El fallecimiento de José Fernando «Pino» Solanas, tras contagiarse de coronavirus en París, donde había sido designado por el gobierno de Alberto Fernández como embajador en la Unesco, sacó a relucir una larga trayectoria artístico-política que permite algunas reflexiones, tratándose tal vez del más conocido exponente de la centroizquierda peronista.
Indudablemente será recordado por su producción en el cine político, empezando por su documental La Hora de los Hornos, que recorre clandestinamente luchas obreras durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, entre los años 1965 y 1968, y que debiera ser editada en Italia. Otros de sus films muy reconocidos son ficciones que buscan narrar partes de la historia argentina reciente, como Los hijos de Fierro -estrenada en 1975- sobre el país en los años del exilio de Perón, o con el Exilio de Gardel (1985) y Sur (1988) alusivas a los reencuentros luego de la dictadura. Solanas había debido exiliarse en Europa durante el Proceso genocida.
En los ’90 su actividad política cobró mayor notoriedad. En 1991 sufrió un atentado de cuatro balazos, luego de denunciar la corruptela de las privatizaciones menemistas. «Los argentinos deben saber que se están robando YPF», declaró cuando fue citado ante el juez tras la causa judicial que le armó el gobierno. Los límites de su denuncia, no obstante, se verían muy rápidamente. Junto al «grupo de los ocho» (Cafiero, Abdala y compañía) y «Chacho» Álvarez confluiría en el Frente Grande, con quienes ganó su ingreso a Diputados por la provincia de Buenos Aires.
El Frente Grande se candidateaba como alternativa centroizquierdista a Menem, cuestionando las privatizaciones y la deuda externa, pero sin oponer nunca la renacionalización de las empresas estratégicas para el país bajo control obrero sino proponiendo una abstracta «revisión», y negándose a plantear el repudio de aquella usura de la deuda fraudulenta. Apoyó además la reforma constitucional de 1994, parida por el Pacto de Olivos Menem-Alfonsín, legitimándola en nombre de una «incorporación de derechos» que sin embargo implicó la inclusión de tratados internacionales (como el de Costa Rica) que promovían de la educación confesional y la proscripción del derecho al aborto. La formación terminó, ya sin Solanas, como pata de apoyo del gobierno ajustador de Fernando De la Rúa, que al poco tiempo sería echado por la rebelión popular de diciembre de 2001.
Más adelante «Pino» Solanas seguiría conquistando, con diversos armados políticos, sucesivos puestos parlamentarios. Su papel más destacado fue como líder de Proyecto Sur, plataforma de la cual fue candidato a presidente en 2007, con el apoyo de la centroizquierda que conducía ATE y un sector de la CTA con De Gennaro, y también de la izquierda del PCR y el MST. En su crítica al entonces gobierno de los Kirchner cobró centralidad la denuncia de la depredación ambiental y el saqueo de los bienes naturales del país, lo cual le daría proyección política. Ello, apoyado en otras producciones cinematográficas como Tierra sublevada, de 2009, en que denuncia en particular la rapacidad de la Barrick Gold y la desastrosa contaminación de su actividad en San Juan; y luego estrenaría los documentales La guerra del fracking (2013) y Viaje a los pueblos fumigados (2018).
Por eso vale una mención particular en este aspecto. Solanas denunció el accionar de las multinacionales que explotan los principales recursos de Argentina, sin dejar nada más que destrucción ambiental. Pero carecía de un programa de clase, y ello lo hizo chocar con límites inconfundibles. En lugar de plantear la expropiación de los pulpos imperialistas petroleros y mineros oponía la creación de empresas estatales que compitieran con ellos, para disputar una porción de la renta nacional saqueada. Cuando el impulso del rechazo popular a la megaminería llevó a Proyecto Sur -con la personería del MST- a ganar la intendencia de la ciudad catamarqueña de Andalgalá, su victorioso candidato radical tardó un santiamén en volver al redil de los armados patronales promineros de la provincia.
Luego, como veremos, acompañaría las gestiones por un frente opositor a los K reivindicando a Binner y su gobierno santafesino, que defendió como nadie los intereses del complejo sojero. Lo mismo puede apuntarse respecto a su reivindicación de la nacionalización onerosa de los ferrocarriles de Perón, que dilapidó las divisas acumuladas en la Segunda Guerra Mundial en indemnizar al imperialismo británico a cambio de un montón de material rodante obsoleto, bloqueando la posibilidad de invertir en un desarrollo nacional autónomo.
Finalmente, Proyecto Sur terminó siendo usado por Solanas de tarima para integrarse en el armado que tejieron la UCR y el FAP, y que en la Capital engendró el frente «republicano» Unen junto a Elisa Carrió para las elecciones de 2013, en las cuales obtuvo su ingreso al Senado. Luego de jugar entre los grupos políticos que apostaron al recambio electoral a Macri en 2019, terminó como embajador en la Unesco del gobierno de Alberto Fernández que, como parte del programa que negocia con el FMI, redobla los estímulos al saqueo de las mineras, los sojeros y las petroleras. En el olvido quedaron sus objeciones al «bipartidismo».
El derrotero de esta integración al Estado de la centroizquierda peronista debe ofrecer una conclusión importante acerca de la ineludible necesidad de un programa de clase para construir una alternativa política contra el saqueo depredador de los pulpos imperialistas -en sociedad con la burguesía nacional-, partiendo la nacionalización bajo control obrero de los recursos estratégicos y del repudio de la deuda externa usuraria.
Iván Hirsch
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