Biden ha exhortado a su partido a apurar la agenda legislativa del Ejecutivo, cuyo estancamiento considera una de las razones del revés electoral de esta semana. Los demócratas perdieron la gobernación de Virginia y retuvieron por escaso margen la de Nueva Yersey -donde el presidente le había sacado diez puntos de ventaja a Trump en 2020- frente a los republicanos. En el primero de estos estados, el propio presidente, la vice Kamala Harris y el exmandatario Barack Obama se habían metido en la campaña para apuntalar al candidato Terry McAuliffe, un histórico del partido (ya había sido gobernador y recaudador de fondos de los Clinton). Es una mala noticia para el gobierno, sobre todo pensando en las legislativas del año próximo. La derrota confirma el rápido desgaste del jefe de la Casa Blanca. En los dos distritos, los opositores se despegaron de Trump, pero no hubiesen alcanzado su gran elección sin los votos del núcleo duro del magnate, lo que aún mantiene a este en la palestra. A su vez, levantaron algunos planteos derechistas semejantes a los del expresidente (hostilidad al movimiento LGTBI, rechazo a que se enseñe una teoría crítica de la raza).
Para destrabar la aprobación del plan de obras en el Senado, Biden aceptó reducir a la mitad su monto original. De ese modo, logró el apoyo de los republicanos. Ahora, el gasto social sufrió una enorme poda en la mesa de negociaciones. Así, se establece la educación preescolar gratuita por dos años, un refuerzo por un año de una asignación por hijo, y una mayor cobertura en los planes de salud de jubilados y de los sectores más pobres. Pero quedaron fuera la licencia por maternidad y los dos años de educación universitaria gratuita para sectores de bajos ingresos. En el terreno de la reconversión energética, también hubo fuertes recortes. Se suponía que el paquete iba a financiarse con mayores impuestos a grandes empresarios, pero el rechazo de los republicanos y de sectores del Partido Demócrata lo ponen en duda. Fue descartado un impuesto a las ganancias de capital, e incluso tal vez ni siquiera se eleve el impuesto a las sociedades, como se había evaluado en un principio. Así las cosas, la clase capitalista establece su poder de veto al intervencionismo oficial.
Como la mayoría de los demócratas en el Congreso es estrecha (e incluso en el Senado hay virtualmente una paridad), y además hay fuertes pujas en su seno, habrá que esperar a las sesiones para ver si los proyectos finalmente se abren paso. Por lo pronto, la llamada ala izquierda del partido, que condicionaba su aval al plan de infraestructura al apoyo del establishment demócrata al proyecto social, ya vio reducirse a la mitad la iniciativa que patrocinaba, y ni siquiera parece que vaya a prosperar la módica alza de impuestos que propiciaba. La tónica dominante de la administración la imponen los sectores conservadores del partido.
Más sobre las elecciones
Las elecciones de gobernadores y alcaldes de esta semana han dejado otros datos relevantes. En Minneapolis, la ciudad donde fue asesinado George Floyd, cuyo crimen detonó la rebelión popular de 2020, fue reelecto el demócrata Jacob Frey, defensor de la podrida institución policial. Al mismo tiempo, fue derrotada (55 a 45%, aproximadamente) la consulta para reemplazar la policía por un Departamento de Seguridad Pública, un planteo que no significaba el desmantelamiento del aparato represivo, pero era crítico de las fuerzas de seguridad. Es un revés para el movimiento de lucha; probablemente, uno de los efectos de las políticas combinadas de desmovilización, cooptación y represión por parte del gobierno.
Los medios han destacado lo que sería un triunfo de las candidaturas más conservadoras del partido demócrata por sobre las que estaban más a la izquierda. En Búfalo, por ejemplo, Byron Brown le ganó la alcaldía a India Walton, una enfermera que se proclama socialista. Walton había derrotado en las primarias a Brown, pero el partido montó una maniobra: se negó a apoyarla y le dio su aval al segundo, quien compitió en una lista aparte en las generales, con ataques derechistas a su contrincante. En Seattle, donde en el punto más álgido de la rebelión de 2020 se formó una zona autónoma contra la represión policial, prevaleció la variante más conservadora de los demócratas. En Nueva York, ganó Eric Adams, un expolicía crítico del ala izquierda del partido.
Las luchas
Si estos son nuevos indicios de que el partido demócrata es irreformable, sería prematuro, en cambio, hablar de una derechización del escenario político. No solo por algunos datos de la elección (en Austin, Texas, se votó en contra de una iniciativa para reforzar las fuerzas policiales; y en Tucson, Arizona, triunfó la aprobación de un salario mínimo de 15 dólares la hora, por un margen de 2 a 1 –Democracy Now, 4/11) sino sobre todo por las grandes luchas que atraviesan al movimiento obrero.
Contradictoriamente, el rebote económico ha favorecido estos procesos. Según el Departamento de Trabajo, la Población Económicamente Activa aún está tres millones de personas por debajo de antes de la pandemia, y en parte esto tiene que ver con un temor al Covid y con el rechazo a la precarización de los nuevos empleos. La falta de mano de obra está empujando a un alza de los salarios. Es un buen momento para luchar por las reivindicaciones planteadas. Más de 10 mil obreros de John Deere (fabricante de maquinaria agrícola) están peleando por aumento. También hay luchas en el sector salud, alimentación, mineros y McDonald’s. Octubre fue un mes de grandes conflictos (“striketober”). Esto muestra también los límites de la política de contención del gobierno y de la burocracia sindical.
La política de subordinación al gobierno de Biden de la izquierda demócrata está mostrando todos sus límites. Lo que está planteado es el desarrollo de una alternativa política de los trabajadores y el apoyo a las luchas en curso.
Gustavo Montenegro
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