lunes, 31 de enero de 2022

Nuestro contemporáneo Martí


USA y el "Síndrome de La Habana" / Les USA et le "syndrome de La Havane".


La “nueva normalidad”, una guerra contra la vida


El coronavirus ha provocado hasta el día de la fecha más de 362 millones de casos en el mundo y más de 5,6 millones de muertos, según un estudio realizado por la Universidad Johns Hopkings. Estados Unidos es el país con mayor número de muertos, 876.000 fallecidos, seguido por Brasil e India. Este año ha comenzado con más de 300 millones de contagios en tan solo 5 meses. Los casos COVID 19 registrados en todo el mundo subieron un 5% entre la semana de 17 al 23 de enero, según informa la OMS. 

 Ómicron, ¿más contagiosa? 

La variante ómicron denominada como “la más contagiosa, pero menos letal”, está llevando a casos récord de contagios. La OMS advirtió que el 60% de la población Europea podría contagiarse antes de marzo, declarando que se podría llegar al “fin de la pandemia” pero solo durante algunas semanas y meses debido a la combinación entre la cantidad de personas vacunadas y por aquel otro sector de la población que se “inmunizó debido a la infección”. Sin embargo, la “inmunidad” sólo sería válida para la variante ómicron, pero no contempla el riesgo de nuevas mutaciones del virus.
 Según un estudio realizado por Benjamín Meyer un virólogo de la Universidad de Ginebra en Suiza, luego de realizar un testeo PCR a 150 personas infectadas, descubrió que no habían diferencias significativas entre la carga viral de personas vacunadas infectadas con la variante Ómicron, de aquellas infectadas con la variante Delta. Además, el estudio demostró que los infectados con la variante Delta todavía seguían siendo contagiosos incluso 5 días después del aislamiento. Los resultados sugieren que la híper transmisibilidad es por la capacidad de la mutación de evadir la inmunidad creada por la vacunación o por infecciones pasadas. 
 Estados Unidos, Europa y América Latina han eliminado todas las pautas de aislamiento para contactos estrechos como así también, la reducción a los positivos a solo 5 días de aislamiento cuando previamente se consideraba seguro que sean 10 días, en una clara política de “convivencia con el virus” y de presencialidad laboral. Mientras tanto, en las últimas 24 hs Argentina quedó en el puesto 6 a nivel mundial en cuanto a decesos reportados para una sola jornada, detrás de Gran Bretraña. La “nueva normalidad” deja a una población enferma y aumenta también, la mortalidad.

 China y Nueva Zelanda: la política covid-zero

 En Nueva Zelanda, su mandataria Jacinta Ardern apostó desde el comienzo de la pandemia a duras restricciones como el cierre de fronteras y confinamientos selectivos para conseguir eliminar el coronavirus; además, la vacuna se hizo obligatoria para trabajadores en contactos con clientes, así como profesores y personal sanitario. La imposición de la vacuna ha generado manifestaciones en contra la obligatoriedad de la vacuna y de las restricciones impuestas en el país por la pandemia. La ministra adivirtió que no abandonaría su política de covid cero, hasta que el 90% de la población se encuentre vacunada. El martes pasado anunció que para trabajadores no escenciales el aislamiento para contacto estrecho en el ámbito doméstico debía ser de 28 días. Las clases presenciales comenzaran pronto, pero con el nuevo esquema de aislamiento los docentes se preguntan si las clases no pasarán a la virtualidad. El país desde el inicio de la pandemia tiene 15.842 casos confirmados y 52 fallecidos. 
 En China también se mantuvo una política de aislamientos selectivos, testeos masivos a la población y seguimiento del virus. Esta política además de mostrar bajos niveles de contagio, ha permitido mantener en funcionamiento la economía y disminuir los índices de mortalidad. Las vacunas elaboradas en la nación ofrecen una protección significativamente menor contra la variante ómicron que aquellas realizadas en occidente. 
 Desde el punto de vista político, el manejo de la enfermedad llevado a cabo por el gobierno le ha traído buenos resultados a punto de ser calificado como “un gran éxito estratégico” sobre las democracias occidentales. “Es un gran desafío para los líderes, especialmente la retórica de salvar vidas. ¿Cómo se justifica la apertura y luego que decenas de miles de personas mueran en el proceso?”, dijo Willy Lam, experto en liderazgo político Chino en la Universidad China de Hong Kong.
 Las restricciones generan que cierto sector de la población -como el caso de Nueva Zelanda- se manifieste a favor de “la libertad”, incluido sectores de izquierda que ven en la toma de medidas preventivas del virus como un ataque a su libertad individual. Sin embargo, ambos países se encuentran entre los que mejor manejaron la pandemia debido a la poca cantidad de contagios y muertes y como en el caso de China, sin afectar la actividad económica. 

 Covid en niños y vuelta a clases

 En el pico de contagios se comienza a debatir la vuelta a clases. Los niños son el sector más golpeado en la pandemia debido a que la gran mayoría todavía no se encuentran vacunados. En Argentina apenas el 45 % de los menores de 11 años tiene el esquema completo de vacunación, se trata de la población más insuficientemente vacunada, es decir con menos recursos para hacer frente a la tercera ola, hay un exponencial de contagios en niños de entre 3 y 11 años. El director del hospital Garrahan confirmó un aumento en la cantidad de internaciones, por lo que debió abrir una tercera sala de cuidados intensivos Covid 19. Además el 10% del personal del hospital se encuentra también contagiado. 
 Sin embargo, el presidente Alberto Fernández ya comenzó su campaña en torno al ciclo lectivo 2022 bajo el slogan “nuestra prioridad en la presencialidad para todos y todas”. Esta política llevará al contagio masivo de niños y docentes. 
 La política de la “nueva normalidad” lleva a la población a enfermarse y aumenta la mortalidad. El manejo de la pandemia en otros países demuestra que existen otras maneras de enfrentar el virus que no someten a la población al contagio. Es necesario revertir la lógica aperturista que como objetivo tiene la presencialidad laboral para “una activación económica” que nunca llegó, debido a la gran cantidad de ausentismo laboral en los puestos de trabajo. Solo la organización de la clase trabajadora con los métodos históricos como la asamblea y la huelga, puede revertir el escenario de catástrofe económica y sanitaria. 

 Florencia Suárez 
 28/01/2022

domingo, 30 de enero de 2022

La escalada imperialista en el este europeo


Fuera la Otan del exespacio soviético. 

 La tensión entre la Otan y Rusia no ha cejado en los últimos días. Repasemos algunos de los hechos más importantes: el presidente Joe Biden dijo estar convencido de que Moscú invadirá Ucrania, y acto seguido anunció el envío de ayuda militar suplementaria a Kiev por 200 millones de dólares. A la vez, armamento estadounidense en el este europeo ha sido redirigido a ese país. El presidente yanqui puso también en estado de alerta a 8.500 soldados y retiró a los familiares del personal diplomático en Ucrania, una medida cuestionada por exagerada hasta por el propio gobierno ucraniano. La Otan, por su parte, inició el envío de naves y aviones a países de Europa del Este. Rusia, de su lado, ha respondido con el desarrollo de ejercicios militares en la frontera.
 Recordemos que Moscú exige que Ucrania y Georgia, dos estados vecinos, no sean incorporados en la alianza atlántica, ya que implicaría el despliegue de peligroso armamento en sus adyacencias. En el mismo sentido, demanda el retiro de pertrechos militares de la alianza de países como Bulgaria y Rumania. Las potencias occidentales, en tanto, emplazan al Kremlin a retirar los soldados rusos de la zona limítrofe con Ucrania. 
 Biden incrementa las presiones y las amenazas, pero se ha topado con dificultades para lograr un apoyo pleno de la Unión Europea (UE). Si bien algunos de sus estados, como España, Dinamarca y los Países Bajos, han iniciado el envío de material armamentístico, y en el caso de Francia, no descartó mandar tropas a Rumania, no ocurre lo mismo con Alemania. Hasta ahora, Berlín no ha autorizado el redespliegue de su arsenal en los países del Báltico hacia territorio ucraniano. 
 “Es necesario evitar (…) las reacciones alarmistas que tienen incluso consecuencias financieras”, dijo Josep Borrell, el encargado de relaciones exteriores de la UE, luego de reunirse con el secretario de estado yanqui Antony Blinken. Cabe señalar que Berlín y París apadrinaban este miércoles una ronda de conversaciones entre Rusia y Ucrania, que recuerda la intermediación que ya jugaron en 2015. Es un canal paralelo a las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia, a las que Washington no incorporó a los europeos. 
 Estas diferencias en el imperialismo respecto al conflicto corresponden a una divergencia de intereses. Estados Unidos y los estados europeos han llevado a cabo juntos el cerco militar contra Rusia, extendiendo la Otan, pero rivalizan como candidatos a favorecerse con la colonización económica del este europeo. De ahí que París y Berlín estén buscando un perfil propio en la crisis. 
 Además, Alemania es la potencia con más que perder ante el estallido de una guerra, dada su ubicación territorial y sus fuertes vínculos comerciales con Moscú. Está en juego el envío de gas a través del Nordstream, la culminación del Nordstream 2, y todo tipo de exportaciones e importaciones. Dentro de la propia Alemania, el vínculo con Moscú es materia de disputas. Acaba de ser destituido el jefe de la Marina, tras opinar que Vladimir Putin no tiene intenciones de invadir Ucrania.
 Un aspecto final a considerar son las alusiones de Borrell a las “consecuencias financieras” que traen los tambores de guerra. La agencia Reuters ha publicado un artículo en que pronostica un salto en los precios del gas y del petróleo en caso de una confrontación, cuando aún no se ha salido de la crisis energética posterior a la tercera ola del Covid-19. También alude a un salto en los precios de trigo, que tiene en Ucrania y Rusia a dos de sus grandes productores. Esto es una señal de cómo agravaría la crisis capitalista un conflicto armado, pero también, un registro del impacto nefasto que la escalada imperialista tiene para las masas en el mundo, encareciendo el pan y los combustibles.
 En el caso de Rusia, la bolsa perdió un 30% de su valor desde noviembre. 

 La destrucción de Ucrania 

La colonización económica del exespacio soviético es el trasfondo de la disputa. Ucrania ha sido una víctima especial de este proceso. En 2014, tras la caída del presidente Victor Yanukovich, afín a Moscú, se firmó un tratado de asociación con la Unión Europea, que tenía como norte avanzar en un área de libre comercio en el plazo de diez años. Este tratado ni siquiera equivale a la integración real del país en el organismo, consagrándolo apenas como un socio de segunda. A la vez, el gobierno ucraniano se comprometió a aplicar las famosas “reformas estructurales” (económicas, judiciales, financieras) reclamadas por la Unión. Uno de esos puntos consiste en la “desoligarquización” del país, o sea barrer -en beneficio del capital extranjero- con la fracción de capitalistas nativos surgida de la vieja burocracia. El actual presidente Volodomir Zelenski acaba de dictar una ley que va en esa senda. 
 El tratado de 2014 aceleró la desindustrialización del país, constatada de este modo por una enviada especial del diario madrileño El País: “Ucrania es un país cada vez más agrícola. Quienes consideran la industria como parte imprescindible de la soberanía nacional temen ahora que su patria se convierta en una colonia de las multinacionales” (6/6/20). Los rusos denuncian, en tanto, que la capacidad de generación eléctrica del país se redujo a la mitad desde la caída de la Unión Soviética. Se autorizó también la liberalización de la compra de tierras, permitiéndose a partir de julio de 2021 la posesión de hasta 10 mil hectáreas, un nicho para el gran capital agrícola internacional. 
 A esto se suma el yugo de la deuda externa, reestructurada en 2015. En 2020 rondaba los 100 mil millones de dólares, alrededor del 60% del PBI. Al día de hoy, en pleno proceso de reformas, Ucrania es el país más pobre de Europa, según datos del FMI, con un PBI per cápita de 4.960 dólares (Libretilla, 7/1). La jubilación media era a mediados de 2020 de 3.100 grivnas (equivalente a 105 euros, El País -ídem). Al menos un tercio de sus habitantes vive en la pobreza.
 El proceso de restauración fue verdaderamente devastador: el PBI ucraniano se desplomó un 40% en la década del ’90. Para el 2000, el PBI ruso había caído entre un 30 y un 50% con respecto a las vísperas de la caída de la URSS (Business Insider, 14/6/19). En otros casos los números son aún más dramáticos: en Uzbekistán perdió un 80%. 

 Rusia

 El gobierno de Putin hace una fuerte agitación sobre este retroceso de Ucrania, pero esquiva la responsabilidad del Kremlin en la degradación de las condiciones de vida de las masas rusas en los últimos años, debido a la implementación de políticas de ajuste. Una reforma jubilatoria elevó la edad de retiro y un quinto de la población se encuentra en la pobreza. El poder adquisitivo de los hogares cayó un 11% desde 2013 (El País, 27/6/21). Este deterioro es el que también ha llevado a los levantamientos en Bielorrusia y Kazajistán, en los que el mandatario cerró filas con sus ultrarrepresivos gobiernos. Putin no es una alternativa frente a la colonización capitalista occidental, porque lo que busca es conducir en sus propios términos el proceso restauracionista. 
 Una de las cartas más efectivas de las que se ha valido el imperialismo para presionar a Moscú en los últimos años son las sanciones económicas. Las represalias que se implementaron tras la anexión de Crimea, en 2014, golpearon con bastante severidad a la economía rusa, y además coincidieron con una fuerte caída en los precios internacionales del petróleo (ahora han vuelto a subir), a cuyos vaivenes está sometido el país (el 60% de las exportaciones rusas son hidrocarburos). Uno de los puntos más sensibles de las sanciones occidentales fue, justamente, dificultar el acceso ruso a la tecnología para la industria petrolera y gasífera. El rublo se devaluó más de un 100% respecto al dólar desde 2014 (ídem, 25/1). Respecto a la inflación, Rusia se ha colocado en uno de los lugares más altos del podio mundial pasando del 4,5% en el 2020 al 10,1% en el 2021. Para atenuar el impacto de las medidas, Moscú acentuó sus vínculos con China e Irán. Actualmente, Washington sopesa la posibilidad de bloquear el acceso a dólares por parte de los bancos rusos. 
 En la presente crisis con la Otan y Estados Unidos, se encuentra notoriamente fuera de la agenda del Kremlin la intervención de los trabajadores. Toda su acción en el conflicto ucraniano, al igual que en el pasado, es “por arriba”, por medios diplomáticos y militares, en función de preservar los intereses de las camarillas que gobiernan Moscú. Es que una intervención de las masas podría no solo desafiar al imperialismo sino también al propio gobierno ruso. 
 La escalada imperialista en el este europeo plantea el reclamo del fin del despliegue militar estadounidense y europeo y la disolución de la Otan. Los partidos de izquierda y las organizaciones obreras de los países europeos (España, Francia, Italia, Suecia, Dinamarca) deben movilizarse contra el envío de tropas y armas a las órdenes de la Otan. El internacionalismo empieza por oponerse al imperialismo y la burguesía de su propio país.Por una Ucrania unida y socialista. Por gobiernos de trabajadores.

 Gustavo Montenegro

¿Un programa fondomonetarista sin ajuste?


Otra "sarasa". 

La reducción del déficit fiscal se factura a los trabajadores. En el mensaje presidencial y la conferencia de Martín Guzmán para anunciar el acuerdo arribado con el Fondo Monetario, se afirmó que el esquema pactado para reducir el déficit no implica un ajuste. El relato oficial afirma que el «equilibrio de las cuentas públicas» se alcanzaría al mismo tiempo que se amplía el gasto del Estado, a base de una mayor recaudación y un crecimiento económico. Sin embargo, es evidente que el ajuste sobre la población trabajadora ya está en marcha, y el acuerdo en ciernes redoblará los ataques contra las masas.
 El pacto arribado con el FMI establece que este año el déficit primario no puede superar el 2,5% del PBI, muy por debajo del 3,3% que preveía el frustrado proyecto de Presupuesto 2022. Luego continúa con una reducción al 1,9% para el próximo año, y un 0,9% para 2024. A valores de hoy, solo en el ejercicio en curso el gobierno deberá ejecutar un recorte de 400.000 millones de pesos por encima de lo contemplado en el nonato Presupuesto, que ya pautaba podas nominales en salud, educación y gasto social. Es decir que estamos hablando de un ajuste extra.
 Como base de comparación, recordemos que el acuerdo actual se allanó mediante la sobreejecución del ajuste en 2021, que redujo el déficit al 3,5% del PBI, a fuerza de ahorrarse unos 660.000 millones de pesos sobre la base de lo que perdieron las jubilaciones, asignaciones por hijo y prestaciones sociales contra la inflación. El gasto jubilatorio, en efecto, viene se desplomarse del 9,5% al 8% del PBI (por debajo de todo el mandato macrista).
 Para alcanzar estos guarismos, el gobierno que convocó a audiencias para aprobar tarifazos del 20% en la luz y el gas ya emitió a través de la Secretaría de Energía un paper que cuantifica en 47% lo que deberían incrementar las boletas. Guzmán negó un mayor sacudón en las tarifas, pero el texto del directorio fondomonetarista contempla fuertes recortes en los subsidios. En esa línea, Aysa acaba de confirmar un aumento del 32%. La tijera sobre los subsidios a las empresas de servicios se carga en forma directa sobre los usuarios. Alberto Fernández y su ministro insisten en que la llave es una mayor recaudación impositiva, pero esta se endosa a los trabajadores y los consumidores. Es el sentido del Consenso Fiscal que se tratará en las sesiones extraordinarias del Congreso, basado en subas en Ingresos Brutos que se traslada a los precios de los productos de consumo masivo, cuando ya casi la tercera parte de los ingresos tributarios proviene del IVA que grava hasta los productos de primera necesidad. Esto se reforzará ante la merma de ingresos por menores exportaciones. 
 Toda la factura del «equilibrio fiscal» va a ser cargada a cuenta de los trabajadores, que ven pulverizarse sus ingresos al compás de la estampida inflacionaria. Contra los tarifazos y recortes presupuestarios, en defensa de los salarios y las jubilaciones, urge ganar la calle para derrotar este acuerdo de entrega nacional. Para terminar con el ajuste hay que romper con el FMI y repudiar toda la deuda fraudulenta. 

 Iván Hirsch

Polonia: rebelión de mujeres contra ofensiva anti-abortista del gobierno del clero pedófilo


“Estallan protestas en Polonia tras la muerte de una joven madre a la que se le negó un aborto. El estado polaco tiene 'sangre en sus manos' -declaró su familia- después de la muerte. Las protestas están en marcha en toda Polonia” (Weronika Strzyzynska, The Guardian, 27/1).
 La rebelión de mujeres polacas ante esta nueva muerte, “marca el primer aniversario del fallo de 2021 que declaró ilegal el aborto debido a anomalías fetales. El aborto ahora solo puede realizarse en casos de violación, incesto o si la vida y la salud de la madre están en peligro, una de las leyes de aborto más restrictivas de Europa” (ídem). 
 “La mujer, identificada solo como Agnieszka T, estaba en el primer trimestre de un embarazo de gemelos cuando ingresó en el hospital de la Santísima Virgen María en Częstochowa, el 21 de diciembre. Según un comunicado emitido por familiares, la mujer de 37 años estaba experimentando dolor cuando llegó al hospital pero estaba ´totalmente consciente y en buena forma física´. El primer feto murió en el útero el 23 de diciembre, pero los médicos se negaron a extraerlo, citando la legislación vigente sobre aborto, y la familia de Agnieszka afirma que ´su estado se deterioró rápidamente’. El hospital esperó hasta que el corazón del segundo gemelo también se detuviera una semana después, y luego esperó dos días más antes de interrumpir el embarazo el 31 de diciembre. Agnieszka murió el 25 de enero después de semanas de deterioro de la salud. Su familia sospecha que murió a consecuencia de un shock séptico” (ídem).
 La ofensiva antiderechos del régimen clerical se da en el mismo momento que la iglesia católica polaca sufre un cuestionamiento sin precedentes por abusos sexuales y corruptelas de todo orden de altos prelados. El régimen que se ampara en su defensa de la ´familia tradicional´ y su combate a lo que llama la “normalidad sexual” —censura abiertamente de la homosexualidad— se da la mano con el régimen de Putín en Rusia, con el que curiosamente la Polonia ´nacionalista´ (o sea, vendida a los yanquis) se ha alineado en la llamada crisis ucraniana junto a la OTAN, la UE y EE.UU. 
 En diciembre el gobierno presentó ante el congreso polaco un borrador “de ley como parte de un proyecto de gran alcance para actualizar el sistema de información médica en Polonia. ´Se trata de control, se trata de asegurarse de que los embarazos terminen con el nacimiento´, dijo Natalia Broniarczyk, activista de Aborcyjny Dream Team , al semanario polaco Gazeta Wyborcza. El plan provocó protestas en línea. Una iniciativa de las redes sociales titulada ´Me gustaría informar cortésmente que no estoy embarazada´ alentó a las mujeres polacas a enviar por correo electrónico fotos de sus toallas sanitarias, tampones y ropa interior usados al ministerio de salud polaco´” (ídem). 
 El “proyecto de ley propuesto por el gobierno establecería un ´instituto de la familia y la demografía´ pasara la primera lectura en el parlamento polaco por un voto el jueves. El instituto tendría como objetivo monitorear la política familiar, emitir una opinión sobre la legislación y educar a los ciudadanos sobre el ´papel vital de la familia para el orden social´ y la importancia de la ´reproducción cultural-social´ en el contexto del matrimonio” (ídem). Como se ve una política regresiva que se acerca a las temibles leyes raciales e hipócritas de los regímenes más totalitarios del siglo XX.
 Las cuestiones de familia no son un problema menor. “El comité de investigadores demográficos de la Academia de Ciencias de Polonia ha emitido un comunicado en el que expresa su preocupación de que la ´propaganda a favor de la natalidad´ tenga prioridad sobre la investigación científica en el instituto. ´El proyecto apunta exclusivamente a promover el modelo tradicional de familia´, dijo Adam Bodnar, ex defensor del pueblo de Polonia para los derechos de los ciudadanos, al sitio web de noticias polaco Oko.press. ´También podría convertirse en una herramienta contra quienes quedan fuera de este modelo, por ejemplo, quienes no se ajustan a las normas heteronormativas´” (ídem). 

 Norberto Malaj 
 28/01/2022

Charla debate en vivo // Tensión internacional: La OTAN y Rusia ¿al borde de la guerra?


 

 La tensión entre Estados Unidos y Rusia escaló en los últimos días, junto al fracaso de las negociaciones entre las partes. El gobierno norteamericano denuncia el despliegue de alrededor de 100 mil soldados rusos cerca de las fronteras con Ucrania y la posibilidad de una invasión. Moscú, en tanto, acusa a Washington y a la Otan por la candidatura de Kiev a ser incorporada a la alianza atlántica y por el cerco que este organismo ha hecho sobre su territorio, sumando al acuerdo militar a numerosos países con los que comparte fronteras. En resumen, Ucrania es el desencadenante de la crisis, pero el conflicto tiene un alcance internacional.

sábado, 29 de enero de 2022

La ofensiva de la OTAN sobre Rusia y las pujas por el mercado internacional del gas


Un aspecto fundamental en la crisis de Ucrania es la puja por el suministro de gas a Europa. Rusia abastece, en la actualidad, más del 30% del consumo de Europa occidental. La finalización del gasoducto Nordstream 2 elevaría la provisión de gas por parte de Rusia a cerca del 50 por ciento. Se trata de un conducto de 2500 km de extensión bajo las aguas del Báltico, que espera la autorización de las autoridades alemanas. La demora obedece al veto impuesto por EE. UU. bajo la forma de sanciones económicas. El ND 2 relega el gasoducto ruso que atraviesa Ucrania y le quita a ésta, además del cobro de peaje, un instrumento de extorsión contra Rusia y, eventualmente, la propia Alemania. El veto norteamericano es un factor importante en la el despliegue de tropas rusas que invoca el avance militar de la OTAN sobre Ucrania. Estados Unidos, por otra parte, se ha convertido en un fuerte extractor de gas no convencional en su territorio, que pretende colocar en Europa por medio de transporte marítimo e instalaciones de re-gasificación. El gobierno norteamericano ha metido una cuña, aún insuficiente, para inclinar a Alemania hacia esa opción, como lo demuestra la posición de los partidos Verde y Liberal en la coalición de gobierno que encabeza el Partido Socialdemócrata. El gran capital alemán apoya decididamente la autorización al NordStream 2. Es lo que explica, precisamente, el enfrentamiento del gobierno alemán con Estados Unidos acerca de la salida al conflicto en Ucrania. Los países bálticos (Estonia, Lituania y Letonia), donde hay ingentes inversiones alemanas, en especial en la industria automotriz, han acusado a Alemania de “apaciguamiento” en la confrontación con Rusia. 
 La provisión de gas a Europa involucra a otros protagonistas. Estados Unidos, de nuevo, ha bloqueado la financiación de un gasoducto que había apoyado, dos años atrás, para llevar el fluido por debajo del Mediterráneo, desde el área marítima que bordean Israel, Chipre y Grecia. Una inversión de casi u$s 8.000 millones a través de un ducto de 1900 kilómetros. El proyecto EastMed provocó un fuerte conflicto con Turquía, que quedaba afuera del negocio y de su explotación geopolítica.
 “Washington optó por anunciar su cambio de política en el tono más bajo posible. Nunca dijo explícitamente que se opone al oleoducto. Pero el mensaje emitido en Atenas el 10 de enero de que ´estamos comprometidos a profundizar nuestras relaciones regionales y promover tecnologías de energía limpia´, claramente no incluye el gas natural. Puede que el gas no sea tan sucio como el carbón o incluso el petróleo, pero los ecologistas lo detestan igual” (David Rosenberg,, 24/1). 
 Lo que ha impulsado este boicot nada tiene que ver con el cuidado del medio ambiente. De nuevo: “EE. UU. está en camino de convertirse en el mayor exportador mundial de gas natural licuado este año, y las empresas estadounidenses están invirtiendo miles de millones para ampliar la capacidad en el país y en el extranjero. Aparentemente, en América la gasolina sigue siendo buena; en el Mediterráneo oriental es un peligro para el planeta” —manifiesta el analista israelí con un toque de ironía (ídem). “Sin EastMed, prosigue el observador, el único mercado de exportación real que tiene Israel (y algún día quizás Chipre) es canalizar gas a Egipto, que lo envía a Europa por barco como GNL. Israel ya lo está haciendo, pero en lo que respecta a los sueños energéticos, es bastante modesto: gracias a la creciente demanda, las dos plantas de GNL de Egipto ya están operando a plena capacidad con gas local e israelí. Además, el GNL es un mercado duro y competitivo” (ídem).
 El abandono del EastMed es, sin embargo, una victoria para Turquía, excluida del emprendimiento. Turquía se encuentra embarcada en sus propios proyectos para abastecer de petróleo y gas desde los yacimientos en el mar Caspio, que deberían atravesar su territorio. Tiene su propio SouthStream, en acuerdo con Rusia, y pretende incluso construir ramales vinculados desde Kazajistán. Todo esto introduce a Turquía en el conflicto provocado por la OTAN en el este de Europa, con quien comparte el vital mar Negro. Una revitalización del EastMed, con la incorporación de Turquía, debería superar la rivalidad de ésta con Grecia y los apetitos monopólicos del licuado norteamericano. Israel, sin embargo, ha invitado a los oligarcas de Rusia y Ucrania a negociar un acuerdo en su territorio, y extendido el convite a Putin y a Zelensky. 
 Bajo el manto de la extensión de la OTAN a todas las fronteras de Rusia, se desarrolla al mismo tiempo una lucha por un nuevo reparto del mercado mundial, que no podría limitarse, potencialmente, al mercado del gas. En el ruedo entran además de Estados Unidos, Rusia y la UE, potencias menores como Turquía e Israel o Irán y Arabia Saudita y Qatar, y súper mayores como China, el mayor importador de combustible del mundo. 

 Norberto Malaj 
 26/01/2022

jueves, 27 de enero de 2022

El deporte y la ética: Cuba y el mundo


Hoy en la Mesa Redonda “En Provincia: Villa Clara”


2021 fue uno de los años más calurosos de la historia, según la ONU


El cambio climático y sus efectos. 

 El 2021 fue uno de los siete años más cálidos de la historia, según informó la Organización Meteorológica Mundial dependiente de Naciones Unidas. La entidad advirtió que el promedio de la temperatura global volvió a superar en un grado celsius el registro desde los tiempos preindustriales (1850-1900). 
 Todo apunta a que el calentamiento global se mantendrá a raíz de las emisiones sin precedentes de gases que capturan el calor en la atmósfera. Definitivamente, nos estamos acercando al límite inferior del incremento de la temperatura prevista en el Acuerdo de París, que es intentar limitar ese aumento a 1,5°C con respecto a los niveles previos a la Revolución Industrial. Los siete años más calurosos se han dado consecutivos desde 2015, y los tres primeros lugares corresponden a 2016, 2019 y 2020 (News UN Org ,19/1). 
 El 2021 será recordado por la temperatura récord de casi 50°C registrada en Canadá, por las precipitaciones extremas e inundaciones mortales que azotaron Asia y Europa, así como por la sequía que castigó partes de África y América del Sur. Los impactos del cambio climático y los efectos devastadores que descalabran la vida de las comunidades en todos los continentes. 
 Desde los años ochenta, cada nuevo decenio ha sido más cálido que el anterior, y se prevé que esa tendencia continúe. La temperatura es solo uno de los indicadores del cambio climático, a lo que hay que agregar las concentraciones de gases de efecto invernadero, el ph y el calor de los océanos, el nivel del mar, la extensión del hielo marino y la masa de los glaciares.
 Gracias al fenómeno cíclico de «La Niña» (corriente del Pacífico) la temperatura del 2021 fue levemente más baja dentro del pelotón de estos últimos años de calor intenso. Pero lo que genera la crisis climática es la alteración de estos fenómenos cíclicos naturales, ya que lo normal es que se den en un periodo de dos a siete años. En cambio, tuvimos en este último año y medio dos fenómenos de La Niña. 
 El cambio climático no es consecuencia de la «intervención humana» a secas, sino de un régimen social capitalista decadente que en función de sostener una tasa de beneficio apela a las formas más bárbaras de la explotación del hombre y de la naturaleza. Los incendios, los desmontes, el acaparamiento de humedales, la megaminería, las fábricas contaminantes, el fracking, son algunas de las manifestaciones de la depredación ambiental promocionada los gobiernos. Como lo marcan el Chubutazo y el Atlanticazo, el movimiento en defensa del ambiente tiene el desafío de profundizar la movilización popular, la organización de esta lucha con una perspectiva independiente, y abrazar una salida de fondo para terminar con esta catástrofe, que solo puede venir de la mano de la lucha por el socialismo. 

 Gastón Fernández

miércoles, 26 de enero de 2022

Las lecciones de la URSS a 30 años de su caída


Tras la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, los acontecimientos se sucedieron rápidamente en los países del bloque soviético y en la propia Unión Soviética (URSS), en donde culminan en diciembre de 1991. El día 25, Gorbachov dimite como presidente y transfiere la condición de jefe de Estado a Borís Yeltsin, presidente de Rusia. El día siguiente se autodisuelve el Sóviet Supremo, sellándose así la desaparición de la URSS como Estado, que había sido creado sesenta y nueve años antes, el 30 de diciembre de 1922 (setenta y cuatro años desde el triunfo de la Revolución de octubre). 
 Desde el punto de vista de la clase capitalista, la implosión de la URSS es motivo de alborozo, porque con ella desaparece un referente para la clase obrera a escala mundial. Aunque es fraudulenta su propaganda de que dicha desaparición demuestra el fracaso inevitable de toda pretensión emancipatoria, la realidad es que para los explotadores resulta un alivio la disolución del primer Estado obrero de la historia, salvando la breve experiencia de la Comuna de París en 1871. Pero el Estado obrero que se disuelve en 1991 era muy distinto del que se había constituido inicialmente, en 1917, proclamado como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas cinco años después. 
 Por el contrario, desde la perspectiva de la mayoría de la población, que es la clase trabajadora, la experiencia soviética es un proceso que aporta enseñanzas importantes. Lecciones que no tienen que ver con la nostalgia, sino con la constatación de que sólo a partir de la liquidación de la base material de la opresión, la propiedad privada de los grandes medios de producción, se hizo posible resolver de forma inmediata cuestiones decisivas como la salida de la I Guerra Mundial o el reparto de la tierra hasta entonces latifundista. Y se comenzó a encaminar una auténtica transición socialista que, entre otros muchos hitos, dio pasos decisivos en la plena igualdad entre mujeres y hombres, como en ningún otro momento. 
 Entonces era la barbarie capitalista la que había provocado la guerra mundial, de forma análoga a como hoy dicha barbarie es la causa de un proceso cada vez más sistemático de destrucción de fuerzas productivas (la crisis, el saqueo de los recursos naturales y, sobre todo, la desvalorización de la fuerza de trabajo y la consecuente precarización vital de la mayoría de la población, las guerras imperialistas permanentes). En particular, de ningún modo se puede entender la dimensión de la pandemia -así como su utilización para imponer más regresión económica y política- si no es partiendo de su condición de resultado de la crisis del capitalismo y las destructivas políticas económicas que inevitablemente la acompañan, como el desmantelamiento de los sistemas públicos de salud o la investigación farmacéutica regida por el objetivo único de la ganancia y cada vez más cortoplacista. 

 El Estado obrero que surge de la Revolución 

Ningún Estado burgués puede resolver los problemas de la mayoría. Es así por definición y se constata empíricamente. Porque estos problemas proceden de la dominación burguesa, cuya base material, la explotación, debe necesariamente aumentar para contrarrestar -finalmente de forma infructuosa- las contradicciones crecientes de la acumulación capitalista. Lo padecemos tras cada proceso electoral en el que, más allá de la ilusión que pueda despertar en ciertos sectores tal o cual resultado, todo nuevo gobierno que se subordina a las exigencias del capital y su personal político (en particular el FMI) actúa contra los intereses de la clase trabajadora. Hacerlo a su favor implicaría situarse en una posición de ruptura, porque las legítimas aspiraciones de la mayoría son incompatibles con las exigencias del capital. 
 El triunfo de la revolución rusa en octubre de 1917 significa la destrucción del viejo Estado burgués, en sus versiones zarista y “democrática”, subordinado al imperialismo de las potencias dominantes. Y la constitución de un nuevo Estado que expresa la liquidación de la dominación de las clases explotadoras, cuya base material ha desaparecido con la expropiación de los grandes medios de producción y entre ellos el latifundio. Además, los Estados de las clases explotadoras se apoyan también en otras organizaciones reaccionarias como lo son en particular las religiones, como se expresaba entonces en Rusia en la injerencia de la Iglesia ortodoxa u hoy aquí en la injerencia de la Iglesia católica. 
 Es por tanto la constitución del Estado obrero, un Estado de la clase obrera en alianza con el campesinado pobre, lo que hace posible una serie de medidas tan importantes como lo son las dos que se toman en las primeras veinticuatro horas, desde la resolución sobre la formación del gobierno obrero y campesino: el decreto de la paz y el decreto de la tierra. Inmediatamente, ocho días después, la Declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia que incluye el derecho de autodeterminación. Todavía en 1917, es decir, en los dos primeros meses del nuevo Estado, se promulgan, entre otros muchos, decretos que ponen la organización económica bajo control de la mayoría y a su servicio: control obrero de la producción, contra la especulación y los especuladores, de nacionalización de los bancos y la cancelación de préstamos estatales, supresión de las herencias, de duración del trabajo, del límite de edad y el trabajo de las mujeres y, muy destacadamente, de la nacionalización del comercio exterior. También de defensa de la revolución y del internacionalismo, como los decretos de formación del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos, de la milicia obrera y de apoyo material a la revolución mundial. Y de contenido democrático, igualitario, con los decretos de derecho de revocación, de la prensa, de la educación popular y de la erradicación del analfabetismo, del matrimonio civil y el divorcio, de la abolición de las categorías y grados civiles, de la libertad de conciencia y la separación de las Iglesias del Estado. 
 Un listado verdaderamente impactante, máxime si se mira desde la perspectiva actual cuando la mayor parte del contenido de estos decretos siguen siendo aspiraciones insatisfechas. En noviembre de 1920 se promulga el decreto de protección de la salud de las mujeres, que incluye el derecho a que las mujeres utilicen los medios técnicos para controlar su reproducción, en particular con el aborto. Algo que todavía hoy no está garantizado en muchos países (Stalin lo prohibiría en 1936, mostrándose también en ello su carácter contrarrevolucionario). Todo ello es el resultado de un Estado obrero, como decíamos, un Estado que no está ligado a la propiedad privada de los grandes medios de producción, sino que, al contrario, expresa su expropiación.

 La degeneración burocrática no era inevitable

 Obviamente, la toma del poder concretada en la creación de un Estado obrero no completa el paso a una sociedad comunista, aunque sí supone una enorme palanca para la transición socialista hacia ella. Prueba de ello son los avances que suponen los decretos mencionados en todos los ámbitos, en particular en la alfabetización o en la lucha por la emancipación de la mujer de la opresión patriarcal y por los derechos nacionales de los pueblos que integraban la unión, como parte del proceso general de emancipación social de toda forma de opresión.
 Progresar en el proceso de transición exige un aumento de la productividad que permita el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero Rusia era una economía atrasada y dependiente que, además, padecía la devastación de la guerra mundial y sobre la que se lanzó una “guerra civil” contra la revolución, de forma inmediata, por parte de las potencias imperialistas, apoyando a los restos del viejo ejército zarista convertido en ejército blanco. Además, y esto es decisivo, el método marxista había identificado el contenido internacional de la lucha de clases, aunque mantuviera formas nacionales (como explican el propio Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista en 1848). Dicho de otro modo, toda ilusión de completar el socialismo en un solo país era y es ajena al marxismo y por tanto al bolchevismo. Pero Rusia queda aislada por las derrotas de los procesos revolucionarios que tienen lugar al final de la guerra mundial, en particular en Alemania y que se completan con la china (que no se deben a falta de combatividad del proletariado, sino de la debilidad del partido y, en particular en China bajo la influencia de la burocratización de la Internacional Comunista, además de a la traición de la dirección socialdemócrata en Alemania). El retroceso de las fuerzas productivas –producto de la destrucción causada por la guerra mundial y la posterior guerra civil- impedía sacar a la población de la miseria rápidamente. 
 Cuando una alcoba individual, una alimentación suficiente, un vestido adecuado aún no son accesibles más que a una pequeña minoría, millones de burócratas, grandes o pequeños, tratan de aprovecharse del poder para asegurar su propio bienestar. De ahí el inmenso egoísmo de esta capa social, su fuerte cohesión, su miedo al descontento de las masas, su obstinación sin límites en la represión de toda crítica y, por fin, su adoración hipócritamente religiosa al “jefe” que encarna y defiende los privilegios y el poder de los nuevos amos (Trotsky, La revolución traicionada). 
 Desde muy pronto, tanto Lenin como Trotsky habían alertado del riesgo de burocratización, de que se constituyera una capa de burócratas que pudieran parasitar los avances de la revolución (en textos como el “Testamento” o Más vale poco y bueno el primero o El nuevo curso o Carta a una asamblea del partido el segundo). Durante los años veinte tiene lugar una pugna que se expresa también, en parte, en una discusión teórica conocida como “debate de los años veinte”. En 1924 Bujarin acuña la expresión “socialismo en un solo país”, que en 1925 hace suya Stalin. Es la negación de la noción de revolución permanente que antes de Trotsky en 1904 -y de Lenin en 1905- ya habían formulado Marx y Engels desde 1845 en La sagrada familia. Con ese mantra se va preparando una gigantesca operación propagandística orientada a justificar la eliminación de todo resquicio democrático, lo que se concreta en 1927 con la expulsión de Trotsky del partido y en seguida de toda la oposición de izquierda. Con la posterior expulsión de la oposición de derecha se culmina el proceso de destrucción del centralismo democrático (plena unidad de acción bajo la premisa de plena libertad de discusión) en el Partido Bolchevique, que se sellará en las pantomimas contrarrevolucionarias de juicios que fueron los siniestros Procesos de Moscú ya en los años treinta, contra la vieja guardia bolchevique y también contra una parte de la propia burocracia. 
 Hay una conclusión decisiva de todo esto: la burocratización no era inevitable. Fue producto de una feroz lucha donde triunfó el ala burocrática contrarrevolucionaria. No hay ninguna ley social que determine que, necesariamente, toda experiencia revolucionaria, emancipatoria, de forma inevitable degenerará. La única forma de sostener eso sería sobre la base de que “el ser humano es así, egoísta, mezquino”. Pero el ser humano no es de ningún modo descontextualizado del marco social en el que vive. La perspectiva del socialismo no es un deseo sino una necesidad. Digámoslo claramente: el engendro de que toda revolución será traicionada es pura propaganda, orientada a sembrar resignación en la clase trabajadora, mediante el cuento, de terror, de que no hay alternativa al capitalismo. 
 La decantación de la compleja situación en favor de la degeneración burocrática se debió por tanto a las circunstancias específicas de la URSS. El atraso impide una mejora generalizada de las condiciones de vida de toda la población, de modo que la pugna distributiva sigue vigente. Y las condiciones políticas y culturales no alcanzan a ser un parapeto ante la presión burocratizante. Además, hay otros aspectos como la modificación de la composición social del partido bolchevique, los que se pueden identificar retrospectivamente como “errores” de la oposición, la muerte de Lenin, etc. 
 En ese contexto se consolida una capa con intereses propios, sus privilegios, que domina mediante el terror. Es la burocracia, que tiene –en sus inicios- una condición inevitablemente contradictoria, porque sus privilegios proceden del desarrollo que hace posible la revolución, de modo que deberían protegerla, pero la única forma de hacerlo efectivamente sería mediante su profundización y extensión internacional, lo que sin embargo supondría la ola que barrería a la propia burocracia. Por eso, es la base material de la burocracia, sus intereses particulares, la que inevitablemente la convierte en contrarrevolucionaria, como efectivamente se verifica en la Revolución china en 1925-27, frente al ascenso de Hitler o en la revolución española en 1936-37. Y, de una forma más amplia, en 1945 con la traición a los procesos revolucionarios en curso mediante su colaboración directa con el imperialismo sellada en las conferencias de Yalta y Postdam entre otras. Y a la vez su carácter contrarrevolucionario señala sus límites, que conducen inexorablemente a un dilema: o bien los trabajadores llevan a cabo una revolución política que, desembarazándose de la burocracia, permita preservar las conquistas de la revolución avanzando en su extensión mundial; o bien la burocracia acabará restaurando el capitalismo. Y esto replanteará la necesidad de una nueva revolución social que expropie a las nuevas burguesías restauracionistas. Como lo explica Trotsky en 1936, en La revolución traicionada, “¿devorará el burócrata al Estado obrero, o la clase obrera lo limpiará de burócratas?”.
 El resto es conocido, el papel contrarrevolucionario del estalinismo, la corriente política que expresa la burocracia soviética destruyendo la Internacional Comunista constituida en marzo de 1919, bajo el liderazgo de dirigentes de la talla de Lenin y Trotsky en unas condiciones verdaderamente adversas, en medio de la guerra civil. La burocracia tuvo políticas ultraizquierdistas que llevó primero al siniestro Tercer periodo impulsando la división de la clase obrera para girar luego al oportunismo de la colaboración abierta de clases, con los frentes populares, constituidos para contener y derrotar los procesos revoluionarios. Vale la pena al respecto transcribir un breve fragmento de la entrevista que Howard, un periodista estadounidense, le hace a Stalin en 1936: 
 Howard: Su declaración, ¿significa que la Unión Soviética ha abandonado hasta cierto punto sus planes e intenciones de llevar a cabo la revolución mundial? 
 Stalin: Nosotros nunca tuvimos tales planes e intenciones (…) Eso es el fruto de un malentendido.
 Esta posición ilustra bien la justeza de la decisión de constituir la IV Internacional en 1938, que además se refrenda con la decisión de Stalin de disolver la III Internacional en 1943, como señal de buena voluntad hacia las potencias imperialistas, específicamente Estados Unidos y Reino Unido, con las que se apresta a repartirse el petróleo persa en la Conferencia de Teherán. 

 Qué nos enseña la experiencia soviética 

La disolución de la URSS por la burocracia estalinista justo ahora hace treinta años era la de un Estado obrero, sí, pero enormemente degenerado y en marcha a la restauración capitalista. No el Estado obrero creado bajo el liderazgo de Lenin, Trotsky y otros, sino su negación. Pero esto no significa que la experiencia soviética completa no aporte enseñanzas. 
 El capitalismo no es que conduzca a la barbarie, sino que ya nos tiene instalados en ella. La voraz maquinaria del capital arrasa con todo y en particular con las condiciones de vida que históricamente había logrado arrancar la clase trabajadora. Pero la clase trabajadora y los pueblos no renuncian a sus aspiraciones legítimas, que se concretan en una vida digna, acorde a las posibilidades que la productividad que su trabajo aporta. De modo que la explosividad social no va a remitir, de lo que dan buena prueba las múltiples expresiones de resistencia que estallan todo el tiempo, como sucede en este momento en América Latina. 
 Ninguna ilusión puede depositarse en que los graves problemas sociales se resuelvan en el marco de los Estados burgueses, lo que pone sobre el tapete la perspectiva socialista no como deseo sino como necesidad. ¿Por qué hay estallidos revolucionarios que triunfan y otros que no? La experiencia soviética ofrece una lección importantísima acerca de la toma del poder y la conformación de un Estado obrero, a partir de los órganos de lucha revolucionaria de la clase obrera, los soviets, que se transforman en órganos de poder. Pero no sólo eso, también del papel insustituible del partido revolucionario, que sólo lo podrá ser plenamente si se basa en el centralismo democrático, parte esencial de su programa. Por supuesto, no se trata de que dé una receta, un algoritmo matemático aplicable igual en todos los casos. Sí algunas lecciones importantes que, de cualquier modo, deberán adaptarse a las circunstancias particulares de cada caso. 
 Aunque sólo fuera por esto, como sí se puede aprender de esta experiencia y mucho, quedan delatados quienes pretenden que se olvide, calificándola de fracaso, abiertamente o disimulándolo con la forma de “fin de ciclo”. Si fracasó es porque habría podido triunfar, pero entonces, ¿cuál habría podido ser ese triunfo? ¿La culminación de la transición socialista allí, alcanzándose sólo en este país el comunismo? Eso no tiene ni pies ni cabeza. ¿Fin de un ciclo? ¡Como si la lucha de clases admitiera treguas!

 “Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros (…) pueden clamar (…) ¡Yo osé!” (Rosa Luxemburg)

 No es sólo eso, hoy, frente a toda la propaganda que pretende sepultar la experiencia revolucionaria como referente para la lucha actual, decimos con Rosa Luxemburg que:
 (…) en el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten “¡Yo osé!” Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”. (…) 
 Hoy estamos librando un conjunto de luchas contra la desocupación, los despidos y la precariedad, por un salario igual a la canasta familiar y su indexación, por la defensa de las jubilaciones, por una educación pública al servicio de la mayoría popular, por la centralización del sistema de salud, por la defensa del medio ambiente y por terminar con las privatizaciones menemistas (que todos mantuvieron), por la ruptura con el FMI y el no pago de la deuda pública. Son luchas transicionales que llevan a plantear la toma del poder para poner realmente imponerlas. Ante la constatación de la imposibilidad de que sean satisfechas en el capitalismo, la lucha sigue y en ella es en donde se organiza la clase, en el camino hacia el inequívoco horizonte de que hay alternativa, la del gobierno de los trabajadores. Camino para el que la experiencia soviética sigue siendo una enorme fuente de aprendizaje, porque las conquistas de Octubre están vivas como referente, son patrimonio de la humanidad; no se debe olvidar que la existencia de la URSS ayudó a la clase obrera a escala mundial, a conseguir avances importantes. 
 La construcción del partido revolucionario, la convocatoria a un Congreso del FIT-U abierto a las organizaciones que llevan adelante la lucha de ruptura con el FMI y una Conferencia Latinoamericana que ponga en el centro una salida positiva para el pueblo trabajador al conjunto de las rebeliones populares en nuestro continente, desde la independencia de clase y por un gobierno de obreros y campesinos.

Antonio Roselló

martes, 25 de enero de 2022

Joe Biden, primer balance


El combate a la pandemia no ha sido eficaz, y muchos aseguran que se halla fuera de control; la inflación del 7 % anual es de una inusitada gravedad cuando se toman los registros históricos de Estados Unidos en este asunto. 

 Se cumple el primer año de la Administración Biden. Es buen momento para aportar una radiografía sobre su gestión. Hay un consenso bastante generalizado de que, tal como lo sintetizara el columnista del New York Times Bret Stephens “la palabra más amable que se puede decir del primer año de Biden como presidente es decepcionante«. Ciertamente es la más amable, porque hay otros vocablos mucho más duros que aparecen entre analistas y comentaristas. “Fracaso”, “fiasco”, “palabrerío” y otros por el estilo son utilizados para calificar este primer año de Biden. 
 En realidad, era absurdo esperar mucho más. Diría, inclusive, que en algunos aspectos avanzó más de lo que se conjeturaba, pero por comparación a las monumentales tareas que debe realizar lo actuado es a todas luces insuficiente. Biden, no olvidar esto, es un hombre que ha vivido “de la política” y no sólo “para la política” casi toda su vida. Salvo una breve actividad en un estudio de abogados comenzó a participar en la vida pública en 1970, a nivel de concejal en New Castle, Delaware. En 1972 llegó al Senado derrotando sorpresivamente al republicano J. Caleb Boggs, que llevaba 12 años en el cargo. A partir de ese momento su carrera fue meteórica: uno de los senadores más jóvenes de la historia de Estados Unidos fue reelecto como tal en cinco elecciones consecutivas: 1978, 1984, 1990, 1996 y 2002.
 Ya como presidente del poderoso Comité de Relaciones Exteriores del Senado brindó su apoyo a las políticas del presidente George W. Bush y su misión -según él dictada personalmente por Dios- de recorrer el mundo para “sacar a los terroristas de sus escondrijos en más de sesenta países.” Impresionado por las celestiales voces escuchadas por Bush, Biden lo acompañó en todas sus aventuras imperiales, comenzando por Irak, siguiendo por Afganistán y luego, como vicepresidente de Barack Obama, en las agresiones que éste perpetrara en Libia, en Siria y acompañando la infame declaración presidencial de que Venezuela representaba un peligro excepcional e inminente a la seguridad y los intereses de Estados Unidos. No olvidar que desde su posición en el Senado apoyó fervientemente a Margaret Thatcher en la Guerra de las Malvinas. Y un detalle más: a diferencia de algunos de sus predecesores fue un mal alumno en la universidad. Sus biógrafos aseguran que en la Universidad de Delaware en Newark Biden obtuvo su bachillerato en 1965 con una doble especialización en Historia y Ciencias Políticas. Su promedio fue un módico “C” (“suficiente”, la nota inmediatamente superior al reprobado) y ocupó el puesto 506 entre los 688 de su promoción. Posteriormente ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Siracusa, y ratificó que lo suyo no era el mundo de las ideas: egresó con el título de Juris Doctor, pese a ocupar el puesto 76 entre los 85 de su clase. Pero el hombre es voluntarioso y, contra viento y marea llegó a la Casa Blanca. 
 Estos antecedentes biográficos son relevantes para conocer al personaje y las raíces de su conducta. En términos prácticos su gestión se anota dos logros que no pueden menospreciarse: en marzo del 2021 logró la aprobación de un paquete de ayuda de 1,9 billones de dólares para llevar alivio a millones de familias afectadas por la pandemia. Biden obtuvo otra victoria a fin de año, al lograr el respaldo de los republicanos para un plan de infraestructura por poco más de 1 billón de dólares. En ambos casos las cifras fueron menores a las solicitadas pero aun así muy significativas. 
 Pero su gestión, precedida por los gravísimos disturbios que se produjeron en el Capitolio el 6 de enero, fue muy pobre en otras áreas. El combate a la pandemia estuvo lejos de ser tan eficaz como lo había prometido y muchos aseguran que se halla fuera de control; la inflación del 7 % anual es de una inusitada gravedad cuando se toman los registros históricos de Estados Unidos en este asunto. De hecho, es la mayor de los últimos 39 años, que se agrega a la profundización de la “grieta”, o la polarización política, evidenciada en los últimos años en Estados Unidos. Téngase presente que cerca de un 75 % de los miembros del Partido Republicano dudan, en una reciente encuesta, de la legitimidad del triunfo de Biden en las elecciones presidenciales. Y hablando de encuestas, el índice de aprobación de Biden se encuentra en un comparativamente muy bajo 41 % al final de su primer año de gestión, contra 54 % que lo desaprueba. 
 Adicionalmente, la encuestadora Gallup comprobó que un 62 % de los estadounidenses opinan que “las cosas en Estados Unidos están yendo mal”; cerca de un 60 % opina que Biden no tiene las prioridades más adecuadas para combatir los crímenes violentos, la inflación y la cadena de suministros; sólo 46 % opina que Biden está haciendo las cosas bien en relación al Covid-19 y 54 % reprobaba la forma en que Biden quería ayudar a las clases medias. 
 Y en la política exterior los elementos de continuidad entre Trump y Biden han sido resaltados aún por los más sobrios observadores del establishment académico y diplomático. En una nota publicada en la edición de fin de año de Foreign Affairs Richard Haas, uno de sus más encumbrados analistas internacionales, plantea que a pesar de algunas diferencias “hay mucha más continuidad entre la política exterior de Joe Biden y Donald Trump de la que es usualmente reconocida”. Lugar destacado en este terreno es la irresponsable política belicista desplegada en contra de China y Rusia, a lo que hay que agregar el mantenimiento de las políticas de sanciones y bloqueos en contra de Cuba, Nicaragua, Venezuela y, en Oriente Medio, Irán. El desastroso final luego de veinte años de guerra en Afganistán en donde las tropas estadounidenses prácticamente se dieron a la fuga en medio de un desorden descomunal y la permanente inestabilidad del “liberado” Irak han impactado profundamente en la opinión pública de Estados Unidos que se pregunta adónde fueron a parar los billones de dólares que costaron ambas guerras para ponerles un indigno punto final y regresar a casa con las manos vacías. Sentimiento que prevalece a la hora de juzgar el tironeo entre Washington y Moscú a propósito de la situación en Ucrania, y entre aquél y Beijing en torno a Taiwán. 
 La política hacia Latinoamérica y el Caribe de Biden está en línea con la diseñada bajo Trump, con su malvada intensificación del bloqueo en el marco de la pandemia. En el caso de Cuba Biden retrocede varios casilleros en relación a la normalización de las relaciones diplomáticas lograda por Obama durante el final de su presidencia, de la cual el hoy primer mandatario era su vice. Y nada indica que el Departamento de Estado y el Comando Sur hayan modificado en un ápice sus concepciones tradicionales: el “monroísmo” sigue siendo la brújula que orienta las políticas hacia esta parte del mundo, acicateadas en los últimos años por la creciente presencia de China y Rusia en la región, lo cual ha despertado una insalubre paranoia en Washington. En este punto Biden ha sido un fiasco mayúsculo, ejemplificado en su operación propagandística de fin de año convocando a una Cumbre por la Democracia, en donde nada menos que el corrupto y probado delincuente Juan Guaidó fue invitado a hablar en nombre de la República Bolivariana de Venezuela. 
 La complicidad del gobierno de Estados Unidos con el fraudulento préstamo otorgado por el FMI al gobierno de Mauricio Macri clama al cielo y descarta cualquier ilusión de una “ayuda” que algunos espíritus ingenuos de la Argentina esperan que llegue de Washington. Biden y sus colaboradores están más que nada preocupados que una nueva ola de izquierda moderada se apodere de la región. Los últimos resultados electorales del 2021 no son halagüeños para el imperio y para revertirlos están dispuestos a hacer cualquier cosa, apelando al “poder blando” pero también a las formas más criminales del “poder duro”. Estados Unidos es un león herido y como recordaba Violeta Parra “el león es sanguinario en toda generación.” Su indisimulable declinación como poder imperial, reconocida hoy hasta por sus más enfervorizados publicistas, sólo augura más violencia en las relaciones internacionales. Y la diplomacia de Washington será atraer a nuestros países para hacer nuestras las guerras que se están gestando en contra de Rusia y China. Por eso la unidad de Latinoamérica y el Caribe para neutralizar esas iniciativas y garantizar que Nuestra América siga siendo una Zona de Paz es más importante que nunca. 

 Atilio A. Boron | 25/01/2022

La OTAN y Rusia en la guerra de Ucrania


Biden y Johnson refuerzan envíos de materiales de guerra y tropas. 

 Los preparativos de guerra en torno a Ucrania no dejan de escalar. Estados Unidos ha anunciado el envío de varias toneladas de material bélico y más tropas a los estados del Báltico y el refuerzo militar a Polonia. Rusia, por su lado, prevé el despliegue de la flota en el mar Báltico hasta la costa de Irlanda. Tanto la OTAN como Rusia han incrementado el patrullaje en el mar Negro. Putin asegura que no tiene intención de iniciar una acción militar contra Ucrania, mucho menos una invasión o la ocupación militar del país. Biden, por su lado, también ofrece ‘seguridades’ – de que no confrontará militarmente con Rusia, porque Ucrania no goza de las garantías de un país perteneciente a la OTAN. Se ha comprometido, en cambio, a responder con sanciones económicas capaces de destruir la economía rusa.
 Gran Bretaña se ha puesto al hombro una intervención en la crisis, por medio del envío de material de guerra y personal militar, mucha histeria belicista. Boris Johnson, amenazado de perder el gobierno por acusaciones de corrupción, se ha convertido en el más decidido partidario de una guerra contra Rusia. Alemania, en cambio, ha tomado distancia de las posiciones norteamericanas, aunque al precio de una potencial crisis de gobierno. Ante el impasse en que se encuentran las negociaciones entre EEUU y Rusia, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha anunciado la intención de presentar una propuesta propia acerca de la “seguridad europea”, que seguramente adelantará a Alemania. La prensa internacional destaca la ‘grieta’ que se ha abierto o profundizado entre Alemania y Francia, de un lado, y Estados Unidos, del otro. El jefe de la marina alemana acaba de renunciar, luego de declarar que Rusia tenía fuertes motivos para sostener que la OTAN pretende cercar política y militarmente a Rusia.
 Los voceros oficiales u oficiosos del gobierno de Ucrania relativizan la posibilidad de una invasión, mientras ponen el acento en el respaldo militar que Rusia daría a un golpe de estado, que sería encabezado por una fracción de la oligarquía ruso-ucraniana. Una crisis en Bosnia-Herzegovina, un estado multiétnico desmembrado de la ex Yugoslavia, de la cual se separaría el grupo serbio, es conectada por parte de la prensa al conflicto ucraniano, ya que podría re-encender una crisis político-militar en los Balcanes. 
 Los comentaristas internacionales caracterizan el escenario emergente de esta crisis como un intento, por parte de Rusia, de quebrar el “orden posterior a la guerra fría”. Se refieren al que fue impuesto por la OTAN tras la disolución de la Unión Soviética. Se trataría, entonces, de un punto de viraje en la situación mundial tomada en su conjunto – de la globalización a la guerra internacional. Ese “orden pos guerra fría” fue cualquier cosa menos pacífico – desató la guerra por el desmantelamiento de Yugoslavia; la “guerra global contra el terrorismo”, contra Afganistán, Irak, Siria, Yemen y hasta cierto punto Irán; y, de otro lado, la guerra del estado ruso contra los pueblos del Cáucaso (Daguestán y Chechenia) y más tarde el conflicto militar con Georgia. Fue un ‘orden’ sangriento de ofensiva imperialista. 
 Hasta la guerra en Siria y el conflicto georgiano, Rusia se ajustó a los compromisos con el imperialismo mundial con posterioridad a la disolución de la URSS. El objetivo era la integración de Rusia a la economía capitalista mundial y al régimen internacional correspondiente – llegó al Bric y al G-20. Hasta coqueteó con ingresar, ella misma, a la OTAN. La ruptura de ese ‘orden’ significa el pasaje a un escenario de guerra mundial; es lo que está ocurriendo en territorio europeo y en una confrontación directa entre las grandes potencias. Es una consecuencia ‘geopolítica’ catastrófica de la crisis capitalista mundial. 
 La extensión de la frontera político militar de la OTAN a Ucrania – la razón que invoca Putin para reclamar la neutralidad de Ucrania y la desmilitarización del Europa del este – tiene el propósito obvio de quebrar a Rusia por medio del hostigamiento político-militar y/o la guerra. Rusia, incluso después de treinta años de restauración capitalista, es todavía un campo virgen para el capital internacional. Putin reclama a la OTAN el derecho de supervisión e injerencia de lo que llama “el exterior cercano”. A la escala de las posibilidades de Rusia, es un planteo imperialista. El antagonismo OTAN-Rusia se enhebra, sin embargo, con contradicciones más amplias de la economía y política mundiales. Alemania, Francia e incluso Italia, por ejemplo, ven cercado su desarrollo por la imposición del régimen financiero del dólar y el dominio tecnológico-militar de la OTAN. El comercio y el intercambio de capitales con China, ofrece a la UE una perspectiva que Estados Unidos no puede satisfacer. La guerra en ciernes en torno a Ucrania se desarrolla en este escenario global; por eso tiene que ser caracterizada desde un punto de vista mundial. 
 Estados Unidos, precisamente, más allá del cerco a Rusia, ejerce un derecho de supervisión sobre la Unión Europea, que pugna por mantener. Ejerce un veto declarado sobre su desarrollo militar. Ahora pretende hacerlo con relación a obras gigantescas de abastecimiento de gas ruso al conjunto de Europa. El despliegue militar de Moscú en la frontera de Ucrania responde también al veto al gasoducto Nordsream 2, que abastecería a Europa del 40% de sus necesidades, a través del Báltico. Rusia está terminando un gasoducto de 2.500 km a China, el principal importador de gas del mundo. Una exportación de envergadura a la UE entrañaría un comercio recíproco que lo nivele – o sea una onda de inversiones de la UE a Rusia. Tardíamente, la oligarquía rusa pretende reproducir el esquema que llevó a China a su posición comercial actual. Alemania enfrenta la crisis presente, como ha venido ocurriendo desde los acuerdos con la Unión Soviética en los 70 del siglo pasado: una lucha entre ‘atlantistas’ vs. ‘orientalistas’. El mercado ruso es un imán poderoso para el capital germano. 
 Abordar la crisis actual desde ángulos tales como la “violación de la independencia de Ucrania” es una estafa política. Ignora la situación concreta y el carácter de las fuerzas en pugna. No es necesaria una invasión por parte de Rusia para que Ucrania pierda la independencia; ahora mismo es un enclave del imperialismo, del FMI y de un puñado de oligarcas. La crisis actual tiene un carácter mundial: es la culminación, aunque todavía provisoria, de una ofensiva imperialista para la conquista política y/o militar de Rusia, en función de abrir de puerta en puerta al capital internacional el espacio tecnológico, laboral y extractivo que ha dejado la disolución de la Unión Soviética. Significa, ni qué decirlo, conquistar una plaza fuerte en la confrontación de Estados Unidos con China, que ha alcanzado un alto carácter geopolítico, o sea de la disputa de áreas de influencia. La oligarquía rusa y el aparato de seguridad enfrentan este ataque con sus propios métodos imperialistas, de alcance, como es obvio, mucho más limitado. El protectorado que la Rusia de Putin pretende ejercer, y en parte ya ejerce, en el “exterior cercano”, no puede ser igualado ni confundido con el alcance del imperialismo mundial. Es desde esta posición subordinada que procura una alianza, incluso estratégica, con el capital y los estados de la Unión Europea. 
 Las masas que habitan Rusia, el ‘exterior cercano’, Europa del este y los Balcanes, atraviesan una situación de gran miseria, agravada por el ‘aperturismo’ al Covid19. Una guerra convertiría esta miseria en un tragedia humanitaria, que incrementaría el caudal de refugiados en las costas del Mediterráneo y en la totalidad de Europa. No se puede combatir esta guerra defendiendo a uno de los campos capitalistas contra el otro. La ocupación militar de Ucrania, por parte de Rusia, no tendría nada de progresivo; lejos de ser una defensa contra la OTAN, fortalecería su política de guerra. El carácter de una invasión rusa queda claro en los territorios escindidos de Donbass, bajo la tutela de oligarcas rusos y ucranianos, y lo volvió a demostrar demostrar la represión de Rusia contra la rebelión popular en Kazajistán. 
 No son las tergiversaciones diplomáticas las que han demorado el estallido de una guerra – es el pavor de Biden y Putin a la reacción de las masas. Ningún pseudo acuerdo de circunstancias clausurará el peligro de una guerra; por el contrario, la preparación político-militar para el próximo episodio de ella se intensificará. El enemigo a abatir, para alcanzar un verdadera paz mundial, son los explotadores del propio país, su régimen político, su estado. 
 Una república socialista internacional de consejos obreros y trabajadores. 

 Jorge Altamira 
 24/01/2022

lunes, 24 de enero de 2022

De Pétain a Macron, de la Resistencia a los Chalecos Amarillos: 1944-1945, la falsa purga de “los colaboradores” en Francia


Comentario del nuevo libro de la historiadora Annie Lacroix-Riz, "La Non-épuration en France de 1943 aux années 1950" 

La historiadora francesa Annie Lacroix-Riz pone en tela de juicio en su último libro, «La Non-épuration en France de 1943 aux années 1950» (Armand Colin, París, 2019) [La no depuración de Francia de 1943 en la década de 1950] una idea de la liberación del país en 1944-1945 (y del periodo subsiguiente) que ha sido dominante últimamente en una historiografía cada vez más controlada por el ala derecha del espectro político (“derechizada”). 
 Esta idea es extremadamente crítica con la Resistencia y, a la inversa, bastante indulgente respecto a la colaboración. Por ejemplo, se afirma que la Resistencia no fue eficaz en general, de modo que Francia debe su liberación casi exclusivamente a los esfuerzos de los estadounidenses y otros aliados occidentales (estos últimos secundados por las fuerzas de la “Francia Libre” del general De Gaulle), que desembarcaron en Normandía en junio de 1944. Se nos dice, además, que la Resistencia aprovechó la oportunidad que presentaba la liberación para cometer todo tipo de atrocidades, incluido el asesinato y el rapar públicamente la cabeza a mujeres jóvenes culpables de “colaboración horizontal”, es decir, de haber mantenido relaciones amorosas con soldados alemanes. Esta “purga salvaje” de colaboradores fue supuestamente equivalente a un “terror comunista” organizado por los comunistas, miembros reales o falsos de la Resistencia, en un intento de cumplir sus siniestros objetivos revolucionarios.
 Excepto en los casos más flagrantes, la “historiografía dominante” presenta ahora a los colaboradores como decentes, respetables, bienintencionados e “íntegros ciudadanos” (“gens très bien”, una expresión tomada del título de una novela de Alexandre Jardin) en la mayoría de los casos, víctimas de la coacción de los alemanes, impotentes y, por lo tanto, inocentes “subordinados”, atrapados sin poder defenderse entre la Scilla nazi y la Caribdis de la Resistencia, y que a menudo participaron ellos mismos en actos secretos de la Resistencia. Por supuesto, algunos colaboradores fueron fanáticos y sí cometieron crímenes, pero en su mayoría eran maleantes de la clase baja, cuyo mejor ejemplo fueron los miembros de la tristemente célebre organización paramilitar del Régimen de Vichy, la Milicia. 
 En 1944-1945 el gobierno provisional francés encabezado por el general de Gaulle logró finalmente restaurar la “ley y el orden”. Así es como, supuestamente, nació en Francia un estado de derecho gaullista después de años de problemas económicos y políticos, de derrota militar, de ocupación alemana y de la confusión de la liberación. Aun así, tuvo lugar una inevitable purga de colaboradores reales e imaginarios, que se cobró muchas víctimas inocentes, especialmente en los rangos superiores de la burocracia estatal, la crème de la crème de los negocios y la élite de la nación en general.
 Lacroix-Riz echa por tierra esta interpretación revisionista en su nuevo libro, minuciosamente investigado y documentado, que además está repleto de nombres de personalidades tanto obscuras como importantes, lo que dificulta un tanto la lectura a aquellas personas que no estén familiarizadas con la historia de Francia en la Segunda Guerra Mundial. En sus libros anteriores, como Le choix de la défaite y De Munich à Vichy, esta historiadora explicaba por primera vez que en la primavera de 1940 la élite política, militar y económica de Francia había entregado el país a los nazis para poder instalar un régimen fascista con la esperanza de que un sistema autoritario de gobierno fuera más sensible a sus necesidades y deseos que el sistema que había antes de la guerra, el de la “Tercera República”, que se consideraba demasiado indulgente con la clase trabajadora, sobre todo bajo el gobierno del “Frente Popular” de 1936 y 1937. Lacroix-Riz siguió con otros estudios meticulosamente investigados (Industriels et banquiers français sous l’Occupation and Les élites françaises, 1940-1944. De la collaboration avec l’Allemagne à l’alliance américaine) que demostraron que esta élite había prosperado bajo los auspicios del régimen de Vichy del Mariscal Pétain, había colaborado entusiasmada con los alemanes y luchado con uñas y dientes contra una Resistencia en la que predominaban personas pertenecientes a la clase trabajadora y comunistas, y estaba decidida a introducir cambios radicales, incluso revolucionarios, después de la guerra. Esta historiadora demuestra ahora que la liberación no estuvo acompañada de una verdadera purga de colaboradores sino, bien al contrario, que las “gens très bien” de la élite estatal y empresarial de Francia lograron expiar sus pecados colaboracionistas y que gran parte del sistema de Vichy que tan bien les había servido de 1940 a 1944 siguió vigente, se podría decir que hasta la actualidad. 
 Empecemos por la llamada “purga salvaje”, la supuesta persecución de personas inocentes por parte de partisanos comunistas o de comunistas que se hacían pasar por partisanos, es de suponer que en un intento de eliminar a rivales y oponentes para preparar un golpe de Estado revolucionario. Lacroix-Rix demuestra que hubo asesinatos y ejecuciones sumarias, pero la mayoría se produjeron en el contexto de los cruentos combates que surgieron ya antes del desembarco de Normandía y la liberación de París. Contrariamente a lo que sostiene la teoría de la ineficacia militar del Resistencia, esta desbarató los preparativos del enemigo de una defensa ante el desembarco de los aliados que se iba a producir en Normandía y provocó fuertes bajas, como admitieron las propias autoridades alemanas. Y la mayoría de las atrocidades perpetradas en el contexto de esa forma de guerra no fueron obra de los partisanos, sino de los nazis y los colaboradores, especialmente de la Milicia, por ejemplo, la ejecución de rehenes y la tristemente célebre masacre de Oradour-sur-Glane. Por otra parte, quienes luchaban en la Resistencia no atacaban a víctimas inocentes, sino a soldados alemanes y a colaboradores particularmente detestables, a menudo hombres a los que el programa de radio de la Francia Libre del general de Gaulle en Inglaterra había pedido reiteradamente castigar (e incluso ejecutar). Por lo que se refiere a las mujeres a las que se rapó la cabeza, muchas de ellas, si no la mayoría, eran culpables de actividades más atroces que la mera “colaboración horizontal”, por ejemplo, de traicionar a miembros de la Resistencia. 
 No hubo “purga salvaje” antes o durante la liberación y la supuesta purga importante que se iba a producir tras la propia liberación resultó ser una farsa. La élite tanto del Estado como del sector privado de Francia se había aprovechado a manos llenas de la colaboración y tenía buenas razones para temer la llegada al poder de sus enemigos de la Resistencia. Pero los radicales de la Resistencia no llegaron al poder tras la liberación, la élite fue castigada poco o nada por sus pecados colaboracionistas, su querido orden socioeconómico capitalista permaneció intacto (a pesar de algunas reformas) y la propia élite conservó la mayor parte de su poder y sus privilegios. Tenían que agradecer esta bendición inmerecida tanto a los estadounidenses que había liberado a la antaño grande Nation como al general Charles de Gaulle, el general que aspiraba a hacer que Francia fuera grande otra vez. 
 De Gaulle era un verdadero patriota, pero también un hombre conservador, extremadamente devoto del orden económico y social establecido de Francia. Por lo que se refiere a los estadounidenses, destinados a suceder a los alemanes como amos de Europa o, al menos, de la mitad occidental del continente, estaban decididos a hacer triunfar la “libre empresa” en toda Europa y a situar el continente bajo la órbita política y económica del Tío Sam, lo que significaba impedir cualquier cambio político y socioeconómico, excepto los meramente cosméticos, sin tener en cuenta los deseos y aspiraciones de quienes habían resistido a los nazis y a otros fascistas, ni del pueblo en general. También significaba perdonar, apoyar y proteger a aquellos colaboradores que tenían credenciales anticomunistas, que es exactamente lo que habían sido los miembros de la élite de Francia. De hecho, las autoridades estadounidenses no tenían nada en contra del régimen de Vichy y en un principio esperaban que subsistiera una vez que los alemanes fueran expulsados de Francia, ya fuera bajo Pétain o bajo cualquier otra personalidad de Vichy, como Weygand or Darlan, si fuera necesario tras una purga de sus elementos proalemanes más furibundos y tras aplicar una pátina de democracia. A fin de cuentas, el sistema de Vichy había funcionado esencialmente como la superestructura política del sistema socioeconómico capitalista de Francia, un sistema que Washington pretendía salvar de las garras de sus enemigos de izquierdas en la Resistencia. Al contrario, tras los reveses sufridos por Alemania en el Frente Oriental y en particular tras la Batalla de Stalingrado muchos colaboradores de Vichy lo vieron claro y esperaron la salvación en forma de un “futuro estadounidenses” para Francia o, en palabras de Lacroix-Riz, pasando de un “tutor” alemán a otro estadounidense. Después de una liberación por parte de los estadounidenses podían esperar que sus pecados e incluso sus crímenes colaboracionistas fueran perdonados y olvidados, mientras que las aspiraciones revolucionarias o incluso simplemente progresistas de la Resistencia iban a estar condenadas a seguir siendo un sueño imposible.
 A los dirigentes de Washington no les gustaba de Gaulle. Al igual que los partidarios de Vichy, lo consideraban una fachada de los comunistas, alguien que, si llegaba al poder, iba a preparar el camino para una toma de poder “bolchevique”, del mismo modo que Kerensky había precedido a Lenin durante la Revolución rusa de 1917. Pero poco a poco se dieron cuenta, como ya había hecho Churchill antes que ellos, de que iba a ser imposible endilgar al pueblo francés una personalidad que estuviera asociada a Vichy y que un gobierno encabezado por de Gaulle resultaba ser la única alternativa a uno establecido por la Resistencia, que estaba dominada por los comunistas y tenía ideas reformistas radicales. Necesitaban al general para neutralizar a los comunistas cuando acabaron las hostilidades. El propio De Gaulle logró tranquilizar a Washington prometiendo respetar el statu quo socioeconómico y como garantía de este compromiso incorporó a su movimiento Francia Libre a muchos colaboradores de Vichy que gozaban de los favores de los estadounidenses e incluso se les confiaron cargos de responsabilidad. De Gaulle se transformó así en un “líder de derecha”, aceptable tanto para la élite francesa como para los estadounidenses, que estaban dispuestos a suceder a los alemanes como “protectores” de los intereses de esa élite. Este es el contexto en el que de Gaulle fue llevado a toda prisa a París cuando la ciudad fue liberada a finales de agosto de 1944. La idea era impedir que la Resistencia dominada por los comunistas tratara de establecer un gobierno provisional en la capital. Los estadounidenses se encargaron de que de Gaulle se pavoneara por los Campos Elíseos como el salvador que la Francia patriótica había estado esperando durante cuatro largos años. Y finalmente, el 23 de octubre de 1944, Washington lo hizo oficial y lo reconoció como líder del gobierno provisional de la Francia liberada. 
 Bajo los auspicios del general de Gaulle Francia sustituyó el sistema de Vichy por una nueva superestructura política democrática, la “Cuarta República” (en 1958 ese sistema iba a ser sustituido por un sistema presidencialista más autoritario, al estilo estadounidense, la “Quinta República”). Y se ofreció a la clase trabajadora, que tanto había padecido bajo el régimen de Vichy, un paquete de beneficios entre los que se incluían salarios más altos, vacaciones pagadas, seguros de salud y de desempleo, generosos planes de pensiones y otros servicios sociales; en resumen, un modesto tipo de “estado de bienestar”. Todas estas medidas contaron con el apoyo generalizado de las personas plebeyas asalariadas, pero fueron rechazadas por los patricios de la élite y especialmente por los empleadores, por la patronal. Con todo, a la élite le agradó que esas medidas calmaran a la clase trabajadora, con lo que se quitaba viento a las velas revolucionarias de los comunistas, a pesar de que estos estaban en la cúspide de su prestigio debido al papel dirigente que habían desempeñado en la Resistencia y a su relación con la Unión Soviética, que en Francia todavía era considerada en general la vencedora de la Alemania nazi. 
 Se elevó oficialmente a los hombres y mujeres de la Resistencia a la categoría de héroes, se les dedicaron monumentos y calles. A la inversa, se “purgó” oficialmente a los colaboracionistas y se castigó a sus más abyectos representantes, incluso se condenó a la pena de muerte a algunos de ellos, pero ejemplo, al siniestro Pierre Laval, y se nacionalizó a importantes colaboradores económicos, como el fabricante de coches Renault. Pero con el gobierno provisional del general de Gaulle repleto de miembros de Vichy reciclados y con el Tio Sam mirando por encima de su hombro, de Gaulle se aseguró de que solo se castigara o purgara a los peces gordos del régimen de Vichy que tenían el perfil más alto. Muchos, si no la mayoría, de los bancos y corporaciones colaboracionistas debieron su salvación a tener una conexión estadounidense, por ejemplo la filial francesa de Ford. Se conmutaron muchas penas de muerte y los nuevos jefes supremos estadounidenses de Francia hicieron salir del país a escondidas a los altos cargos de la ocupación nazi (como Klaus Barbie) y a los colaboradores que habían cometido crímenes graves para que iniciaran una nueva vida en Sudamérica o incluso en Norteamérica, ya que los estadounidenses apreciaban el celo anticomunista de esos hombres. Muchos colaboradores se salvaron porque consiguieron presentar “certificados de Resistencia” falsos o porque de pronto contrajeron enfermedades que hicieron que se aplazaran sus juicios y se acabaran anulando. Los altos cargos locales culpables de haber trabajado con y para los alemanes se libraron de las represalias al ser trasladados a una ciudad donde no se conocía su pasado colaboracionista, por ejemplo, de Burdeos a Dijon. Y la mayoría de quienes fueron considerados culpables solo recibieron un castigo muy leve, un mero tirón de orejas. Todo esto fue posible porque el gobierno del general de Gaulle, y en particular su Ministerio de Justicia, estaban repletos de antiguos miembros de Vichy no arrepentidos. No es de extrañar que conformaran lo que Lacroix-Riz denomina “un club de apasionados oponentes de la purga”.
 Aunque la élite de Francia tuvo que volver a aguantar, como antes de 1940, los inconvenientes de un sistema parlamentario democrático en el que se permitía a las personas plebeyas cierta participación, logró conservar firmemente el control de los centros de poder no electos del Estado francés posterior a la guerra, como el ejército, el sistema judicial y los altos rangos de la burocracia y la policía, unos centros que siempre había monopolizado. Por ejemplo, los generales de Vichy, la mayoría de los cuales se sabía que habían sido enemigos de la Resistencia que se habían convertido convenientemente al gaullismo, conservaron el control de las fuerzas armadas y muchos altos cargos que había servido diligentemente a Pétain o a las fuerzas de ocupación alemanas conservaron sus cargos y pudieron continuar con sus prestigiosas carreras y beneficiarse de promociones y honores. Annie Lacroix-Riz concluye que el supuesto “estado de derecho” del general de Gaulle “saboteó la purga de los altos cargos [colaboracionistas] y permitió así […] que sobreviviera una hegemonía de Vichy sobre el sistema judicial francés” y, podríamos añadir, que sobreviviera un sistema al estilo de Vichy en general. 
 En 1944-1945 la élite de Francia no expió sus pecados colaboracionistas y tuvo la suerte de que gracias a la introducción de un sistema de seguridad social se pudiera conjurar la amenaza revolucionaria a su orden socioeconómico capitalista, encarnada por la Resistencia. Así, no acabó realmente el amargo conflicto de clase que había entre patricios y plebeyos de Francia en el momento de la guerra, que se reflejó en la dicotomía colaboración-resistencia, sino que meramente se dio una tregua. Y esa tregua fue esencialmente “guallista” ya que se firmó bajo los auspicios de una personalidad que era lo bastante conservadora para el gusto de la élite francesa y sus nuevos “tutores” estadounidenses, pero cuyo intachable patriotismo le granjeó el cariño de la Resistencia y sus votantes. 
 No obstante, con el colapso de la Unión Soviética y la desaparición de la amenaza comunista la élite francesa dejó de considerar necesario mantener el sistema de servicios sociales que había adoptado a regañadientes. La tarea de desmantelar el “estado del bienestar” francés, emprendida bajo los auspicios de presidentes proestadounidenses como Sarkozy y ahora Macron, se vio facilitada por la adopción de facto por parte de la Unión Europea del neoliberalismo, una ideología que defiende la vuelta al capitalismo del laissez-faire sin restricciones a la estadounidense.De este modo se reinició la guerra de clases que había enfrentado a la colaboración con la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. En este contexto es en el que la historiografía francesa estuvo cada vez más dominada por un revisionismo que es crítico de la Resistencia, e indulgente con la colaboración e incluso con el propio fascismo. El libro de Annie Lacroix-Riz ofrece un antídoto muy necesario para esta falsificación de la historia. Esperemos que otros historiadores sigan su ejemplo e investiguen hasta qué punto la historiografía revisionista (y los políticos de derechas) de otros países europeos, como Italia y Bélgica, han rehabilitado a los fascistas y los colaboracionistas, y han denigrado a la Resistencia antifascista.
 Tenemos que hacer una última observación. Macron trata de destruir un estado de bienestar que se introdujo tras la liberación para evitar los cambios revolucionarios que propugnaba la Resistencia dirigida por los comunistas. Juega con fuego. En efecto, al tratar de liquidar los servicios sociales que limitan, pero no impiden, la acumulación de capital y que, por lo tanto, en esencia no son sino un incordio para el orden socioeconómico establecido, está eliminando un obstáculo importante para la revolución, una verdadera amenaza existencial para ese orden. Su ofensiva ha provocado una resistencia generalizada, la de los Chalecos Amarillos*. Hay que reconocer que este variopinto grupo no está dirigido por una vanguardia comunista como la Resistencia en la época de la guerra, pero sin duda parece tener un potencial revolucionario. El conflicto entre, por una parte, un presidente que representa a la élite francesa y a sus tutores estadounidenses, y que en muchos sentidos es el heredero de Pétain, y, por otra parte, los Chalecos Amarillos que representan a las descontentas e inquietas masas plebeyas que anhelan un cambio, herederas de los partisanos de la época de la guerra, puede hacer que Francia experimente algo de lo que se libró en el momento de la liberación: una revolución, y una verdadera depuración, no una falsa. 

 Dr. Jacques R. Pauwels , prestigioso historiador y politólogo. Es investigador asociado del Centre for Research on Globalization (CRG). Su último libro publicado en castellano es Los grandes mitos de la historia moderna, Boltxe Liburuak, 2021. 
 Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos 

Este artículo se publicó el 10 de febrero de 2020 (N. de la t.).