sábado, 14 de julio de 2018

Venir al mundo en Cuba




Desde que lo acogen las sombras de un vientre, mucho antes de que vea la luz, hay dicha en el ser que en poco tiempo será un niño. El gozo anunciado parte, más allá de los mimos maternos y familiares, de la mano protectora de la enfermera, que colmará dulcemente la copa de la joven madre, exigiéndole todo tipo de pruebas médicas, necesarias, obligatorias y garantizadas por el sistema de salud del país donde vive.

Nacerá en la ciudad o en el campo, tal vez en las montañas de alguna de esas comunidades, aisladas del bullicio, emparentadas con el verdor natural, bajo un sol claro que entrará por las rendijas de su hogar, para calentar la mañana larga y traviesa a la que abre sus ojos. Será amado no solo por sus padres, abuelos y sus otros familiares; sino también por sus vecinos, y hasta por el conocido que de vez en cuando pasa y se le acerca para ver cuánto ha crecido. Y aprenderá a amarlos en la misma medida, porque no hay como ser querido para querer mucho a los demás.
El círculo infantil, el Jardín o la señora que habrá de cuidarlo los primeros años, mientras la mamá trabaja, esperan por su llegada, renovadora de otros niños que ya entran a la escuela y abandonan el espacio donde fueron atendidos. La nueva risa, estampada en la carita infantil que se incorpora, seducirá a sus cuidadoras y con ingenuas mañas, pronto atrapará sus corazones.
En pocos años vendrá el septiembre oportuno, avisando que es hora de empezar la escuela. En una de las aulas de la comunidad lo aguarda un puesto. Nadie quedará afuera. La escuela, humilde y solidaria, le abre sus puertas. Allí, junto a otros niños, el juego, el conocimiento, los libros y el bien, hallará un refugio que compartirán sus padres, los que pueden trabajar confiados de que su más preciado fruto está cuidado y protegido.
Sin más riqueza que la de su crecimiento personal, empeño del sistema educacional donde se educa, espigan con iguales derechos, los varones y aquellas sin «las que no se puede vivir», y aprenden entre la sobriedad y el recato el gusto por compartir lo que se tiene, en lugar de brillar en la soledad del egoísmo.
Muy cerca de otros lares donde un niño amanece de cara al trabajo, privado de su básico derecho al estudio; donde son separados de sus padres, por secuestros, deportaciones, o por la muerte misma, al servicio de las oligarquías hegemónicas; donde respiran aterrados a expensas de las balas, está ese país, un pequeño embebido amor. Un amor que no alardea de pompas ni derroches, pero amor al fin, limpio de impudicias. Ese país es Cuba, donde más importante que un niño no hay ni puede haber nada, donde es dicha insospechada haber nacido.

Madeleine Sautié | madeleine@granma.cu

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