viernes, 6 de noviembre de 2020

Por qué el fracaso de Joe Biden crea una crisis política enorme

No fue el alud para Joe Biden que pronosticaban las encuestas. En términos de votos, la distancia que saca el candidato demócrata no es mayor que la de Hillary Clinton hace cuatro años. Con 248 electores de Biden contra 214 de Trump, aún hay margen para pelear el piso de 270 que son necesarios para consagrar al Presidente de los Estados Unidos.
 Los números, sin embargo, no aclaran el panorama. La diferencia inferior al 1% que ha favorecido al candidato demócrata en el estado de Wisconsin ha sido cuestionada por Donald Trump, que reclama un recuento general de la votación. Menor aún es la que los separa en Nevada. En Michigan, uno de los estados claves, el equipo del presidente exige interrumpir el conteo de los sufragios. El republicano insiste, además, en que los únicos votos que deben considerarse válidos son los emitidos el día de los comicios, lo que implica desechar aquellos que fueron enviados por correo o incluso los días previos. Todos estos movimientos apuntan a convertir a la Corte Suprema en árbitro de las elecciones.
 Este escenario abre un abanico de alternativas de desgobierno en el país más poderoso del planeta. No se trata, sin embargo, de un impasse electoral. La incumplida avalancha prometida por los sondeos a favor de Biden, adelanta la debilidad excepcional de un eventual gobierno demócrata. Biden no consiguió una diferencia abrumadora en momentos en que los Estados Unidos atraviesa una onda incontrolable de contagios, el desplome del servicio de salud y una tasa de desocupación superior al 10% de la población activa.
 Lo conseguido por el partido demócrata no guarda ningún parecido con la victoria imponente de Franklin Delano Roosevelt, en 1932, en el punto más hondo de la depresión. No logró imponerse en la polémica con un adversario que defiende sin tapujos la “inmunidad de rebaño”, descalifica a las autoridades científicas y ha convertido a sus actos de campaña en un semillero de infecciones. Trump ha mantenido la supremacía de votos en los “estados republicanos” del Medio Oeste, precisamente en el momento en esos territorios son afectados por una escalada de contagios. 
 Diversos observadores han señalado que la campaña demócrata apuntó a los intereses y preocupaciones de una clase media profesional que a los trabajadores que han visto hundir sus condiciones de vida en esta época de pandemia y derrumbe económico. Una economista en jefe del FMI acaba de observar en el Financial Times que los u$s12 billones de dinero fiscal inyectado en la economía, no han alcanzado para mover la demanda agregada. El FMI, por su lado, denuncia, en otro informe, que el rescate de la Reserva Federal a las compañías en crisis y al borde de la quiebra, han sido ‘derivados’ hacia la especulación inmobiliaria en perjuicio de la reactivación industrial. Estados Unidos enfrenta una crisis de conjunto, que este episodio electoral dramatiza políticamente, y pone de manifiesto la inadecuación del sistema histórico norteamericano para hacerle frente. 
 Trump sigue un libreto que anunció de antemano, o sea que no va a reconocer los resultados electorales. No son amenazas vacías cuando cuenta el apoyo de todas las corporaciones policiales y de grupos paramillitares, a los que ha defendido en forma reiterada. Estos recursos fascistizantes demuestran que Estados Unidos se enfrenta a un replanteo histórico de su sistema social y político. La llamada ‘globalización’ ha enriquecido en forma gigantesca a las corporaciones internacionales, pero empobrecido a los trabajadores, que hoy recogen menos del 50% del ingreso nacional cuando hace dos décadas aún participaban de un poco más del 70%. Es que la ‘globalización’ ha sometido a la clase obrera norteamericana a la competencia de la ultra barata fuerza de trabajo de China, o Vietnam. Como ocurre con Gran Bretaña, la tendencia de la City va en dirección opuesta al resto del país. En algunos estados, el martes se votó el establecimiento de un salario mínimo de 15 dólares –para 2026!–. 
 La gran contradicción de las elecciones norteamericanas es que, de un lado, constituyen una derrota histórica de su establishment poderoso, que no ha logrado inclinar la salida para algunos de los lados, mientras que, del otro, la concurrencia récord a las urnas, pone de manifiesto una politización excepcional de un pueblo que es descripto, habitualmente, como desinteresado políticamente. Es difícil que, en estas circunstancias, la Corte estadounidense pueda imponer su arbitraje como lo hizo en el 2000, cuando se decidió por George Bush contra Al Gore. 
 Es que ahora no se trata de fallar en un solo estado, como fue en aquel caso Florida, sino varios de ellos, pero por sobre todo porque el establishment de los servicios de seguridad y de las fuerzas armadas no revistan en el campo de Trump. Más importante aún, si cabe, el país está sacudido por una rebelión popular, que arrancó contra la brutalidad policial, pero cuyo alcance es sistémico, aunque su diseño no sea todavía claro. En definitiva, Estados Unidos se ha convertido en el epicentro de una crisis mundial potencialmente revolucionaria.

 Jorge Altamira
 05/11/2020

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