Repasando la trayectoria de Zelenski y los últimos años de la historia ucraniana, veremos que no estamos ante una decisión excepcional forzada por la invasión de Vladimir Putin. Solo digamos, a modo de anticipo, que en 2015 ya había sido prohibido el Partido Comunista de Ucrania.
La llegada al poder
Zelenski, un productor televisivo, accedió al poder en 2019 con la formación Servidor del Pueblo, cuyo nombre reproduce el de una serie televisiva en la que el actual mandatario interpreta a un profesor de historia que se convierte en presidente, tras denunciar la corrupción reinante en el país.
Al igual que su personaje, Zelenski hizo campaña con las banderas de la transparencia, pero también denunciando las bajas jubilaciones, el empobrecimiento acelerado del país en las últimas décadas y una serie de fracasos del entonces presidente Petro Porochenko (un oligarca conocido como el “magnate del chocolate”) en la guerra contra los rebeldes del Donbas, que habían proclamado su independencia en las regiones de Donetsk y Lugansk.
Otro de sus ejes programáticos fue el de acelerar la carrera para la incorporación del país a la Otan y a la Unión Europea, con la que ya se había puesto en marcha un tratado de asociación económica a partir de 2016. Ese tratado estuvo en el centro de la crisis abierta dos años antes, cuando el entonces presidente Viktor Yanukóvich, afín a Moscú, se negó a suscribirlo y en su lugar se dispuso a firmar un acuerdo alternativo con Rusia, lo que desató masivas manifestaciones que coparon la Plaza Maidan de Kiev.
Esas manifestaciones, reivindicadas por Zelenski, fueron bien heterogéneas. Había desde sectores populares justamente indignados con los oligarcas en el poder y con el crecimiento de la pobreza, hasta grupos de choque de la extrema derecha.
Zelenski ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2019 y venció a Porochenko en el ballotage con más del 70% de los votos. Pero recién consolidó su poder en las elecciones parlamentarias de ese mismo año, cuando una amplia victoria le permitió quedarse con una mayoría absoluta de 254 escaños -sobre un total de 424- en la llamada Rada Suprema.
Inicialmente, se especuló con que Zelenski pudiera llegar a un acuerdo con los rebeldes del Donbas (para entonces la guerra ya había dejado miles de muertos), por medio de negociaciones directas con Rusia, de ascendente sobre los líderes del Donetsk y Lugansk. Pero conforme avanzó su gestión, esta perspectiva se fue diluyendo.
Con el Fondo y la Unión Europea
Zelenski continuó las políticas de sometimiento al FMI de su predecesor en el cargo y de apertura al gran capital extranjero. En junio de 2020, firmó un acuerdo stand-by con el organismo financiero por 5 mil millones de dólares, a otorgar en sucesivos tramos, condicionado al cumplimiento de ciertas metas. Para destrabar el envío de noviembre pasado, Kiev debió presentar un memorándum con metas de déficit fiscal (no más de 3,5% del PBI en 2022) y el compromiso de privatización de dos bancos. Un poco antes, el parlamento aprobó una ley para facilitar la venta de tierras en una mayor escala, un codiciado botín para el gran capital debido a la amplia extensión geográfica de Ucrania.
Como parte de las reformas reclamadas por la UE y el Fondo, Zelenski asumió también el compromiso de una política de “desoligarquización” del país, tendiente a barrer -en favor del capital imperialista- con los empresarios que se enriquecieron con el remate del patrimonio público de la época soviética. Sin embargo, hay quienes apuntan a que la campaña presidencial de Zelenski fue financiada por Igor Kolomoisky, una de las diez mayores fortunas del país -en Ucrania es inconcebible la política patronal sin el financiamiento de esos popes.
La extrema derecha
A medida que fue creciendo su confrontación con Moscú, Zelenski fue tejiendo lazos con las formaciones de extrema derecha, de impronta rusófoba. Estos grupos, acusados de crímenes de guerra en el Donbas, se referencian en Stepan Bandera, un líder nacionalista que colaboró con los nazis en los tiempos de la segunda guerra mundial, y cuyo grupo está acusado de crímenes masivos contra polacos y judíos.
Tienen en su haber hechos tremendos como el ataque a la Casa de los Sindicatos en Odesa, en el que 42 civiles murieron quemados vivos en 2014. El presidente ucraniano, devenido héroe occidental, fue blanqueando a algunos de los líderes fascistas en el último tiempo. En diciembre de 2021, le entregó la orden de Héroe de Ucrania a Dmytro Kotsyubaylo, comandante de Sector Derecho (Telesur, 10/3). Ya con la invasión en marcha, designó como gobernador de Odesa a Maksym Marchenko, un excomandante del Batallón Aidar (The Grayzone, 6/3). En el caso del Batallón Azov y el Batallón Donbas, están directamente integrados a las fuerzas regulares (Télam, ídem).
En favor de Zelenski, se puede decir que no es un iniciador. El Batallón Azov, que pelea actualmente contra Rusia, fue impulsado en forma directa por el Ministerio del Interior en mayo de 2014 como un servicio de patrulla policial. Su edificio de reclutamiento fue cedido por el Ministerio de Defensa (ídem). El ascenso de estas agrupaciones fue a la par de una campaña estatal contra la cultura rusa, cuyo idioma es hablado por el 30% de la población.
Los lazos de los grupos fascistas con el aparato estatal explican que en diciembre de 2021, Ucrania fuera (junto a Estados Unidos) el único país del mundo que votó en contra de una moción rusa en una asamblea general de Naciones Unidas que condenaba la “glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que promuevan el racismo, la xenofobia y la intolerancia” (ídem).
El régimen ucraniano, financiado militarmente por la Otan, tiene estas características reaccionarias. La invasión de Ucrania por parte de Putin, en tanto, acentúa los sufrimientos del pueblo ucraniano y la división de los explotados.
Abajo la guerra. Fuera la Otan del este europeo, fuera Putin de Ucrania. Por una Ucrania unida, independiente y socialista.
Gustavo Montenegro
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