidaridad incondicional en África, y por supuesto que será eternamente una “isla en este continente”.

Rubén G. Abelenda. Embajador de Cuba en Gambia.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Marco Rubio, entre fusiles y corrupciones

Entre enero y octubre del año 2017 fallecieron en Estados Unidos 545 menores por disparos, ocurrieron 274 tiroteos masivos, se registraron 46 595 incidentes de violencia con armas de fuego con resultados de 11 652 muertes y 23 516 heridos (sin incluir 22 000 suicidios anuales aproximadamente), según el Gun Violence Archive (Archivo de Violencia Armada).
Pero esas estadísticas no inmutan en lo absoluto al senador republicano Marco Rubio que ha recibido 3,3 millones de dólares de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), organización que impulsa con su poderoso capital la proliferación de armas en toda la Unión.
Una investigación de Univisión Noticias, la cual refleja el dinero que recibieron algunos representantes y congresistas por parte de la Asociación Nacional del Rifle , demuestra que cuatro de los políticos que obtuvieron mayores cantidades son de La Florida, pues además de Marco Rubio, aparecen los republicanos Carlos Curbelo, con 75 425 dólares, e Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz-Balart con 32 000 dólares cada uno.
Pero todas estas desgracias y tragedias familiares por el uso indiscriminado de armas de fuego, le son prácticamente indiferentes al senador Marco Rubio, defensor a ultranzas de la posesión de esos peligrosos artefactos en manos de cualquier individuo, siempre y cuando él reciba abundante dinero para ampliar sus arcas personales.
Cuando se indaga sobre los oscuros pasos del actual ultraconservador, aparecen más arbitrariedades cometidas durante su accionar político.
La publicación The New Yorker divulgó un informe de la Comisión General de Elecciones, donde denuncia que Rubio recibió 98 300 dólares en “donaciones” para su campaña, provenientes de la Secretaria de Educación, Betsy DeVos, acusada de ganar el puesto por mecanismos de corrupción.
Betsy DeVos, una multimillonaria sin ningún tipo de experiencia, fue acusada de haber obtenido el cargo a través de pequeños sobornos en forma de “donaciones” con los que obtuvo los votos correspondientes. Entre los “sobornados”, Marco Rubio fue el senador que más dinero recibió, según una lista publicada en febrero de 2017 por el Center for American Progress.
La Secretaria de Educación ha sido fuertemente criticada por su ascenso al cargo. Sus “donaciones” apuntan a lo que todo el mundo considera “fue una compra masiva de votos”, entre las cuales, el más beneficiado fue Marco Rubio, quien tiene nada menos que un récord del 100 % a favor de aprobar cada uno de los candidatos y planes del presidente, Donald Trump, afirma The New Yorker.
Dos años antes, el 31 de diciembre de 2015, el The Washington Post reproducía una investigación realizada por la cadena televisiva Univisión Investiga que indicaba:
“Cuando Marco Rubio era líder de la mayoría de la Cámara de Representantes de la Florida, utilizó su cargo oficial para pedir a reguladores estatales que le otorgaran una licencia de agente de bienes raíces a su cuñado, quien años antes fue encontrado culpable de narcotráfico. El cuñado, Orlando Cicilia, había sido liberado apenas 20 meses antes.
“En julio del 2002, Rubio envió una carta con su membrete oficial a la División de Bienes Raíces de la Florida, donde recomendaba a Cicilia “para obtener sin reservación una licencia como agente”. La misiva, que obtuvo el Washington Post gracias a la Ley de Archivos Públicos de la Florida, da una leve idea del actual senador cuando usó su creciente poder político para ayudar a su cuñado y brinda una nueva percepción sobre cómo ha entrelazado su vida personal con la política”.
Rubio se negó a declarar si él o su familia recibieron algún tipo de asistencia financiera por parte de Cicilia, que en un sonado juicio celebrado en 1989 fue hallado culpable de distribución de uno de los más grandes contrabandos de cocaína valorado en 15 millones de dólares. El gobierno federal incautó la casa de Cicilia donde vivía con Bárbara (hermana de Marco) y otra casa en North Miami Beach, pero el dinero nunca se encontró.
Desde su liberación, el ex reo vive en la casa de la madre de Rubio, junto a Bárbara y ha ayudado a su cuñado en sus actividades políticas. Además, el actual senador ultraderechista ha pagado a dos hijos de Cicilia más de 130 000 dólares por los aportes brindados durante sus campañas como candidato a la presidencia y a la de senador.
Los registros de vigilancia de la Administración de Control de Drogas muestran que Cicilia almacenaba cocaína de la red de drogas en su casa, a unas pocas millas de donde vivían Rubio y sus padres.
Cicilia fue condenado a 25 años de reclusión por conspiración para distribuir cocaína y marihuana, y liberado en noviembre de 2000 por reducción de pena.
El grupo de narcotraficantes con el cual actuaba la pareja (Orlando y Bárbara), lo dirigía el conocido traficante cubanoamericano Mario Tabraue, quien estuvo implicado en la muerte de un informante federal.
Como asegura Marco Rubio, hay que hacer de todo, hasta lo más increíble para ganarse un puesto en las administraciones estadounidense, no importa que corra la sangre o proliferen las drogas, el puesto hay que cuidarlo.

Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano.

lunes, 25 de marzo de 2019

La Patria crece, madura, y nos acerca




«Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol,
cada rizo del suelo es un sueño contado:
Algo como un recuerdo, una imagen, un beso
y en la espalda del día se queda ese algo.
Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol».
Son versos de Silvio Rodríguez para sostenerlos en el espíritu, nos vendrá bien llevar con ellos La Pupila Asombrada, para hablar de Cuba y su emigración.

La historia no contada de «En silencio ha tenido que ser»




«Te seré fiel dentro de mí y en cada latitud
en la frontera de mi tierra o en mi piel.
Qué más puedo hacer que serte fiel».
Con versos de Silvio y Pablo abrimos las pupilas para desandar por una serie televisiva que sin dudas despertará recuerdos en los que tienen más años vividos, porque “En silencio ha tenido que ser" forma parte de ese patrimonio audiovisual del que Cuba puede enorgullecerse.

Cuba regala al mundo la vacuna contra el cáncer de pulmón

A pesar del bloqueo de EEUU

Luego de 25 años de estudio y de ensayos clínicos se ha demostrado la seguridad y efectividad de la vacuna contra el cáncer de pulmón el Centro de Inmunología Molecular de Cuba desarrolló
En miras a poder mejorar la calidad de vida de los pacientes que padecen de cáncer de pulmón (uno de los tipos de cáncer más comunes y mortales), luego de 25 años de investigación, finalmente Cuba dio con una vacuna contra el cáncer de pulmón, por medio de la cual se busca combatir esta nefasta enfermedad.
El nombre de esta vacuna es CIMAvax, y fue desarrollada por el Centro de Inmunología Molecular (CIM), quien además de producirla la comercializa; la CIMAvax es una vacuna que se administra por vía intramuscular y va dirigida a pacientes que posean la enfermedad en un estado bastante avanzado.
El objetivo de su aplicación es disminuir el crecimiento de células malignas en el organismo; dirigiendo su acción, no a las células cancerosas como tal, sino al sistema inmunológico del paciente, para que éste entorpezca el desarrollo del tumor e impida el avance del mismo.
Tomando en cuenta esto podemos afirmar que la CIMAvax no es un método preventivo para el cáncer, ya que no es capaz de eliminar el tumor, sino que sólo limita su desarrollo.
La vacuna podría ser considerada más bien una alternativa de tratamiento para pacientes terminales, que hayan agotado otras herramientas terapéuticas; surgiendo así como una alternativa que permite mejorar su expectativa de vida de los pacientes hasta por 5 años; de esta manera lo ha corroborado el experto Kaleb León, del CIM.
En Cuba ya han sido 5000 los pacientes que se han sometido al tratamiento con la CIMAvax, arrojando resultados favorables al aumentar el tiempo de vida que se les había pronosticado, además de refleja bajos niveles de toxicidad y efectos secundarios; y ante estos positivos resultados ha estado disponible a partir del 2008.
A partir del 2016, en miras de seguir promoviendo y potenciando esta alternativa de tratamiento, los expertos y estudiosos de Cuba se han unido con científicos estadounidenses para seguir practicando pruebas que permitan verificar la efectividad y seguridad de la CIMAvax.
Uno de los ensayos clínicos que se llevó a cabo fue el de del departamento de Inmunología de Roswell Park, arrojando resultados que afirman que además de ser efectivo y seguro, los efectos secundarios que genera son incluso menos que el de otras alternativas terapéuticas.
“los datos muestran que la vida se ha prolongado, especialmente en pacientes menores a los 60 años, con una supervivencia media de 18,53 meses en los vacunados en comparación con los 7,55 meses para los no vacunados”, fueron palabras del director del departamento de Inmunología, Kelvin Lee.
Tomando en cuenta la seguridad y efectividad que la CIMAvax ha mostrado a lo largo de estos años de estudio, actualmente se está comerciando a más de 20 países entre los que se encuentra Paraguay, Colombia y Argentina.

Razones de Cuba

viernes, 22 de marzo de 2019

El ICAI 60 años de la Primera Institución Cultural de la Revolución Cubana


Un estudio aconseja potenciar a actores sociales en salud pública cubana

Con frecuencia en el nivel local, la intersectorialidad carece de enfoque sistémico epidemiológico, indican expertos

El empoderamiento intersectorial de directivos y líderes locales crearía alianzas y una actuación más integral e interactiva de los sectores sociales en la solución de problemas de salud que afectan a comunidades, instituciones e individuos en Cuba.
Tal análisis se desprende del artículo “Empoderamiento intersectorial en directivos y líderes locales como contexto para la acción en salud pública” publicado en el No. 3/2018 de la Revista Cubana de Salud Pública.
Sus autores, Pastor Castell y Estela de los Ángeles Gispert destacan que, por voluntad política, la intersectorialidad está presente en el contexto socioeconómico cubano y es reconocida en la misión y la visión de la mayoría de los sectores la sociedad y la economía.
“En Cuba existe una historia de acciones intersectoriales para el tratamiento de los determinantes sociales de la salud, lo que ha sido reconocido internacionalmente”, refieren los profesores de la Escuela Nacional de Salud Pública, ubicada en esta capital.
Sin embargo, advierten, el nivel de realización del proceso de intersectorialidad como tecnología es insuficiente en el tratamiento de problemas como el tabaquismo, alcoholismo, calidad e higiene de los alimentos, lucha antivectorial, enfrentamiento al envejecimiento y el trasplante de órganos.
De acuerdo con los investigadores, “aún no se ha logrado su puesta en práctica de forma integrada, consciente, participativa y de manera sistemática para resolver los problemas de salud pública en los diversos contextos”.
Anotan que la noción contemporánea de la determinación social de la salud de la población, requiere para su cimentación que el sector y otros actores socioeconómicos desarrollen conjuntamente acciones que contribuyan de forma más eficaz a promover salud, prevenir enfermedades y solucionar problemas.
Y argumentan que el empoderamiento desarrolla la capacidad de actuación por el compromiso que genera en los diferentes sectores, lo cual “resulta promisorio para el perfeccionamiento de la intersectorialidad, la implicación interactiva de los sectores sociales” en la solución de problemas de salud.
“El amplio y cambiante espectro de problemas de salud, requiere optimizar y garantizar la sostenibilidad de las acciones intersectoriales mediante el reforzamiento del apoyo de los gobiernos locales a la gestión intersectorial”, recomiendan Castell y Gispert.
Ello, agregan, “propiciaría la promoción de un clima organizacional intersectorial positivo en el que prime el sentido de responsabilidad, la comunicación horizontal, el respeto, la transparencia y la planificación estratégica, bajo el liderazgo compartido, no impositivo del sector de la salud, a fin de favorecer la plena inserción conceptual de la intersectorialidad en las políticas y las prácticas de salud”.
Ambos autores detallan que algunos elementos clave en este sentido son la promoción del aprendizaje continuo e interactivo entre directivos de la administración pública, el sector de la salud, y líderes comunitarios formales e informales.
La esencia del empoderamiento reside en el desarrollo de la capacidad para la acción social, para resolver problemas, tomar decisiones, buscar recursos materiales, cognitivos e instrumentales de manera activa.
Coadyuva además a que los individuos, las instituciones y las comunidades se responsabilicen y actúen en los problemas de su entorno con autodeterminación y sentido de autoeficacia, amplían.
Por ello, razonan los estudiosos, una alternativa promisoria en el perfeccionamiento de la intersectorialidad podría ser el empoderamiento de los actores sociales y económicos.
“Su naturaleza positiva, dinámica, dialéctica, ecológica, transformadora, política y centrada en la acción, puede coadyuvar al desarrollo de la autonomía y responsabilidad que resulte en su implicación interactiva en los problemas de salud que afectan a comunidades, instituciones e individuos”, concluyen.

IPS

jueves, 21 de marzo de 2019

Simposio Cuba en la historia II

Reflexiones puntuales

La posibilidad de conocer de cerca –y en distintas etapas- el proceso social cubano desde 1959 hasta hoy y el tener un cierto dominio de los antecedentes del mismo; permite esbozar algunas reflexiones en el marco de este evento orientado a celebrar el 60 aniversario de la gesta liderada por Fidel y que marcó un hito en la lucha de los pueblos de todos los continentes. Espero, modestamente, poner el dedo en la llaga, y tocar temas candentes que tienen que ver con experiencias de América Latina pero, sobre todo, con las nuestras.
Se trata de poner en tinta sobre papel, ideas referidas a asuntos que forman parte del debate de la izquierda desde hace muchos años y que seguramente se proyectarán en la perspectiva, con la misma fuerza de antes. Al abordar estos asuntos lo que se busca obviamente, no es acabar con esa discusión sino, de alguna manera, ayudarla a procesarse de una manera más metódica y definida, para que sirva como aliento, y no como rémora; para que ayude a avanzar, y no sea usada para debilitar las fuerzas, o quebrar las posibilidades de desarrollo del movimiento popular. Veamos entonces, cuáles son los temas que nos interesan hoy.

Reforma y revolución

Es claro que en muy amplios sectores del movimiento popular, se vive un clima creciente de descontento ante las iniquidades de la sociedad capitalista. Bien puede asegurarse que todos estamos en contra de lo que constituye la esencia de la sociedad capitalista: la explotación del hombre por el hombre. Recusamos la injusticia social, condenamos la guerra, rechazamos las desigualdades que fluyen de la sociedad en nuestro tiempo y nos declaramos enemigos de todos los abusos y maldades de las que hace gala la clase dominante en cada uno de nuestros países. En todo eso –y quizá mucho más- tenemos unidad de criterio y –lo que es más importante- la posibilidad de sumar fuerzas para combatir estas expresiones horrendas.
El problema, que alude en el fondo a la crisis del sistema mundial de dominación vigente, llega así, y puede dar lugar a una primera diferencia sustantiva. Ella, estriba en la formulación de cómo hacer, para poner fin a esto. A partir de ese interrogante, asoman siempre dos enfoques. Y este tema, no es nuevo. En nuestro país fue planteado descarnadamente por José Carlos Mariátegui el 15 de junio de 1923 en la primera charla que hizo referida a la crisis mundial. Allí nos dijo que las fuerzas proletarias europeas se hallaban divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios.
Para unos, -y entre ellos estaba Mariátegui. y estamos nosotros- es posible construir una nueva sociedad sólo demoliendo la actual, cambiando de raíz las estructuras de dominación vigentes, y forjando un nuevo orden social, más humano y más justo. Esta tarea, solo será posible mediante una Revolución Social que nos permita comenzar desde abajo la tarea de forjar el futuro. Por eso, nos definimos revolucionarios
Pero a nuestro lado, hay otras fuerzas que creen que esa, es una posición extremista. Incuban la idea de cambiar la sociedad de otra manera, modificando sus expresiones más equívocas, subsanando sus injusticias flagrantes. Se convierten así, en abanderados de las posiciones evolucionistas, reformistas, sin que el término sea usado de modo despectivo, o peyorativo. Desde nuestro punto de vista, las reformas pueden ayudar, y ser útiles.
A nuestro juicio, sin embargo. Las reformas pueden ocurrir antes de una revolución, durante una revolución o incluso, después de una revolución. Lo que no podrá ocurrir, es que las reformas reemplacen a una Revolución. En ese marco, nos parece profundamente errado considerar que mediante reformas se pueden hacer cambios en la sociedad capitalista de modo tal que ya no sea necesaria una Revolución.
El proceso social latinoamericano hoy está planteado en ese dilema. Fuerzas avanzadas, progresistas, interesadas genuinamente en la lucha por atender las necesidades de los pueblos, obran convencidas que sí, que es posible hacer cambios en el marco de la sociedad capitalista, sin recusar su esencia. En el fondo, alternativas tan sugerentes como el proceso brasileño de Lula Da Silva y Dilma Roussef, han sustentado esa idea. También lo han hecho, Néstor y Cristina Kichner en Argentina. Y el Presidente Rafael Correa, en Ecuador. Esa misma opción, sin duda, la encarnaron los exponentes del Frente Amplio de Uruguay, José Mujica y Tabaré Vásquez.
Su empeño principal en el gobierno ha sido -con la mejor intención- disminuir los indicadores de pobreza, acabar con la desnutrición infantil, amparar a los más necesitados. Y han invertido inmensos recursos en programas orientados al cumplimiento de esas metas. En ese marco, han “pactado” con sectores de la burguesía comprometiéndose a no afectar sus intereses, a cambio de su apoyo o, en el extremo, su neutralidad ante sus políticas de gobierno.
La intención que los llevó a esa idea, no es mala. Ni tampoco es de por si mala la idea de andar por ese camino. Lo que ocurre es que ese camino se agota, termina, y no logra sus propósitos. Salvo el caso de Uruguay, las fuerzas que impulsaron esos cambios perdieron el poder, y fueron excluidos de un proceso de definiciones. Sus posiciones fueron afectadas por Golpes de Estado planteados de una u otra manera, como ocurrió en Honduras, en Paraguay, o en el mismo Brasil, en el caso de Dilma Rousseff.
La falta de preparación política de las masas, la carencia de una organización que luche en el terreno concreto, la división del movimiento popular; resultaron elementos fatales en cada uno de estos casos. Ellos explicaron el desenlace ocurrido, pero en verdad, eludieron el tema de fondo ¿es realmente posible hacer esos cambios en el marco de la sociedad capitalista? Los que creen que si, son muchas veces fuerzas sanas, que merecen el mayor apoyo, y la mas franca solidaridad; pero en el fondo, fueron víctimas de los limites que ellos mismos se impusieron. La vida les demostró que ese camino está cerrado; que las reformas, no cambian la esencia de la sociedad; y que los pueblos de nuestro continente, no tienen otro camino, sino el de la Revolución Social. En definitiva, en los países en los que se marcha por ese derrotero, contrario, donde se ha producido una Revolución, ha sido realmente posible defender los intereses de los pueblos. Lo confirma la subsistencia de Cuba, de la Nicaragua Sandinista, y de la Venezuela de hoy, que está haciendo su camino revolucionario enfrentando con heroísmo y destreza las más duras agresiones del Imperio.
Las reformas ayudan, pero no resuelven. Esa es una de las primeras lecciones que puede extraerse de la Revolución Cubana. Sostener eso, no significa alentar la idea que aquí hay que hacer “como en Cuba”, o “·como en Nicaragua” o “como en Venezuela”. No. Significa, simplemente decir que aquí hay que hacer una Revolución, y no alentar la idea que las reformas serán suficientes. Ellas podrán abrir una ruta, pero en una u otra circunstancia, será indispensable “dar el salto” y tomar al toro por las astas. Creer esto, es ser consciente que en esta parte del mundo, se vive un periodo revolucionario. Así lo sostuvo el Amauta.

Formas de lucha y vías de la revolución

Una Revolución -dijo Mariátegui- “no es un golpe de estado, no es una insurrección, no es una de aquellas cosas que aquí llamamos revolución por uso arbitrario de esta palabra. Una revolución no se cumple sino en muchos años. Y con frecuencia tiene periodos alt1ernados de predominio de las fuerzas revolucionarias y de predominio de las fuerzas contra revolucionarias… Mientras uno de los bandos combatientes no capitule definitivamente, mientras no renuncie a la lucha, no está vencido. Su derrota, es transitoria”.
Pareciera que Mariátegui nos estuviese hablando de la URSS, de su ascenso y de su caída. Y que esté aludiendo a la Cuba de hoy y de los países que luchan por afirmar un nuevo modelo social, como Nicaragua, Venezuela. En la antigua URSS, hay un periodo de repliegue y de derrota, pero que no es definitivo. Y en los otros países, hay un proceso de lucha en el que los pueblos están resistiendo y batallando a pie firme, para no ser vencidos. El dilema es Revolución, o contra Revolución.
¿Hay alguna receta para hacer la Revolución en uno u otro país? ¿Es posible que en un país, se repita una experiencia igual a la vivida en otro? Es claro que no. No habrá ni en el Perú ni en ningún otro país, una experiencia igual a la ya vivida. Cada país debe -decía Lenin- “parir su movimiento”. Nuestra propia realidad lo confirma. Tuvimos un proceso revolucionario –el de Velasco Alvarado- pero no fue una Revolución Socialista, y se basó en una alianza inédita en el Perú: la Unidad del Pueblo y la Fuerza Armada. De ese modo, en la circunstancia, la Revolución actuó con las armas en la mano, lo que intimido a sus adversarios que tuvieron que recurrir a una estrategia más compleja para acabar con tal proceso.
La formas de lucha, son eso, formas. No son esencias. La guerrilla fue consustancial a la Revolución Cubana y a la Nicaragüense; pero no necesariamente lo será en otros países. En Chile, o en Uruguay, las fuerzas progresistas arribaron al gobierno por vía electoral; pero no es probable que así ocurra en el Perú, o en otros países. En cada lugar, las cosas habrán de ocurrir de manera diferente. Pero hay reglas universales, que podemos llamar “regularidades” en los procesos liberadores:
No habrá nunca un proceso enteramente pacifico. Aún si las fuerzas de la contra revolución no fueran capaces de ofrecer resistencia a la hora de la toma del Poder, y entregaran los mandos con las manos en alto; incluso en ese supuesto, harán resistencia violenta cuando se procesen los cambios revolucionarios, porque éstos les habrán de afectar en una, u otra medida. Mariátegui, en el tema, fue bastante claro y preciso. Si la Revolución exige violencia, dijo, “estoy con la violencia, sin reservas cobardes”. Y esto hay que recordarlo ahora porque ciertas gentes de izquierda buscan “tomar distancia” de procesos como el de Nicaragua o Venezuela porque dicen que “emplea la violencia”. Se asustan del hecho. y acusan a sus gobiernos sosteniendo que son “dictaduras”. Piensan que un fenómeno complejo y tan convulso, como es una Revolución, debe discurrir “por caminos enteramente pacíficos y democráticos”. Como diría Lenin: ”¡Nunca han visto una Revolución, estos señores!”.
Cuando las fuerzas revolucionarias hacen uso de la violencia, no actúan nunca de manera irracional. Ni siquiera, ante el enemigo. Cuando eso ocurre –sucedió, por ejemplo, en el proceso salvadoreño, en el caso del poeta Roque Dalton- finalmente se descubrirá otro tipo de motivaciones en el accionar de quienes actuaron en esa circunstancia.
No existirá, tampoco, un proceso revolucionario que se desarrolle al margen de las masas. Esa, bien podría ser una segunda regularidad de cualquier proceso. La fuerza que combate debe “dar la cara” y ser conocida por las acciones que desarrolla, más que por la “propaganda” que suele hacerle el enemigo cuando piensa que puede usar algo de lo que se hace en provecho de su sistema de dominación. Por eso los actos aislados, las acciones terroristas, no son propias de una fuerza empeñada realmente en impulsar cambios revolucionarios. Terrorismo y lucha revolucionaria, son incompatibles. Y la incompatibilidad, la constató el propio Lenin en 1887 con la dolorosa caída de su hermano.
En la experiencia cubana hubo acciones aisladas, si, pero nunca actos destinados a amedrentar a la población, intimidarla, o ganarla por el miedo. Los revolucionarios cubanos aun en las condiciones de clandestinidad, o de guerrilla, dieron la cara y lucharon abiertamente por sus objetivos más preciados. Y se empeñaron siempre en respetar escrupulosamente la libertad y la dignidad de los ciudadanos. El caso del secuestro de Juan Manuel Fangio, ocurrido en La Habana en el fragor de la lucha contra la dictadura batistiana, fue aleccionador. Tan pulcro fue el comportamiento de los integrantes del 26 de julio que participaron en la acción, que se ganaron la gratitud del campeón mundial de automovilismo y la admiración de amplios segmentos de la población.

La vanguardia

Para que haya una Revolución, será indispensable la existencia de una Vanguardia, de una fuerza que sea capaz de liderar el movimiento y que sea reconocida en ese papel por las masas populares del país en el que actúa. Históricamente, los Partidos Comunistas fueron la Vanguardia, porque jugaron ese papel en la lucha social contra el régimen de dominación capitalista. Pero en la Revolución Cubana, el Partido Comunista existente, objetivamente no cumplió esa función. Tampoco ocurrió eso ni en Nicaragua, ni en Venezuela. Pero en todos esos países, hubo una fuerza de Vanguardia. Su existencia, es consustancial al proceso revolucionario. Hoy, el Partido Comunista de Cuba no sólo es Vanguardia del proceso en Cuba, sino que irradia una influencia extraordinariamente positiva en el escenario continental, Y los comunistas de Nicaragua y Venezuela, están objetivamente incorporados a las tareas de conducción de esos procesos.
Lenin dijo siempre que no basta “proclamarse vanguardia”, Hay que actuar de modo tal, que el pueblo mismo conozca a la fuerza que juega el papel de vanguardia en sus luchas. La Vanguardia debe estar a la cabeza de ellas pero, sobre todo, caminar al ritmo que le imponen los acontecimientos. NI “tan adelante” que el pueblo la pierda de vista; ni “tan atrás” como para que no la tome en cuenta. La Vanguardia debe buscar siempre su lugar exacto; pero sobre todo, debe tener una visión panorámica del escenario en el que actúa y una mirada de futuro. Debe saber qué ocurrirá en cada recodo del camino, y no deberá simplemente “esperar” que sucedan hechos, para analizarlos y procesarlos. El papel de la Vanguardia será constante: señalar el camino, y orientar el accionar de las masas; trabajando en el seno de ellas por lograr la unidad, la organización, la conciencia política de la población y el aliento a su lucha,
La Vanguardia debe proteger al pueblo y no simplemente esperar ser protegida por él, aunque este fenómeno se produzca como dialéctica de cualquier proceso revolucionario. Proteger al pueblo, implica respetar sus costumbres, cultura, prácticas tradicionales, creencias y sentimientos. Y nunca “castigarlo”, como ocurrió en los denominados “años de la violencia” en el Perú, cuando poblaciones enteras fueron masacradas por acciones adjudicadas a presuntos integrantes de la estructura terrorista “Sendero Luminoso”.
La Vanguardia surge siempre a partir de factores definidos: Una línea justa y un accionar consecuente. La línea justa debe partir de la realidad y estimar el sentimiento de las masas, no para “hacerse eco” de él y repetirlo; sino para recogerlo, procesarlo y proyectarlo, diseñando en todos los casos una estrategia y una táctica comprensible y asimilable. Por lo demás, la Vanguardia debe siempre plantear luchas, y objetivos, alcanzables; por una razón muy simple: debe procurar siempre que las masas registren avances, y tengan éxito en lo que se proponen. Cuando las fuerzas progresistas alcanzan victorias, aunque sean pequeñas y poco significativas; ellas les sirven como aliento para nuevas batallas. En cambio, cuando sufren derrotas, se corre el riesgo de la desmoralización y aún de la deserción.
La Vanguardia debe siempre cuidarse de no dar consignas falsas, de proponer objetivos inalcanzables, de hacer proclamas triunfalistas. Todo eso debilita su papel y su rol dirigentes.

La revolución no se exporta

Desde hace más de cien años en el escenario popular está planteado el tema de la cantada “exportación de la Revolución”, vinculada al de la construcción del Socialismo en un solo país. Ese debate, que tomó fuerza en los años veinte del siglo pasado, parece resucitar ahora aunque en otras dimensiones, y hasta con otro carácter. Hace un siglo hubo quienes pensaron que la Revolución Bolchevique debía extender y ampliar su dominio, llevar el socialismo a Europa en la punta de las bayonetas del Ejército Rojo. La Segunda Gran Guerra y su desenlace, con el surgimiento de la llamada “comunidad socialista de naciones” –es decir, “Europa del Este”-; algunos pensaron que sí, que así había ocurrido en la práctica, y así podría acontecer en el futuro. Y que esa realidad, era la consecuencia de un aserto histórico: no era posible construir el socialismo en un sólo país.
Vino a la cabeza de algunos de nuestros compatriotas la idea que así había ocurrido en los años de la Independencia, y así habría de suceder más adelante. En aquellos años, en efecto, vinieron a nuestro suelo y combatieron en él, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, bolivianos, argentinos, uruguayos, cubanos, y hasta ingleses como Lord Cochrane. Con ellos fue posible ganar esa guerra en varios escenarios y finalmente coronar la victoria en Junín y Ayacucho. Hay quienes piensan hoy que así podría ser en esta segunda contienda para liberarnos del dominio yanqui. Ese esquema parte de la idea que en el Perú “la Revolución, vendrá de afuera”. Aunque en la teoría nadie sostiene tal tesis, en la práctica parece que muchos la comparten. Por eso no hacen nada por la Revolución, y se limitan a espera que “pase el tiempo”, confiados en que “vendrá sola”, o “vendrá de afuera”. No siempre ese esquema mental funcionó de ese modo en la Izquierda Peruana.
En los años 70 y 80 de siglo pasado, se trabajó intensamente en la base del pueblo. Se unió a amplios sectores en respaldo al proceso revolucionario; se organizó sindicatos, estructuras campesinas y organizaciones sociales en todos los niveles de la vida nacional; se politizó a la población sembrando sentimiento y conciencia de clase; y se promovió y alentó la lucha de los trabajadores. En otras palabras, se hizo activo trabajo revolucionario. Eso, después fue reemplazado por un episódico y esporádico trabajo electoral.
Es hora que las nuevas generaciones de revolucionarios peruanos, lleguen a la conclusión que ese, no es el camino. Construir la unidad para participar en proceso electorales sin debatir ni promover objetivos políticos dejar de lado tareas solidarias para no “malquistar” a probables “aliados electorales; no obedece a una línea justa ni tiene perspectivas de victoria.
El tema del socialismo en un solo país tiene que ver con la realidad. Aquí hay darle la razón a Goethe: ”Gris es la teoría, amigo, pero verde y frondoso es el árbol de la vida”. No fue Cuba quien escogió el camino de construir el socialismo en un solo país. Fue la realidad la que impuso eso. Y la realidad –también lo dijo Lenin- “vale más que mil programas".

Compromiso, solidaridad e internacionalismo

Estas tres palabras expresan en buena medida aquello que puede extraerse como enseñanza de la experiencia cubana a lo largo de las seis décadas de construcción del socialismo. Compromiso, en primer lugar, con su propio pueblo, para conducirlo con el menor riesgo posible por un camino nacional liberador rumbo a una sociedad más justa. Solidaridad con todos los pueblos que luchan contra el Imperialismo, aunque partan incluso de premisas distintas y busquen propósitos ulteriores diferentes. E Internacionalismo, para comprender lo que ocurre en el escenario mundial, afectado hoy peligrosamente por la política guerrerista del Pentágono.
Vivimos un periodo extremadamente delicado en la escena mundial. El Imperio siente que la tierra, se hunde bajo sus pies. Y está dispuesto a hacer uso de todas las herramientas que tiene a la mano, para defender sus privilegios y sus intereses. Es tarea nuestra –y no sólo deber de las “nuevas generaciones”- derrotar los planes guerreristas que hoy amenazan a los pueblos.
A los 60 años de la toma del Poder por las fuerzas más avanzadas de la sociedad; Cuba nos da ejemplo de muchas cosas. De firmeza, dignidad, decoro, resistencia; pero, sobre todo, de inteligencia revolucionaria..
Y eso, es lo que más debemos apreciar.

Gustavo Espinoza M.

La influencia de la cultura norteamericana en Cuba

Suele decirse que las revoluciones “arrasan con el pasado”. Sin embargo, todo cambio revolucionario se sustenta en una historia y una cultura que determinan su naturaleza y peculiaridades. En ocasiones, estas tradiciones sirven de anclaje a la convocatoria popular y aportan al desarrollo de la conciencia colectiva, pero otras veces constituyen un lastre para las transformaciones que se pretende impulsar.
A diferencia de otras culturas latinoamericanas, portadoras de una sólida tradición autóctona, el exterminio o la asimilación de la población indígena determinó que la cultura cubana no se configurase a partir de esta base originaria, sino que devino producto de la “civilización occidental”, entendida como expresión de una cultura que surge de la evolución de los patrones impuestos por los colonialistas europeos en América.
Para dar cuenta de este proceso, el sabio cubano Fernando Ortiz afirmó que “la verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones” (Ortiz, 1991: 86-87). Lo que quiere decir que la nacionalidad cubana ha sido el resultado de la metabolización constante de lo foráneo y su síntesis en un producto cultural singular. Esto explica que si bien “lo extranjero” ha tenido siempre un atractivo especial para los cubanos, ello no ha impedido el desarrollo de una poderosa identidad nacional, inspiradora de las luchas por la independencia y soberanía que, a pesar de haber sido muy radicales en términos políticos, nunca han estado regidas por sentimientos xenófobos.
Las más relevantes transculturaciones fueron las que se gestaron a partir del aporte de los ancestros españoles y africanos, de por sí culturas muy ricas en su diversidad, pero otras muchas han incorporado sus ingredientes al “ajiaco cultural cubano” y entre las más sobresalientes se encuentra la cultura norteamericana, cuyas influencias emergen constantemente cuando tratamos de explicarnos ciertas conductas de los cubanos.
Siendo también un producto de la transculturación occidental, Estados Unidos ha vivido un proceso bastante similar en la formación de su propia cultura nacional, aunque desde una perspectiva anglosajona mucho más excluyente y discriminatoria, que ha impedido la consolidación de una expresión monolítica, en la que todos sus componentes, extraordinariamente diversos como resultado de la inmigración más numerosa de la historia, se sientan igualmente representados.
La cercanía geográfica, la complementación de sus economías y la hibridad de sus culturas han facilitado el contacto entre cubanos y norteamericanos desde el origen de ambas naciones, a pesar de las diferencias en cuanto al idioma, la religión, las tradiciones, así como el conflicto generado por las pretensiones hegemónicas norteamericanas respecto a Cuba a lo largo de esta historia.
En el proceso independentista estadounidense y su posterior desarrollo durante las primeras décadas del siglo XIX van a expresarse las ideas más progresistas de su época. Se trató de la primera revolución independentista de América, la que adoptó como propios los avances de la Revolución Industrial Inglesa en lo económico y se vio influida por las ideas que más tarde germinaron en la Revolución Francesa en lo político y lo cultural.
Estos valores encontraron terreno fértil en la sociedad criolla cubana y fueron asimiladas como una forma de resistencia y lucha frente al colonialismo español. Más importante aún, devino modelo de progreso y paradigma de la sociedad que se aspiraba alcanzar. No es de extrañar entonces que incluso entre los sectores más radicales del movimiento independentista cubano, la idea de la anexión a ese país apareciera como una alternativa deseable en los primeros momentos del proceso.
Tal concepto de la anexión era distinto a la propuesta que más adelante aparecerá como alternativa contrarrevolucionaria, ya que partía de la premisa de la unión voluntaria entre iguales, una vez consumada la liberación mediante el esfuerzo propio. Más que “anexión”, con las implicaciones antinacionalistas que tendría más tarde, se trataba de integrarse a la naciente república norteamericana tal y como lo habían hecho las antiguas colonias inglesas y así enfrentar las amenazas comunes que entrañaba la codicia de los imperios colonialistas europeos.
La ingenuidad de esta pretensión quedó rápidamente demostrada como resultado de la actitud que asumió el gobierno de Estados Unidos frente al proceso independista cubano desde sus inicios y fue rápidamente desechada por los revolucionarios. No obstante, el patrón republicano estadounidense y, en buena medida, su ideal de sociedad, continuaron influyendo significativamente en la conciencia nacional, antes y después de alcanzada la independencia.
Solo José Martí se distanció claramente de esta concepción: “¡Ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma!”, dijo entonces (Martí, 1975: tomo VIII, p. 244). Pero el avance de su prédica tendrá que recorrer un largo camino en la historia cubana y ni siquiera hoy puede asegurarse que ha sido asumida en toda su profundidad.
Según ha explicado el historiador cubanoamericano Louis A. Pérez, desde la época colonial “el progreso llegó a Cuba en forma de cosas norteamericanas (…) y las ideas asociadas al progreso, la ciencia y la tecnología, como paradigmas de modernidad y civilización, tenían un poderoso atractivo para quienes buscaban transformar el orden tradicional, (por lo que) los cubanos estuvieron entre los primeros pueblos, fuera de Estados Unidos, en caer bajo la influencia de la cultura material norteamericana (Pérez, 2006: 83-89). También resultó un patrón cultural “alternativo”, ya que partía de la falsa pretensión de rechazar tanto a la cultura española, por retrógrada, como la africana, degradada y anatemizada como resultado de la esclavitud y el racismo.
Tal influencia se consolidó cuando Cuba accedió a la independencia en 1902, después de cuatro años de ocupación militar norteamericana, para convertirse en laboratorio social del sistema neocolonial que implantó Estados Unidos por primera vez en la nueva República.
La combinación de sometimiento económico y político con la independencia formal, que caracteriza al neocolonialismo, obligó a Estados Unidos a integrar orgánicamente a la burguesía nativa al sistema de dominación, con la función específica de garantizar el orden institucional del país, lo que incapacitó a esta clase para desempeñar el papel nacionalista que desempeñaron sus sectores más avanzados durante el colonialismo, transformándose en testaferro del poder foráneo dentro de la nación, lo que también tendrá un impacto decisivo en la cultura nacional.
El capital proveniente de Estados Unidos llegó a controlar los renglones fundamentales de la economía cubana y la presencia militar de ese país devino un hecho común en Cuba. Una de las consecuencias de esta subordinación era que el apoyo de Estados Unidos determinaba las carreras de los políticos cubanos, consolidando la naturaleza antinacionalista de estos grupos y la corrupción crónica de la vida política del país, cuyas raíces se extendían al colonialismo. En última instancia, la corrupción no constituía una aberración del modelo, sino una necesidad para la subvención y subordinación de la burguesía testaferro, entronizando una práctica cuyas consecuencias éticas se extendió a otros sectores de la nación.
Tal régimen requería también de la promoción de una “ideología de la dependencia” que articulara la hegemonía a partir del reconocimiento de una supuesta superioridad norteamericana, la cual se expresaba no solo en términos económicos, políticos y militares, sino también culturales, achacándole, incluso, virtudes relacionadas con la propia condición humana. Aunque en buena medida fue consecuencia natural de la asimetría de poderes que conlleva la dominación política, también fue el resultado de un esfuerzo consciente y organizado del gobierno de Estados Unidos desde los primeros momentos.
Durante el gobierno de ocupación ya se apreciaron medidas encaminadas a “promover el respeto y admiración hacia las instituciones norteamericanas”, así como a “implantar en Cuba el sistema de enseñanza pública de los Estados Unidos”, para lo cual se crearon más de 3 000 escuelas cuyos programas se regían por contenidos y libros de texto estadounidenses que estaban orientados a facilitar la “asimilación” de los cubanos, tal y como se había intentado hacer con los inmigrantes en diversas partes de Estados Unidos. Con este objetivo se importaron cientos de pedagogos norteamericanos y más de 1 300 maestros cubanos fueron enviados a formarse en universidades norteamericanas (Vega, 2004: 160-168).
Aunque se hizo en función de mejorar la fuerza de trabajo que requerían las inversiones y extender el patrón cultural estadounidense con fines hegemónicos a toda la población, también significó un saldo cualitativo inmenso en relación con el sistema educacional existente durante el período colonial, con lo que en la práctica sirvió para demostrar una vez más las virtudes que implicaba “copiar a los yanquis”.
Esta combinación entre lo útil y lo nefasto caracterizará la penetración cultural norteamericana en Cuba, por lo que vale la pena distinguir dos elementos de la ideología de la dependencia frente a cuyas manifestaciones tendrá que abrirse paso el movimiento nacionalista cubano y la contracultura que lo acompaña: el “plattismo” en lo político y el “consumismo” en lo social.
La llamada “Enmienda Platt” fue un acuerdo del Congreso estadounidense impuesto como cláusula a la Constitución cubana de 1901, en la cual se establecía, como condición para conceder la independencia, el derecho de intervención de Estados Unidos en los asuntos internos del país y sus relaciones internacionales. Aunque rechazada por los sectores patrióticos, a la larga fue aceptada por los constituyentes cubanos al considerarla “un mal menor” que el mantenimiento del status quo vigente.
Para muchos historiadores, la Enmienda Platt constituyó una demostración innecesaria de dominación por parte de Estados Unidos, toda vez que su control del país no requería de una subordinación jurídica tan evidente, la cual afectaba la naturaleza misma del modelo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que entonces el mundo estaba regido por los imperios europeos, donde la condición de colonia era reconocida como “propiedad territorial” por el orden internacional, mientras los estados independientes estaban más expuestos a la competencia de las grandes potencias. En esta situación, Estados Unidos se vio impelido a “marcar su territorio”, como una garantía exigida por sus propios inversionistas.
En realidad, lo ideal para Estados Unidos era evitar el intervencionismo militar en el plano doméstico cubano y argumentar que la Enmienda Platt solo constituía un “compromiso” con la defensa del país que “ellos habían liberado”. Sin embargo, la oligarquía nativa cubana, una amalgama de intereses plagada de luchas intestinas, donde se mezclaban antiguos capitales españoles, criollos integristas y los nuevos ricos surgidos de las propias filas independentistas, enfrentados, por demás, a la voracidad de los monopolios norteamericanos, resultó incapaz de cumplir con la función de control político de la sociedad y la constante intervención militar norteamericana devino una necesidad para la estabilidad del régimen en las dos primeras décadas de la República. Hasta Theodore Roosevelt, tan propenso al uso del “garrote”, llegó a quejarse que los “revoltosos” políticos cubanos lo obligaban a actuar con una injerencia tan descarnada que afectaba los intereses estratégicos del imperio y la esencia del sistema hegemónico que pretendía extenderse a toda la región.
Mientras existió hasta 1934 como cláusula de la Constitución Cubana, el plattismo devino expresión descarnada de los límites impuestos a la soberanía de la nación. De cierta forma, una fórmula de dominación neocolonial imperfecta que hizo crisis con la revolución de 1930.
Frente a este proceso, la “mediación” norteamericana posibilitó el triunfo de la contrarrevolución mediante la utilización de las fuerzas armadas, las cuales, a partir de ese momento, pasaron a cumplir la función testaferro que la oligarquía nativa, como clase, no había sido capaz de desempeñar. Pero también exacerbó los sentimientos antimperialistas y el pensamiento martiano que, ignorado o adulterado en las primeras décadas de la República, emergió como referente de las luchas populares, fijando las fronteras de los bandos en pugna a partir de ese momento.
La política del “Buen Vecino”, promovida por el gobierno de Franklyn Delano Roosevelt en América, en buena medida expresión del deterioro de la hegemonía norteamericana como resultado de la crisis económica de 1930, trató de enmendar el entuerto y perfeccionar el sistema neocolonial cubano mediante la promoción de un proceso de apertura democrática controlado por el poder militar, lo que se vio favorecido por la coyuntura internacional que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
La adopción de la Constitución de 1940, una de las más progresistas e incluyentes de la época, fue el principal resultado de este empeño, aunque muchas de sus leyes apenas encontraron aplicación práctica en la vida nacional. La década que sigue estará caracterizada por la sucesión de gobiernos electos por el voto popular, por lo que, a pesar de las trampas y distorsiones que siempre acompañaban estos procesos, pudiera afirmarse que la “democracia representativa” funcionó en Cuba durante este período.
El primer presidente electo a partir de ese momento fue Fulgencio Batista, precisamente el sargento convertido en general, que encabezó la sangrienta ofensiva contrarrevolucionaria de los años treinta y, más tarde, encabezando una coalición muy amplia que incluía a los comunistas, devino el artífice de la apertura democrática que se suponía funcional al mantenimiento del modelo hegemónico norteamericano.
Siguiendo esta lógica, Batista entregó el poder en 1944, cuando su candidato perdió las elecciones frente a los oponentes del Partido Auténtico. Supuestamente herederos de los ideales de la revolución de 1930, los auténticos encarnaron un movimiento popular no ajeno a las corrientes antimperialistas que habían tenido expresión en esas luchas -lo que explica algunas de sus posiciones en política internacional-, pero terminaron encabezando dos períodos de gobierno caracterizados por la corrupción, el bandolerismo y la implantación de una versión tropical del macartismo en Cuba, que contribuyó a extender el anticomunismo en algunos sectores populares.
De nuevo, la oligarquía nativa demostró su incapacidad para controlar el país y articular la hegemonía que exigía el sistema neocolonial, por lo que la “apertura democrática” terminó vergonzosamente con un golpe de Estado militar, consumado de nuevo por Fulgencio Batista en 1952, a partir del cual se estableció una de las dictaduras más cruentas de la historia latinoamericana. Estados Unidos, a tono con su política exterior de la Guerra Fría, apoyó esta dictadura hasta su derrumbe, como resultado de la victoria de la revolución en 1959, lo que incrementó el sentimiento antimperialista en la nación.
La naturaleza antineocolonialista de la Revolución Cubana se definió entonces a partir del enfrentamiento frontal con la subordinación política a Estados Unidos, así como contra la oligarquía nativa y las fuerzas armadas que le servían de sustento. En función de esta meta se movilizó la inmensa mayoría de la población, dando forma a un movimiento popular tan masivo, que la política norteamericana se vio precisada a establecer las bases sociales de la contrarrevolución en el exterior, donde el plattismo asumirá sus posiciones más extremas, hasta el punto que justificar la intervención militar norteamericana devino el objetivo final de estos grupos.
Sin embargo, si bien en el plano político la ideología de la dependencia resultó finalmente identificada y su rechazo se consolidó como parte de la conciencia nacional, no ocurrió igual con otros elementos que vivían larvados en la cultura cubana, entre otras cosas, porque se trata de fenómenos distintos. Tal y como plantea el propio Pérez: “El éxito de la hegemonía de Estados Unidos en Cuba no fue solo una función del control político y la dominación militar, sino una condición cultural en la que el significado y el propósito derivaban de los sistemas normativos norteamericanos” (Pérez, 2006: 8).
Resulta así que a la vez que la mayoría del pueblo cubano despreciaba al embajador norteamericano en sus funciones de procónsul o al marino que orinaba en el monumento a José Martí después de una juerga con prostitutas en La Habana, adoraba la televisión, los automóviles y cuanto artilugio se producía en ese país.
Primero que en otras partes, el American Way of Life devino patrón de bienestar y progreso en Cuba. “Los bienes materiales se codificaban con significados complejos; la adquisición se asociaba al estatus, y el acto de consumo podía ser una forma de obtener de obtener gratificación y realización. El consumo ofrecía acceso a la modernidad, un camino hacia el progreso y un nivel de vida asociado con la civilización, como una condición material. Los bienes de consumo vinculaban a los cubanos directamente con la cultura de mercado de un mundo más amplio y, en este proceso, se convirtieron en un duplicado del Norte” (Pérez, 2006: 481).
En estas condiciones, hablar inglés y asumir los valores norteamericanos devino requisito para el acceso a los mejores empleos, expandiendo su influencia al habla y los gustos populares. Profesionales estadounidenses o cubanos formados en ese país pasaron a ocupar puestos clave en los grandes consorcios norteamericanos establecidos en Cuba, pero incluso la capacidad de ser bilingüe se convirtió en un atributo muchas veces decisivo para trabajar como oficinista o en hoteles, clubes y restaurantes.
El comercio fue inundado con productos norteamericanos y muchos establecimientos adoptaron nombres en inglés para reflejar el origen de sus propietarios o atraer a sus clientes. Las firmas y los métodos publicitarios estadounidenses transformaron la cultura del consumo y los patrones de vida de los cubanos. A ello contribuyó el temprano y vertiginoso desarrollo del cine, la radio y la televisión, portadores de productos y valores de esa sociedad, que se difundían mediante equipos de marcas norteamericanas. El ventilador, el refrigerador, las cocinas, y otros muchos productos domésticos, a la vez que mejoraron la calidad de vida de muchos cubanos, reforzaron la visión edulcorada sobre las bondades del sistema estadounidense en ciertos sectores.
El beisbol, introducido en Cuba durante el siglo XIX como resultado de la inmigración norteamericana o el regreso de estudiantes formados en ese país, en buena medida expresión de una contracultura que rechazaba las corridas de toros y otras formas de la cultura dominante española, devino deporte nacional y se conectó con las ligas profesionales estadounidenses, dando forma a un mercado donde se intercambiaban los atletas y las normas norteamericanas fueron asimiladas por los cubanos que lo practicaban en masa y disfrutaban con pasión de estos eventos. Algo similar ocurrió con el boxeo, hasta llegar a convertir a Cuba en una de las plazas más importantes a escala mundial de este deporte, con el consiguiente éxito de atletas cubanos que fueron aclamados como héroes nacionales.
La música de ambos países, conectada en ciertas expresiones por un tronco y transculturaciones comunes, se desarrolló a partir del intercambio de sonoridades y estéticas que enriquecieron esta manifestación artística y las ubicaron entre las más populares del mundo.
No deja de resultar paradójico que mientras se exportaban a Estados Unidos las tejas de las casas coloniales cubanas que eran demolidas y Miami quería parecerse a La Habana, la arquitectura norteamericana, que ya tenía cierta influencia desde el siglo XIX entre los sectores más pudientes de la población, comenzó a predominar en las construcciones del país. Barrios de la burguesía y la clase media cubana surgieron a partir de la fisonomía que imponían estas construcciones, muchas de ellas ejecutadas por empresas constructoras estadounidenses. Tampoco es casual que el Capitolio, sede del poder legislativo, constituya una réplica casi exacta de su similar norteamericano.
Por otra parte, millones de norteamericanos visitaban el país en calidad de turistas, configurando una industria destinada a servir los gustos de los visitantes. Desde el siglo XIX, Cuba devino un destino apetecido para el turismo estadounidense y tal interés se incrementó durante la ocupación y los primeros años de la República, pero su auge tendrá lugar a partir de la década de los años veinte, como resultado de las restricciones moralistas que impuso la “ley seca” en la vida cotidiana de los estadounidenses.
Según Pérez: “La noción de que Cuba existía, específicamente, para el placer de los norteamericanos, se afincó desde un principio, se prolongó en el tiempo y era el eje del significado que se asociaba con ser un turista estadounidense en Cuba” (Pérez, 2006: 256). Las consecuencias sociales y culturales que ello implicó para la sociedad cubana fueron mayormente funestas. Se diseminó la prostitución, el consumo de alcohol y el tráfico las drogas a niveles extraordinarios, hasta el punto que sobre estas bases se desarrolló buena parte de la industria del entretenimiento que hizo famosa a Cuba. Los grandes cabarets, casinos de juego, incluso los más modernos hoteles, surgieron vinculados a un mercado que funcionaba bajo el control de la mafia norteamericana, la cual llegó a vincularse orgánicamente con el poder gubernamental cubano.
A ello se sumó una nutrida inmigración procedente de Estados Unidos que, asociada al capital estadounidense, se aposentó en la Isla en calidad de inversionistas, comerciantes, campesinos, profesionales, incluso obreros calificados, llegando a establecer comunidades propias, diferenciadas del resto del país. Aunque la segregación y el racismo que las caracterizaban limitaron su integración con el resto de la sociedad cubana y esta afluencia tendió a disminuir a lo largo del siglo XX; colegios, redes eclesiásticas, clubes privados y asociaciones norteamericanas o “cubano-americanas”, donde se mezclaban con la oligarquía nativa, se expandieron por todo el territorio nacional, convirtiéndose en referentes de riqueza y poder.
Tales expectativas de consumo generaban también el rechazo y la rebeldía de los que se veían marginados de estas ventajas, sobre todo en un entorno tan desigual como el existente en Cuba, donde las diferencias entre la ciudad y el campo eran apabullantes. Un recurso para atenuarlas fue la religión. Comprometida históricamente con el poder colonial, la Iglesia católica cumplirá idéntica función ideológica en el neocolonialismo. Sin embargo, concentrada en los centros urbanos y vinculada básicamente con los sectores más privilegiados del país, esta Iglesia tenía poca influencia real en la población más humilde, especialmente la que habitaba en el campo. En buena medida los cultos sincréticos ocuparon este espacio, pero además las religiones protestantes se extendieron rápidamente por el país gracias al apoyo que recibieron del gobierno norteamericano, durante y después de la ocupación militar.
Con el propósito de “mejorar” a los cubanos mediante la modificación de los valores y actitudes que regían su vida cotidiana, miles de misioneros norteamericanos se asentaron en Cuba y para mediados del siglo XX los ministros protestantes superaban en cantidad a los sacerdotes y las iglesias católicas (Pérez, 2006: 352). La emergencia de ministros de origen cubano, así como las contradicciones resultantes de su mensaje bíblico con las formas de vida que imponía el sistema, transformaron en parte la naturaleza antinacionalista que tuvo esta religión en sus inicios, pero aun así continuó siendo un poderoso mecanismo de difusión de la cultura norteamericana en Cuba.
También la emigración de cubanos hacia Estados Unidos ha sido un canal para la constante influencia cultural norteamericana. Siendo una de las más nutridas de América Latina desde comienzos del siglo XIX, ese país fue el destino natural de un segmento de trabajadores particularmente preparados para enfrentar el reto migratorio, de exiliados como resultado de las luchas políticas cubanas y, sobre todo, de la oligarquía y la clase media cubana, que allí se formaban como profesionales u hombres de negocio.
En la década de los años cincuenta, “viajar al Norte” devino una moda en Cuba y miles de turistas visitaban ese país para disfrutar la novedad del aire acondicionado en los hoteles o aprovechar el bajo costo de las mercancías en relación con el mercado cubano. De hecho, esta posibilidad devino un negocio para muchos, por lo que desde esa época es posible apreciar la existencia de un mercado informal de mercancías entre Estados Unidos y Cuba, que se reproduce en la actualidad a través de los famosos “maleteros”.
Obviamente, esta influencia de la emigración en la cultura cubana se consolida y adquiere perfiles ideológicos específicos, como resultado del papel que pasa a desempeñar en la política de Estados Unidos contra la Revolución Cubana. Definida a partir de una composición clasista representativa de los sectores más privilegiados de la sociedad neocolonial cubana, en los primeros momentos, la emigración aparece como una opción contrarrevolucionaria, determinando un enfrentamiento político tan abarcador, que ello condujo a un rompimiento casi absoluto con la sociedad cubana.
Sin embargo, en la medida en que se restablecieron los contactos y cambió la composición social de los nuevos emigrados, también se modificó la percepción de la sociedad cubana hacia los mismos, entre otras cosas, porque a partir de la crisis de los años noventa en Cuba, muchas de estas personas emigran con el propósito de ayudar a sus familias y el vínculo con ellas continúa siendo muy estrecho.
Aunque en buena medida despojada de la función política que le dio origen, la emigración continúa siendo un problema ideológico para Cuba, toda vez que no deja de ser una solución individualista frente al proyecto colectivo del socialismo. Las posibilidades de consumo aparecen además como la motivación fundamental de los que emigran y su contacto con la sociedad cubana está regido por actitudes consumistas que tienden a reproducir esta conducta en el país.
A ello se suma que la cultura cubanoamericana, resultado de la integración de los inmigrantes cubanos a la sociedad norteamericana, se caracteriza precisamente por su idolatría del mercado y tal influencia penetra de muchas maneras en la cultura popular cubana. Tal realidad plantea una dinámica muy compleja para el contacto de la sociedad cubana con la emigración, por demás no solo inevitable, sino también estratégicamente favorable para Cuba, a pesar de los inconvenientes mencionados.
Aunque la ideología de la dependencia aparece como un todo encaminado a articular la hegemonía extranjera, en el proceso de liberación es necesario saber discriminar lo que realmente requiere ser erradicado y lo que constituyen aportes legítimos de la cultura norteamericana al desarrollo del país, hasta integrarse en el concepto de “lo nacional” para enriquecerlo. Evidentemente no fue una buena política haber prohibido en determinado momento la difusión de la música norteamericana en Cuba y vincular cualquier manifestación de esa cultura con la “penetración ideológica del imperialismo yanqui”, pero tampoco lo es aceptarla de manera acrítica, sin tener en cuenta los valores formales, políticos y éticos que le sirven de contenido.
Muchas han sido las contribuciones de la cultura norteamericana a la cubana, en particular, ilustrar al pueblo cubano en cuanto a los avances de la ciencia y la técnica, facilitando la capacidad para asimilar estos adelantos, lo que se potencia como resultado de los avances educacionales alcanzados durante el proceso revolucionario. Sin embargo, “dentro del paquete” también hemos estado expuestos a la influencia consumista que le sirve de base a esta cultura, lo cual constituye uno de los elementos más nocivos de la reproducción irracional del capitalismo y factor ideológico clave para la articulación del modelo hegemónico norteamericano a escala internacional.
El desarrollo del consumo está asociado a la satisfacción de las necesidades crecientes de la humanidad. El dilema que se plantea es diferenciar las legítimas de las superfluas, hasta el punto de ser contraproducentes para el desarrollo, debido a sus consecuencias dilapidarías de los recursos naturales, la reproducción de inequidades insostenibles desde el punto de vista humano y la promoción de actitudes sociales que alientan la banalidad y el egoísmo. No por gusto los divinos mandamientos establecen la avaricia entre los pecados capitales.
En la actualidad el mercado capitalista está diseñado para “fabricar” necesidades ficticias con tal de maximizar las ganancias. Hacia este propósito se orientan las técnicas de mercadeo, la producción con obsolescencia programada y el culto a la banalidad en el consumo. Incluso necesidades reales y productos culturales legítimos adulteran su esencia como resultado de la mercantilización. El consumismo no es el resultado de la saturación de la oferta como consecuencia de la satisfacción de la demanda básica, ni siquiera un requisito esencial de la reproducción del capital y el potencial tecnológico, sino una forma de vida, donde la capacidad de consumo desmedido define la rentabilidad de las empresas y el lugar de las personas en la sociedad.
Es también un recurso hegemónico, en la medida en que la sociedad aparece dividida en “perdedores y ganadores”, según sea su acceso al mercado. La cultura de la llamada “clase media” no solo se relaciona con el real poder adquisitivo, sino con una conducta que servirá de patrón de éxito y bienestar para toda la población. Cuando la ropa exhibe sus marcas, no es para enfatizar una calidad inalcanzable para otros productos, sino para mostrar un estatus social determinado por el gusto y el acceso económico a este tipo de mercancías. Muchas veces, hasta los ricos se disfrazan de clase media porque resulta chic.
El individualismo define la ideología capitalista y el consumismo es su patrón de medida. Una de las grandes fortalezas del capitalismo, que lo diferencia de cualquier otro modelo social en la historia, es el mito de que todo individuo está en capacidad de triunfar por sí solo si se aplica en el empeño, no importa cuáles sean las circunstancias. Para algunos, esto será una motivación para superarse, trabajar mejor y comportarse adecuadamente. Pero la ética del capitalismo, con todo el peso que realmente ha tenido la religión y el respeto a las leyes en la prédica de sus postulados, no excluye valerse de cualquier medio con tal de alcanzar el éxito personal. Tampoco este objetivo se subordina al bien común, lo que explica la crisis de valores que se extiende por todo el planeta. Al margen de otras consideraciones, el núcleo duro de la lucha ideológica y cultural contra el capitalismo se centra en la crítica al consumismo, toda vez que aquí se expresan las aberraciones fundamentales del sistema.
Más que un modelo rígido de organización social, como a veces ha sido interpretado, el socialismo constituye un proceso que no tiene otra alternativa que partir de las bases capitalistas que pretende transformar. Por eso, a pesar de contraponerse con los ideales y las metas del socialismo, el consumismo encuentra caldo de cultivo favorable en las tradiciones cubanas y reafirma su influencia en el país a través de todas las vías imaginables: los medios de comunicación masiva, la tecnología, las modas, el contacto con otros pueblos. Esto explica la contradicción de que a pesar de haber demostrado una inmensa capacidad para resistir todo tipo de penurias con tal de mantener el proyecto socialista, la austeridad no se ha implantado en la conciencia de la mayoría de los cubanos, sino que es concebida más como un sacrificio que una virtud, apareciendo grandes apetitos consumistas en cuanto surge la oportunidad de hacerlo.
Discernir cómo esto repercute en la política no es nada sencillo y mucho menos enfrentar la solución de este problema, toda vez que también el concepto de “austeridad” debe ser adecuadamente ponderado. No se trata de reducir el consumo a niveles elementales – como han intentado sin éxito algunas religiones fundamentalistas, ciertas comunidades o determinados países socialistas en diversos momentos –, desconociendo que el avance de la sociedad no se sustenta en la racionalidad de lo indispensable, sino que implica transformaciones culturales que incluyen la modificación de gustos, el rechazo a la rutina, el atractivo de lo novedoso y la capacidad para relacionarse con otras culturas. Tampoco puede conducir a desconocer los avances tecnológicos y su aporte a la calidad de vida de las personas.
Mediante políticas estatales es posible establecer cierto balance en el consumo y limitar sus excesos: leyes para la protección de la naturaleza y el medio ambiente; gravámenes a los artículos suntuosos, el control de la publicidad a partir de exigencias éticas y procedimientos que hagan realmente efectivo el derecho de los consumidores, pueden contribuir a este propósito. Pero sobre todo se requiere la construcción de una cultura, dado que la intención de consumir, con uno u otro criterio, corresponde a los individuos y no existen formas para regular efectivamente sus efectos de manera impositiva.
En verdad, el consumismo, ya sea como resultado de la lógica del sistema o como consecuencia de políticas aplicadas por las grandes empresas con el respaldo de los estados, ha trastocado el propio mercado capitalista hasta hacerlo inviable si no transforma el patrón consumista, lo que plantea una disyuntiva vital para la propia preservación de la especie humana, como ha alertado Fidel Castro.
En la medida en que esta conciencia se extienda por el mundo, convirtiéndose en la contracultura del consumismo, no existen razones para suponer que el pueblo cubano no esté en condiciones de comprender el dilema y adecuar su conducta a tales exigencias. Sin embargo, no se trata de algo que pueda dejarse a la espontaneidad del proceso, sino que se requiere de un esfuerzo educacional que parta de esta realidad objetiva y coloque al socialismo como una alternativa legítima frente a los entuertos que provoca el neoliberalismo.
No basta adoptar una posición antimperialista en términos políticos para erradicar en la conciencia de las mayorías los sedimentos ideológicos que sirvieron de sustento al sistema neocolonial cubano, máxime cuando tales presupuestos han devenido paradigma de la cultura universal, como resultado de la hegemonía alcanzada por Estados Unidos en esta esfera.
Aislarse de la influencia de la cultura norteamericana es imposible en el mundo contemporáneo, toda vez que penetra de muchas maneras en el tejido social de todos los países y existen políticas muy abarcadoras encaminadas a promoverlas, configurando el escenario internacional en este sentido. No descubro nada, hace ciento sesenta años Marx y Engels dijeron que “las ideas de las clases dominantes son las ideas dominantes en cada época” (Marx y Engels, 1846) y Gransci lo definió como un terreno fundamental de las luchas contrahegemónicas. Mucho más en la actualidad, cuando esta influencia se globaliza por generación espontánea, como consecuencia del desarrollo de las tecnologías de la comunicación y la información.
A favor de Cuba está el hecho que la cultura norteamericana no se presenta con el atractivo de lo exótico, como puede ocurrir en otros países, sino como una realidad con lo que el pueblo cubano ha tenido que convivir a la largo de su historia y donde la “promoción de los valores estadounidenses”, como recurso de la dominación, ya ha pasado por el filtro de la confrontación, sin impedir que en el país triunfara la primera revolución antineocolonialista del Tercer Mundo.
Por otro lado, la propia globalización de las comunicaciones y la información también saca a flote las contradicciones de la “cultura norteamericana”, en tanto expresión de los conflictos sociales y étnicos que se incuban en ese país, contribuyendo a su desmitificación, lo que abre espacios para discernir lo positivo de lo negativo de sus expresiones. Un pueblo culto es aquel que sabe identificar sus verdaderas necesidades materiales y espirituales, así como apropiarse con inteligencia de los productos que se le ofrecen.
La moraleja es que adentrarse en la comprensión de esta realidad puede resultar el mejor antídoto frente a la aceptación acrítica del American Way of Life por parte del pueblo cubano y su mejor preparación para la compleja situación que implica el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos. Como esto no es posible desde el aislamiento, se impone hacer todo lo contrario, o sea, ampliar el acceso a información y el intercambio con la sociedad norteamericana, así como potenciar su análisis, mediante la investigación y el debate de lo que allí acontece.
En esto consiste la actual “batalla de ideas”, que no es igual que en el pasado aunque refleje su continuidad, sobre todo, porque es distinto el entorno económico y político en que tiene que desarrollarse. Ya en Cuba no impera la efervescencia que acompaña la victoria de los procesos revolucionarios, tampoco se vive en un mundo de auge revolucionario que movilizó a las masas y el compromiso individual a favor de estas causas, incluso la viabilidad del socialismo, como modelo económico y social, está puesto en dudas debido al fracaso del “socialismo real” en la antigua Unión Soviética y el resto del campo socialista europeo, lo que ha generado apatía en ciertos sectores o diferencias doctrinarias dentro de las propias filas revolucionarias.
Se vive un período de incertidumbres, que se expresa en los problemas de gobernabilidad que aparecen en todas partes, sin importar el signo político de los gobiernos, y aunque ello esto no acontece en Cuba con la misma intensidad, el pueblo cubano no está exento de estas influencias.
También ha cambiado el sujeto político. Ya no se trata de un pueblo ignorante y desprotegido, cuyas metas se resumían en el acceso al trabajo, la educación, la salud pública y la asistencia social, sino en continuar progresando asumiendo estos logros como derechos conquistados que se aspiran a conservar, pero insuficientes para las aspiraciones de muchas personas en la actualidad. En estas condiciones, las metas políticas se tornan menos épicas, así como más sofisticadas y difíciles de consensar, lo que determina que no existan respuestas simplistas para estas inquietudes y mucho menos que resulten funcionales los viejos dogmas y las consignas gastadas.
No es de extrañar que, sobre todo los jóvenes, con expectativas de vida avaladas por el propio desarrollo humano generado por la Revolución, relacionen sus motivaciones existenciales más con la superación individual que con proyectos colectivos que, aun siendo percibidos como justos, no satisfacen todas sus aspiraciones. Esta aparente contradicción entre lo individual y lo colectivo, resuelta en buena medida por la Revolución en sus inicios, aparece hoy día como una “crisis del desarrollo humano alcanzado” y se expresa en la realidad de que Cuba produce un capital humano que el mercado laboral nacional no puede absorber a plenitud, lo que explica el incremento de la emigración y las distorsiones del mercado laboral interno.
Tales contradicciones solo tienen una solución definitiva en el desarrollo económico, por lo que el propósito de consolidar un socialismo “próspero y sustentable” resulta indispensable para articular el consenso político y ello debe realizarse en las difíciles que condiciones que impone la inserción del país al mercado mundial capitalista -toda vez que no existe otra alternativa-, donde las relaciones con Estados Unidos resultan una necesidad, al margen de sus efectos indeseados.
No es ocioso volver a Marx y Engels: “Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes” (Marx y Engels: 1846), lo que se traduce en que en el socialismo “las relaciones materiales dominantes” deben corresponderse con los objetivos del sistema. No basta entonces el desarrollo de cualquier economía, está más que demostrado que el crecimiento económico, por sí solo, no genera el bienestar general y mucho menos la estabilidad social y política de los países, sino que hace falta dotarlo de un sentido colectivo que oriente sus avances hacia el bien común y así enfrentar la irracionalidad del consumismo. Ello es función de la política y el trabajo ideológico, pero también de la propia lógica económica.
En resumen, la influencia de la cultura norteamericana forma parte del escenario inevitable de las luchas políticas cubanas y se gana o se pierde en este contexto. Cuba cuenta a su favor con la experiencia acumulada a lo largo de la historia; una identidad nacional sólida, donde la independencia y la soberanía constituyen elementos muy poderosos de la conciencia de la población; incluso con algo que solo pueden explicar los psicólogos: el orgullo generalizado de ser cubano. También cuenta con un sistema de la distribución de la riqueza nacional que se traduce en beneficios universales concretos, los cuales sustentan el consenso social e imponen sus reglas a la evolución de cara al futuro.
La cultura cubana es el mecanismo para potenciar estos valores. Hay que proteger expresiones y los símbolos de nuestras tradiciones, pero también insertarla en la conducción de la economía nacional, hasta dotarla de su propia identidad, lo que se traduce en “reinventar” el socialismo cubano para adecuarlo a las nuevas realidades. Ello supone un esfuerzo intelectual extraordinario y la búsqueda de nuevos consensos, donde, mediante el convencimiento y la cultura, lo colectivo sea el fruto de la voluntad individual y no su contrario.
En la posibilidad singular de articular la democracia popular de manera consciente hacia estos objetivos, con pleno sentido de una libertad personal asociada al respeto y el cuidado de los demás, radica, desde mi punto de vista, la diferencia fundamental entre el socialismo y el capitalismo en las actuales circunstancias y en ello estriba la principal fortaleza de Cuba para discernir entre lo bueno y lo malo de la influencia de la cultura norteamericana en el país.

Jesús Arboleya Cervera
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BIBLIOGRAFÍA

Guevara, Ernesto: “El socialismo y el hombre en Cuba”, en Che Guevara presente. Una antología mínima, Ocean Press, Melbourne, 2005.
Guevara, Ernesto: Apuntes críticos a la economía política, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
Gunder Frank, Andre: Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970.
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Marx, Carlos y Federico Engels: La Ideología Alemana, capítulo I, 1846. Tomado de Archivo Marx y Engels, http://www.marxistas.org
Ortiz, Fernando: Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991.
Pérez, Louis A. Jr.: Ser cubano: identidad, nacionalidad y cultura, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
Vega Suñol, José: Norteamericanos en Cuba. Estudio Etnohistórico, Fundación Fernando Ortiz, La Habana, 2004.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Siria, Yemen, Palestina: Escenarios de Guerra


Dos fascistas en la Casa Blanca




Al finalizar la reunión que tuvo lugar en Washington, Jair Bolsonaro y Donald Trump realizaron anuncios que son una hoja de parra de otros acuerdos de carácter secreto o, más precisamente, la punta del ovillo de ellos – no en vano, el brasileño comenzó su gira con una visita inédita a la CIA, que siguió con reuniones con el grupo fascistoide que lidera Steve Bannon, el ex asesor de Trump.

Una base para los yanquis

A la opinión pública solamente se le hizo saber que Estados Unidos declarará a Brasil un aliado extra-Otan y que Brasil ofrecerá la base militar de Alcántara, situada en el norteño estado de Maranhao, para el lanzamiento de satélites por parte del Pentágono y de la industria aeronáutica norteamericana. Estos convenios facilitarían, en contrapartida, la adquisición de armamentos y de tecnología estadounidense por parte de las fuerzas armadas de Brasil y una asociación de la industria aeroespacial brasileña con la norteamericana, luego de la adquisición del área de la aviación comercial de la brasileña Embraer por parte de Boeing. “Brasil, dice el sito MercoPress, tiene la expectativa de obtener alguna porción del negocio de lanzamiento de satélites, que llega a los uSs300 mil millones, atrayendo a compañías norteamericanas de este rubro”. A nadie se le puede escapar, sin embargo, aunque los cables de noticias no lo mencionen, que la cesión de Alcántara viene a enfrentar la instalación de la base espacial de China en Neuquén.
Bolsonaro aseguró también que Brasil adquirirá 750 mil toneladas de trigo de EEUU sin pago de aranceles de importación, desatando la crítica inmediata del ruralismo de Argentina y del estado brasileño de Paraná, que viene intentando cubrir el déficit de abastecimiento interno del cereal con un aumento de la producción doméstica. Cede, de este modo, a la presión de Trump, que es atacado por el sector agrario norteamericano, a partir de la caída del precio de la soja, como consecuencia de la guerra comercial con China. China, en efecto, ha sobrevolado la reunión de estos dos misóginos de las corrientes evangélicas de derecha.

Socialismo

Más allá de estos acuerdos puntuales o limitados, que un especialista entrevistado por Clarín (20/3), los califica como “nada”, Trump y Bolsonaro se ocuparon de dejar nuevamente en claro sus objetivos estratégicos, que es “el combate al socialismo”, lo cual es una declaración inequívoca de guerra civil internacional. El personaje que debutó en la presidencia con la consigna de “volver a hacer grande a América”, ahora se bate contra un ascenso de la izquierda en su país, en especial de la nueva generación. La corriente fascistoide de EEUU se ha lanzado a la meta imposible de unir a la ultra-derecha mundial, que más allá del barniz ideológico reaccionario común se encuentra dividida por sus intereses nacionales. Lo mismo vale, en última instancia, para Brasil. Bolsonaro, sin embargo, aseguró que Brasil apoyaba la construcción del muro que Trump quiere erigir en la frontera con México, lo cual lo pone en ‘off side’ con los gobiernos del grupo de Lima y de la Unión Europea que apoyan el derrocamiento de Maduro y en un choque directo con el mexicano López Obrador. Bolsonaro se ha comprado un nuevo frente de crisis en su propio país.
El apuro de Bolsonaro por llegar a Washington, en contraste con la tradición de que la primera salida al exterior de un presidente brasileño es a Argentina, tiene que ver con Venezuela. Es el primer objetivo de quienes han puesto la agenda del ‘combate al socialismo’ (con independencia de la falacia de esta caracterización). La crisis venezolana domina por completo la política latinoamericana, incuestionablemente, pero con yapa, porque lleva a un primer plano la confrontación del imperialismo yanqui con China, incluso con Rusia y Cuba. Los gobiernos de derecha en América Latina se encuentran, en grados diversos, en la cuerda floja, azotados por un colapso económico que no logran dominar, y en varios casos por luchas populares de envergadura. El imperialismo asocia el derrocamiento del régimen chavista con la conquista de recursos políticos decisivos para desatar una ofensiva contra los trabajadores en todos los países. Históricamente, el imperialismo yanqui no ha iniciado ninguna ofensiva mundial sin asegurarse en forma firme su llamado “patrio trasero”.

Guerra mundial

La apuesta de una parte del ‘establishment’ militar brasileño a una alianza estratégica con Estados Unidos, parte de una caracterización de conjunto que tiene por eje la inevitabilidad de una guerra con los países del ex espacio ‘socialista’ (existe una logia que impulsa esta posición, que lleva el nombre curioso “De la dependencia”). La evolución que ha tenido la restauración capitalista en esos países ha abierto nuevas contradicciones en la economía y en la política mundial, en el marco de la mayor crisis capitalista desde los años 30 del siglo pasado. La cuestión de la guerra ha provocado una crisis severa incluso en Estados Unidos, con la renuncia del jefe del Pentágono hace un año, así como en la Otan y las relaciones de Estados Unidos con la Unión Europea. Como consecuencia de esta crisis de conjunto, Brasil ha pasado de ser un aliado preferencial de China, como se manifestó en el Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a este intento de convertirse en satélite del imperialismo yanqui. El fenómeno no se limita a Brasil, porque gran parte de la tendencia política favorable al Brexit tiene por mira una alianza con el trumpismo contra las posibilidades de la que se empezó a tejer con China, cuando Londres ingresó, hace cuatro años, al Banco de Inversiones promovido por China.
Un alineamiento incondicional EEUU-Brasil enfrenta, claramente, obstáculos insuperables. China es el principal mercado de Brasil y de su gigantesca explotación sojera. Ofrece financiamiento de infraestructura que EEUU no tiene condiciones siquiera de igualar. La guerra económica parte por el medio a la burguesía brasileña. Esto explica que la economía de Brasil siga en terreno negativo, que la deuda externa haya llegado a niveles insoportables y que la industria (incluso la extranjera, como General Motors) denuncie la insostenibilidad de la situación. Los comentaristas de Brasil hablan de “un agotamiento político” de Bolsonaro y otros advierten que Bolsonaro podría recorrer el camino de Macri, en referencia a una fuga de capitales. Olavio de Carvalho, el llamado ideólogo de Bolsonaro, anticipa que éste podría no durar más que seis meses. Al fin de cuentas, es lo mismo que se prevé para Trump, que oscila entre irse por un juicio político o por una derrota electoral el año que viene.

Divisiones en Brasil

La oposición política a Bolsonaro parece estar encarnada por su vicepresidente Hamilton Mourao, quien acaba de explicar en detalle al diario Financial Times (15/3) cómo pretende poner fin al gobierno de Maduro. Aunque Brasil ha reconocido a Guaidó como presidente de Venezuela, Mourao asegura que está discutiendo con el alto mando venezolano la salida de Maduro, lo cual supone un gobierno de transición pactado con los militares. Es precisamente esta alternativa la que ha desatado ataques furiosos de la derecha venezolana contra lo que llama la ‘inacción’ de EEUU y el pedido de una intervención militar. O Globo (13/3) afirma que “Brasil mantiene canales de comunicación con militares de Venezuela”, y agrega que “los generales desconfían de Ernesto Araujo (el canciller) y Eduardo Bolsonaro (hijo)”, que impulsan una acción militar desde el exterior. Según el cable, en septiembre pasado se reunieron en Puerto Ordaz (estado Bolívar) el general brasileño Joaquim Silva Luna con Vladimir Padrino, el comandante en jefe de Venezuela. “Este canal continúa operando, insiste O Globo, en el más absoluto sigilo”.
El enfrentamiento sordo entre Mourao y Bolsonaro significa que en Brasil no se ha estabilizado un gobierno semi-bonapartista, con apoyo yanqui, mientras el vicepresidente reclama ese rol, en un esbozo de golpe de estado.
Lejos de estar descartada, la intervención militar en Venezuela está en la agenda, e incluso ha desatado una crisis política en Brasil. Mourao le dijo al FT que el armado operativo del golpe todavía se encuentra en pañales, lo cual alimenta la posibilidad de que divida al alto mando militar venezolano y cree una crisis que podría justificar la intervención extranjera (“una fuerza de paz”, a la Haití).
Estas son las alternativas que discutieron Trump y Bolsonaro en secreto, con el auxilio de la CIA.

Jorge Altamira