La crisis en la Italia de posguerra
La Primera Guerra Mundial había golpeado duramente las economías europeas, dando lugar a una oleada revolucionaria que se extendió hasta 1921 y que hizo peligrar los cimientos de la sociedad capitalista.
En países como Italia el escenario era catastrófico. Tanto en el campo, donde la productividad había bajado por la gran participación campesina en la guerra, como en la industria; que expresaba las dificultades de reconversión de la industria bélica a una industria de paz. La demanda estatal de producción de la industria pesada se había reducido drásticamente en un contexto donde los flujos del comercio internacional no se habían recompuesto. Esta crisis industrial impactó de manera directa en el aumento del desempleo, que para fines de 1920 llegaba a 2 millones de personas. La lira italiana se devaluó y la inflación hizo caer aproximadamente un 35 % los salarios, golpeando el poder adquisitivo y deteriorando las condiciones generales de vida.
Sobre esta situación impactó la influencia política e ideológica de la Revolución Rusa, sobre todo en la clase obrera industrial concentrada en las ciudades del norte italiano como Milán, Génova y Turín. Esta última era conocida como la “Petrogrado italiana” por ser un foco de organización y protestas del movimiento obrero. “Cuando en julio de 1917 llegó a Turín la delegación enviada por el Soviet de Petrogrado a la Europa occidental, los delegados Smirnov y Goldemberg, que se presentaron ante una muchedumbre de cincuenta mil obreros, fueron acogidos con ensordecedores gritos de “¡Viva Lenin!, ¡Vivan los bolcheviques!”, relata Gramsci. [1]
El Partido Socialista italiano contaba con cierta tradición de lucha. A diferencia de la socialdemocracia alemana -que había encabezado la política de la Unión Sagrada con el gobierno para la guerra- había defendido la neutralidad durante la Primera Guerra Mundial. Por entonces, el Partido Socialista contaba con una importante influencia entre la clase obrera desde la dirección de la CGIL (Confederazione Generale Italiana del Lavoro) que en la posguerra pasó de tener 321.000 a 2.200.000 miembros en 1920; mostrando un proceso de avance organizativo.
El biennio rosso y el ascenso revolucionario en Italia
Este avance organizativo se correspondió con un fuerte ascenso de la lucha obrera entre los años 1919 y 1920. Por su profundidad y radicalización fue conocido como el “biennio rosso”, dos años que experimentaron un fuerte ascenso de la lucha tanto en las ciudades industriales, con huelgas y ocupaciones de fábrica, así como en el campo con la creciente acción de las ligas campesinas.
Para magnificar el nivel de actividad de esos años, dice Cristian Buchrucker “los 384.000 huelguistas industriales y 900.000 rurales de 1913 pasaron a ser 993.000 industriales y 487.000 rurales en 1919, culminando en 1920 con 858.000 y 1.045.000 respectivamente.” [2]
En estos años se extendieron los comités de fábrica que eran organismos de autoorganización inspirados en los soviets rusos (aunque no iguales a éstos, ya que no superaron el estadio de organización fabril). Sus miembros eran elegidos por asambleas de planta en las distintas fábricas por el conjunto de los obreros, estuviesen o no sindicalizados. En este sentido, su funcionamiento democrático representaba una superación de las estructuras sindicales clásicas ligadas al Partido Socialista y permitieron expresar la radicalización de la conciencia obrera. Estos comités avanzaron en ejercer un control importante al interior de las fábricas. Fueron una expresión del poder obrero al interior del proceso productivo y del poder económico burgués porque controlaban los procesos de trabajo, las condiciones de contratación y planteaban la consigna de la gestión obrera de la producción.
El punto más alto de este proceso se dio en abril de 1920 con una huelga general, con ocupaciones de fábrica contra el intento de las patronales de alargar la jornada de trabajo. Terminó transformándose en un gran cuestionamiento al poder burgués en las fábricas. La huelga duró un mes “movilizando, aproximadamente, a medio millón de obreros industriales y agrícolas, y afectó, por tanto, casi a cuatro millones de habitantes”. [3]
Frente a la continuidad de protestas por aumento de salarios, el empresariado organizado en la COFINDUSTRIA (que agrupaba a las grandes patronales como FIAT, Pirelli) extendió nacionalmente el lock out para derrotar el proceso. Los trabajadores respondieron continuando el proceso de ocupación de fábricas y las pusieron a funcionar bajo su control, custodiados por las Guardias Rojas que eran milicias de obreros armados.
Para derrotar este proceso, el gobierno movilizó al Ejército a las principales ciudades. El Partido Socialista no organizó la autodefensa y, aunque los obreros obtuvieron algunas de sus reivindicaciones como aumentos salariales y pago de los días caídos, lo cierto es que se había dejado pasar una coyuntura estratégica para la disputa por el poder. La clase obrera mostró su combatividad y radicalidad, pero sin un partido revolucionario al frente que organizara toda esa fuerza social para la ofensiva insurreccional. Esto hizo que la energía se diluyera y las clases dominantes pasaron a la ofensiva buscando imponer una nueva relación de fuerzas. Para esto, recurrieron crecientemente a la represión estatal y para-estatal para restablecer el orden.
El fascismo fue el instrumento al que recurrieron para lograrlo, y su avance marcó el paso de una situación revolucionaria a una abiertamente contrarrevolucionaria. Por eso Trotsky planteó que la fortaleza del fascismo estuvo en la debilidad de la dirección revolucionaria: “los éxitos enormes y duraderos de Mussolini solo fueron posibles porque la revolución de 1920, luego de aflojar los contrafuertes y tirantes de la sociedad burguesa, no se llevó hasta el final. Mussolini planteó y puso en práctica su plan apoyándose en el reflujo de la revolución, el desaliento de la pequeño-burguesía y el agotamiento de los trabajadores.” [4]
Los fasci di combattimento: el ascenso del movimiento fascista
Si bien existían múltiples organizaciones para-estatales de las clases dominantes, los grupos fascistas fueron logrando extensión nacional y capacidad de hegemonizar la violencia callejera. Por ejemplo, en las zonas rurales donde los terratenientes buscaban frenar la acción de ligas campesinas que reclamaban la posesión de la tierra, comenzaron a organizar la Asociación Civil de Bologna. Pero rápidamente los fascios locales de las camisas negras se convirtieron en la columna vertebral de este movimiento reaccionario.
Estos fasci di combattimento (grupos de combatientes) fueron los núcleos iniciales del movimiento fascista. Habían sido fundados en 1919 por Mussolini sobre la base del agrupamiento de soldados desmovilizados de la Primera Guerra Mundial y fuertemente descontentos por lo que entendían como una “victoria mutilada”, o sea la idea de que Italia había ido a la guerra para obtener conquistas territoriales que no le fueron reconocidas. Se trataba de grupos que adaptaba los métodos, simbología y vestimenta –como las camisas negras- de las tropas de choque de la guerra, los arditi, en la violencia organizada en las ciudades y aldeas para suprimir la acción del movimiento obrero y campesino.
En el contexto convulsionado de la posguerra, los fasci crecieron rápidamente. De 108 fasci en 1920, pasaron a 2200 en 1921 y en poco tiempo tuvieron unos 320.000 miembros armados. Su extensión numérica se correspondió con una ampliación de su base social, ya que de los iniciales grupos de ex combatientes se extendieron a sectores de la pequeño-burguesía: pequeños comerciantes, pequeños patronos, propietarios agrícolas, empleados, estudiantes, profesionales, abogados, que fueron radicalizando sus posiciones y buscando una salida de fuerza para restablecer el orden contra la perspectiva de una revolución socialista.
Estas milicias fascistas primero actuaban en las zonas rurales alrededor de las ciudades y hacían “expediciones punitivas” donde atacaban los locales socialistas, comunistas, anarquistas, amenazaban y -en muchos casos- asesinaban a los dirigentes. Luego comenzaron a operar en las ciudades para reprimir las huelgas, las movilizaciones y el proceso de organización obrera ante el amparo de las instituciones estatales. Como dijimos, si al comienzo la burguesía los utilizó como organizaciones auxiliares de represión, ante el ascenso de la lucha de clases comenzaron a ser cada vez más el punto de apoyo del poder burgués para imponer el orden.
En este sentido, Trotsky plantea que para cumplir su función histórica de rescatar al capital de su crisis, el fascismo recurre a la movilización de las capas sociales situadas inmediatamente encima del proletariado y que temen ser arrojadas a sus filas, o sea la pequeñoburguesía (profesionales, comerciantes, etc.) pauperizada por la crisis.
A nivel local y regional, los jefes fascistas actuaban como pequeños señores feudales que imponían el terror ante la complicidad de las autoridades, la prensa y el apoyo activo del gran empresariado. Periodistas de renombre como L. Eunadi, del Corriere della Sera, planteaban que “si algunas veces los sistemas expeditivos de los fascistas chocan con nuestra vieja mentalidad liberal, no se puede negar, sin embargo, que los fines que se proponen y el espíritu que los anima sean como para pedir indulgencia o provocar simpatía.” [5]
Este era el estado de ánimo reinante en los círculos liberales, que en términos políticos, tuvo su expresión en la creación del Bloque Nacional para las elecciones generales de mayo de 1921 entre la derecha clásica como el Partido Liberal italiano de Giovanni Giolitti, la Asociación Nacionalista Italiana de Enrico Corradini y el Partido Democrático Social, de Giovanni Colona, y los fascistas. Esas elecciones, donde el Bloque Nacional obtuvo el tercer puesto con el 19,07 % de los votos, permitieron a los fascistas acceder por primera vez a tener representación parlamentaria. Sobre ésta base, con el activo financiamiento de la COFINDUSTRIA y los grandes terratenientes, en noviembre de 1921 Mussolini impulsó la creación del Partido Nacional Fascista sobre la base de estos fasci, dándole a los mismos una estructura, coordinación y extensión nacional.
El Partido Nacional Fascista: de movimiento “plebeyo” al programa del gran capital
En relación a su composición social, para 1921 el 59 % de los miembros del Partido Nacional Fascista provenía de los estratos medios y altos, cuando en la estructura social italiana esos sectores no representaban más que el 35 % de la población. Al menos un 13 % de sus miembros eran jóvenes de las familias más ricas, que en la sociedad no representaban más del 1 %.
Esta composición social se correspondió con la evolución programática experimentada por el movimiento fascista. En el programa de los fascios de 1919, se proponía una “asamblea nacional” para dictar una nueva constitución, la participación obrera en el control de la industria, la nacionalización de la industria bélica, el impuesto progresivo al capital y la confiscación de las propiedades de la Iglesia y del 85 % de las ganancias de la guerra obtenidas por las grandes empresas. Ya en el programa de 1920 se cuestionaba la demagogia socialista que incentivaba los conflictos económicos pero desaparecieron las demandas de confiscación y nacionalización, y se acentuó el nacionalismo expansionista con demandas coloniales.
El programa agrario del fascismo en 1921 le daba todo tipo de garantías a los terratenientes latifundistas. En junio de 1921, en un discurso Mussolini se mostró partidario de devolver a la iniciativa privada toda actividad que no fuese seguridad, justicia, defensa y política exterior. El programa fascista de noviembre de 1921 directamente ponía énfasis en la defensa de los sectores medios y los consejos técnicos surgidos de las corporaciones. Se mostraba opuesto a la demagogia impositiva y financiera; y rechazaba el control estatal del capital.
Aludiendo a su base social y los intereses que expresa el fascismo, Trotsky plantea que “el régimen fascista ve llegar su turno porque los medios ‘normales’, militares y policiales de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria, no son suficientes para mantener a la sociedad en equilibrio. A través de los agentes del fascismo, el capital pone en movimiento a las masas de la pequeñoburguesía irritada, a las bandas del lumpenproletariado desclasadas y desmoralizadas, a todos esos seres a quienes el capital financiero empuja a la rabia y la desesperación. La burguesía exige del fascismo un trabajo completo: una vez que aceptó los métodos de la guerra civil, quiere lograr la calma para varios años”. [6]
Eso es lo que expresó el ciclo de ascenso del fascismo en Italia. Se fue consolidando como movimiento de masas militarizado que se postulaba como el único capaz de imponer el orden. En esta situación de crisis, en octubre de 1922, el Partido Nacional Fascista convocó a la marcha sobre Roma, una movilización de los fascistas desde distintas regiones hacia la capital para hacer una demostración de fuerzas en la que participaron entre 30.000 y 40.000 camisas negras. Luego de ésta, el Rey nombró Primer Ministro a Mussolini y le exigió formar gobierno. Mussolini asumió como primer ministro, formando un breve gobierno de coalición con distintos partidos liberales y católicos, para avanzar pocos años después en un régimen de partido único fuertemente represivo. Había comenzado la primera experiencia fascista en el poder.
Paula Schaller
Licenciada en Historia
Lunes 8 de noviembre | 21:43
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[1] Gramsci, Antonio, “El movimiento turinés de los consejos de fábrica”, julio de 1920
[2] Buchrucker Cristian, El fascismo en el Siglo XX. Una historia comparada, Emece, pg. 50.
[3] Gramsci, Antonio, “El movimiento turinés de los consejos de fábrica”, julio de 1920.
[4] Trotsky, León “Pilsdulski, el fascismo y el carácter de nuestra época”, La lucha contra el fascismo en Alemania, IPS-CEIP, Obras Escogidas 3, Buenos Aires, pg 466.
[5] Buchrucker Cristian, El fascismo en el Siglo XX. Una historia comparada, Emecé, pg. 53.
[6] Trotsky, León “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán}”, La lucha contra el fascismo en Alemania, IPS-CEIP, Obras Escogidas 3, Buenos Aires, p. 118.
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