domingo, 31 de octubre de 2021

La COP26, una vía muerta para mitigar el calentamiento global


La conferencia de la ONU en Glasgow augura un nuevo fracaso, en medio de la crisis capitalista y la guerra comercial.

 La COP26, la conferencia oficial anual de la ONU sobre cambio climático que en esta ocasión se realizará en Glasgow, intenta ser presentada como la instancia bisagra para revertir el ritmo del calentamiento global y poner en marcha ambiciosos planes de transición energética y productiva para la reducción de la emisión de los gases que generan el efecto invernadero. ¿Qué hay de cierto? 
 Joe Biden reintegró a Estados Unidos al Acuerdo de París e hizo de la «acción climática» un lema de gestión, doblando los objetivos en cuanto a bajar las emisiones de carbono. Los gobiernos de la Unión Europea, empezando por la alemana Angela Merkel y el francés Emmanuel Macron también han dado centralidad al tema e incrementado sus objetivos. Hasta el gobierno chino de Xi Jinping se habría propuesto alcanzar la neutralidad (no emitir más gases que la capacidad de absorción) para 2060. Sin embargo la realidad no es alentadora, cuando la crisis capitalista mundial ha desairado los faraónicos planes de estímulo que inyectaron los gobiernos y bancos centrales de las principales potencias, y atravesamos desde una crisis energética a un desabastecimiento de semiconductores. Por lo demás, como sufrimos en Argentina, el saqueo de las naciones oprimidas por el capital financiero y las multinacionales imperialistas refuta cualquier morigeración de la depredación ambiental. 

 La senda del fracaso

 Estas conferencias se llevan a cabo desde 1995 y han parido distintos proyectos de renombre como el Protocolo de Kyoto en 1997 y el vigente Acuerdo de París en 2015, con metas y mecanismos para mitigar el cambio climático. Sin embargo, desde aquella pionera Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 el consumo primario de energía en el mundo creció un 60% y los combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) siguen representando un 80% del total, según el sitio Our World in Data. Así, las emisiones de carbono siguieron acelerándose, incluso desde que se firmó el último tratado en la capital francesa. De hecho, conforme un reciente relevamiento de Climate Accion Tracker, Gambia es el único país que estaría cumpliendo con los parámetros fijados en 2015, con una incidencia desde ya muy menor. También se sigue incrementando la liberación de otros gases con efecto invernadero, como el metano (ochenta veces más potente que el carbono, aunque permanece menos tiempo en la atmósfera) que produce la ganadería, la industria del gas natural e incluso los basureros a cielo abierto; el óxido nitroso, que principalmente emana de la producción agrícola; y deshechos industriales como gases que contienen cloro.
 También persevera la deforestación y el cambio de uso de suelo, que impacta de lleno en la capacidad del planeta de reabsorber esas emisiones, cuyos casos testigo son el avance de actividades madereras, mineras y ganaderas sobre el Amazonas, o la conversión de selvas vírgenes y bosques de turba en plantaciones de aceite de palma en Indonesia. 
 ¿Qué cambiaría entonces esta vez? Como ya hemos sostenido en el pasado, el hecho de que nadie pueda realizar un balance del fracaso del Acuerdo de París y que se lo postule como el camino a seguir -aunque con metas algo más ambiciosas en algunos casos- refleja que no estamos ante giros sustanciales.
 Biden presentó un proyecto al parlamento norteamericano pomposamente definido como el «esfuerzo más grande de la historia para combatir el cambio climático», que prevé destinar una sumatoria de 555.000 millones de dólares entre subsidios, inversiones y créditos fiscales para impulsar las energías limpias y promover la utilización de vehículos eléctricos. Pero no contempla finalmente ni la fijación de un impuesto o precio al carbono, ni grava como en el plan original las emisiones de metano de la industria del petróleo y el gas. Incluso, por el lobby empresario dentro del propio Partido Demócrata, fue eliminado un plan que contemplaba un sistema de multas para que las empresas de servicios públicos abandonen la utilización de combustibles fósiles, el cual explicaba según estudios un tercio de todo el objetivo de reducción de emisiones (The Guardian, 20/10). 
 De igual manera, a pesar de los reiterados anuncios de la Unión Europea, el empantanamiento de la transición en el viejo continente plantea problemas esclarecedores. La suba exorbitante de los precios del gas ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre si considerarlo o no una fuente sustentable energía, lo cual es definitorio a la hora del financiamiento del bloque a los grandes proyectos de infraestructura como gasoductos y terminales de gas natural licuado, cuando numerosos informes estiman que estos podrían dejar más de 100.000 millones de dólares en activos varados si se llevan adelante pero quedan obsoletos en el corto plazo por el abandono en pos de nuevas fuentes renovables. 
 Durante todo el año la Comisión Europea ha quedado entrampada en choques entre los Estados sobre si incluir o no dentro de los apoyos financieros a los proyectos de gas y energía nuclear, con enfrentamientos cruzados que en el primer caso tiene como principales impulsores a aquellos que aún explotan carbón como Alemania y Polonia, y Francia como defensora acérrima de las centrales nucleares, chocando con otros países que se oponen a contemplar ambos como energía limpias (EconoJournal, 21/10). 
 La disputa vino a recalentar los conflictos, sin resolución hasta el momento, que suscita el planteo de fijar aranceles externos al carbono para evitar que las compañías más contaminantes se retiren del suelo europeo solo para producir en lugares con normas más laxas y después exportar al bloque. La cuestión es indicativa de los motivos que mantienen al Acuerdo de París en el limbo, ya que uno de los puntos fundamentales era la creación de un Mercado de Carbono que fijara cuotas intercambiables (entre empresas y países) de emisiones y absorciones, que nunca entró en vigencia por falta de acuerdos en cuanto al precio a fijar y la medición del aporte en la absorción de gases. 

 ¿Acuerdos o guerras? 

Que la regulación internacional de un mercado de CO2 haya devenido en una disputa arancelaria es una demostración de la esencia del capitalismo contemporáneo, ya que del acuerdo de pautas productivas se pasó a una puja proteccionista conforme a la realidad de un mercado mundial que es escenario de una guerra comercial entre grandes potencias. 
 Ese fue el telón de fondo del fiasco de la cumbre de ministros de Ambiente del G20 a mediados de año en Venecia, donde se frustró el intento de establecer un cronograma de eliminación de subsidios a las empresas de combustibles fósiles. Esto luego de que los Estados que lo componen destinaran a ello más de 3,3 billones de dólares entre 2015 y 2019, según la agencia Bloomberg, y cuando este año en un cuadro de suba de precios sumarán casi 600.000 millones conforme una estimación del FMI (el cual sostiene que si se computaran los pasivos ambientales y los costos sociales el monto es diez veces mayor). Es un tema conflictivo porque implicaría súbitos aumentos en las tarifas de los hogares y los surtidores de combustibles, cuestión que ha desatado verdaderas rebeliones populares en los últimos años (Ecuador, Irak).
 Lógicamente, los principales detractores fueron aquellas naciones en que la renta petrolera es el rubro fundamental de toda la economía, como sucede con Rusia y Arabia Saudita (que cuentan con grandes compañías estatales), y aquellas como China e India con grandes ramas industriales como el acero que demandan altas cantidades de energía y verían un salto en los costos de producción. Finalmente, acusan, los Estados Unidos lograron su independencia energética gracias a subsidiar la extracción no convencional de hidrocarburos, y al día de hoy tampoco tiene un plan de eliminación de las subvenciones. El tema es de amplia repercusión porque, por ejemplo, Europa depende del gas ruso en un 41% -y la tendencia es ascendente en el marco de la construcción del gasoducto Nord Stream 2, al cual se opone el imperialismo yanqui-, y es importadora de las acerías asiáticas. La crisis energética ha puesto este asunto a flor de piel. Tras años de desinversión de las petroleras para evitar una saturación del mercado que deprimiera los precios, ahora tenemos una escasez que ha disparado su cotización internacional e incrementado la tasa de beneficio. Gracias a ello los dos mayores pulpos norteamericanos del rubro, Chevron y ExxonMobil, han cosechado ganancias mayores a las previstas en torno a los 5.000 y 4.000 millones de dólares respectivamente, que irían a incrementar la producción y a programas de recompra de acciones (Reuters, 29/10). Y el asunto promete seguir. Los ministros de Energía de Arabia Saudita, Rusia y Argelia, miembros de la alianza OPEP+, han desestimado ampliar sustancialmente la producción de crudo fundando que la demanda se irá estabilizando, lo cual les ha valido la acusación del JP Morgan de especular para mantener altos los precios. 
 Es un escenario muy complejo para encarar una transición energética, que requiere enormes inversiones de capital. A la carrera por la extracción y elaboración de tierras raras y minerales estratégicos, como el cobre para el cableado y el litio para las baterías, se suma ahora el cuello de botella en la industria global de chips y semiconductores que tiene en vilo a las automotrices y ramas tecnológicas, detrás de la cual también asoma la guerra comercial. Son puntos muy sensibles porque una transformación exige revolucionar el almacenamiento y transporte de energía eléctrica para garantizar los suministros a nivel internacional, cuando actualmente las principales economías solo comercian fuera de sus fronteras el 4% de la electricidad contra el 24% del gas y el 46% del petróleo a nivel mundial (The Economist, 21/10).
 Lo mismo vale para aquellas industrias de alto consumo energético como la siderúrgica. Según un informe de Global Energy Monitor hacia 2030-2040 podrían quedar hasta 70.000 millones de dólares en activos varados del sector, ya que en la actualidad se están desarrollando proyectos para ampliar en 50 millones de toneladas de acero la capacidad productiva con altos hornos de carbón, y la Agencia Internacional de Energía estima que las emisiones directas de la industria siderúrgica mundial deben caer más del 50% para 2050 para cumplir con el Acuerdo de París. 

 Ricos y pobres

 Todo esto abre profundos interrogantes sobre la viabilidad de que la COP26 arribe a algún acuerdo real. Después de todo, para la Casa Blanca la cuestión del calentamiento global es un punto constitutivo de su enfrentamiento «estratégico» con China y Rusia por zonas de influencia, como sucede con la carrera por la explotación de los recursos del Ártico y el control de las rutas comerciales que se abren por el retroceso de los hielos. Cuando se incrementan las tensiones y despliegues militares como en el Pacífico, con Taiwán en el ojo de la tormenta, la amenaza de conflictos bélicos y el reforzamiento de las industrias militares contraría cualquier discurso verde, abriendo un inquietante escenario de posibles desastres ambientales y humanitarios. 
 La guerra comercial tiene por supuesto también expresión en las presiones del imperialismo sobre los países oprimidos. Argentina es un caso paradigmático, con un presidente que hace gala de una gran preocupación por el clima con la intención primordial de ganar el respaldo de Biden en la negociación con el FMI. Mientras, destina 2,5% del PBI a subsidiar a las empresas de energía, y promete beneficios fiscales y hasta mayor libertad para girar divisas al exterior a los pulpos petroleros con su proyecto de Ley de Hidrocarburos; además de promocionar inversiones de multinacionales mineras incluso contra la resistencia popular, y fomentar los agronegocios con paquetes tecnológicos de Bayer-Monsanto y Syngenta para que no decaiga la producción de soja. Todo porque, como se sinceró el ministro de Ambiente, Juan Cabandié, «para pagar la deuda hay que contaminar».
 En función de ese desfasaje entre las metas anunciadas y la práctica, el mencionado estudio de Climate Accion Tracker califica a nuestro país dentro de la categoría con políticas climáticas «muy insuficientes», a la par de gobiernos negacionistas del calentamiento global como el de Jair Bolsonaro en Brasil, el de Scott Morrison en Australia, o el de Narendra Modi en la India. 
 Lo dicho permite ilustrar el fraude de las potencias imperialistas como Estados Unidos o la Unión Europea, que se ufanan de ser los líderes naturales de cualquier transición sustentable. Son en efecto la cuna de los capitales que destruyen el ambiente y saquean las riquezas del resto del mundo. Uno de los puntos que se debatirán en la COP26 es el incumplimiento pleno del fondo que debían recaudar los «países ricos» para destinar desde 2020 100.000 millones de dólares anuales para financiar a los «países pobres» por cinco años. Además de haber juntado apenas el 10% de ese monto, está claro que su ejecución caería presa de los juegos de alianzas y zonas de influencia, es decir que reforzaría la injerencia imperialista y los choques entre potencias. 
 En fin, como demuestran las últimas tres décadas de fracasos, las conferencias de la ONU son una vía muerta para canalizar la necesidad de una reconversión productiva en gran escala para mitigar el cambio climático. Las perspectivas de recurrir a mecanismos de mercado como incentivos fiscales y financiamiento barato son sepultadas por la realidad de una inflación mundial que evidencia el exceso de liquidez que deja la emisión monetaria de paquetes de estímulo tras la pandemia y las tasas de interés en torno a 0%, producto de que los capitalistas no encuentran ramas lo suficientemente rentables para invertir (amén de la especulación bursátil y estirar la agonía de las empresas zombies). 
 Tamaño desafío exige como punto de partida una reorganización social sobre nuevas bases, empezando por una lucha a muerte contra el saqueo imperialista de las naciones oprimidas. En esa batalla es crucial la nacionalización bajo control obrero de las industrias energéticas, para ponerlas a disposición de la elaboración de planes económicos debatidos y dirigidos por los trabajadores, que partan de repudio a ese instrumento de expoliación que son las deudas externas usurarias y fraudulentas. Es un motivo más para oponer al capitalismo decadente la lucha por gobiernos de trabajadores y el socialismo, para dejar atrás las rivalidades nacionales y la depredación ambiental.

 Iván Hirsch

Juan de los muertos / Cine en 2 minutos


sábado, 30 de octubre de 2021

Sudán: golpe de estado y movilización popular


El pasado lunes, las fuerzas militares sudanesas arrestaron al primer ministro, Abdallah Hamdok, junto a su esposa y otros altos funcionarios del Ejecutivo. Los militares insurgentes que responden al general Abdelfatah al-Burhan tomaron el desmantelaron el Consejo Soberano de Sudán y declararon el estado de emergencia nacional. Además, designaron un gobierno tecnocrático para dirigir al país, hasta las elecciones de julio de 2023. A la vez, suspendieron una serie de artículos del documento que servía de Constitución. 
 Desde que la rebelión popular destituyó al dictador Omar al-Bashir en 2019, luego de 30 años de gobierno, el país es regido por un gobierno de transición cívico-militar. Durante estos dos años, la situación social y económica no cambió sustancialmente. Más allá de algunas concesiones sociales, las bases estructurales heredadas de la dictadura se mantienen intactas. Cómo consecuencia de esto, el Gobierno de Transición comenzó a mostrar fisuras y tensiones entre el ala civil del gobierno, y el ala islámica radical, que quiere un gobierno de cuño militar. Estas tensiones se dispararon en las últimas semanas a raíz de una intentona golpista abortada a finales de septiembre, que impulsó aún la movilización por un gobierno enteramente civil.
 Las fuerzas militares justificaron la toma del poder en la necesidad de preservar la estabilidad del país. Horas antes del golpe, Jeffrey Feltman, representante de Estados Unidos en la región, se encontró con los militares golpistas. La principal preocupación de Washington es garantizar que las crecientes tensiones sociales, replicadas en toda la región, no se extiendan a sus aliados, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto. Existe una disputa entre Etiopía y Egiptopor los recursos del Río Nilo. Sudán tiene una ubicación estratégica en el Cuerno de África, junto al Mar Rojo y la entrada al Canal de Suez, por donde pasa gran parte del petróleo de la región.

 La resistencia al golpe 

En un mensaje difundido en las redes sociales, la Asociación de Profesionales de Sudán, llamó a las masas a "salir a la calle y a prepararse para resistir”. Por su parte, el primer ministro depuesto, Hamdok, llamó al pueblo a manifestarse y a usar todos los medios pacíficos para restaurar su revolución”. Decenas de miles de personas se han movilizado desde las primeras horas en varias ciudades del país, incluida la capital, Jartum, a pesar de que la señal de Internet y teléfono sufrió severas interrupciones. La ciudad capital fue "tomada" por los manifestantes, que hicieron barricadas y quemaron neumáticos Los trabajadores petroleros declararon la huelga contra el golpe y lo mismo hicieron los médicos. 
 Las movilizaciones son encabezadas por la "Fuerzas de la Libertad y el Cambio", coalición de fuerzas ´pro democráticas´, donde se encuentra el Partido Comunista Sudanés y organizaciones sindicales, entre otros. Los mismos se han declarado en estado de desobediencia civil nacional hasta que todos los detenidos del Consejo Soberano y del Gobierno sean liberados, los miembros del Consejo Militar dimitan y se entreguen, y se reabra una negociación. Organismos y medios de comunicación, denuncian que se ha utilizado munición real contra manifestantes al menos en Jartum, donde han actuado el Ejército en conjunto con las Fuerzas de Apoyo Rápido, un temido grupo paramilitar. Por el momento, son siete los muertos y 140 heridos a causa de la represión criminal.

 Mauri Colón
30/10/2021

La Gran Traición - Acto Presentación - Alan Woods


 

 Presentación online del libro "La Gran Traición: análisis marxista de un testigo ocular de la transición"

 "La Gran Traición" una obra producida por un participante directo en los acontecimientos, con testimonios personales de luchadores activos contra la dictadura. 
 Su recorrido abarca desde el triunfo franquista en marzo de 1939 hasta la histórica victoria del PSOE en las elecciones del 28 de octubre de 1982, con un capítulo final de balance que recorre la actualidad de los últimos años.

John Reed, periodista revolucionario que nació el 22 de octubre de 1887


Frente a un nuevo aniversario del nacimiento del escritor, publicamos un artículo de Howard Zinn donde cuenta la historia de John Reed, el gran periodista norteamericano que entre otros, nos narró la revolución “desde adentro” en su libro Diez días que conmovieron al mundo. 

 En 1981 la factoría de Hollywood produjo una película, “Reds”, en la que no sólo el personaje principal –el periodista John Reed– era un comunista, sino que además estaba representado con simpatía. Fue ésta una más de las muchas pruebas ya existentes de que USA había tomado distancias de la histeria anticomunista que había prevalecido en los años cincuenta. A raíz de aquello, los editores del “Boston Globe” me pidieron que, como historiador, informase a sus lectores sobre John Reed. Las líneas que siguen aparecieron en ese periódico el 5 de enero de 1982. 
 Los radicales son exasperantes por partida doble. No sólo se niegan a ajustarse a la idea de lo que debe ser un verdadero patriota usamericano, sino que tampoco cuadran en la idea general que suele tenerse de los radicales. Esto es lo que sucede con John Reed y Louise Bryant, que confundieron y enfurecieron a los guardianes de la ortodoxia cultural y política en los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Ambos aparecen hoy en Reds, la gran película de Warren Beatty, y algunos críticos refunfuñan ante lo que llaman “comunista chic” y “marxismo de moda”, en una repetición involuntaria de las pullas que tanto Reed como Bryant hubieron de soportar en su tiempo. 
 se les perdonó que ellos y sus extraordinarios amigos –Max Eastman, Emma Goldman, Lincoln Steffens, Margaret Sanger– avocaran por la libertad sexual en un país dominado por la rectitud cristiana, que se opusieran a la militarización en una época de patriotería guerrerista, que defendieran el socialismo cuando el mundo de los negocios y el gobierno se dedicaban a apalear y asesinar huelguistas o que aplaudieran la que, para ellos, era la primera revolución proletaria de la historia. 
 Pero lo peor fue que se negaron a ser meros escritores e intelectuales de esos que atacan al sistema con palabras; en vez de eso, se unieron a piquetes, se amaron con libertad, desafiaron a los comités del gobierno, fueron a la cárcel. Se mostraron partidarios de la revolución en sus acciones y en su arte, al mismo tiempo que ignoraban las sempiternas advertencias que los voyeurs de los movimientos sociales de cualquier generación han lanzado siempre contra el compromiso político.
 El establishment nunca le perdonó a John Reed (tampoco lo hicieron algunos de sus críticos, como Walter Lippmann and Eugene O’Neill) que se negase a separar arte de insurgencia, que no sólo fuese rebelde en su prosa, sino imaginativo en su activismo. Para Reed, la rebeldía era compromiso y diversión, análisis y aventura. Esto hizo que algunos de sus amigos liberales no se lo tomasen en serio (Lippmann mencionó su “deseo exorbitante de que lo detuviesen”), sin comprender que la elite del poder en su país consideraba peligrosas las protestas con imaginación y no se tomaba a broma el coraje con ingenio, porque sabía muy bien que siempre es posible encarcelar a los rebeldes pertinaces, pero que la más alta traición, esa contra la cual no hay castigo adecuado, es la que consiste en volver atractiva la rebelión. 
 Sus amigos lo llamaban Jack. Fue un poeta toda su vida, desde su infancia confortable en Portland (Oregón) hasta el Harvard College, desde las insurrecciones campesinas en México, las huelgas de los trabajadores de la seda en Nueva Jersey y la de los mineros del carbón en Colorado hasta el frente de batalla en Europa y junto a las masas bolcheviques que cantaban y gritaban en Petrogrado. Pero, tal como lo expresó Max Eastman, su editor en Masses, “la poesía para Reed no era sólo escribir palabras, sino vivir la vida”. De hecho, ninguno de sus muchos poemas alcanzaron la excelencia, pero él sí fue directo al corazón de guerras y revoluciones, huelgas y manifestaciones, y lo hizo con el ojo certero de una cámara (antes de que ésta existiese) y con la memoria de un magnetofón (antes de que lo inventasen). Dio vida a la historia para los lectores de revistas populares y pobretonas publicaciones mensuales para consumo de radicales. 
 En Harvard, entre 1906 y 1910, Reed fue un atleta (en natación y waterpolo), un bromista, un animador, un escritor satírico, un alumno del famoso profesor de escritura Charles Townsend Copeland, a quien llamaban “Copey” y, al mismo tiempo, un protegido del reportero sensacionalista Lincoln Steffens. Fue un crítico malicioso del esnobismo de Harvard, si bien no llegó a ser miembro del Walter Lippmann’s Socialist Club. Tras su graduación, viajó en un buque de carga hasta Europa, donde visitó Londres, París y Madrid, y luego regresó para unirse a un grupo de escritores bohemios y radicales del neoyorquino Greenwich Village, donde Steffens le proporcionó su primer trabajo, en el que se ocupaba de aburridas tareas editoriales para una revista politicoliteraria llamada The American. 
 El contraste entre la riqueza y la pobreza del Nueva York de 1912 hería los sentidos y alguien con un ojo tan agudo como el de John Reed no podía ignorarlo. Empezó a escribir para Masses, una revista que acababa de aparecer, editada por Max Eastman (el hermano de la feminista socialista Crystal Eastman) y redactó un manifiesto en el que se afirmaba que “los poemas y dibujos rechazados por la prensa capitalista a causa de su excelencia serán bienvenidos en esta revista”. Masses era algo vivo, no el órgano oficial de un partido, sino un partido en sí mismo, con anarquistas y socialistas, artistas y escritores y rebeldes indefinibles de todas clases en sus páginas: Carl Sandburg y Amy Lowell, William Carlos Williams, Upton Sinclair. Y, del exterior, Bertrand Russell, Gorki, Picasso. 
 Los tiempos temblaban con la lucha de clases. Reed fue a Lawrence (Massachusetts), donde mujeres y niños habían abandonado sus puestos de trabajo en la industria textil y estaban inmersos en una heroica y desgarradora huelga con la ayuda del sindicato IWW (el revolucionario Trabajadores Industriales del Mundo) y del Partido Socialista. Allí conoció a Bill Haywood, el dirigente del IWW (a quien describió como “un gigantón maltrecho con un ojo de menos y una mirada eminente en el otro”). Haywood lo puso al tanto de la huelga de 25.000 trabajadores de la seda al otro lado del río Hudson, en Patterson, los cuales exigían una jornada de trabajo de ocho horas, y le dijo que la policía, por toda respuesta, los había apaleado. La prensa no publicaba nada de esto, así que Reed fue a Paterson. No era el tipo de periodista que tomaba notas desde fuera: se unió al piquete, lo arrestaron por negarse a desalojar y pasó cuatro días en el calabozo. 
 El artículo que publicó en Masses era ya un nuevo tipo de escritura, enardecida, implicada. Asistió a una asamblea de los huelguistas de Paterson, escuchó la arenga de la joven radical irlandesa Elizabeth Gurley Flynn sobre el poder de los brazos caídos y él, que nunca fue tímido, se puso al frente de la muchedumbre cantando La Marsellesa y La Internacional. Él y Mabel Dodge, cuyo apartamento de la Quinta Avenida era como un centro de arte y política (pronto se convirtió en su amante), tuvieron la brillante idea de organizar con mil trabajadores un espectáculo sobre la huelga en el Madison Square Garden. Reed trabajó día y noche en el guión, mientras que John Sloan pintaba la escenografía. Quince mil personas acudieron al evento.
 En México, Pancho Villa estaba liderando una rebelión de campesinos y el Metropolitan le pidió a Reed que acudiese allí como corresponsal. Pronto se vio inmerso en la Revolución Mexicana, cabalgando junto al propio Villa, enviando artículos que Walter Lippmann aclamó como “el mejor periodismo que se haya hecho nunca… La variedad de sus impresiones, los recursos y el colorido de su lenguaje parecían inagotables… y la Revolución de Villa, que hasta entonces aparecía en la prensa sólo con un incordio, pasó a ser una multitud de campesinos que se desplazaban en un maravilloso panorama de tierra y cielo.” El fruto de aquello, Insurgent Mexico [México insurgente], la recopilación de artículos de Reed sobre este tema, no es lo que la ortodoxia considera como “periodismo objetivo”, sino algo escrito para ayudar a la revolución. 
 Acababa de regresar a Nueva York, aclamado como un gran periodista, cuando en el país empezó a propagarse la terrible noticia de la Matanza de Ludlow: en el sur de Colorado la Guardia Nacional, a sueldo de los Rockefeller, había ametrallado a los mineros en huelga e incendiado sus casas junto con sus familias. Reed no tardó en aparecer en escena y escribió “The Colorado War” [La guerra de Colorado]. 
 Durante el verano de 1914 estuvo en Princetown, que se convertiría en su refugio durante los años siguientes, nadando, escribiendo, amando (hasta 1916, en una tormentosa aventura con Mabel Dodge). Aquel mes de agosto estalló la guerra en Europa. En un manuscrito inédito, Reed escribió: “Y aquí están las naciones, lanzadas a degüello como perros… y el arte, la industria, el comercio, la libertad individual, la propia vida, gravadas con impuestos para mantener monstruosas máquinas de muerte.”
 Reed regresó a Portland para ver a su madre, que nunca aprobó sus ideas radicales. Allí, en la sala de reuniones del IWW local, escuchó hablar a Emma Goldman. Para él fue una iluminación. Ella era el motor del feminismo y el anarquismo de aquella generación y probó con su propia vida que se puede revolucionario con seriedad y también con alegría. 
 Los grandes periódicos de Nueva York lo presionaban para que fuese a Europa a cubrir la guerra y aceptó trabajar para el Metropolitan. Al mismo tiempo, escribió un artículo para Masses. La guerra era una cuestión de beneficios, afirmó en él. De camino hacia Europa, era consciente de que iba en primera clase mientras que tres mil italianos viajaban como animales. Pronto estuvo en Inglaterra, en Suiza, en Alemania y, después, en Francia, pisando el terreno de la guerra: lluvia, barro, cadáveres. Lo que más lo deprimía era el patriotismo criminal que embargaba a todo el mundo en los dos bandos, incluso a algunos socialistas, como H. G. Wells en Inglaterra. 
 Cuatro meses después, cuando regresó a USA, se encontró que los radicales Upton Sinclair y John Dewey se habían unido al grupo de los patriotas. Walter Lippmann también. Este último, que ahora era editor del New Republic, escribió un curioso ensayo en diciembre de 1914: “Por temperamento no es un escritor profesional ni tampoco un periodista, sino una persona que se lo pasa bien”. Tras lo cual Lippmann, que se enorgullecía de ser un “escritor profesional”, añadió el desaire definitivo: “Reed no es objetivo y se siente orgulloso de no serlo”. 
 Era verdad. Reed regresó a la guerra en 1915, esta vez a Rusia, a los pueblos calcinados y saqueados, a los asesinatos en masa de judíos por parte de los soldados del zar, a Bucarest, a Constantinopla, a Sofía, luego a Serbia y a Grecia. Tenía muy claro lo que significaba el patriotismo: la muerte por las armas o por el hambre, la viruela, la difteria, el cólera, el tifus. De regreso a USA, se encontró con el discurso interminable sobre la preparación militar contra “el enemigo” y escribió para Masses que el verdadero enemigo del obrero usamericano era el dos por ciento de la población que poseía el sesenta por ciento de la riqueza nacional. “Nosotros defendemos que los obreros se defiendan contra ese enemigo. Ésa es nuestra preparación”. 
 A principios de 1916, John Reed conoció en Portland a Louise Bryant y los dos se enamoraron de inmediato. Ella dejó a su marido y se fue con Reed a Nueva York. Fue el principio de una relación apasionada y poética. Ella era escritora y anarquista. Aquel verano, Reed buscó un respiro junto a Bryant lejos de los sonidos de la guerra, en las tranquilas playas de Princetown. Hay una foto de ella desnuda y recatada en la arena. 
 En abril de 1917, Woodrow Wilson pidió al Congreso que declarase la guerra a Alemania y John Reed escribió en Masses: “La guerra es la locura de las turbas, la crucifixión de quienes dicen la verdad, la asfixia de los artistas… No es nuestra guerra.” Testificó ante el Congreso contra el reclutamiento obligatorio: “No creo en esta guerra… yo no me alistaría.” 
 Cuando detuvieron a Emma Goldman y a Alexander Berkman en aplicación de la Ley de la Conscripción por “conspiración para inducir a personas a no alistarse”, Reed fue testigo de su defensa. Los condenaron y enviaron a prisión junto con otro millar de usamericanos que se oponían a la guerra. Se prohibieron los periódicos radicales, Masses entre ellos. 
 Reed estaba descorazonado ante la manera en que las masas trabajadoras en Europa y USA apoyaban la guerra y se olvidaban de la lucha de clases, pero no perdió la esperanza: “No puedo renunciar a la idea de que de la democracia nacerá el mundo nuevo, más rico, más valiente, más libre, más hermoso”.
 En 1917 llegaron noticias atronadoras desde Rusia. El zar, el viejo régimen, habían sido derrocados. La revolución estaba en marcha. Al menos allí, pensó Reed, todo un pueblo se había negado a aceptar la matanza, se había convertido en su propia clase dirigente y estaba creando una nueva sociedad, de contornos poco claros, pero de espíritu embriagador.
 Se embarcó rumbo a Finlandia y Petrogrado junto a Louise Bryant. La revolución estaba estallando a su alrededor y ambos se sumergieron en su excitación: las manifestaciones de masas, la toma de fábricas por parte de los trabajadores, los soldados que declaraban su oposición a la guerra, el Soviet de Petrogrado que eligió a una mayoría bolchevique… Y, luego, los días 6 y 7 de noviembre, la rápida e incruenta toma de estaciones de ferrocarril, del telégrafo, del teléfono, de la distribución del correo y, por último, los trabajadores y los soldados que se precipitaban extáticos sobre el Palacio de Invierno.
 De un escenario a otro, sin descanso, Reed tomó notas con increíble velocidad, recopiló panfletos, carteles y proclamaciones y, luego, en 1918, regresó a USA para escribir su historia. Al llegar le confiscaron las notas y se encontró acusado, junto con otros editores de Masses, por haberse opuesto a la guerra. Pero durante el juicio, en el que tanto Eastman como él testificaron de forma elocuente y audaz sobre sus creencias, el jurado no pudo tomar una decisión y se les retiraron los cargos. 
 Reed recorrió el país dando conferencias sobre la guerra y la Revolución rusa. En Tremont Temple (Boston) fue aclamado por los estudiantes de Harvard. En Indiana conoció a Eugene Debs, que pronto sería sentenciado a diez años de prisión por hablar contra la guerra. En Chicago asistió al juicio de Bill Haywood y de un centenar de dirigentes del IWW, que serían condenados a largas penas de cárcel. Aquel mes de septiembre dio un mitin en una manifestación de cuatro mil personas y lo detuvieron por desanimar a la gente para que no se alistase a las Fuerzas Armadas.
 Por fin recuperó sus notas de Rusia y, durante dos meses de furiosa escritura, dio a luz Ten Days That Shook the World [Diez días que estremecieron al mundo], libro que se convirtió en la narración clásica de un testigo presencial de la Revolución bolchevique, cuyas palabras se aglomeraban en sus páginas con los sonidos del nacimiento de un mundo nuevo: “En la Perspectiva Nevski, bajo el húmedo crepúsculo, la multitud se arrebataba los últimos periódicos o se apretujaba tratando de descifrar los innumerables llamamientos y proclamas fijados en cada espacio libre… En cada esquina, en cada espacio libre, grupos compactos: soldados y estudiantes discutiendo… El Soviet de Petrogrado se hallaba reunido en sesión permanente en el Smolny, centro de la tempestad. Los delegados se caían de sueño en el piso; después, se levantaban para tomar parte en los debates. Trotsky, Kamenev, Voldarski hablaban seis, ocho, doce horas diarias…”
 En 1919 la guerra había terminado, pero los ejércitos aliados invadieron Rusia y la histeria continuó en USA. El país que había glorificado la palabra “revolución” en todo el mundo, ahora le temía. Había redadas de extranjeros por millares, se los detenía y deportaba sin juicio alguno. Se reprimían las huelgas en todo el país y se multiplicaban los enfrentamientos con la policía. Reed intervino en la creación del Partido Comunista de los Trabajadores y fue a Rusia como delegado a las reuniones de la Internacional Comunista. Allí, discutió con burócratas del partido, se preguntó qué estaba pasando con la revolución, se reunió con Emma Goldman en Moscú y asistió a su llanto desilusionado. 
 Pero no perdió la esperanza. Iba de reunión en reunión, de conferencias en Moscú a manifestaciones de asiáticos en el Mar Negro. Su salud se resintió, cayó enfermo, enfebrecido y delirante: había contraído el tifus. A los treinta y tres años, en el punto álgido de su aventura amorosa con su mujer y camarada Louise Bryant y con la idea de la revolución siempre en el pensamiento, John Reed falleció en un hospital de Moscú. 
 Su cuerpo fue enterrado como un héroe cerca del muro del Kremlin, pero lo cierto es que su alma no pertenece a ninguna instancia, ni de aquí ni de allá ni de ninguna parte. Lo extraño es que hoy, en 1981, sesenta años después de su muerte, millones de usamericanos se acaben de enterar de la existencia de John Reed gracias a una película. Si sólo una pequeña fracción de ellos llegase a meditar sobre la guerra y la injusticia, sobre el arte y en el compromiso, sobre cómo extender la amistad más allá de fronteras nacionales a la búsqueda de un mundo mejor, eso ya sería un logro enorme para una vida tan breve y tan intensa como la suya. 

 Howard Zinn 
16 de noviembre de 2010 

(1) Texto publicado en 1982, Tlaxcala. Traducido por Manuel Talens

viernes, 29 de octubre de 2021

Palabras de clausura del Presidente de Cuba en el VII periodo ordinario de sesiones


Fallece coronel de la reserva Eugenio Suárez Pérez


Gobierno y oposición votan ingreso de tropas imperialistas al país en Argentina


Se aprobó un programa de “ejercicios combinados” que le abre las puertas del territorio nacional a tropas yanquis y de la OTAN. En horas de la mañana la Cámara de Diputados votó la autorización del ingreso de tropas extranjeras para “ejercicios combinados” al suelo nacional. El Frente de Todos, Juntos por el Cambio y todos los bloques patronales del parlamento votaron a mano alzada la injerencia de milicias imperialistas en territorio argentino, tanto de Estados Unidos como de la OTAN. La única oposición, claro, fue por parte del bloque del Frente de Izquierda – Unidad, que denunció las masacres imperialistas cometidas por estos ejércitos (incluida la ocupación a Haití, a la que Kirchner le envió tropas en 2004 como condición para renegociar con el FMI).
 En el centro de la escena vuelve a aparecer el mismo motivo impulsor: el arribo a un nuevo programa con el Fondo Monetario Internacional. Esto se cristaliza en que hace tan solo unos días Gustavo Beliz, el secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, se reunió con Jake Sullivan, el consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. El motivo fue discutir una “agenda compartida y un diálogo estratégico” (Infobae, 23/10) y las negociaciones de Argentina con el FMI. No debe sorprender entonces la votación de este “programa” de alineación con la política de seguridad y de injerencia del imperialismo yanqui; para la que todos los partidos del régimen pusieron su voto favorable.
 Pero también hay que tener en cuenta otro aspecto. Amén de un acuerdo votado en consonancia con la agenda que el imperialismo exige sobre el país para dar con un nuevo programa con el Fondo, este ingreso se produce también en un cuadro de reclamos de militarización, y acciones en ese sentido, en el país. El cercamiento de la extranjerizada Patagonia por verdaderos batallones de gendarmes enviados por el gobierno, bajo el fantasma del “terrorismo mapuche” y la criminalización indígena para defender los negociados capitalistas sobre sus tierras son la muestra cabal. 
 Vale destacar las notables coincidencias con el gobierno de Macri, que en 2018 autorizó el ingreso de tropas estadounidenses a suelo nacional bajo la misma premisa de un “programa de ejercicios combinados”. Con la diferencia, claro, de que algunos cabecillas del actual gobierno nacional lo repudiaban a los cuatro vientos. Como bien denunció el bloque del Frente de Izquierda – Unidad en el Congreso, no se trata de los “acuerdos bilaterales”, del “robustecimiento de las tropas nacionales” y otros argumentos que se esgrimieron. Se trata de la avanzada del imperialismo sobre la soberanía nacional como parte inseparable del pacto colonial de pago de la deuda externa al FMI. Se inscribe en el mismo sentido que la base militar yanqui en Neuquén, a kilómetros de Vaca Muerta y la ruta del petróleo. Base militar que, hay que recalcar también, se comenzó a radicar bajo el gobierno de Macri y fue avanzando en operaciones y en edificaciones también con el gobierno de Fernández. 
 En la reunión de Sullivan con Beliz, en Washington, el funcionario argentino anunció un “acuerdo” por 2 mil millones de dólares con el Banco Mundial para “proyectos prioritarios de desarrollo” y un programa “de financiamiento” de “préstamos de inversión, préstamos regionales y préstamos de rápido desembolso” con el Banco Interamericano de Desarrollo. Es decir: el gobierno que una y otra vez le achaca al macrismo el préstamo del FMI se sigue endeudando con los organismos de crédito alineados a Estados Unidos. Esto seguirá profundizando el sometimiento de la Argentina a las directivas del imperialismo yanqui y europeo, que trae luego esta misma radicación de bases y tropas militares en suelo nacional.
 La votación en el Congreso cristaliza que la “grieta” es para la tribuna. En esencia hay todo un régimen represor comandado desde las oficinas de Washington. Radicales, peronistas variopintos, derechistas y bloques provinciales están indisolublemente unidos por el hilo enhebrador de los negociados capitalistas defendidos a fuerza de militarizaciones, del FMI y del sometimiento imperialista. Constata, también, que la única alternativa a la injerencia y la dependencia nacional es el Frente de Izquierda – Unidad. 
 Somos la única fuerza que defiende, en concreto, la causa de la soberanía nacional frente al sometimiento imperialista, que repudiamos la militarización de la Patagonia. Contra el carácter colonial de estos acuerdos edificados en aras de la renegociación con el FMI, votemos masivamente al FIT-U este 14 de noviembre y llenemos la plaza de trabajadores este sábado 30 de octubre. 

 Manuel Taba

jueves, 28 de octubre de 2021

El imperialismo en tiempos digitales


A propósito del apagón global de Facebook, WhatsApp e Instagram. 

 Paradójicamente, fue necesario un apagón global de las plataformas de Mark Zuckerberg para echar luz sobre la naturaleza monopólica de su corporación, al menos en una de sus consecuencias directas: millones de usuarios quedaron sin poder establecer sus habituales contactos ni responder “¿qué estás pensando?” en sus muros. La senadora demócrata Alexandria Ocasio-Cortez lo resumió en un tuit: “Si el comportamiento monopólico de Facebook se hubiera revisado cuando debió haberse hecho (quizá cuando comenzó a adquirir a sus competidores como Instagram), los contingentes de personas que dependen de Whatsapp e IG para la comunicación y el comercio estarían bien en este momento”.
 Facebook compró a IG en abril de 2012 por 1.000 millones de dólares y a Whatsapp en octubre de 2016 por casi 22 mil millones. De haberse concretado la compra de Twitter (la operación fracasó en 2008), Zuckerberg no hubiera encontrado una red disponible para pedir disculpas. Pero ni demócratas ni republicanos “revisaron” entonces ni las actuales revisiones prometen ya no digamos la desmonopolización sino al menos algún resguardo frente a la megacorporación que controla globalmente nuestros intercambios. 

 Las Gafa en el banquillo

 En julio del 2020, los titulares de los diarios daban cuenta de un hecho excepcional: el congreso estadounidense había sentado en el banquillo a Sundar Pichai (Google), Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Facebook) y Tim Cook (Apple), los directores ejecutivos de las compañías que monopolizan las plataformas donde circulan el dinero, los datos, los bienes, la comunicación. Las denuncias por prácticas “anticompetitivas” se acumulaban en millones de páginas de informes que revelaban que las Gafa (Google, Apple, Facebook y Amazon) robaban datos a sus empresas competidoras o, directamente, a partir de su posición dominante en el mercado las compraban.
 Un año después, en junio pasado, se informó que el Comité Judicial de la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó cinco proyectos para limitar el poder de las grandes compañías tecnológicas. Según trascendió, uno de los textos prohíbe la manipulación del mercado en línea para promocionar los productos de la misma empresa que sirve de plataforma, una de las tantas prácticas de Jeff Bezos. Otro impide las “adquisiciones asesinas” (“killer acquisitions”) de pequeños grupos que amenazan a las plataformas dominantes.
 Las noticias, antes y ahora, reproducen las declaraciones de legisladores que evocan una escena previsible: conservadores como Steve Chabot que reclaman: “no debemos interponernos en el camino de las empresas”; liberales como David Cicillin que descubren que “actualmente, los monopolios tecnológicos no regulados tienen demasiado poder sobre la economía”. Con todo, la conclusión de este largo año de investigación y debates la ofreció el representante republicano Darrell Issa: “creo que muchos de estos proyectos de ley van a morir en el Senado si llegan a salir de la Cámara” (Clarín, 12/06). 

 La santa alianza 

El apagón y el debate así planteado puede hacernos perder de vista al menos dos cuestiones. La primera, que la monopolización es una tendencia del capitalismo y no una desviación. En el caso de las plataformas digitales, además, tal tendencia se refuerza por lo que Nick Srnicek, en Capitalismo de plataformas, denomina “efectos de red”: “a mayor cantidad de usuarios que interactúan en una plataforma, más valiosa se vuelve para cada uno de ellos toda la plataforma”.
 La segunda, que los monopolios digitales son proveedores privilegiados del aparato policial-militar estadounidense. El año pasado, tras el asesinato de George Floyd en Minneapolis, más de 1.600 empleados de Google exigieron que se pusiera fin a la venta de tecnología a las fuerzas policiales. Poco después, ante la ola de protestas y cuestionamientos, Amazon suspendió la venta de sus sistemas de reconocimiento facial y Microsoft informó que no ofrecería la tecnología hasta que el gobierno la regule. 
 Se trata apenas de una muestra de la estrecha alianza de las plataformas digitales no solo con las fuerzas policiales sino también, y sobre todo, con el Pentágono y la CIA, a los que provee programas de vigilancia, equipamiento militar, infraestructura en la nube, sistemas de inteligencia artificial.
 En otras palabras, el poder del Estado yanqui es el de sus monopolios y su corporación militar. Una de las definiciones del imperialismo.

 Santiago Gándara

La liberación de Georges Abdallah, una exigencia de justicia


El 22 de octubre, se publicó en el sitio francés Mediapart un texto que demanda la liberación de Georges Abdallah, preso en Francia desde 1984 por su militancia en defensa del pueblo palestino y libanés. La carta lleva la firma de cientos de intelectuales, referentes obreros y de la izquierda de distintas partes del mundo. Compartimos el documento y adherimos al reclamo. 

 Georges Ibrahim Abdallah es un comunista libanés de origen cristiano maronita, encerrado en Francia durante casi 37 años. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que un libanés detenido en 1984 en Lyon siga en las cárceles francesas a pesar de ser liberable? 
 Maestro en el norte del Líbano en la década de 1970, Georges Abdallah trabajó con el pueblo palestino y contra la colonización. Muy joven, dejó su región para unirse a la movilización contra la ocupación israelí, especialmente durante las invasiones de 1978 y 1982, en un Líbano entonces en medio de la guerra. Estas repetidas operaciones militares fueron devastadoras y asesinas para las poblaciones palestina y libanesa. Los bombardeos del ejército israelí se cobraron miles de vidas civiles y la barbarie alcanzó su punto máximo en las ahora infames masacres de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en septiembre de 1982.
 En este contexto, Georges Abdallah cofundó las Fracciones Armadas Revolucionarias Libanesas (FARL) que se atribuyeron la responsabilidad de varias operaciones en suelo francés, incluidas las ejecuciones en 1982 de Yacov Barsimentov y Charles Ray, agentes activos del Mossad y la CIA.
 Detenido en Lyon el 24 de octubre de 1984, Georges Abdallah fue condenado a cadena perpetua por complicidad en asesinatos tras un juicio político plagado de irregularidades. 
 Como ejemplo, citemos el caso de su primer abogado, Jean-Paul Mazurier, quien revelará algún tiempo después del juicio, haber trabajado para los servicios de inteligencia franceses. O incluso las locas acusaciones (oficialmente desmentidas algún tiempo después) contra los hermanos Abdallah, supuestamente responsables de los atentados en la calle de Rennes en París en 1986. Ataques que servirán para erigir a Georges Abdallah como chivo expiatorio en un período en el que el poder y los medios de comunicación de la época buscan al culpable de los sangrientos atentados que acaparan los titulares.
 El fiscal exigirá 10 años de prisión. Georges Abdallah será condenado a cadena perpetua. La justicia excepcional corre a toda velocidad. 
 De acuerdo a la ley francesa, tiene derecho a la libertad condicional desde 1999. Sin embargo, Georges Abdallah ha presentado ocho solicitudes de liberación. Sin éxito. 
 En 2013, el tribunal de sentencia concedió esta liberación, pero la condicionó a la deportación al Líbano. Manuel Valls, entonces ministro del Interior, se niega a firmar la orden de deportación. ¿El motivo? Georges Abdallah se niega a arrepentirse. El Estado francés continúa implacable. Georges Abdallah permanecerá en prisión.
 En marzo de 2020, Georges Abdallah recibió por tercera vez la visita del Sr. Rami Adwan, Embajador del Líbano en Francia, esta vez acompañado por la Sra. Marie-Claude Najm, Ministra de Justicia del gobierno libanés dimitido. Durante este encuentro, reafirmaron el apoyo del Estado libanés a la liberación de Georges Abdallah. Al igual que la movilización por su liberación que se viene desarrollando en Francia desde hace más de 15 años, pero también en el Líbano donde le esperan su familia y muchos simpatizantes, y en Palestina donde es considerado uno de los 4.650 prisioneros palestinos, y en decenas de países de todo el mundo. 
 El 24 de octubre de 2021, Georges Abdallah habrá pasado 37 años en las cárceles francesas. Se convirtió en el preso político más antiguo de Europa. El día anterior, 23 de octubre, seremos varios cientos para hacer oír nuestra voz y exigir su liberación frente a la prisión de Lannemezan donde está encerrado. ¡Pedir hoy su liberación es una simple exigencia de justicia!
 ¡Liberen a Georges Abdallah!

Prensa Obrera

miércoles, 27 de octubre de 2021

Intervención del Jefe del Departamento Ideológico sobre provocación montada para noviembre en Cuba


Assange: que cese la venganza


La jueza británica Vanessa Baraister deberá iniciar este miércoles la revisión de la apelación presentada por Washington a la negativa judicial a extraditar a Julian Assange a Estados Unidos, emitida en enero pasado por esa misma magistrada. 
 El informador australiano permanece en una prisión de Londres desde abril de 2019, luego de que el gobierno ecuatoriano de Lenín Moreno decidió expulsarlo de su embajada en la capital británica, en donde estuvo refugiado durante casi siete años. 
 La persecución contra Assange ha durado más de una década. Se inició con una investigación de la policía sueca por supuestos delitos sexuales tan insustanciales que nunca dieron lugar a una imputación formal, pero que fueron el pretexto para detenerlo en Londres, en respuesta a una petición de Estocolmo para someterlo a un interrogatorio. Temiendo que la demanda fuese una coartada para llevarlo a Suecia y extraditarlo de allí a Estados Unidos; Assange buscó refugio en la mencionada representación diplomática y ofreció comparecer allí ante representantes legales de Suecia. Su sospecha se vio confirmada por el hecho de que Estocolmo cerró definitivamente la pesquisa policial y desechó los cargos. 
 Sin embargo, para entonces el Departamento de Justicia ya había formulado imputaciones graves en su contra, una de ellas por espionaje, debido a que el fundador de Wikileaks divulgó en 2010 documentos secretos que demostraban la comisión de crímenes de lesa humanidad por parte de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Afganistán e Irak. 
 Posteriormente, al año siguiente, la organización de Assange distribuyó entre varios medios del mundo –entre ellos, La Jornada– cientos de miles de reportes enviados al Departamento de Estado desde las representaciones diplomáticas de Estados Unidos en el mundo. Tales documentos revelaron la falta de escrúpulos con la que las autoridades de Washington se conducían en otros países, pero también la supeditación y la corrupción, si no es que el carácter llanamente delictivo, de numerosos gobiernos. 
 Es claro, pues, que el informador australiano no puede considerarse espía, porque no entregó información alguna a un tercer gobierno sino que la divulgó para la opinión pública internacional. Es evidente también que ha sido víctima de una vasta venganza de Estado por haber dado a conocer a la sociedad la descomposición, la inmoralidad y hasta las facetas criminales de la superpotencia en su proyección diplomática, económica y militar en el ámbito internacional.
 Con esas consideraciones en mente, es ine-ludible concluir que el encarnizado acoso judicial de tres presidentes estadunidenses contra Assange –Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden– reviste el carácter de escarmiento para cualquier informador que pretenda revelar documentación clasificada del gobierno estadunidense y es, en tal medida, un bárbaro e injustificable ataque a la libertad de expresión de los periodistas y al derecho a la información de las audiencias. Resulta desolador, por lo demás, que tres gobiernos que se presumen defensores de esa libertad y de ese derecho –Estados Unidos, Suecia y Reino Unido– se hayan conjurado para imponer un castigo ejemplar a un individuo que no cometió más delito que revelar la verdad. 
 Es exasperante, además, que se haya mantenido en prisión a una persona a todas luces inocente a pesar de su salud precaria y de los riesgos que corre en el encierro. Su encarcelamiento no es sólo una injusticia y un atropello inexcusable a los derechos humanos sino también una afrenta a los principios elementales de la democracia, la transparencia y la libertad de expresión. 
 Cabe esperar, en suma, que la jueza Baraister ratifique mañana su negativa a otorgar la extradición del fundador de Wikileaks, que con ello Washington se desista de buscar venganza contra Assange y que éste obtenga una pronta e incondicional liberación. 

 Editorial de La Jornada

martes, 26 de octubre de 2021

¿Por qué escasean los semiconductores en el mundo?


Las disputas capitalistas en un terreno estratégico. 

 La planta de Volkswagen en Córdoba anticipó que detendrá su producción entre el 15 de noviembre y el 4 de enero, alegando -entre otras razones- una falta de semiconductores. La escasez de estos componentes está afectando a la industria automotriz a nivel global. Las compañías norteamericanas y la japonesa Nissan, por ejemplo, han anunciado una reducción en la producción de vehículos para este año. 
 La demanda de chips se aceleró en los últimos años con el desarrollo de la inteligencia artificial, la minería de criptomonedas y teléfonos celulares más sofisticados. A su vez, la pandemia impulsó la compra de móviles y computadoras, que necesitan de esos elementos. 
 El sector de los semiconductores se encuentra fuertemente concentrado, en parte debido al gran nivel de inversiones que requiere el proceso de elaboración. Los mayores productores son China, Taiwán, Corea del Sur y Estados Unidos, donde dominan unas pocas compañías (entre ellas, Smic, TSMC, Samsung e Intel). Estas vienen incrementando sus ventas y están obteniendo mayores ingresos, a raíz de la escasez y el consiguiente aumento de los precios. Por otra parte, son empresas que trabajan a pedido, con lo que tienen sus colocaciones aseguradas de antemano. 
 El proceso de producción es sumamente complejo y la puesta en pie de una fábrica, que puede costar entre 5 y 20 mil millones de dólares, lleva entre dos y cuatro años (El País, 22/5). Por eso, se estima que la crisis de abastecimiento se extenderá por lo menos hasta 2023. 
 Así las cosas, la escasez de semiconductores se suma a la crisis energética como otro factor que entorpece la endeble recuperación económica que ha seguido al momento más duro de la pandemia. En el caso de la industria automotriz, se encuentra aún más afectada porque los productores de chips priorizan el abastecimiento de las firmas tecnológicas.

 Guerra comercial 

 Los semiconductores están también en el centro de la guerra comercial y de las pujas entre las grandes potencias. En abril de este año, el presidente norteamericano Joe Biden participó de una reunión con referentes de firmas productoras (como Intel) y consumidoras (Google y las automotrices General Motors y Ford). Allí, el mandatario leyó una carta de legisladores demócratas y republicanos que alerta sobre el desarrollo chino en materia de chips. Si bien Beijing está por detrás en esta industria, e incluso depende fuertemente de componentes extranjeros, empezó a recortar distancias con el plan “Made in China 2025”. A la luz de todo esto, Estados Unidos impulsa nuevas inversiones multimillonarias en su suelo, de la taiwanesa TSMC, la surcoreana Samsung y la norteamericana Intel. Simultáneamente, se ha formado un lobby de las grandes empresas productoras y consumidoras, para exigirle financiamiento al Estado yanqui. 
 Para trabar el desarrollo tecnológico del gigante asiático, Trump le impuso al régimen de Xi Jinping restricciones en el terreno de los semiconductores. Prohibió las importaciones chinas y restringió los envíos, por medio de sanciones a empresas que comercialicen con aquel. Dentro de ese pelotón de medidas, sostenidas por Biden, Google tampoco puede prestar soporte tecnológico a Huawei. Esta se ha visto fuertemente afectada por la falta de componentes externos y sus ganancias han caído. Beijing intenta sortear esta situación con su propia carrera hacia la elaboración de chips de última generación, terreno en que priman sus rivales. 
 Quienes se ven más golpeados por la crisis de los semiconductores, sin embargo, son los europeos. La Unión Europea depende de Estados Unidos para el diseño y de Asia para la producción, según sintetizan las autoridades del viejo continente. El organismo impulsa un plan para lograr la autosuficiencia y para elevar la participación en la producción global, del actual 9% al 20%, para 2030. 
 El régimen social capitalista, basado en la ganancia empresaria y atravesado por las disputas entre potencias y monopolios, condiciona la investigación científica y es un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. Es necesario superarlo por medio de otra organización social, basada en la planificación económica y el poder político de los trabajadores. 

 Gustavo Montenegro

"Nuestra experiencia militante en Cuba nos hace reflexionar sobre nuestra propia realidad"


lunes, 25 de octubre de 2021

El lazo económico-financiero de Lasso


Todo parece indicar que el presidente ecuatoriano, Guillermo Lasso, por sus errores políticos, económicos y financieros tiene colocada una soga al cuello que de apretarse el lazo le obligará a concluir su mandato antes de término como ya ocurrió anteriormente con otros tres mandatarios de esa nación andina. 
 A solo cinco meses de estrenarse en la presidencia, el millonario Lasso ha tratado de llevar al país por una profunda senda neoliberal y ha cometido errores que al parecer son difíciles de borrar pese a que cuenta con el fuerte apoyo de los medios hegemónicos de comunicación.
 Como tenía que cumplir con las obligaciones contraídas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) para que este organismo le desembolse 802 millones de dólares a fines de octubre y 700 millones en diciembre, mandó a la Asamblea Nacional el proyecto de “Ley Orgánica de Creación de Oportunidades, Desarrollo Económico y Sostenibilidad Fiscal” con carácter económico-urgente, para poder sortear los últimos meses de 2021. 
 Craso desatino pues el proyecto enviado el 17 de agosto, le fue devuelto para que corrigiera varios acápites con los cuales el órgano legislativo está en completo desacuerdo.
 Lasso que en esos momentos disfrutaba de cierta popularidad por haber realizado con efectividad una campaña masiva contra la Covid-19, amenazaba con llevar a referendo popular la Ley si la Asamblea Nacional no la aprobaba. 
 Con mucha premura lo reenvió el 24 de septiembre, en plena crisis carcelaria que se saldó con el asesinato de 120 reos y más de 80 heridos, hecho que sobrecogió a la sociedad.
 Los principales partidos y movimientos políticos de la Asamblea, emitieron un mensaje en el cual le ratificaron al gobierno que no aprobarían ninguna reforma fiscal, tributaria, económica y laboral en contra de los derechos de los trabajadores.
 Los sangrientos hechos en las prisiones de la ciudad de Guayaquil, volvieron a evidenciar los graves conflictos económico-sociales por los que atraviesa Ecuador con alto desempleo, pobreza galopante, falta de oportunidades y concentración de ingreso en las clases adineradas. 
 Con ese panorama nada halagüeño, estalla en la cara de Lasso la bomba financiera denominada Papeles de Pandora una pesquisa del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) donde aparece el presidente vinculado a 14 sociedades offshore (Paraísos Fiscales) establecidas en Panamá, Estados Unidos y Canadá. 
 En los primeros momentos el mandatario ecuatoriano negó cualquier tipo de relación o beneficio con esas empresas pero al paso de los días se retractó y declaró que tenía algunos intereses fuera del país. Ahora la Asamblea Nacional aprobó una comisión para abrir la investigación la cual determinará el próximo 6 de noviembre si se inicia un juicio político contra el jefe de Estado. 
 Ya desde el 2017, el diario Página 12 publicó investigaciones en las que destapaba que Lasso estuvo vinculado en la creación de cerca de 49 empresas offshore y a principios de 2021, ese diario reveló que detrás del financiamiento de la campaña presidencial estaban sus numerosas compañías en Paraísos Fiscales y el Banco Guayaquil (donde fue su presidente por 20 años y se mantiene como uno de los principales accionistas). En esos años se asegura que su fortuna creció inconmensurablemente y en la actualidad se desconoce a cuánto asciende. Pero el siguiente detalle es suficiente: Lasso al tratar de justificar el capital que tiene en el exterior aseguró que pagó en los últimos años 588 millones de dólares solo en impuestos. 
 Analicemos a grandes rasgos la situación económico-social en el país: la pobreza se sitúa en 35 % y la extrema en 14,2 %; más de 5,6 millones de ecuatorianos sobreviven con menos de 84 dólares al mes. En las zonas rurales alcanza al 47,9 % de las familias. 
La desnutrición afecta al 26 % de los niños de 0 a 5 años, cifras que aumentan al 40 % en las zonas rurales. Un estudio de la fundación de investigación Donum asegura que Ecuador ha retrocedido a los parámetros de 2010. 
Por su parte, el Banco Central añadió que durante la pandemia se han eliminado 532 000 empleos y una pérdida de 12 791 millones de dólares en el sector productivo. La deuda pública pasó al 64 % del PIB con una reserva monetaria que solo representa el 20 % del gasto mensual del gobierno. Sin importarle esta adversa situación, el mandatario introdujo su propuesta de ley neoliberal la cual intenta crear un régimen laboral alternativo al vigente Código del Trabajo que elimina todos los derechos laborales hasta ahora vigentes para instaurar un régimen de flexibilización laboral absoluta. 
 En otro acápite se establecen contribuciones temporales a través de imposiciones tributarias básicamente a la clase media que aumentarían las reservas internacionales para garantizar flujos de capital a los bancos privados. Asimismo se contemplan reformas a varios cuerpos legales de diferentes sectores en los que subyacen la desregulación estatal y la transferencia de capacidades públicas hacia el sector privado. 
 Pero como la Asamblea Nacional se niega por mayoría a no aceptar esas imposiciones, el millonario presidente ha amenazado con disolver ese órgano parlamentario en un acto antidemocrático y de prepotencia. 
 Enfrentado a la Asamblea Nacional, envuelto el país en una crisis multifacética, con pérdida de moral ante la evasión de impuestos y pendiente del resultado de la Comisión que determinará si se le celebra juicio político, a lo que se suma su intención de profundizar las medidas neoliberales contra la mayoría del pueblo, Lasso parece estar destinado a seguir el camino de anteriores mandatarios ecuatorianos como Abdalá Bucarán, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez los cuales tuvieron que abandonar el cargo antes de su término. 

 Hedelberto López Blanch, periodista, escritor e investigador cubano.

¿Cómo hacer más democrático y funcional el socialismo en Cuba?


Cadenas de producción, cuellos de botella y posiciones estratégicas


Con la recuperación económica pospandemia todavía buscando afirmarse, EE. UU. y otros países imperialistas sufren múltiples trastornos en las cadenas de suministro. Una muestra de las fragilidades de la configuración del capitalismo basado en la internacionalización productiva. Y una muestra de las potencialidades que tienen sectores de la clase trabajadora que ocupan lugares clave en la logística de estas cadenas. 

 Tormenta perfecta y cuellos de botella

 En las últimas semanas recorrieron el mundo las imágenes de los barcos varados ante los puertos estadounidenses, abarrotados estos últimos de contenedores que no llegan a descargarse. También fueron noticia las góndolas de supermercados vacías de una amplia variedad de productos. Las compras por vía electrónica que los consumidores acostumbran recibir gratis en días (u horas), podrían demorarse semanas. Lo que se ve en EE. UU. de manera exacerbada ocurre también en varios otros países que, de manera similar, satisfacen buena parte de su consumo con el ingreso de bienes producidos en otras latitudes a través de las cadenas globales de producción. Estas cadenas son el resultado de décadas de una internacionalización productiva organizada por las multinacionales para aprovechar salarios bajos, exenciones impositivas y la posibilidad de realizar “dumping” ambiental en los países pobres y en desarrollo. Se basó en localizar buena parte de los procesos productivos fuera de los países imperialistas que hasta la década de 1970 tenían la primacía industrial indiscutida, y se apoyó en esquemas de “justo-a-tiempo” que buscan disminuir stocks para reducir costos. Una serie de fallas en este mecanismo derivó en los problemas que se acumulan en estos días. 
 El abarrotamiento de mercancías, ya sea que permanezcan dentro de los contenedores que esperan en los barcos o están apilados en los puertos, o en el –ahora tortuoso– recorrido a lo largo de la cadena de logística dentro de los países, es resultado de un abrupto aumento de la demanda que se topó con la estrechez de la infraestructura –resultado de años de débil inversión– y con la falta de personal suficiente para hacer frente al stress en la distribución. Pero esta es apenas la punta del iceberg de la tormenta perfecta que aqueja las cadenas globales de valor. 
 “Lo sentimos. No hay papa fritas con ningún pedido. No tenemos papas”. Este anuncio se vio poco tiempo atrás en un local de Burger King en la ciudad de Florida, Miami. Que no haya papas para acompañar las hamburguesas en el países de McDonald’s basta para ilustrar el alcance que tiene la disrupción de las cadenas de suministro. Faltan alimentos básicos, gaseosas (entre otras cosas por faltante de botellas de vidrio para envasado), escasean productos a base de maíz como tortillas. Ropa y zapatillas. Asimismo, aumentaron los precios de los que llegan a las góndolas de los supermercados. También hay escasez de medicamentos y equipo médico. Celulares, computadoras, automóviles, lavarropas, heladeras, microondas. También hay faltantes de juguetes, árboles de navidad y vasos de plástico. Básicamente, todo lo que ingresa a EE. UU. desde los puertos, pero también lo que depende de extensas cadenas de distribución dentro del país, escasea o –en el mejor de los casos– se encareció por el aumento de los costos para llegar a destino, lo que explica en gran medida el aumento de la inflación que se registra en los últimos meses.
 ¿Qué es lo que está pasando acá? Comencemos por el final, con el embudo que aqueja la entrada de bienes en EE. UU., y que se replica de forma similar en otros países ricos. Tenemos, en primer lugar, un fuerte aumento de la demanda. Si ya durante la pandemia se observó una tendencia a canalizar en la compra de bienes los recursos que dejaron de gastarse en otros servicios y actividades restringidos por las cuarentenas, con la recuperación estos gastos crecieron de manera pronunciada. De acuerdo a Container Trades Statistics, el crecimiento de los despachos desde Asia hacia la principal economía del planeta tuvo un crecimiento muy pronunciado: en enero-agosto de este año fue 25 % mayor que en 2019, el año previo a la pandemia y que fue de crecimiento económico en EE. UU. Esta estimación es consistente con la robustez del consumo de bienes en dicho país, que según Capital Economics fue 22 % más elevada en agosto de 2021 que en febrero de 2020, cuando el Covid-19 parecía un problema solo de China y las compras en EE. UU. continuaban normalmente. 
 Podría parecer que este porcentaje de mayor volumen de mercadería podría ser manejable sin fricciones. Pero no fue así. Tras un largo tiempo de desinversión en infraestructura portuaria que reforzó la lógica de operar con lo justo para maximizar las ganancias, el margen extra con el que contaban los principales puertos de EE. UU. no debía ser de más de 5 %, según estimó Gary Hufbauer del Instituto Peterson de Economía Internacional. Un incremento que quintuplicó ese margen previsiblemente podría dar lugar a un embotellamiento que rápidamente se convierte en caos. Todo lo que en condiciones normales se tramita sin problemas se vuelve un trastorno: los contenedores, que por lo general son rápidamente vaciados y retornados a los barcos, se acumulan en el puerto por la falta de personal portuario y porque no hay camiones suficientes para cargar la mercadería fuera del puerto; los buques con nuevos contenedores se demoran frente al puerto, o son desviados a otros puertos –generalmente peor preparados– donde se tiende a reproducir la congestión. 
 A los problemas de infraestructura, se sumó la falta de personal en los puertos y de conductores de camiones. Si bien en parte esto fue resultado de la pandemia, responde también a un problema de más largo alcance, que es la degradación de las condiciones laborales del rubro, que no tienen nada que ver con las que existían décadas atrás. Como afirma en Vox Rebecca Heilweil, “el empeoramiento de las condiciones para los conductores de camiones en los EE. UU. ha hecho que el trabajo sea increíblemente impopular en los últimos años, a pesar de que la demanda de conductores ha aumentado a medida que el comercio electrónico se ha vuelto más popular”. Que Amazon, que no se caracteriza justamente por ofrecer buenas condiciones laborales para los conductores que despachan sus productos, esté robando choferes a las empresas de camiones, es un dato suficiente para hacerse una idea de cómo está el sector. 
Como observa Matt Stoller, Conducir un camión, que solía ser un trabajo de clase media en la década de 1970, se ha convertido en una profesión cíclica mal pagada con alto desgaste y poca estabilidad, una de las llamadas “fábricas de explotación sobre ruedas”. Si bien es tentador culpar de esta situación a las empresas de camiones, la realidad es que el problema se debe a la estructura de mercado del transporte creada por la desregulación de la década de 1970. 
 Con la pandemia, muchos camioneros veteranos se jubilaron anticipadamente, y nuevos conductores no pudieron obtener licencias porque las escuelas de camiones estaban cerradas durante el cierre. Esto significó que “a medida que los estadounidenses dependían más de las compras en línea durante la pandemia, llevar mercancías desde los puertos hasta las puertas ha sido un desafío”. Ahora, el gobierno de Biden logró el compromiso de las empresas de logística de trabajar las 24 horas para liberar el congestionamiento de mercancías. Pero la falta de personal puede conspirar contra estos esfuerzos. 
 Pero los cuellos de botella en la entrada de mercancías en los lugares de destino son apenas uno de los trastornos a los que se ven confrontadas las cadenas globales. Después de los parates productivos que ocurrieron durante lo peor de la pandemia –aunque hay que decir que los empresarios hicieron todos los esfuerzos por encuadrar sus actividades como esenciales sin importar los riesgos sanitarios de la fuerza de trabajo– muchas empresas vieron reducir los stocks por debajo de los niveles normales, lo cual genera dificultades para hacer frente a aumentos pronunciados de la demanda. Recomponer stocks lleva tiempo. Exige poner el aparato productivo a toda máquina para producir a ritmos más veloces que los normales, pero depende además de contar con materias primas y componentes que no siempre están disponibles. El faltante de stocks se extiende todo a lo largo de las cadenas de producción. Sumado al hecho de que el tránsito entre países (del que depende el despacho a destino de los productos pero también el tránsito de componentes hasta los lugares de ensamblado) no termina de normalizarse y los tiempos del flete se hicieron más largos. 
 A esto se agregan otros conflictos que vienen desde antes de la pandemia, como el que aqueja la producción de semiconductores. Como observa Chad P. Bown en Foreign Affairs, uno de los mayores culpables en la escasez de semiconductores “fue un cambio repentino en la política comercial de Estados Unidos”. En 2018, la administración Trump lanzó una guerra comercial y tecnológica con China “que sacudió toda la cadena de suministro de semiconductores globalizada. El fiasco contribuyó a la escasez actual, perjudicando a las empresas y trabajadores estadounidenses”. En mayo, los tiempos de espera para los pedidos de chips se extendieron a 18 semanas, cuatro semanas más que el pico anterior. Esto afecta a los más variados sectores: informática, telefonía, automotriz, línea blanca. También la producción de aviones se vio trabada por la falta de este componente crítico. 
 Que la cosa está lejos de normalizarse, lo preanuncia el hecho de que China, principal productor y exportador industrial del mundo, atraviesa una crisis energética que lo obligó a imponer recurrentes paradas de su sector manufacturero. Esto significa nuevas estrecheces que seguirán poniendo en tensión una cadena de suministro que ya está en máximo stress. 

 Cadenas globales de valor, beneficios y contradicciones

 Durante las últimas décadas, las empresas multinacionales perfeccionaron estructuras de producción internacionalizadas que fueron bautizadas como cadenas globales de valor. Las mismas se configuraron como resultado de una formidable reestructuración de la producción de bienes (y cada vez más también de servicios). Dos procesos fueron de la mano. El primero, la descomposición paulatina de las líneas productivas en una serie de producciones parciales para llevar a cabo en distintas unidades productivas independientes que se encargan de una sola etapa del proceso productivo o se especializan en una serie de componentes. El segundo, una relocalización geográfica de la producción que mudó buena parte de estas operaciones, especialmente las caracterizadas como “intensivas en trabajo” fuera de los países ricos (históricamente definidos como “industrializados”, aunque dejaron de serlo relativamente en estos años) hacia una serie de países dependientes, en su gran mayoría del sudeste asiático. De esta forma, la “línea de montaje” puede llegar a recorrer decenas de miles de kilómetros o más, y desplegarse en decenas de países. 
 La creación de las cadenas globales de valor estuvo posibilitada técnicamente por el perfeccionamiento de las comunicaciones y el abaratamiento del transporte (que tuvo un gran hito con la implementación de los contenedores y sufrió desde entonces numerosas “revoluciones” que bajaron los costos de carga). Su motor principal fue la búsqueda de aprovechar estas condiciones para sacar ventaja como nunca antes de la fuerza laboral barata de los países pobres y de ingreso medio, que vieron así crecer su producción industrial. El taller manufacturero del mundo se trasladó desde finales del siglo XX a China, y más de conjunto a una serie de países dependientes, que de conjunto vieron pasar su fuerza de trabajo volcada a la industria de 322 a 361 millones, mientras en los países desarrollados esta fuerza de trabajo en la manufactura descendía de 107 millones a 78 millones (lo que sigue siendo un número significativo que desmiente cualquier idea de una desaparición de la fuerza laboral industrial en estos países) [1]. La industrialización que tuvo lugar en esta periferia que se benefició con la relocalización de la producción estuvo en la mayor parte de los casos de manera deformada por la especialización en procesos productivos muy parciales, siempre comandados por las multinacionales. Esto genera trasformaciones muy limitadas en las estructuras productivas en comparación con lo que fue la industrialización en los países desarrollados, o incluso en los países dependientes durante parte del siglo XX. La aspiración de trepar la escalera del desarrollo a gracias a la inserción en las cadenas de valor resultó esquiva en la abrumadora mayoría de los casos. 
 Las cadenas globales de valor se volvieron el último grito de la moda de la eficiencia productiva, bajo la noción de que todos los procesos productivos que utilizan intensivamente el “factor” trabajo, es decir, aquellas tareas más simples y repetitivas, debían localizarse en los países que ofrecían abundancia de dicho “factor” (todo esto dicho en los términos de la economía mainstream). Las consultoras y analistas más reputados invitaron a las firmas industriales y de servicios de los países imperialistas, grandes o pequeñas, a tomar parte de esta gran deslocalización e internacionalización de la producción en nombre de la “racionalidad” económica, so pena de quedar relegadas a manos de los competidores más avezados para internacionalizarse, y hasta correr el riesgo de perecer. Con el afianzamiento de las cadenas globales y el desarrollo de tecnologías que aumentan la posibilidad de prestar servicios digitales a la distancia, la relocalización e internacionalización, pudo abarcar cada vez más también producciones intangibles, con lo cual ya no fueron solo las labores más sencillas y repetitivas las que estuvieron sometidas a esta competencia internacional que impuso el capital a las fuerzas laborales de todo el mundo. 
 La racionalidad de las cadenas globales de valor desde el punto de vista del capital multinacional se basó en el hecho de que los países compitieron por ofrecer condiciones laborales más “flexibles” (léase, precarizadas), cobrarles menos impuestos y aceptar prácticas contaminantes que los países imperialistas ya no toleran. De esta forma, parecía razonable, porque era rentable para las firmas, descomponer los procesos productivos especializando tareas en determinadas unidades productivas, lo cual puede perfectamente aumentar la productividad y bajar costos, pero haciéndolo de tal forma que multiplicaron las exigencias de la logística. No se trata solo de que los productos terminados deben recorrer enormes distancias para llegar a los mercados de consumo; también deben recorrerlo los componentes para llegar a los lugares de ensamblado final. En tiempos de combustible barato –que no son el actual, con el barril de crudo superando los 80 dólares– se trata de un despilfarro contaminante que a nivel social no tiene ninguna eficiencia ni racionalidad, sino todo lo contrario. Las “externalidades” (otro término del mainstream que convierte arbitrariamente las consecuencias del accionar de las firmas sobre su entorno en algo “externo”) de las cadenas de valor se tradujeron en un agravamiento de la huella ambiental generada por esta ampliación de la escala geográficas de las líneas de producción. La internacionalización de la producción, que bajo otros términos y sobre otras bases sociales podría permitir una mejor articulación de la producción de lo socialmente necesario en todo el mundo, haciendo eje en la reducción del tiempo de trabajo y buscando una relación armoniosa entre la sociedad y la naturaleza que hoy tienen una relación alienada, es llevada al absurdo por las multinacionales que solo buscan maximizar sus ganancias. Los mismos líderes empresarios que en los foros de Davos ponen gestos compungidos cuando hablan del cambio climático y defienden la necesidad de involucrarse, son los principales protagonistas de esta internacionalización productiva que solo tiene lógica –tal como se lleva a cabo en la actualidad– para los capitalistas. E incluso para ellos, solo la tiene bajo ciertas condiciones. Cuando como hoy el combustible sube por las nubes y se multiplica el costo del flete de contenedores (que de acuerdo a Statista creció 8 veces entre julio de 2019 y septiembre de 2021) puede ser económicamente catastrófico.
 Las cadenas globales, con todas las ventajas que otorgan para que las firmas trasnacionales puedan ofrecer mercancías abaratadas en la puerta de tu casa a bajo costo en tiempos normales, se pueden transformar en una pesadilla cuando ocurren eventos inesperados como los cierres fronterizos y las cuarentenas del año 2020. Por eso, ese año ganó fuerza el concepto de “resiliencia”, como nuevo elemento a incorporar en el álgebra de las cadenas de valor. Ante la evidencia de la precariedad de este esquema de internacionalización productiva, que amenazó con dejar sin bienes básicos a numerosos países o regiones, ahora los consultores concluyeron que depender excesivamente de pocas firmas o países proveedores puede multiplicar los riesgos y es necesario diversificar. Es una forma de poner en medias palabras su desconcierto y nerviosismo ante un mundo que aparece como cada vez menos propicio para que las multinacionales saquen provecho de las diferencias de costos que tan rentables les resultaron durante las últimas décadas. Si ya antes de la pandemia los fantasmas proteccionistas y los atisbos de guerras comerciales pusieron un signo de pregunta sobre la continuidad de la internacionalización productiva, que en los hechos desde 2015 o antes mostró numerosas señales de debilidad (el comercio y la inversión extranjera crecieron por detrás del ritmo de la economía mundial), después de los trastornos de la pandemia y los de hoy, los interrogantes sobre sobre el futuro se multiplican. Pero todo eso está por verse. Lo seguro es una serie de trastornos que, a pesar de los esfuerzos por acelerar los ritmos de la logística para destrabar puertos, seguirán durante varios meses más, porque seguirán apareciendo las consecuencias de los problemas que existen todo a lo largo de la cadena de producción mundial. 

 Los puntos de estrangulamiento como dimensión estratégica 

 El shock producido en las cadenas de suministro por una acumulación de cuellos de botella, puso a la vista de todos algo que algunos sectores de la clase trabajadora de los sectores de logística ya pudieron experimentar y aprovechar de primera mano. El capitalismo organizado a través de las cadenas de valor que permitió a las empresas sacar provecho de poner en competencia a las fuerzas de trabajo de todo el mundo para imponer un arbitraje que degradó las condiciones laborales y remuneraciones en todo el mundo, está expuesto a numerosas fragilidades que son intrínsecas a la configuración de estas líneas de montaje trasnacionalizadas, que se están poniendo de manifiesto. Pero no se trata solo de una serie de puntos de falla que pueden dar lugar a disrupciones como las que observamos en estos días como resultado de factores objetivos contingentes. También está en juego la posibilidad que tienen sectores de la fuerza de trabajo de actuar sobre eslabones fundamentales de las cadenas de producción, que el capital necesita que funcionen con la precisión de un mecanismo de relojería. Estos puntos de estrangulamiento son fundamentales desde la perspectiva estratégica en la lucha contra el capital. 
 Como observa Kim Moody en el libro On New Terrain, “cada vez más aspectos de la producción están entrelazados en las cadenas de suministro justo-a-tiempo que han reproducido la vulnerabilidad de la que el capital buscaba escapar a través de los métodos de producción flexible y la relocalización” [2].
 Consideremos el caso de EE. UU.. El desarrollo que tuvieron las cadenas de suministro con el objetivo de acelerar los ritmos de la circulación de mercancías, concentraron en este segmento una formidable fuerza laboral: hoy emplean a 9 millones de personas, el 6,3 % de la fuerza de trabajo del país. Esto incluye sectores que lejos de estar difuminados y presentar desafíos para la organización, se encuentran concentrados en depósitos de gran escala que emplean cientos de personas.
 En una entrevista más reciente, Moody retoma esta cuestión. Allí observa que la concentración de recursos y fuerzas de trabajo en la logística, destinada a hacer que el tránsito de mercancías ocurra de la forma veloz y fluida, creó clusters gigantescos. Solo en Chicago, calcula, conforman un ejército de 200 mil personas empleadas en el sector. 
 Lo que han hecho –sostiene– es recrear lo que las empresas estadounidenses intentaron destruir hace treinta años cuando se mudaron de ciudades como Detroit, Gary o Pittsburgh. Intentaron alejarse de estos enormes clusters de trabajadores de cuello azul, particularmente los sindicalizados y los trabajadores de color. Ahora, para mover mercancías, a través de cadenas de producción mucho más dispersas que en el pasado, han recreado estas enormes concentraciones de trabajadores mal pagos. Estos clusters son puntos de estrangulamiento en un sentido muy real. Si detenés un pequeño porcentaje de la actividad en estos lugares, trabás todo el movimiento de las mercancías y el conjunto de la economía. 
 En el mismo sentido, Jake Alimahomed-Wilson e Immanuel Ness afirman en el prólogo de Choke Points: Logistics Workers Disrupting the Global Supply Chain que: 
 Los trabajadores de la logística se encuentran en una posición única en el sistema capitalista global. Sus lugares de trabajo también se encuentran en los puntos de estrangulamiento del mundo, nodos críticos en la cadena de suministro capitalista global, que, si están organizados por la clase trabajadora, representan un desafío clave para la dependencia del capitalismo de la “circulación fluida” del capital. En otras palabras, la logística sigue siendo un sitio crucial para aumentar el poder de la clase trabajadora en la actualidad [3]. 
 Los empresarios son conscientes del peligro que implica el reagrupamiento de miles de trabajadores en estos clusters, por eso tienen una agresiva política antisindical que mediante chantajes y amenazas buscan evitar la organización de los trabajadores –contando para esto con colaboración de sectores de la propia burocracia– . Es el caso de Amazon que enfrenta denodadamente los intentos de organización tanto en sus almacenes como con su flota de camiones, siguiendo el ejemplo de Walmart y McDonalds, los dos principales empleadores (a los que la firma de Bezos va camino a destronar).
 Los sectores de la fuerza laboral abocados a la logística, están hoy, como resultado de las cadenas de producción “justo-a-tiempo”, más entrelazados que nunca con los sectores abocados a la elaboraciones de bienes (que en EE. UU. a pesar de la tan mentada “desindustrialización” siguen abarcando una fuerza laboral de nada menos que 12 millones, el 8,5 % del total del país) y también con los que prestan diversos servicios. Lejos de cualquier idea de “fin del trabajo” o pérdida de relevancia de la clase trabajadora, no podría ser mayor la centralidad que las cadenas globales le otorgan en la producción y distribución de bienes básicos y en la prestación de servicios fundamentales –sin contar las labores de reproducción de la fuerza laboral que se desarrollan fuera del mercado y están invisibilizadas por la economía política del capital–. Esta es la fuerza social que puede tomar en sus manos el desafío de activar el freno de emergencia ante la irracionalidad del capital que vuelve a ofrecer nuevas muestras en las múltiples crisis de las cadenas globales de producción. Las posiciones estratégicas que ocupa la fuerza de trabajo de la logística, pero también sectores abocados a la producción de bienes y la prestación de servicios en estas cadenas de suministro cada vez más integradas, les otorgan un poder central en el enfrentamiento contra el capital; pueden paralizar la normal circulación de mercancías y la valorización. Estas posiciones estratégicas son también un punto de apoyo fundamental para –superando a las burocracias sindicales que mantienen la división de la clase trabajadora– articular una fuerza independiente capaz de aglutinar al pueblo explotado y oprimido, a partir de las unidades de producción y otros centros neurálgicos (empresa, fábrica, escuela, hospital, centro logístico, sistema de transporte con sus estaciones, etc.) y con sus propios métodos de autoorganización, con miras al enfrentamiento contra el capital con la perspectiva de reorganizar la sociedad sobre nuevas bases. Es fundamental sacar las conclusiones de lo que implican para la lucha de clases estos puntos de estrangulamiento que quedaron expuestos por la crisis de la cadena de suministro, en un momento en el que la clase trabajadora se está poniendo en movimiento en EE. UU. como muestra una serie de luchas en numerosas empresas acompañadas también de procesos antiburocráticos. 

Esteban Mercatante | 25/10/2021 

 Notas

 [1] UNIDO, Industrial Development Report 2018. Demand for Manufacturing: Driving Inclusive and Sustainable Industrial Development, Viena, 2017, p. 158. 
 [2] Kim Moody, On New Terrain, Chicago, Haymarket Books, 2017. 
 [3] Jake Alimahomed-Wilson e Immanuel Ness (Eds.), Choke Points Logistics Workers Disrupting the Global Supply Chain, Londres, 2018, p. 2.