miércoles, 10 de noviembre de 2021

A 85 años del golpe franquista en España.


Golpe y revolución: el camino a la guerra civil española 

 El 18 de julio de 1936 el general Francisco Franco encabezó un golpe de Estado en España desde la guarnición colonial de Marruecos. El golpe lo venían preparando sectores militares desde la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de ese año. Fue enfrentado por una vigorosa respuesta obrera que tuvo características revolucionarias, y que dejó al país partido en dos campos, donde los golpistas habían sido derrotados, en uno, y donde lograron imponerse, en otro. Se iniciaba ni más ni menos que la guerra civil. Para comprender el alcance y las características de este momento, es importante comprender todo el período de importantes luchas y experiencias que protagonizó el movimiento obrero y campesino español, y los reagrupamientos políticos que arrancan en las jornadas de 1931. 

 España hacia 1930 

A principios del siglo XX España no había cumplido las tareas democráticas. Era un país agrícola, con el 70% de la población activa dedicada a esa tarea. La tierra pertenecía a un puñado de oligarcas y la gran masa del campesinado español se encontraba sumida en la miseria. La industria creció durante la primera guerra, pero en pocas regiones, especialmente Euskadi y Cataluña, generando un proletariado joven y concentrado. Gran parte de la industria, así como la minería, estaban en manos extranjeras. En las mencionadas Cataluña y Euskadi, a su vez, había fuertes tendencias separatistas que promovidas por sectores burgueses tenían apoyo entre sectores de la pequeña burguesía y el proletariado de esas comarcas. A eso hay que agregar el peso de la iglesia católica, el mayor terrateniente y con una influencia en la educación, la cultura y la política.
 Las amenazas que representaban para la oligarquía y la monarquía los movimientos de los campesinos pobres, las grandes luchas de trabajadores industriales y los movimientos de emancipación nacional que tuvieron un fuerte incremento hacia el final de la Primera Guerra Mundial y al calor de la ola revolucionaria que la siguió, llevaron al rey Alfonso XIII a impulsar un golpe encabezado por el general Primo de Rivera en 1923, que instauró una dictadura. Destituyó los concejos municipales, revocó funcionarios, censuró diarios y cercenó derechos laborales. Gozó durante un periodo de inversiones (y especulación) de capitales americanos, pero la crisis de 1929 debilitó a la dictadura que perdió el apoyo del ejército y generó un descontento general. 
 Para salvar a la monarquía, el rey decide prescindir de Primo de Rivera, quien renuncia en enero de 1930 y es reemplazado por el general Berenguer. En junio de ese año Trotsky señalaba las tareas abiertas por el desarrollo esta nueva situación: “Si la crisis revolucionaria se transforma en revolución, superará fatalmente los límites burgueses y, en caso de victoria, deberá entregar el poder al proletariado; pero el proletariado no puede dirigir la revolución en dicha época, es decir reunir alrededor suyo las más amplias masas de trabajadores y de oprimidos y convertirse en su guía, más que a condición de desarrollar actualmente, con sus reivindicaciones de clase y en relación con ellas, todas las reivindicaciones democráticas, íntegramente y hasta el fin”(1). Estas reivindicaciones elementales pendientes, como la reforma agraria, el fin de la monarquía, aumento de salarios y seguro al desempleo constituyen una fuerza explosiva en las masas y plantean el problema de la revolución. 

 Elecciones municipales y caída de la monarquía 

El final de 1930 y el inicio de 1931 estuvo signado por movimientos huelguísticos y reivindicativos mostrando una agitación social que se extendía por toda España. En febrero del 31, tras la dimisión de Berenguer, asume el almirante Aznar, pero este cambio de rostro no logra detener las protestas. Este último convoca a elecciones municipales para el día 12 de abril, para dar al régimen golpeado por la crisis y el descontento general una base de apoyo. Para sorpresa de todos, hubo una gran participación. La victoria fue para el frente Republicano-socialista. A la derrota de las fuerzas monárquicas se sumó una oleada de movilizaciones en contra del régimen. El rey escapa de España (con la venia del nuevo gobierno), se derrumba la monarquía y nace la Segunda República. 
 Con la caída de la monarquía y el renacer de la república, la Revolución Española recién comenzaba. El bloque Republicano-socialista no avanzó contra los intereses de los grandes capitalistas, terratenientes ni la iglesia, y tampoco intentó desarmar las fuerzas de la reacción. 

 Bienio “progresista” 

Con la conformación del nuevo gobierno republicano se convocó a las Cortes (legislaturas de la II República) y generaron expectativas entre las masas de que los problemas sociales podían ser resueltos por esa vía. Estas ilusiones deberán ser procesadas mediante la experiencia, y por lo tanto es tarea de los revolucionarios participar de las mismas en este contexto. El principal exponente del “boicot” a las Cortes fueron los anarquistas de la CNT. Criticando esas posiciones Trotsky planteaba: “El cretinismo parlamentario es una enfermedad detestable, pero el cretinismo antiparlamentario no vale mucho más, como lo pone de manifiesto con claridad el destino de los anarcosindicalistas españoles. La revolución plantea en toda su magnitud los problemas políticos y, en su fase actual, les da la forma parlamentaria. La atención de la clase obrera no puede dejar de estar concentrada en las Cortes” (2). En la actual etapa, las reivindicaciones de la clase pasarán por el prisma del parlamentarismo.
 Este primer gobierno que encaró el proceso constituyente (conocido como “bienio progresista”) no va a cumplir las expectativas que las masas habían depositado en él. Va a ser un período de gran movilización callejera (1127 huelgas en 1933) como consecuencia de la escasez y lentitud en las reformas. La distancia entre las expectativas depositadas en el gobierno republicano-socialista con las necesidades inmediatas de los trabajadores a flor de piel y la nula acción del gobierno se hacía cada vez más grande. 

 Comuna Asturiana y Alianza Obrera

 La crisis y debilidad del gobierno surgido de las elecciones de 1931 abrió el curso a la victoria de la centroderecha en las elecciones de 1933. De esta manera comenzaba el “bienio negro”, que en 2 años echó atrás las tibias reformas realizadas por el gobierno anterior.
 En un contexto internacional en el que el nazismo ascendía en Alemania, y frente a las políticas contrarrevolucionarias y represivas del nuevo gobierno, surgió un frente único de organizaciones obreras y de izquierda: la Alianza Obrera. Fue impulsada por la Izquierda Comunista Española (sección de la oposición de izquierda internacional) a favor del frente único obrero contra el fascismo ascendente. La integraron también el bloque obrero campesino, la UGT (Central Socialista) catalana y algunos pequeños grupos más. Su influencia fue extendiéndose por el resto de España, logrando el importante apoyo de la CNT (la central sindical anarquista) pero limitado a Asturias.
 En 1934 la incorporación de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) al gobierno desató una firme respuesta obrera. En octubre de ese año una huelga general revolucionaria fue lanzada en toda España. Tuvo un alcance limitado en la mayoría de las grandes ciudades y se fue desinflando, salvo en Asturias. Allí, con los mineros a la cabeza, se insurreccionaron, proclamaron la República obrera, tomaron tierras y edificios públicos, formaron comités obreros y milicias. Esta experiencia quedó aislada porque tanto la dirección del Partido Socialista (PSOE) como la CNT rehuyeron apoyarla. A pesar de su aislamiento, la “comuna asturiana” resistió durante 15 días la represión del ejército español, quedando como saldo miles de muertos y más de 30 mil presos.

 El Frente Popular 

La emergencia de la Alianza Obrera y el proceso de radicalización política que lo acompañó tanto en las filas socialistas (especialmente en su juventud), como entre los anarquistas, que tuvo una expresión en la propia “comuna asturiana”, crearon un nuevo escenario político. Las direcciones del socialismo y del estalinismo buscaron encuadrar y canalizar esas expectativas hacia el Frente Popular, tal como se había llevado adelante en Francia, incorporando a los partidos burgueses “republicanos”, que, como caracterizó Trotsky, se trataba de la “sombra” de la burguesía, ya que la de carne y hueso participaba activamente del bloque de la derecha y la ultraderecha que venía gobernando.
 En enero de 1936 se forma el Frente Popular integrado por el PSOE, PC, Izquierda Republicana y Unión Republicana. También lo integró el POUM, el partido en el que confluyeron los que habían formado la denominada oposición de izquierda y que rompieron con Trotsky y el movimiento por la IV Internacional. Trotsky criticó duramente esta incorporación al Frente Popular. En febrero de 1936 el Frente Popular gana las elecciones por un margen estrecho. Un factor que volcó la participación popular fue la consigna de amnistía a los presos de la revolución asturiana. Las masas no esperaron la asunción del nuevo gobierno, y al conocerse el resultado de las elecciones, se lanzaron a las cárceles para liberar a sus compañeros. 
 La función política principal del Frente Popular era justamente contener estas tendencias a la acción directa y garantizar el orden de la “democracia republicana” comprometidos con el régimen constitucional burgués. Rápidamente los trabajadores demostraron su desconfianza con el nuevo gobierno, y se multiplicaron las acciones directas (huelgas, tomas de tierra) para conquistar sus derechos. 

 Golpe de Estado, revolución y guerra civil

Desde las elecciones de febrero y el triunfo del Frente Popular los militares iniciaron la conspiración y preparación del golpe. El gobierno, de marzo a julio, recibió información sobre lo que se estaba tramando pero no actuó contra los golpistas. El golpe inició el 18 de julio en Melilla, la guarnición colonial en Marruecos, extendiéndose a Sevilla por la tarde. Las centrales sindicales reclamaron que se arme a los trabajadores y ante la pasividad del gobierno, que esa noche renunció, declararon la huelga general. El nuevo gobierno buscó incluir a sectores de la derecha para contener el golpe. La preocupación del gobierno y el Frente Popular estaba más enfocada en el “peligro” de la respuesta obrera que en la propia rebelión militar. 
 Ante esta actitud miles de manifestantes en Madrid, sin la convocatoria de ninguna organización, salieron a las calles. El 19 en Barcelona las masivas movilizaciones, armadas como pudieron, lograron hacer retroceder a las tropas golpistas. En los lugares donde los trabajadores actuaron resueltamente contra el golpe lograron derrotarlo. De esta manera los militares no lograron apoderarse de sus objetivos principales: los centros de poder y las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, entre otras) que quedaron en manos de las masas obreras armadas. Por el contrario, las principales derrotas se dieron donde reinó la confianza en los oficiales “republicanos” en quienes estaba depositada la confianza del gobierno. 
 Para el 20 de julio los líderes golpistas reconocieron el fracaso de la sublevación derechista. En el territorio “republicano” los trabajadores formaron milicias y comités obreros, se disolvió el ejército y se armó al pueblo. Las masas españolas habían sacado sus propias conclusiones de la experiencia frustrada del “bienio progresista” y del aislamiento de la “comuna asturiana”. Esta vez salieron todos juntos y comenzaron una revolución, a pesar de la política claudicante del gobierno del Frente popular.
 Comenzaba la guerra civil. Empezaba una nueva etapa. 

Domingo Díaz 

 1- L. Trotsky (1930) “Las tareas de los comunistas en España”. 
 2-L. Trotsky (1931) “La Revolución Española y sus peligros”.

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