En Estados Unidos, escaló, en términos interanuales, al 6,2% en el mes de octubre, el peor dato registrado en 30 años. Pero esta situación se reproduce en los países industrializados. El incremento de los precios de la energía y la alimentación han estado a la cabeza de esta escalada, abriendo paso a una crisis energética y catástrofe alimentaria de grandes dimensiones.
El mensaje de las autoridades de Estados Unidos de que la inflación que acompañó las primeras etapas del rebote económico pospandémico sería de carácter transitorio ya no puede sostenerse a la vista de los datos de octubre.
¿Qué está provocando este salto de la inflación? Según la interpretación dominante en los círculos oficiales y del mundo financiero y de los negocios, es que existe “un exceso de demanda”. Durante el coronavirus, los consumidores se vieron obligados a interrumpir consumos tradicionales y han acumulado ahorros que no podían gastar. Pero ahora que la economía empieza a salir de las restricciones del Covid, la población ha acelerado el gasto y los volúmenes de compra. Según este punto de vista, la situación se normalizará una vez que se acomode la oferta y se restablezca las cadenas de suministros globales interrumpidas por la pandemia.
Huelga de inversiones
Este optimismo encubre la crisis de fondo reinante en la economía mundial que se deriva de contradicciones cada vez más explosivas del orden social capitalista. La inflación actual no viene por el lado de la demanda sino de la oferta. La caída de la oferta se constata en que con anterioridad al estallido del Covid ya se venía registrando una curva descendente del comercio internacional y de la producción, en primer lugar la industrial. Antes de la pandemia, el mundo ya estaba entrando en recesión. Venimos asistiendo a una huelga de inversiones, lo que explica la anemia en que se encuentra la economía mundial. Esto tiene como telón de fondo una enorme crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales que ha ido de la mano de una caída de la tasa de beneficio, que se ha derrumbado. Esto frena la inversión -y por consiguiente el crecimiento económico- cuyo motor y factor de impulso principal es el lucro capitalista.
Esto se ve claramente en el caso de la energía. Estamos frente a fuertes reducciones en la inversión, exploración y producción de combustibles fósiles, que está poniendo en jaque a muchas economías, que han llegado al extremo de paralizar su actividad por la escasez de combustibles, a lo que se agrega una brutal encarecimiento. La baja de la producción es una reacción de los capitalistas al hecho de que se fueron estrechando las oportunidades de una explotación redituable. Recordemos que los precios de los combustibles venían declinando y con la pandemia pasaron a ser negativos, lo cual empujó a la quiebra a una serie de petroleras mas débiles.
El semanario inglés The Economist (25/9) afirma, en el caso del petróleo, que “el gasto de capital anual de la industria ha caído de $ 750 mil millones en 2014 (cuando los precios del petróleo excedieron los $ 100 el barril) a un estimado de $ 350 mil millones este año” (donde dice $, se refiere a dólares). Ahora mismo, en Estados Unidos, “los perforadores de no convencionales estadounidenses son reacios a impulsar la producción porque creen que perjudica su rentabilidad y desanima a los inversores” (Ámbito, 4/10, extraído de Prensa Obrera, 7/10).
Las medidas para enfrentar el cambio climático y el calentamiento global actuaron como un factor adicional pues el aumento de impuestos, restricciones y sanciones a las explotaciones convencionales (entre las cuales, hay que incluir también la industria del carbón) echaron más leña al fuego a la retracción de la explotación capitalista, reacia a asumir el costo de una reconversión energética. La guerra comercial mete también su cola como lo revela el creciente conflicto en Europa respecto al abastecimiento del gas ruso, cuando el continente soporta serias penurias en la materia y los precios se han disparado, lo cual contribuye a caotizar un escenario ya de por sí agitado. La resultante es que enfrentamos una merma de la energía tradicional sin que exista un remplazo por energías alternativas. No se vislumbra que esto se revierta en el corto plazo con lo cual todo indica que el encarecimiento de la energía está lejos de ser una cuestión transitoria.
Cadena de suministros en colapso
La ruptura de la cadena de suministros global es señalada como otro de los motores principales de la inflación. La lectura más usual es que esto es provocado por el Covid. Lo cual nuevamente abona la idea de que se trata de un fenómeno pasajero. Sin embargo, esto oculta más de lo que esclarece. La proliferación del virus en los países que constituyen la principal fuente de abastecimiento de productos e insumos, en primer lugar de los países asiáticos, ha retraído su producción. Asimismo, el contagio en los principales puertos que afecta a los trabajadores de ese ámbito (el 80% del comercio internacional se hace por transporte marítimo) ha obligado a interrumpir la carga en las embarcaciones provocando retrasos y aglomeraciones en los puertos de salida de la mercadería que luego se replican en los puertos del destino.
Pero lo que no se dice es que esto está asociado a la enorme desigualdad en el acceso a la vacunas. Mientras que en los países industrializados, la inmunidad supera el 60%, los porcentajes son dos o tres veces menores en los países emergentes. La distribución masiva de la vacuna choca con el monopolio de las patentes en manos de la los grandes laboratorios y su acaparamiento por parte de las metrópolis capitalistas, que vienen librando una verdadera guerra entre sí y buscan sacar el mayor provecho en detrimento de sus rivales de la crisis sanitaria. El capitalismo no sólo está en el origen de la pandemia (no estamos frente a una catástrofe natural sino ante el producto de la acción humana a expensas de la vida y la salud de la población y del hábitat y el medioambiente) sino que se ha revelado como un escollo fundamental para la salida de ella. En un mundo globalizado, es imposible que una nación aislada se libere de del flagelo del coronavirus. Más aún, está expuesto en forma recurrente a un recrudecimiento del mismo con la aparición de nuevas cepas más peligrosas como lo ocurrido la variante delta, lo que ahora ya viene ocurriendo en los principales países europeos con lo que ha pasado a denominarse como una «cuarta ola».
En el análisis, es necesario incorporar que las cadenas de abastecimientos funcionan en forma cada vez más generalizada bajo la premisa del «just in time”. Este principio no solo rige para el mercado interno sino que se ha impuesto a escala mundial. En este marco, las cadenas han bajado sus costos, han logrado mayores ahorros y se han vuelto más rentables pero contradictoriamente son más vulnerables a las interrupciones. Esto es lo que explica la escasez de productos básicos pero también de insumos, provocando una parálisis del proceso de producción. Al mismo tiempo, está provocando un encarecimiento sin precedentes de los fletes al multiplicar los precios de los containers por diez, echando mas leña al fuego a las tendencias inflacionarias. Es necesario no perder de vista que en los cuellos de botella en la cadena de abastecimiento lo que va tomando relevancia es la escasez masiva de conductores de camiones en los EEUU y el Reino Unido. Esta escasez no sólo es producto de la pandemia sino que proviene de años de trabajo flexibilizado y salarios bajos que vienen sometiendo a los trabajadores a una superexplotación. Pese a que todos esos sistemas han revelado su enorme fragilidad y que dista mucho de la racionalidad que reivindica su defensor, el capital no está dispuesto a abandonarlo, pese a que pone en peligro el funcionamiento económico mundial.
Fracaso de los rescates
Un lugar central en el análisis que no queda relegado a un segundo plano es el gigantesco rescate del capital. Los recursos destinados al salvataje del capital no tienen antecedentes en la historia del capitalismo. Basta señalar que la compra de activos por parte de la Reserva Federal ha pasado de un billón a 8 billones de dólares entre el 2008 y el momento actual. El principal salto tuvo lugar en los últimos dos años. La emisión ha ido de la mano del endeudamiento. Los principales países industrializados han seguido este mismo camino. Se ha revelado que esto está lejos de ser inocuo y es lo que ha terminado por disparar la actual escalada inflacionaria. Estamos en presencia de una creciente desvalorización del dólar -agreguemos, el euro y el yen- que abre la perspectiva de un abandono del dólar y de los principales medios de pagos aceptados internacionalmente y un refugio en el oro o en otros activos que funcionen como reservas de valor. En caso de afirmarse esta tendencia, provocaría una dislocación del mercado y la economía mundial y un salto en la crisis capitalista. La inflación en forma inmediata ya está provocando una caída de la cotización de los títulos públicos de la deuda, haciendo cada vez más difícil el financiamiento de los Estados. Esta situación ha colocado en la agenda de debate el aumento de la tasa de interés. Si bien la Reserva Federal ha desmentido que vaya a hacerse un ajuste, se han encendido las luces de alarma de que esto se termine abriendo paso, lo que ha acentuado la inestabilidad y el nerviosismo de los mercados.
Pero un incremento de la tasa de interés terminaría por echar por tierra el repunte económico actual (más que una recuperación, hay que hablar de un rebote). A lo sumo, las naciones están volviendo a los niveles prepandemia que ya se caracterizaban por la entrada a una recesión. Ese escenario se está acentuando porque asistimos, en la actualidad, a una desaceleración del crecimiento de Estados Unidos, al 2% en el tercer trimestre, la tasa más baja luego de la recuperación de la pandemia. En China, a su turno, el crecimiento cayó al 4,9% interanual, en tanto el gobierno alemán rebajó en un punto su pronóstico de crecimiento, que cayó al 2,6%. De conjunto, el FMI revisó a la baja las previsiones de crecimiento mundial.
La inflación coexiste con una desaceleración económica. Estamos, por lo tanto, frente a un escenario de estagnfaltion (recesión con inflación). Lejos de expresar un proceso de repunte y revitalización capitalista, la inflación está expresando el fenómeno contrario: su falta de vitalidad, y el fracaso en hacerlo reaccionar a través del rescate multimillonario y los planes de estímulo puestos en marcha por el Estado. Lejos de estimular la producción, la ayuda estatal ha ido a la esfera especulativa, incluida la recompra de sus acciones por parte de las empresas beneficiadas.
Por supuesto, no nos debemos olvidar que el aumento de la tasa de interés podría llevarse puesto a un sinfín de empresas altamente endeudadas y que han pasado a la categoría de «zombis». Del mismo modo, provocaría un terremoto en las bolsas pues gran parte de las inversiones se encuentran apalancadas. El remedio podría resultar peor que la enfermedad y consolidar un cuadro de depresión mundial -que es lo que explica el creciente inmovilismo de los gobiernos y de sus bancos centrales que no saben para dónde patear, aumentando el riesgo de que cualquier reacción termine siendo tardía.
Polvorín social
La inflación, por lo pronto, alimenta un cuadro social cada vez más explosivo. En EEUU, la carestía que se da en los alimentos tuvo un salto en lo que va del año del 5,4%, pero hay rubros como carnes vacunas, aves, pescado y huevo que se acercan al 12% de aumento. El costo de un tanque de nafta aumentó casi un 50 % en los últimos doce meses. Los precios de la energía subieron un promedio del 30%. Los autos usados aumentaron 26% y los nuevos casi un 10% mientras los alquileres sufrieron aumentos también en forma significativa por encima de los dos dígitos. La Reserva Federal anunció que la deuda de los hogares estadounidenses alcanzó un máximo de 15 billones. Esto hace estragos en los bolsillos de los estadounidenses, donde el salario medio gira alrededor de los 20 dólares.
Esto es lo que está en la base de la ola de huelgas que se está registrando en EEUU (John Deere, Volvo, Dana, Kellogs, enfermeros y docentes de diferentes condados, etc.). El aumento de la conflictividad laboral en 2021 ya venía precedido por el incremento de 2020, que se entrecruza con la rebelión que estremeció la vida política norteamericana. El escenario actual está aumentando el malhumor social y la decepción con el gobierno de Biden que ya viene a los tumbos tanto en el frente interno como externo, luego de la retirada ignominiosa de Afganistán. En EEUU, se están creando las condiciones para una nueva irrupción popular.
El aumento de los precios de los alimentos aumenta el hambre en todo el mundo. La aceleración de la inflación y la ruptura de las cadenas de abastecimiento están incrementando los productos básicos de consumo. El índice Alimentarios de la FAO, que mide las variaciones de la canasta básica, señala que los precios son 30% mayores que hace un año. Esto se combina con la crisis energética, haciendo prohibitivos el precio de combustibles y de energía, que, a su vez, incide en el costo de los demás productos. De modo tal que a las penurias ya existentes por la pandemia y la recesión se le une el flagelo de la inflación. Crece, en este marco, el número de pobres a escala global, categoría en la que cada vez se incorporan más asalariados y trabajadores formales, cuyos ingresos se han licuado con la inflación.
En este contexto, Latinoamérica es la región con inflación más alta del mundo en 2021, superando el 9%. Esto convierte a nuestra región en un polvorín social más de lo que ha sido hasta ahora y augura una nueva ola de levantamientos. Argentina obviamente no escapa a esta tendencia, con más razón si tenemos en cuenta los estragos que está provocando la inflación, licuando los salarios y provocando un salto en los niveles de pobreza. Ni qué hablar que un aumento de la tasa de interés que asoma cada vez con más fuerza hace todavía más agobiante y oneroso el peso de la deuda externa de las naciones latinoamericanas que estarán sometidas a condicionamientos y presiones mayores para su pago por parte del FMI, bonistas y acreedores. La necesidad de una acción y salida política, a escala continental, de los trabajadores de la región, adquiere más actualidad que nunca.
Pablo Heller
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